Este 8 de noviembre cumple 19 años mi hijo. Su llegada es una fiesta que ha
sido permanente para mí desde entonces, a él le debo el milagro de la
paternidad, siempre he querido tener el mundo para dárselo, y por supuesto
donde lo justo sea la regla. En aquellos días previos a su nacimiento, la
posición económica era asfixiante, su madre desempleada y yo apenas había
logrado una asesoría en la Procuraduría General de la República, cuyos pagos
guardaba con especial celo para poder costear los gastos de la clínica donde
nacería mi muchacho.
También en
aquellos días, poco antes de su nacimiento, fui contactado por el angustiado
gerente general de una modesta fábrica de discos compactos que funcionaba en
Los Ruices; quien me explicó lo insólito de su situación. Y no pude dejar de
pensar que semejante horror jurídico no era lo que quería para el futuro de mi
hijo, por lo cual me embarqué en tratar de deshacer aquella asquerosidad.
La angustia de
aquel joven profesional se debía a que su planta de producción estaba a punto
de ser engullida por un banco, con quien había contraído una deuda en dólares
para expandir su capacidad de fabricación. La institución financiera,
violentando toda la normativa legal, y con la manifiesta contribución de la más
alta instancia judicial del país, había obtenido una sentencia a punto de ser
publicada mediante la cual se les arrebataba la empresa. Es necesario explicarles
que en todo el proceso judicial los fallos obtenidos habían sido favorables a
la disquera, y ahora en la instancia final había una sentencia sin pies, ni
cabeza. Al revisar toda la documentación junto con ellos y sus asesores jurídicos,
mi sorpresa fue absoluta al encontrar que por la empresa filial del banco firmaba
la persona cónyuge de la figura que iba a firmar la sentencia. Afortunadamente estaba sentado. Cuando hice
ver eso a los que me acompañaban en la reunión se negaban a creer lo que les
decía, por lo que suspendimos la reunión y al día siguiente nos volvimos a encontrar.
Ya ellos habían corroborado lo que les había informado.
A partir de
ahí los días comenzaron a ser una vorágine de vértigos inacabables. A la mamá
del muchachito le crecía la panza cada día más y más, y todo cuanto discutíamos
y acordábamos para enfrentar el mastuerzo legal parecía ser adivinado. Realicé
una verdadera peregrinación por diversos medios de comunicación donde laboraban
amigos presentándole la documentación del caso, y todos me miraban con cara de
circunstancias y me decían, palabras más, palabras menos, y con tono casi
funerario: Lo siento hermano, pero no puedo hacer nada. Un querido amigo, que
había hecho una silenciosa pero vertical labor en un diario del este y que
ahora dirigía la sección de investigaciones en otro diario del centro de la
ciudad, casi abandonando su habitual parsimonia, me dijo con voz ligeramente exaltada:
Coño pana, aquí hay órdenes de no tocar a ese personaje.
Una de las
tantas noches en que salíamos de una de nuestras maratónicas reuniones, descubrí
que la oficina contigua a la del abogado era ocupada por el hijo de un señor
que había desempeñado un elevadísimo cargo en otra empresa del banquero en
cuestión. Al cambiar el sitio de
nuestras reuniones se acabó la filtración de información de nuestras acciones
futuras. Todo cual película, pero rigurosamente cierto. Con la panza a punto de
caramelo, y con falsos anuncios de parto, el deambular por redacciones no
producía ningún efecto. Una mañana que estaba en el cubículo que ocupaba en la Procuraduría
el jefe máximo se apareció por allí y colocándome su mano en el hombro derecho
me dijo con su voz atiplada: Quédese quieto amigo Cedeño y deje que todo siga
su curso. Por aquellos días un querido
amigo ocupaba un alto cargo en la Contraloría General de la República, larga
conversación y la respuesta habitual: Naranja china, limón francés.
Finalmente, la
misma semana que nació mi muchacho, por donde menos lo esperaba aparecieron
tres inesperados Quijotes que se pusieron las manos en la cabeza con mi cuento.
Jorge Cahue, lamentablemente ya desaparecido, quien tomó una de sus legendarias
calenteras y como buen hijo decente de la Argentina, que los hay a montones, me
garantizó que no dejaría de ir caldeando el ambiente con el tema en su columna que
tenía en Reporte, diario de la economía. El otro fue el querido Kico Bautista,
quien me garantizó que en su columna Feeling de El Nacional, haría igual. Y otro
que se irritó con la situación fue E.A.Moreno Uribe, quien en su columna de El
Mundo también tocó el tema. Los tres hicieron breves menciones en su respectivos
espacios de opinión y esa misma semana, justo antes del viernes 8 de noviembre,
fecha del nacimiento de mi hijo, el fulano banco estaba convocando a que se
firmara el nuevo convenimiento de pago y, de este modo, evitar el embargo, a
todas luces irregular, de la empresa fabricante de discos compactos.
