miércoles, mayo 02, 2018

GRACIAS CARPENTIER


                Hay autores con los que uno adquiere deudas vitales, nunca puedes saldarlas. Una frase puede ser el gatillo para un pagaré que uno hace suyo sin vacilación, dos líneas y algo más pueden ser suficientes para sentir que quien armó dichas palabras tiene el don divino de decir todo con la sabiduría de la brevedad. Es mi caso respecto a Alejo Carpentier.
                El suizo más cubano que ha existido, no se olvide que nació en Lausana, precursor de lo que escritores y ensayistas dieron en llamar "realismo mágico", mientras que a él pretendieron encasillarlo en el neobarroquismo, hizo de nuestro país su gran cantera; Los Pasos Perdidos es la mejor demostración de ello.  No puede dejar de mencionarse que en El Nacional, su columna Letra y Solfa, marcó una pauta para muchísimos periódicos iberoamericanos de lo que era una inédita manera de realizar la crítica musical.
                Aunque nací en Caracas, mi infancia transcurrió en La Guaira, en sus calles coloniales aprendí a caminar y en sus escarpados callejones supe imaginar que al cielo se podía llegar pese al calor a veces agobiante. La primera vez que hice un viaje aéreo fue a la isla de Margarita, y cuando regresamos al ver el puerto y el laberinto de caminos guaireños en su totalidad, la palabra se me hizo un galimatías donde no atiné a describir lo que contemplaba mudo de emoción.
                Esa maraña me duró hasta que leí El siglo de las luces de Carpentier. Casi al final de ese libro encontré: "Doblóse un promontorio que parecía tallado en un bloque de cuarzo, y apareció el puerto de La Guaira, abierto sobre el océano como un anfiteatro colosal en cuyas gradas se escalonaron los tejados". ¿Cómo describir mejor a la cuna de mis sueños?
                En estos días que tanto se habla de elecciones, y pululan como la verdolaga quienes las enaltecen, me confieso desbordado por un escenario donde los que pretenden encarnar héroes son una comparsa de payasos en desgracia.  Y el mencionado autor me lanza un cable que me permite entender a cabalidad el momento que vivimos, triste sainete con pretensiones dramatúrgicas donde vemos lo inimaginable: gente talentosa y capaz sirviendo de cortejo a un mequetrefe como Henri Falcón. En las páginas finales de su novela Carpentier pone en boca de Víctor Hugues, en conversación postrera con una desencantada Sofía, unas palabras con las que su pluma zahorí supo retratar con meridiana franqueza lo que estos personajes y sus acólitos son: "Lo siento. Pero yo soy un político. Y si restablecer la esclavitud es una necesidad política, debo inclinarme ante esa necesidad."

© Alfredo Cedeño

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