miércoles, noviembre 14, 2018

PEQUEÑA FÁBULA

         
                         Decía el bachiller Esopo que la costumbre dulcifica hasta las cosas más aterradoras. Parece ser que la plaga roja es más culta de lo que a simple vista expresa, puesto que han demostrado conocer y aplicar dicho aserto de manera impecable. A partir de Chávez y su arenga altisonante, bajo la mirada cómplice de una casta política inconexa con nuestro tejido social, el país se nos ha desmigajado de manera insólita. El terror fue tomando posiciones en nuestro quehacer diario hasta convertirse en parte de nuestras vidas para luego ser visto con naturalidad, es decir, con la dulzura que reviste a todo aquello que es parte de nuestra cotidianidad.
                         Descalabraron la Constitución que desde los sesenta, mal que bien, nos había guiado y las más altas instancias legislativas y judiciales se pararon a aplaudir al señor de Sabaneta. "Toman por asalto" a la gallina de los huevos de oro y los trabajadores petroleros empiezan una solitaria pelea que logra hacer retroceder al mentado señor, y sobran los vivarachos de rigor que tratan de aprovecharse de ellos para encauzar dichas aguas a sus molinos; una vez seco el río les sacaron la silla para dejar que PDVSA sea el elefante rojo que agoniza hoy en día. Van asesinando a quienes no pueden callar y Oscar Pérez, Fernando Albán, Juan Pablo Pernalete, Daniela Salomón, por nombrar algunos entre una lista infinita, son parte del pánico que han instaurado en nuestro país.
                         Ha sido una labor metódica. A conciencia y sin escrúpulos se nos ha despojado de casi todo. Los rezagos de dignidad tratan de acabarlos con sus bozales de cartón del CLAP, a sus perros falderos los premian con limosnas que envilecen. La concepción del bendito hombre nuevo está basada en la destrucción de lo que fuimos, de lo que somos, de lo que seremos. Y ahí está la piedra que no han podido mover siquiera: el gentilicio venezolano.
                         Pese a las escenas aterradoras que circulan por las redes sociales donde muchachos imberbes asesinan a otros con frío gozo, o de los ataques sanguinarios contra la muchachada que pelea sin tregua por los derechos de la ciudadanía, o de la complacencia de una casta política que se ha autodesprestigiado con esfuerzo digno de mejores causas, o del hambre que planea sobre todo el territorio nacional, o de la dolorosa diáspora de quienes ante el desamparo buscan cómo sobrevivir, más allá de todo eso y más aún, hay una venezolanidad con espíritu de araguaney.
                         Uno pasa por las carreteras entre mayo y diciembre y ve todo verde, hermoso pero monótono, no hay una nota de color que cambie el paisaje. Hasta que a fines de enero las montañas y los campos empiezan a reventar de amarillo, es un carnaval que los ojos y el alma celebran ante aquel florear de nuestros araguaneyes. Así mismo veremos retoñar nuestra condición de gente de bien.

© Alfredo Cedeño

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bueno. Una nota de color y optimismo en medio de tanta desolación Un fuerte abrazo y mi bendición.

Alejandro Moreno

Follow bandolero69 on Twitter