Mantengo en la memoria la primera vez
que comí paella en casa de unos amigos españoles. Ellos eran catalanes y se
jactaban de ser buen diente. Y lo mantengo en mis recuerdos porque hasta ese
día había comido ese plato en innumerables ocasiones, pero aquel primer bocado
me hizo quedar inmóvil. Mis amigos que me conocían muy bien dejaron de comer y
me miraban fijamente; hasta que Jorge saltó: ¿Ahora qué mosca te ha picao?
Respondí: ¡Este sabor es diferente!, ¿qué vaina es esta? Hala animal, deja de
tocarnos las narices y come, me dijo el padre.
Por supuesto que no me quedé en paz y seguí comiendo, pero buscando qué
era lo extraño. Hasta que caí que había un cierto amargo, y un aroma muy
característico, que le daba ese toque mágico que me tenía embriagado. Cuando
seguí con el dale que te pego de saber qué era lo diferente, doña Montserrat,
me explicó el secreto. Y así me hice adicto al azafrán.
Esta especia, que proviene de los
estigmas de la flor de la planta Crocus sativus. Son largos meses desde
que se siembra hasta que se colectan, y se le llama el oro rojo porque un kilo
de dicho condimento puede costar alrededor de cuatro mil dólares. Pero es que
para llegar a colectar ese kilogramo es necesario escarbar más de 160.000 flores,
porque de cada una apenas se pueden colectar tres hebras…
Acerca de la producción de esta joya
hay un universo de referencias. En el siglo VII a.C, los botánicos asirios le
documentaron por primera vez, aunque ya antes había algunas referencias a su
uso medicinal, era utilizada para el tratamiento de unas noventa enfermedades.
Los egipcios la utilizaban para embalsamamiento, para los romanos fue un
afrodisiaco, los griegos la empleaban para perfumar sus salones. Será en el
siglo VIII de esta era, luego de la llegada de los musulmanes a la península
Ibérica, cuando llega a la gastronomía española.
Sin embargo, su cultivo y elaboración
se ha ido concentrando en un país a caballo entre el llamado Oriente Medio y
Asia Occidental: Irán. Allí se cultiva el 90% de la producción mundial de
azafrán.
Cuando leí el pasado 13 de julio las
declaraciones de Ali Rezvanizadeh, responsable de proyectos agrícolas iraníes
en el exterior, anunciando que la satrapía venezolana “había acordado
proporcionar un millón de hectáreas de predios agrícolas para los proyectos de
cultivo de Irán en el extranjero para asegurar los alimentos que necesita la
nación persa para sustentar su estrategia de seguridad en esta área”, recordé
las cifras de producción del mencionado aliño. Y empecé a preguntarme si será
que ahora van a sembrarlo en Paraguaná, o quién sabe si les dará por plantarlo
en las afueras de El Guamache, allá en Margarita. Porque la verdad que no se me
ocurre otra cosa. ¡A menos que se dediquen a sembrar amapola! No sería extraño que los hampones que se han
adueñado de Venezuela pretendan convertirla también en La Meca de la heroína
tropical. Algo es seguro: yuca no van a plantar, a menos que se la siembren a
Maduro y su combo.
2 comentarios:
Alfredo
Eres asombroso, encuentras ideas y temas siempre atractivos y los conviertes en textos de portentoso dominio de lenguaje y fértil sensibilidad. Hay en ellos, además, un conocimiento magistral de lo que hablas que, en el caso del azafrán, recorre a través del tiempo como si se tratara de un atleta corredor en algun maratón griego o neoyorquino.
¡Es lo que explica por qué te admiro tanto!
Rodolfo Izaguirre
Indudablemente que su prosa es cautivante 💕 nos llena de su suspicaz sapiencia y la entremezcla con esa política aterradora que nos envuelven como cizaña en nuestra amada Venezuela y no queda de otra que decirle cuán placentero es leer sus escritos 👍🏼💪🏻💪🏻 Ingrid Rodríguez
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