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miércoles, noviembre 06, 2019

ESTACIONES Y COSECHAS


         Nada más traicionero y volátil en sus afectos que el tiempo. Hoy eres un ídolo y mañana eres un canalla insepulto digno del mayor de los desprecios, ayer fuiste el peor de los villanos y hoy te encuentras vitoreado hasta el paroxismo, mañana serás Lázaro y ayer no tenías la más peregrina idea de cuan cerca estabas de la resurrección.  Por lo general ayer, hoy y mañana suelen armar unos batiburrillos que ni Clodomiro, el del burro adivino, puede explicar de manera más o menos clara algo que pueda ser entendido ni aun por los calculistas de la NASA.
         Debe decirse que junto al tiempo van las acciones, suelen ir de manitas enlazadas, y así van generando gestas o tragedias. Sin embargo, no siempre el tiempo se manifiesta cuando debería, o creemos que así ha de ser, y termina llevando a cabo unas jugarretas que no siempre se logran entender. Lo mismo ocurre con las acciones; bien haces esto, o aquello, y todo concluye en un escenario enteramente diferente al que suponías debías llegar. La ambigüedad y amplitud de ambos vocablos hace infinitas las variaciones a las que podemos tener acceso al combinarlos.
         ¿Cómo se hace para acertar en el momento cuando el gesto es hecho? ¿Quién sabe moverse al compás exacto que permite dar en el blanco? ¿Dónde debemos apuntar para que la acción ejecutada no se convierta en un desplante, o una morisqueta de indescifrables consecuencias? ¿Qué hace que un líder combine de la manera adecuada sus –muy naturales, por demás– cálculos como individuo, con los intereses de la colectividad que pretende representar?  ¿Cuál es el instante en el cual las acciones, realizadas o convocadas, consagran o desgracian el rol de un dirigente? 
         Adjudican a Antonio José Ramón de La Trinidad y María Guzmán Blanco, decimoctavo presidente de esta tierra ahora “revolucionaria”, la frase de que nuestro país es como un cuero seco: lo pisan por un lado y se levanta por el otro. Tal vez la falta de concordancia entre lo dicho, lo hecho y el tiempo sean la clave para entender las cosechas tempestuosas a las que estamos casi acostumbrados. Escribo casi, porque pese a todo este súmmum de vendavales donde solemos permanecer se conserva un hálito de esperanzas en el que nuestro instinto de supervivencia nos mantiene precariamente a salvo. 
         Se han sembrado vientos de manera pródiga, nos han sobrado los émulos de Eolo, y ahora que la cosecha de tempestades es copiosa, pretenden, cara de asombro de por medio, simular un desconcierto de ninfas maltratadas. Hasta de decoro son huérfanos, y así pretenden ser los baquianos de esta pésima hora que nos toca padecer.
                                                                            
© Alfredo Cedeño

domingo, octubre 27, 2013

SOMOS VENEZOLANOS

            De nosotros los venezolanos se han dicho, dicen, dirán, infinidad de cosas. Les aseguro que muchas de sobra, y otras tantas de menos. Algunas acertadas, muchas desencaminadas; a veces preñadas de buenas intenciones, en ocasiones pletóricas de cizaña.  Es decir, como en la viña del Señor, hay de todo.
 
            El viejo Alfredo Cedeño, mi padre, me acusaba de optimista insumergible, y no dejaba de tener razón; él decía: “A este carajito le das un cogotazo y te dice que no le hagas cariño tan fuerte…”.  ¿Cómo podía percibir cualquier gesto de quien me había demostrado siempre el infinito amor que me tenía?  Igual me ocurre con mi país y su gente, pese a todo.
 
