miércoles, marzo 07, 2018

¿DESPUÉS QUÉ?



                Después de mi hogar, donde mis padres, Alfredo y Mercedes, junto a mi abuela Elvira, me enseñaron a leer, contar y escribir, y también me inocularon valores, el Instituto Técnico Jesús Obrero ocupa el primer lugar de mis centros de enseñanza. Allí tuve a gente como Severiano Bidegain, el hermano Korta, Javier Duplá, Rodolfo Rico, Leonardo Carvajal, Jesús María Azkargorta, y Antonio Pérez Esclarín, entre muchísimos otros. Al último de ellos, pocos les llamábamos por su nombre de pila, todos le decíamos "Pechín".
                En ese colegio las actividades físicas iban de la mano con la exigente formación académica. Uno de los más emblemáticos era el CENH –Centro Excursionista Nuevos Horizontes– que cada fin de semana organizaba jornadas al cerro El Ávila. En vacaciones eran jornadas a Guatopo o a Caruao o a cualquier punto de la geografía nacional, como ir a escalar el pico Bolívar, por ejemplo. Uno de los destinos favoritos era una vieja casona colonial que la Compañía de Jesús manejaba en las afueras de Caruao. Los paseos al Pozo del Cura, a pocos metros de esa casa eran una suerte de sueño recurrente a quienes participábamos de ese club colegial.
                Fue así como en los carnavales del 1970, si no me falla la memoria, el infatigable Pechín organizó una salida hacia Caruao. Lo acostumbrado era que un autobús del colegio nos transportaba hasta Los Caracas y desde allí el grupo emprendía una caminata de treinta kilómetros por la carretera de tierra que llevaba a los pueblos de "La Costa" en el Litoral Central, hasta llegar a "la casa de los curas".  Sin embargo el cura Pérez decidió que eso era lo que hacía todo el mundo y que debíamos hacer algo diferente: ir a pie desde Caracas hasta Caruao atravesando el Ávila.
                Todos aprobamos el plan que inicialmente era subir por el Camino de los Españoles por La Pastora y luego desde Maiquetía seguir por las calles hasta nuestro destino. Pero, justo al momento de salir el hermano Korta aseguró que había un camino desde el pico Naiguatá hasta la población homónima y lo mejor era usar esa vía. Y aprobamos el cambio. Subimos en cuatro horas al pico, y comenzamos a bajar. No existía el fulano camino y terminamos perdidos en la cara norte de la montaña… Pechín y ocho estudiantes.
                Nadie sabía de nuestro extravío, en Caruao pensaban que habíamos abandonado a mitad de jornada, en Caracas creían que habíamos llegado. Fueron tres días terribles y hermosos. Veíamos el mar por momentos y nos dirigíamos allá, cada vez bajábamos más y sabíamos que eran cuestas imposibles de remontar, tampoco teníamos nada de comida. Cuando encontramos una casa campesina abandonada vimos el cielo. Y salimos a Tanaguarena.
                Ahora que vivimos este extravío vital, donde payasos aparecen como candidatos, los vecinos se comen a los gatos y los perros, los ancianos y los niños mueren de hambre, rememoro aquellos días en El Ávila y sé que el mar está abajo, hay que seguir porque hay caminos que no podremos volver a pisar.


© Alfredo Cedeño

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Mi querido Alfredo: Hoy me has hecho recordar la primera vez que fui al pico Naiguatá. Eso fue en diciembre de 1950. Había llegado a Venezuela en septiembre (19) de ese mismo año y tenía 16 años. Volví a subir al año siguiente, también en diciembre. No había propiamente caminos ni senderos entonces. Bueno, quizás una especie de sendero sobre la fila desde la base de la Silla, pasando por una infinidad de nidos de avispas que no picaron a nadie porque parecían achantadas por el frío. Jamás he visto nunca una concentración de avispas como la que existe en la fila de que lleva al pico. En cada enana matica de las alturas hay varios nidos de avispas. Y allá, en lo más alto de la cumbre, bajo unas enormes penas, se encuentra, o se encontraba, una tímida y cristalina fuente para saciar la sed. Buen recuerdo que me viene a refrescar hoy en medio del bochorno espiritual que me produce el achicharramiento del brutal estío de estos recalentado tiempos. Mis saludos.

Alejandro Moreno

zulma dijo...

Tremendo susto me hubiese llevado yo perdida en esos senderos, y pensar en pasar hambre peor todavia, afortunadamente cuando uno es muchacho no le da mucha importancia a muchas cosas,es correr una aventura ,LA Persona adulta que iba en esa excursión si sabia a que se exponía. Actualmente debe dar miedo estar perdido en esos caminos de Dios ,sin saber con quien te puede conseguir . Saludos Alfredo

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