Mostrando las entradas con la etiqueta ética. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta ética. Mostrar todas las entradas

miércoles, junio 03, 2020

ÉTICA PATÉTICA


                Pocas palabras han tenido, y tienen, la carga interpretativa que posee ética. A partir de ella se han escrito tratados de todo color; y se han formulado variaciones con cualquiera sea el sabor que a usted se le pueda ocurrir, algo así como la célebre heladería Coromoto en Mérida, donde usted podía encontrar sorbetes que iban desde camarones al vino, pasando por guama y fororo, hasta la muy vernácula caraota. Como reza la manida frase: Hay para todos los gustos.
                Si nos ponemos a ver, dicha locución es un recurso para evitar que nos matemos unos a otros, es la cerca que el ser humano creó para colocar elementos de contención frente a la barbarie de la fuerza bruta. Vano intento. A ella le pasó como a su compañera historia, la termina escribiendo el que vence.  Poco valen las buenas intenciones, los derechos ancestrales, el  uti possidetis juris (que terminó por ser traducido: Como poseías, así te quitaré), y todos los otros vocablos de similar especie. El que gana impone y dispone, y olvídense de igualdad, libertad y fraternidad, esas son menudencias galas que desde el siglo de las Luces andan por ahí dando saltos, por algo lo mismo se les usa como lema oficial tanto en Francia como en Haití.
                Se habla de ella según la conveniencia de cada cual, no hay un acuerdo con respecto a su uso y aplicación, no hay ISO 9000 que valga para ella, sus estándares son tan variopintos como patanes de turno nos podamos imaginar. Se ha hablado y escrito de éticas normativa, aplicada, religiosa, utilitarista, epicúrea, estoica, empírica, cívica, profesional, militar, y hasta de una metaética se han establecido cánones.
                El secular tejado que se ha tratado de colocar para protegernos siempre está en reparación, nunca calza cada pieza en su lugar porque nunca falta un gamberro que le arroja lo que le provoque. Después de todo bien saben que no habrá quien les reclame o haga pagar los daños causados. La ética se define según el que empuñe la batuta. Puede ser la de Castro o la del Dalai Lama, la de Mandela o la de Stalin, la de Antonio Estévez o la de Dudamel, la de Juana Sujo o la de Mimí Lazo, la de Almagro o la de Maduro, y por ahí podemos seguir hasta el horizonte o más allá.  
                Repito, todo concluye en un mero torneo de fuerza, y  olvídense de Pedro Calderón De La Barca y aquello de “No hay razón donde hay fuerza”, porque termina al mando el viejo refrán: Cuando la fuerza manda, la ley calla.  Tal vez el patetismo de la frase está condensado en una canción, La Chiva, que grabó Johnny Pacheco en 1977 en su disco The Artist, donde la voz de Héctor Casanova entona: Una chiva ética, pelética, peluda y perintancuda…
A la larga, ética es una excusa, un recurso decadente donde ampararnos cuando queremos hacer lo que se nos antoja, una floritura hecha palabra  que podemos convertir en escudo y salvoconducto para burlarnos del mundo entero. Maduro y su combo han demostrado que en tales vericuetos de la filosofía son verdaderos expertos, qué san Agustín de Hipona y santo Tomás de Aquino ni que niño muerto. 

© Alfredo Cedeño 

miércoles, septiembre 11, 2019

AMOR DE IGNORANTES


            “Que amor no te quite conocimiento”, fue una frase que le oí a mi padre en diversas ocasiones. El viejo Alfredo era estricto y duro al juzgar, empezando por él mismo. Recuerdo una oportunidad en que lo vi encarar a un vendedor de papas, en la parte superior del mercado de Punta Mulatos, en La Guaira, en lo que queda del estado Vargas, que atendía a una señora y le daba el cambio incompleto. La señora reclamó y el verdulero le decía que ella le había dado un billete de diez, y ella insistía en que había sido de veinte. Los gritos subían de tono de lado y lado, ya la gente comenzaba a aglomerarse, y papá en un escaso silencio  que hubo dijo: “Deja la vaina y dale el vuelto completo que ella te dio veinte, yo lo vi”. La mudez se alargó y recuerdo desde mi estatura de nueve años los cruces de miradas y la mano extendida del comerciante dándole el monto correcto a la doña.
            Rato más tarde, cuando salíamos de esas instalaciones, pregunté: Papá, ¿y tú conocías a la señora de las papas? Me respondió: No. ¿Entonces por qué te metiste en ese zaperoco ajeno? Porque aunque tengo en mi haber más de una cosa de la que arrepentirme trato de no agregar más, y me gusta acostarme y dormir tranquilo; si uno ve algo que no está bien y se calla está contribuyendo a que lo malo se quede. Acuérdese hijo –y me repitió aquello de–: que amor no le quite  conocimiento.
            Debo reconocer que más de una vez se me ha pasado la mano en mis apreciaciones. Sin embargo, en aras de una posición cristiana ante la vida he tratado de tener presente siempre lo de: quien esté libre de pecados…, pero siempre tratando de ser justo.  Mi país, mis paisanos, todos, hemos sido muchas veces peligrosamente solidarios, el síndrome de defensor de los pobres se ha afincado entre nosotros de manera férrea; al punto que la solidaridad automática se ha convertido en alcahuetería incondicional. No obstante, debo apuntar que muchas veces la supuesta solidaridad no es más que una manera burda de simular la defensa de intereses propios de ciertos actores.
            Los conflictos éticos más de una vez se han callado porque “no  es el mejor momento” o “¿no te parece que esté no es el tiempo más indicado?”, o cualquier otra expresión de igual tesitura. Mientras tanto los bandoleros de turno siguieron, y siguen, haciendo de las suyas. ¿Nunca va a llegar el mejor momento, o el tiempo indicado?
Las cofradías exultantes de un bando y del otro claman por la canonización de sus adorados, los que señalamos algún defectillo, o descarada incompetencia, somos lapidados cuando no incinerados de manera fulminante y expedita. Un llamado de atención sobre algún punto en particular, o alguna actuación poco clara de algún hijo o un hermano, más bien es un toque a rebato para que las hordas vocingleras se conviertan en Salomé que piden la cabeza de quien ose decir algo.  Vivimos tiempos de amor quitando conocimiento, o en palabras de mi padre: Nos jodimos, ahora los conejos persiguen a las escopetas.

© Alfredo Cedeño

Follow bandolero69 on Twitter