            Psicólogos, sociólogos, antropólogos, politólogos, y cuantos “ólogos” tengan a bien ustedes evocar, mencionar o concebir, han disertado de manera prolija y copiosa sobre nosotros y nuestro devenir. Hay quienes aseguran que somos lo que merecemos ser, otros se emparrandan y afirman al son de la canción de Willie Colón “árbol, que nace doblao jamás su tronco endereza”, algunos pontifican que las raíces de todos nuestros males parte desde el mismo momento en que Francisco de Miranda en una suerte de maldición gitana pronunció su célebre frase: “¡Bochinche, bochinche! ¡Esta gente no sabe hacer sino bochinche!”. 
 
       En este punto quiero aclarar que no hay sino una rancia tradición oral con respecto a la citada frase de don Francisco, la cual supuestamente pronunció la madrugada del 31 de junio de 1812, cuando un grupo de oficiales fue a joderle la paciencia en el lugar donde dormía en el puerto de la Guaira, para luego traicionarlo y entregarlo a los representantes del gobierno español. 
 
            Haya soltado o no Miranda dicha jaculatoria, lo cierto es que pareciera haberse bordado a lo largo de nuestra vida republicana. Escribo esto último con pinzas.  Es tan fácil y cómodo dictar cátedra con las nalgas bien apoltronadas… Por ello siempre celebraré haber tenido la formación jesuítica que tuve de manos de gente como Severiano Bidegain, Iñaki Huarte, Javier Duplá, el hermano Korta, y paremos de contar, quienes me inocularon desde adolescente con el amar y hacer a este país.  Debo mencionar también a gente que más adelante la vida me puso en el camino: Daniel de Barandiarán, Antonio Estévez, Pedro Duno, Rodolfo Rico, Leonardo Carvajal, Esteban Emilio Mosonyi, Chú Rosas Marcano, Mikel de Viana, y volvamos a parar. Gente hermosa toda que con generosidad me fueron formando y cultivando la conciencia de ser hijo de este ahora aporreado pedazo del planeta.
 
            Sería bien hijo de la gran noche si no mencionara al lado de los ya citados a gente como Alfredo “el tuerto” quien en los años 70 me enseñó en las playas de Chuspa los secretos de la pesca artesanal, Chucho Márquez que en las montañas de Trujillo me abrió las puertas de la invalorable riqueza de su literatura oral, Hernán Camico quien me ilustró de la suave e inextinguible cultura indígena Baniva del Amazonas… ¡Tanta gente que me ha forjado!
 
 
Se nos enrostra a menudo, y pretenden al hacerlo convertirlo en baldón, que somos un pueblo parejero. Explico a los lectores allende nuestros predios que se tilda acá de parejero a los vanidosos, presumidos.  ¿Parejero un país que ha soportado la casta de gobernantes que le ha tocado sufrir por siglos? No me remontaré a nuestros meros inicios, voy a citar dos casos del siglo XVIII. Uno es el de Juan Josef de Cañas y Merino, quien era caballero de la Orden de Santiago y capitán del Ejército español y a quien por haberle regalado al rey 10.000 pesos, este lo nombró capitán general de Venezuela por Real Cédula del 8 de Octubre de 1706.
 
El 6 de Julio de 1711 se encargó Cañas de la Capitanía general de Venezuela. ¡En mala hora! Son centenares de folios los que hay llenos con las tropelías de este funcionario; pero menciono algunas: los curas franciscanos en su convento de Caracas tenía veinte (20) matas de plátanos y un (1) árbol de aguacate, cuyos frutos   eventualmente vendían a la población y cuyo comercio el ilustre gobernador consideró impropio y a la cabeza de una turba de unos cuantos indios armados de machetes y personal de tropa marchó sobre el convento.  Las crónicas también reseñan la debilidad de Cañas por las doncellas de corta edad y de preferencia huérfanas para evitarse dificultades. Cañas estableció en Caracas el juego de carreras de patos y gatos en la plaza de la Misericordia donde se enterraban hasta el cuello a dichos animales para luego alancearlos desde su cabalgadura a todo galope. Cañas y Merino, nos describe el general Lino Duarte Level en su libro Cuadros de la historia militar y civil de Venezuela: desde el descubrimiento y conquista de Guayana hasta la batalla de Carabobo: “Apareció el gobernador a caballo, precedido de un clarín que anunciaba su venida: vestía traje flamenco, con adarga de reluciente cuero con guarniciones de plata y una lanza con banderola. Gustaba Cañas de este fausto de la Edad Media, y así paseaba las calles de la ciudad, llevando las insignias de su empleo.”
 
