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domingo, junio 08, 2014

EL REPIQUE DE CURIEPE

            El pasado domingo, a las doce en punto del día, Curiepe vivió su ya tradicional duelo de repiques que anunciaron a toda la zona de Barlovento del estado Miranda que llegó el mes de san Juan Bautista. Repicaron las campanas y repicaron los cueros de los tambores Mina, Curbata –o Curbeta- y Culo e´Puya. Todos resonaron con vigor viral, y contagiaron con su frenesí y sensualidad a cada uno de los que ahí estuvimos.
 
            A esta población le dediqué dos años atrás una nota donde hice una breve relación de su rica historia (http://textosyfotos.blogspot.com/2012/09/curiepe.html). Al revisar algunos textos buscando soportes para lo que hoy les escribo, encuentro que allí llegó el viernes 20 de febrero del bisiesto año de 1784, el obispo andariego Mariano Martí, quien asentó en Documentos relativos a su visita Pastoral de la Diócesis de Caracas:  “llegamos a los tres quartos para las onse de la mañana a este pueblo de Curiepe”. Más adelante, luego de despacharse a gusto sobre las infidelidades y “liviandades” de sus vecinos, se queja amargamente: “El vicio predominante acá es la omisión de oyr Missa, sobre que he dado decreto (véase), y acá no hay devoción, ni virtud, ni freqüencia de Sacramentos, ahún en las festividades de Jesuchristo y de María Santíssima, sino en alguna vieja;…”
 
            Al revisar lo escrito 230 años atrás por el citado representante de la citada autoridad eclesiástica vemos que nuestro santo jacarandoso no aparece  por ninguna parte.  ¡Ojo!  No digo con ello que la devoción ya no existiera. Al remitirme a Berta Pérez y Carlos Chirinos, del IVIC, encontramos que desde 1528 hubo introducción de negros esclavos a lo que hoy conocemos como Venezuela, y estiman que más de 100.000 negros entraron a Venezuela durante todo el período colonial. De esa masa un grupo de sus descendientes fundaron Curiepe, y con ellos llegó lo primero que lleva el hombre consigo: su bagaje cultural.
 
       El querido Jesús “Chucho” García, quien ha realizado un meticuloso e invaluable trabajo de reconstrucción de nuestras raíces africanas, afirma: “a pesar de que la iglesia católica había impuesto a San Bautista (sic.) como emblema del bautismo esclavista, esta imagen fue reinterpretada en los nuevos contextos sociohistóricos, donde las y los esclavizados lo acomodaron a su cosmogonía.”

08, 09
            Ahora bien, y dejando las citas a un lado, el torbellino que se vivió en este pueblo mirandino el pasado domingo, y cuyas imágenes comparto con ustedes hoy, fue un delirio de ritmo, alegría y fervor como ocurre en todas las manifestaciones festivas populares de nuestro país. Canto a la vida y regodeo de los sentidos, sentida oración elevada con la libertad de los herederos de esos negros cimarrones que fundaron esta comunidad casi tres siglos atrás.
 
            Ir a Curiepe la semana pasada fue una bocanada de aire hirviente que galvanizó a los asistentes a sus calles. Fue una tarde de evasión a la ruda realidad de una calle que no se aquieta y exige sus derechos desde el pasado febrero, y que decenas de vida nos han costado; y que miles de sometidos a una justicia torva han pagado un trato despreciable. Al mediodía ya las puertas del templo estaban abarrotadas de quienes esperaban junto a los tambores que desde el campanario se diera la señal. Los brazos vigorosos del vecino empuñaron los badajos que batió con ritmo contra las paredes de las campanas. Fue un ritmo que comenzó casi inaudible y fue creciendo hasta tronar sobre el gentío que diez metros abajo esperaba. A la primera pausa estalló el primer cohete, el campanear retomó la  batuta y al fin los cueros reventaron en un canturreo de preces conmovedoras.
 
            Pañuelos que se agitaban, manos alzadas marcando un compás que se elevaba al cielo, tal vez buscando unas bendiciones que nunca llegarán, meneo sensual de caderas y cruce de miradas que son puñales que escarban las ganas del más asceta.  San Juan es santo de pasiones sin fronteras, de negros en rochela y libertad en las ancas. Es la danza de la hembra que crucifica con su mirar zahorí al macho que osa atravesarse a sus pasos de fiera al acecho.
 
