Una de las primeras veces que escuché mencionar los términos brumario, vendimiario, y termidor fue en boca del cura Javier Percaz, quien era mi profesor de Educación Artística en el Jesús Obrero. Recuerdo que en horas del recreo le pregunté por esos nombres y fue cuando me enteré de que había habido un calendario republicano francés, el cual estuvo en uso durante la Revolución francesa y por instrucciones de la Convención Nacional, se utilizó entre 1792 y 1806. El diseño intentaba adaptar el calendario al sistema decimal y eliminar del mismo las referencias religiosas; el año comenzaba el 22 de septiembre, coincidiendo con el equinoccio de otoño en el hemisferio norte. Se clasificaron para otoño los meses vendimiario, brumario y frimario; al invierno le correspondieron nivoso, pluvioso y ventoso. Para primavera se establecieron germinal, floreal y pradial; y al verano le correspondieron mesidor, termidor y fructidor.
Lo cierto es que, en aquella década agridulce,
de grandes conquistas sociales y terribles desmanes de todo orden y concierto,
cometidos en aras de la justicia, se vivió una verdadera orgía de guillotinas
que significó un despescuece masivo. En aquellos días se hicieron famosas
ciertas señoras de dulce apariencia y hábiles destrezas en el arte de Atenea
las tricoteuses, es decir tejedoras. Estas afables doñitas se dedicaban
a realizar tejido de punto al lado de los degolladeros, mientras conversaban,
digo yo, sobre los adelantos de sus nietos, o los precios de las habas en el
mercado. Tan impactantes fueron estos personajes que Charles Dickens en su
novela Historia de dos ciudades creó un personaje detestable: madame Therese Defarge,
quien en uno de sus diálogos asegura: “Dile al viento y al fuego que pare,pero
no a mí”.
Lo cierto es que todo este escenario terminó
dando paso a Napoleón Bonaparte, quien, el 18 de brumario del año VIII, 9 de
noviembre de 1799, dio su célebre golpe de estado. Y fue así como el diminuto
hijo de Córcega se hizo con el poder, para lo cual se arropó con la bandera
revolucionaria hasta someter a la nación gala a sus órdenes y caprichos. Hago
este vuelo rasante, en el que quedan kilómetros de tela por cortar, al ver a
los militantes electorales post Barinas desmelenándose por el inmarcesible
logro de la democracia. Mientras tanto el gobernador electo acude ante el
Napoleón tropical y subdesarrollado de Miraflores a rendirle la pleitesía del
caso. Por cierto: ¿Y cómo queda el figurín encargado? Esos sufragistas
vociferantes son lo más parecidos a las tricoteuses francesas de fines
del siglo XVIII que me puedo imaginar.
Tal vez, cuando seamos meros recuerdos,
aparecerá un Dickens que creará un personaje que represente a cabalidad a
nuestras tejedoras de maromas, todos esos que no pueden dejar de chismorrear
mientras tejen sus medias, hablan de lo mermadas que están las cajas CLAP, y se
mantienen aupando que sigan maniatando al país hasta que se consuma la
degollina.
© Alfredo Cedeño
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