En ese mismo siglo el obispo de Caracas Diego Antonio Diez Madroñero juzgó a Juan Vicente Bolívar, padre de nuestro Simón Bolívar. Los pormenores de dicho juicio los recogió el querido cura Alejandro Moreno en su libro Pastor celestial, rebaño terrenal, lobo infernal: Expediente a don Juan Vicente de Bolívar. Allí se revelan varios casos de abusos sexuales cometidos por el mencionado patriarca en los valles de Aragua. Los detalles son verdaderamente escabrosos, y revelan de él “su poder, violento genio, y libertad en el hablar”, las páginas del libro de Moreno.
 
Al siglo siguiente Venezuela presenció y padeció, entre otros, los gobiernos de  José Antonio Páez, José Tadeo Monagas y Antonio Guzmán Blanco. Monagas fue el artífice del asalto al Congreso Nacional de Venezuela el 24 de enero de 1848 donde murieron cuatro diputados, además de otras cuatro personas.  Guzmán Blanco fue otro pájaro de cuentas quien hizo célebre su frase: “Venezuela es como un cuero seco: la piso por un lado, se me levanta por el otro”; fue autor de tropelías de todo orden mientras ejerció la primera magistratura.
 
En el siglo XX las manifestaciones de este tipo se hicieron múltiples: Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez, Pérez Jiménez, un rosario de personajes arrogantes que pretendieron hacer de este país su hacienda propia. Siempre salieron con las tablas en la cabeza. Luego tuvimos un lapso de casi medio siglo de imperfecta democracia donde se respetaron ciertos pactos, lo cual permitió que tirios y troyanos convivieran y llevaran a cabo su vida política sin mayores cortapisas.  No en balde el mundo cultural y académico se convirtió en una suerte de “guarimba” para los militantes de extrema izquierda, y de cuanto resentido trasnochado pululaba en el país.
 
Ahora llevamos casi tres lustros viviendo un doloroso –y por lo visto inútil- “proceso” en el que se ha hecho lo imposible por desarticular un modelo societario que se había ido convirtiendo, pese a las imperfecciones mencionadas en el párrafo anterior, en clara referencia para el mundo. La vocería destemplada, de la mano con la propaganda, han vendido a propios y extraños la idea de una gesta en evolución de la que solo van quedando restos de una otrora productiva economía, vallas publicitarias anunciando obras que nunca se construyeron (ni construirán), y miles de palabras arrastradas por el viento de su propio vacío.
 
Retomo lo de líneas –unas  cuantas– atrás: ¿parejero un pueblo que ha sobrellevado todo lo que muy sucintamente les he enumerado? Parejeros nos llaman por ser dueños de un gran orgullo que bien podríamos definir como de “por interpósita persona”. ¿Cómo no reconciliarnos y consolarnos diciendo que hemos tenido a los mejores deportistas del planeta empezando por Carlos “Morocho” Hernández, Antonio Armas, El Gato Galárraga, Greivys Vásquez y nuestra Vino Tinto entre otros? ¿Cómo hacemos para no presumir de ser la tierra de Irene Saez, Pilín Leon, Susana Duijm y Maritza Sayalero? ¿Por qué no pavonearse de Humberto Fernández-Morán, Jacinto Convit, Jesús Soto, Carlos Cruz Diez, Miguel Ramón Utrera y Juan Félix Sánchez?
 
            Somos lo que somos gracias a nosotros y nuestra tenaz determinación de ser libres, sublimes y felices; porque asumimos con alegría la responsabilidad de ser venezolanos.

© Alfredo Cedeño
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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