            El santico no salió, se mantuvo en “su casa”, tradición iniciada por el español Antonio Vargas quien estaba casado con Filomena Tovar. Ya son cinco las generaciones que llevan cuidándolo. El actual guardián Valentín Tovar asegura que se han visto infinidad de milagros. Explica el cuidador: “la mayoría de las personas que han recibido milagros no son de Curiepe, son turistas que vienen durante las fiestas y luego regresan al año siguiente a agradecer por el milagro recibido”. Pero la no presencia del Bautista no opacó la furia visceral con que se tocaron los tambores y se bailaron en las calles alrededor de la iglesia. 
 
            El primero de junio el santo dejó de ser santo para ser Verbo y baile. Mientras estuve en las calles de Curiepe oía en mi mente Las Caras Lindas, canción de Tite Curet que grabó Ismael Rivera.
Las caras lindas de mi gente negra
son un desfile de melaza en flor
que cuando pasa frente a mi se alegra
de su negrura, todo el corazón.

Las caras lindas de mi raza prieta
tienen de llanto, de pena y dolor
son las verdades, que la vida reta
pero que llevan dentro mucho amor.

Somos la melaza que ríe
la melaza que llora,
somos la melaza que ama
y en cada beso, es conmovedora.

Por eso vivo orgulloso de su colorido
somos betún amable, de clara poesía
tienen su ritmo, tienen melodía
las caras lindas de mi gente negra.
 
         El domingo también recordé al inolvidable Jesús Rosas Marcano, quien me regaló tantas lecciones de vida, pero ninguna como las que me dio al compartir, durante un viaje a su amada Araya, con su voz candenciosa y bronca, los versos de su ¿Quién ha visto negro como yo?:
Mi piel tiene brillo de metal y no hago reproches nunca a Dios
mi vista es punto cardinal y en la noche soy rayo de sol
Pero les debo confesar, afectos aparte, que recordé una y otra vez a Curet. Una de ellas cuando, en una oportunidad que recorríamos las calles de Loíza Aldea en Puerto Rico, me dijo al ver pasar a una borincana preciosa: “Mira esa prieta como anda...". Le contesté: Lleva a Dios en la cintura y la candela en el alma, ¿cómo no cantarle y escribirle y amarle a esa libertad que ningún cepo pudo encerrar Tite? Y yo me pregunto ahora ante mi deslumbrante Curiepe y su gente: ¿Cómo no retratarles, no escribirles y no amarles ante este despliegue de libertad que nunca pudieron quitarle?

© Alfredo Cedeño
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 


domingo, septiembre 16, 2012

CURIEPE

El 22 de agosto de 1711, José Francisco Cañas y Merino, gobernador de la Provincia de Venezuela –personaje que se hizo famoso por sus numerosos desmanes mientras ocupó la representación real española en estas tierras, entre muchos de ellos está que en 1713 mandó talar todos los árboles de Caracas…–, confirió el título de capitán de la Compañía Miliciana de Morenos Libres de Caracas a Juan del Rosario Blanco. 
En 1715, este mismo hombre, Juan del Rosario, junto a la oficialidad de su compañía, dirigió un Memorial al rey Fernando II de Aragón y V de Castilla, solicitando se le otorgue la gracia de fundar un pueblo de negros libres.
           Él pretendía crear una población tal como se había hecho en la provincia mexicana, a barlovento de Veracruz, y la cual se llamó San Miguel de la Antigua.
           Blanco y su gente, amén de enviar al rey su Memorial, hablan de su proyecto con el cabildo caraqueño y con Alberto Bertodano, quien para ese momento había reemplazado a Cañas y Merino como gobernador de la Provincia.  El negro Blanco fue recibido a cajas destempladas. Seguramente consideraron una impertinencia eso de crear un pueblo de negros.
           Juan del Rosario y sus oficiales asumen una actitud paciente. Hay cambio de gobernador, asume Marcos de Betancourt y Castro, ante quien acuden a presentar de nuevo sus requerimientos. Betancourt los recibe condescendientemente, aunque luego ha de cambiar su actitud.  Pero sigamos.
In illo tempore los negros siguieron esperando. En un gesto, que habla de un excelente ojo político,   Blanco aprovecha que la provincia de Venezuela es adscrita al Virreinato de Santa Fe para acudir directamente al Virrey, que si no me equivoco era Jorge de Villalonga. A pesar de que la solicitud hecha por el capitán ante el Virrey no llenaba todos los requerimientos del caso, el funcionario concede en un decreto de que el gobernador de la Provincia de Venezuela, informase sobre las pretensiones de los negros libres. 

