A fines del siglo XIX el médico, fisiólogo y
psicólogo austriaco Josef Breuer somete a tratamiento a Bertha Pappenheim. Los procedimientos se llevaron a cabo por el
científico austríaco se llevaron a cabo entre diciembre de 1880 y junio de 1882. Él, en el marco de las terapias utilizadas
para tratarla comenzó a utilizar el término catarsis, lo cual compartió con su
paisano, alumno y protegido Sigmund Freud.
Breuer y Freud, son considerados los padres del
psicoanálisis, y a partir de esos años comenzaron a hablar de método catártico,
el cual permitía desbloquear emociones y recuerdos reprimidos que tenían una
secuela somática en los pacientes. Será en 1914, luego de casi veinte años de
separación de su mentor, que Freud en su artículo Recordar, repetir, reelaborar habla por primera vez de catarsis
breueriana. A partir de ahí la palabra entró en el argot de los estudiosos de
la conducta y la mente, con su posterior divulgación masiva y consecuente
adopción por el habla coloquial.
Breuer había tomado prestada la locución del griego,
donde el bachiller Aristóteles la había empleado al hablar de la tragedia en su
Poética. Es bueno decir a esta altura
del juego que el estagirita utilizó en sus notas dicho termino así: “Una
tragedia es la imitación de una acción elevada y también, por tener magnitud, completa
en sí misma; enriquecida en el lenguaje, con adornos artísticos adecuados para
las diversas partes de la obra, presentada en forma dramática, no como
narración, sino con incidentes que excitan piedad y temor, mediante los cuales
realizan la catarsis de tales emociones”.
Como suele ocurrir con todos los desaparecidos, las
versiones en cuanto al sentido que el descendiente de Esculapio quiso darle a
dicha palabra son infinitas. Hay estudios como el de Ángel Sánchez Palencia: «Catarsis» en la Poética de Aristóteles,
publicado en Anales del Seminario de Historia de la FiIosofía (Madrid. l996),
donde hay una sesuda disertación al respecto. Hago este recorrido por el valor
achacado a dicha palabra porque han sido innumerables las versiones, y ello no
es patrimonio de tiempos recientes. En el siglo XVIII el dramaturgo y crítico
literario alemán Gotthold Lessing sostuvo que la catarsis convertía el exceso
de emociones en virtuosas disposiciones.
Es justo precisar que el honorable mataburros de la
Real Academia de la Lengua Española, haciendo gala de ecuménica, le otorga los
siguientes significados:
“1. f. Entre los antiguos griegos, purificación ritual de personas o
cosas afectadas de alguna impureza.
2. f. Efecto purificador y liberador que causa la tragedia en los
espectadores suscitando la compasión, el horror y otras emociones.
3. f. Purificación, liberación o transformación interior suscitadas
por una experiencia vital profunda.
4. f. Biol. Expulsión espontánea o provocada de sustancias nocivas al
organismo”.
A la larga
terminó por prevalecer en el lenguaje diario una versión adosada a la de Breuer
y Freud, por lo que hoy en día se le acepta de manera general como forma de
desahogar ira, frustración e impotencia. Esta reflexión, que amenaza por
convertirse en un verdadero batiburrillo, la hago al calor de las
imágenes, testimonios e informaciones
que me llegan de la célebre marcha hecha en Caracas el pasado 1 de
septiembre. Mi papá, quien me solía
endilgar un optimismo insumergible, en esta oportunidad, ante mi pesimismo
desbordado, estoy seguro de que me hubiera preguntado. ¿Qué vaina es, Alfredo
Rafael? Las elucubraciones en torno a los logros de la jornada cívica memorable
de ese día son infinitos, pero hacen poca justicia a la demostración de
hartazgo de toda Venezuela frente a los asnos que conducen el país.
Desafortunadamente la recua llega mucho más allá de la empalizada roja y se
extiende hasta nuestros predios.
Hay un antiguo
refrán griego que muchos se empeñan en achacar a Eurípides, pero que los
estudiosos de su obra aseguran no es de su autoría pero que en esta oportunidad
viene al caso de forma apropiada: “Aquel a quien los dioses quieren destruir,
primero lo vuelven loco”. La demencia
colectiva que parece arropar a tirios y troyanos se comprueba con otro aserto
que sí es del poeta griego: Frente a una muchedumbre, los mediocres son los más
elocuentes.
He señalado en
repetidas oportunidades, y lo seguiré haciendo, que la alcahuetería de la cual
hacen gala nuestros “dirigentes” es pública y manifiesta, de manera desembozada
proclaman sus ambiciones por los cargos de la Rēs pūblica que los
muy zánganos consideran una vaca a la que destazar para repartirse entre ellos,
ni siquiera guardan las apariencias en la pelea por los despojos de la que una
vez fue la taza de oro del continente. Y al hablar de ese envilecimiento notorio
busco en la obra del toledano Fernando de Rojas, La Celestina, que ya en 1499 desnudaba en la vieja alcahueta la
miseria de quienes andan tras bastidores buscando pervertir cuanto les rodea.
En un diálogo que ella sostiene con Calisto, Pármeno y Sempronio les dice: “Ganemos
todos, partamos todos, holguemos todos. Yo le traeré manso y benigno a picar el
pan en el puño. Y seremos dos a dos y, como dicen, tres al mohíno”. En esa andan muchos que andan dándose carajazos
en el pecho mientras vociferan su compromiso con el pueblo, pero luego van a
reuniones y conversaciones con los más genuinos fantoches y bufones de esta
troupe perversa que no cesa de humillar al país entero.
© Alfredo Cedeño
1 comentario:
Buenos días, querido Alfredo. La catarsis es al fin y al cabo un desahogo que va seguido de la calma. En la toma de Caracas hubo sí algo de catarsis pero no total porque la gente no se calmó y para probarlo, los hechos de Margarita sirven. No creo que haya que buscar catarsis sino conciencia cívica de que el desahogo no llena la barriga ni cura el cáncer, Creo que hay en ello más que catarsis, decisión de salir de quien produce la angustia. Quizás haya mejor que hablar de hübris. Dios nos la bendiga. Un abrazo.
Alejandro Moreno
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