Necesito
acotar que ejemplo de situaciones como esta, que me tocó presenciar desde
primera fila, no eran escasas. ¿Acaso ya se ha olvidado el país de lo que
significó la famosa tribu judicial que usaba el nombre de un connotado
parlamentario adeco? Se sabía que aquel señor, de voz aguda y gesto arrogante,
hacía y deshacía en los ámbitos judiciales a su real saber y entender, pero el país
entero se hacía de la vista gorda ante los desmanes de este Catón tropical y
subdesarrollado. Paradójicamente, en una de las veces que, apegado al espíritu de
la ley, exigió el cumplimiento de la misma, cuando el 4 de febrero de 1992, dejándose
arrastrar por su vehemencia rocambolesca gritó en el hemiciclo legislativo “¡Muerte
a los golpistas!” Ardió Troya, se quemó Roma y Caracas fue el crematorio del rey
y cacique del guiso judicial nacional. Muestra de una sociedad alcahueta y de valores
pervertidos donde mientras corrompes la ley eres rey y cuando pides que la
cumplan te crucifican. Podría seguir enumerando ejemplos anteriores, y
posteriores. Otro personaje de similar talante era el reportero de tribunales
de un muy popular diario nacional, en cuyo escritorio se veían pasar romerías
de mujeres humildes que iban a implorarle intercediera por la libertad de sus
hijos o maridos, y él con voz de perdonavidas se pavoneaba de su poder en los tribunales
por plena redacción del tercer piso de aquel periódico.
Ya el muchacho
tiene 19 años, como dije al comienzo, y otro de los logros de los rufianes rojos
es que nuestro escenario judicial está en un punto que ni en mis peores
pesadillas pude suponer que estaría. El caso del ahora celebre fiscal Nieves,
quien pretende presentarse como la versión caribeña del abuelito de Heidi, provoca
arcadas. Particular mención merece su “indignada” respuesta, en el más rancio
estilo del mencionado cacique blanco, ante los muy justificados razonamientos
hechos por distintos voceros del exilio venezolano en Miami. Por lo visto, sus
culpas están bien frescas y sus noches no deben ser precisamente de sueño
plácido.
Nieves y la
caravana de arrepentidos que él anuncia parecieran estar jugando a repetir el
escenario de la caída de El Tarugo (Pérez Jiménez), cuya principal lacra, el
nunca debidamente juzgado Pedro Estrada, se retiró a vivir a todo trapo en
París, con las rentas de todo cuanto había robado en nuestro país. El dictador fue
condenado a cuatro años de cárcel, y en agosto del 68 salió del país a
radicarse en España donde habitó en un humilde ranchito con una parcela de más
de 15.000 m², más de 3.000 m² de construcción, con comedor para veinte
personas, cinco dormitorios principales, un bunker, garaje para 20 carros,
galería de tiro, peluquería, sauna, piscina, etc… ¡Ganado con el sudor de su
frente!
Reitero: Hemos
sido silenciosos y tercos cómplices de una decolorada justicia con la cual se
ha hecho de todo menos observarla. Eso es lo que explica que ahora veamos una vergüenza
como Franklin Nieves quien ahora quiere ser investido como el Cirineo de
Leopoldo, después que lo crucificó a su buen gusto y placer. No puedo ocultar mi sorpresa ante la reflexión
justificadora y laudatoria de Nieves que me ha hecho recientemente gente muy
querida de dentro de la propia fiscalía general, no quieren ver el grave caso de
omisión de justicia en que han incurrido quienes debieran ser garantes de ella. ¿Qué le espera a la justicia venezolana? Es
un erial infinito lo que nos aguarda, tenemos un aparato judicial podrido desde
sus raíces y que pretenderá ser utilizado en su momento por los malandrines
rojos, como hiciera en Nicaragua el malhadado Daniel Ortega y su plaga
sandinista: controlaron de tal manera la estructura tribunalicia que se dedicaron
a hacerle la vida triste a todos los que le sucedieron hasta lograr retornar al
poder de la manera que lo ha hecho ahora. Como de costumbre, de este lado del
tablero poco se oye, salvo ditirambos y ofertas altisonantes, de cómo se puede restaurar
la justicia, médula de cualquier modelo societario decente. Mientras tanto a la
ciudadanía nos queda remontar una escalinata que parece no tener fin.
4 comentarios:
Buenos días, Alfredo. Todo lo que dices es verdad, pero una cosa es que la justicia haya sido imperfecta y en demasiados casos perversa y otra que haya desaparecido por completo. Así mismo es verdad lo que dices del fiscal Nieves, pero caerle hora con todo lo que se merece me parece poco adecuado porque sin duda inhibe a otros de saltar la talanquera y confirmar lo que ya sabemos pero que bien bueno que sea confirmado por sus propios actores. Un abrazo.
Alejandro Moreno
Felicitaciones, al hijo y por el articulo. Recuerdo que 15 años antes me arrodille ante el llamado palacio de justicia y haciendo la señal de la cruz jure que no volvería a entrar a esa prostíbulo. Y mas nunca regresé.
Jaime Ballestas
La moral es ajustable y la soga son intereses que tiran hasta ahogarla, no es fàcil salir limpio cuando te has atrevido a jugar sobre el lodo de arenas movedizas..."asumo mi responsabilidad " parece la palabra màgica para la absolución....mientras el individuo objeto de su irresponsabilidad e inmoralidad ha padecido largos y dolorosos dias de injusticia.
El perdón, la justicia y la venganza son conceptos muy diferentes que valdría la pena refrescar... al fiscal Nieves, le perdonarà el Dios de cada quien, yo le disculpo porque todo ser humano es susceptible de errar, la venganza me hace tan miserable como aquel para quien si deseo el peso de la justicia porque asumir mi responsabilidad no es lo mismo que pagar las consecuencias de la irresponsabilidad.
Maruja Granadillo
Tu artículo me hace recordar la respuesta de un preso político a quién le preguntaba sobre la justicia. El respondió: "Justicia, ¿con qué se come eso?"
Ylleny Rodríguez
Publicar un comentario