Un tanto para Blanco. Éste, inmediatamente saca provecho a este decreto y lo utiliza como si de un decreto fundacional se tratara. Solicita, y logra, en mayo de 1721, que se haga un reconocimiento de las tierras donde pretendía fundar el pueblo. El informe se elabora, pero en él no se favorecía la petición de los negros, puesto que eran tierras no aptas para vivir. 
              Juan del Rosario, quien tenía el pendejo muy lejos y sabía muy bien lo que tenía entre manos, y no trataba de poner en guardia a los amos del terreno que realmente quería, solicita permiso para ir al frente de diez de sus hombres a reconocer el terreno. Esto se le concede, y sin mucho protocolo, Juan del Rosario funda junto con sus acompañantes lo que pomposamente bautizarán Nuestra Señora de la Altagracia y San Joseph de la Nueva Sevilla de Curiepe, Cabo de Codera y Ensenada de Higuerote.
En Caracas, los mantuanos ponen el grito en el cielo. Seguramente los tildaron de negros parejeros  y otros desplantes por el estilo. Empiezan los reclamos y el 22 de septiembre de 1722 –justo dentro de seis días se cumplirán 290 años– el gobernador Diego de Portales y Meneses, ordena la demolición de Curiepe. Un tanto contra Blanco. La orden se cumple, pero sus habitantes no abandonan los alrededores de su población. Blanco hace una serie de reclamaciones de orden legal y nada pasa.
Juan del Rosario lleva su caso ante la Real Audiencia de Santo Domingo… nada pasa. Llega el año de 1730 y Juan del Rosario muere sin ver logrado su sueño. Siguen las peleas y los intentos por destruir el pueblo, sus habitantes se resisten, los dueños manipulan y mueven cielo y tierra para desalojarlos. Son fintas de bando y bando, pero ninguno anota.
Así llega el año 1763 y los negros de Curiepe se organizan y recogen un reducido caudal para que dos de sus paisanos acudan a Madrid a entrevistarse con el Rey. El anciano Juan Pedro Barreto y Joseph Antonio Colmenares empiezan el viaje, para intentar presentar directamente ante la corte el caso de su pueblo.  Comenzando su traslado el navío donde navegaban fue apresado por los ingleses y son despojados del escaso caudal que llevaban consigo; más no así de una carta que llevaban y que era enviada por un moreno de Caracas a un familiar suyo quien trabajaba de sirviente en la casa de un Duque. 
Fin de fines que los negros de Curiepe logran entrevistarse con Carlos III en persona, quien los oye con atención. Ellos regresarán a Venezuela con una Real Cédula en las manos, del 26 de julio de 1763, la cual no les otorgaba la propiedad de sus  tierras, pero les reconocía sus posesiones y ordenaba atenderlos y hacerles pagar sus pertenencias. ¡Tanto para el equipo de Blanco!
Sin embargo, los intentos de expulsión no cesaron, y entre dimes y diretes llega otra Real Cédula. Carlos IV, el 23 de enero de 1792, emite otro decreto que da cierto aire a los negros y permite que Curiepe se consolide aún más. ¡Nuevo tanto, y definitivo, para el equipo moreno!
 
Los datos y detalles de las peripecias alrededor del surgimiento de esta población dan para escribir miles de páginas.  Seleccioné al alimón algunos aspectos para poder darles una idea de lo que fue su génesis. Es la historia de una menuda población mirandina, esa misma que, cuando vamos hacia las muy atiborradas playas de Higuerote, vemos su entrada a mano izquierda. 
Es la misma que al caminarla hoy, siglos después, vemos llena de mil detalles adorables, con gente que anda y trabaja con la raigambre de la digna altivez que les legara Juan del Rosario Blanco, al que nada –ni nadie– pudo parar en su sueño de darle a sus hermanos de color su propio pueblo.

© Alfredo Cedeño
 

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