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domingo, julio 27, 2014

ESTADO COJEDES

            De presencia discreta en el mapa, y espacios que le alborotan de alegría la mirada a quien recorre sus territorios, Cojedes  es una de las 24  entidades federales en que está dividida territorialmente Venezuela. Son 14.805 km², para una población estimada de 342 117 habitantes.  Esas dimensiones son un poco menos de las de Israel que tiene 20.770 km², casi las mismas que las de Timor Oriental con 14.874; pero mas grande que Bahamas, Jamaica, Kosovo, Líbano, Hong Kong y Luxemburgo. Ni que hablar de la muy nombrada en estos días Aruba que apenas tiene 193 km².      
 
            Ubicado en el centro-occidente del país, forma parte de la llamada región central llanera; su nombre proviene del río homónimo, vocablo que aseguran significa “donde todo se da”. Vaya Dios saber en que lengua o idioma será… Su capital es San Carlos, originalmente bautizada como San Carlos de Austria y sobre cuya fundación hay dos versiones. Una asevera que fue fundada el 27 de abril de 1678 por el cura capuchino Pedro de la Verja; y la otra que lo fue casi un siglo después, en 1760, por los misioneros fray Gabriel de San Lucas y fray Salvador de Cádiz.
 
Quiero en este punto citar a Joseph Luis de Cisneros, un empleado de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas, quien en 1764 publicó Descripción exacta de la provincia de Benezuela. En dicho texto se lee: “La Villa de San Carlos de Auftria , è una de las mas hermosas Fundaciones, que tiene Efta Provincia: Esta situada en los Llanos , en una Mefa alta , llana , viftofa, y muy alegre…” Es decir, que resulta un poco difícil que en menos de 3 años se hubiera podido establecer una urbe como la que refiere Cisneros, dando ventaja al cura de la Verja como posible fundador de la capital cojedeña… ¿O la palabra será cojedense? En todo caso tienen para escoger y coger la que a mejor gusto le venga a cada cual.
 
Otras ciudades que hoy forman parte de este estado son El Pao, fundada en 1661; Nuestra Señora de la Chiquinquirá de El Tinaco, fundada por Fray Pablo de Orichuela en 1760; Santa Clara de Caramacate, por Fray Cirilo Bautista de Sevilla en 1750; las cuales tenían la categoría de cantón bajo la jurisdicción y administración de la Provincia de Caracas. Al lograrse la independencia de España sobreviene la disolución de la Gran Colombia y Venezuela se reestructura, y bajo la presidencia del General Páez, el territorio de Cojedes pasa a formar parte de Carabobo, una de las once provincias en que quedó dividida Venezuela.
 
No será hasta 1855 cuando Cojedes reciba el status de Provincia, gracias a la Rectificación de la División Territorial acordada en sesión de Asamblea Legislativa del 1º de mayo de ese mismo año. La nueva Provincia de Cojedes estaría conformada por los Cantones San Carlos, Tinaco y El Pao y su capital San Carlos. Nueve años más tarde dejó de ser Provincia para pasar a ser Estado, para dar cumplimento con lo establecido en la Constitución federal vigente para 1864.
 
Unos años más tarde, en 1877, Miguel Tejera publicó VENEZUELA pintoresca é ilustrada, donde al referirse al estado Cojedes asentó: “Tiene 12,224 casas con 85,678 habitantes, de los cuales son varones 41,093 y hembras 44,585 y mide una superficie de 13, 225 kilómetros cuadrados.” Luego informa: “En 1868 habia muy pocas escuelas en este Estado ; puede decirse que era de los más atrasados de todo el país : hoy ha mejorado considerablemente. En 1873 habia 19 escuelas con 680 alumnos ; para fines de 1875 ya se contaban 23, asistidas por 813 alumnos, y para la fecha se han creado algunas más. Hay en San Cárlos, que es la capital, un colegio para la instruccion secundaria.”  Al referirse a San Carlos escribirá: “Esta ciudad, capital del Estado y del departamento de su nombre, llegó á ser una de las más importantes de Venezuela á principios del siglo ; mas las guerras de la independencia y las que luego se han sucedido la han arruinado de una manera muy notable.  Profunda tristeza nos inspiró esta población cuando la visitámos en 1868.  Muchísimas de sus casas estaban inhabitadas, sus calles completamente desiertas, sus templos casi todos arruinados.”
 
            En estos espacios nació gente como José Laurencio Silva, quien fue jefe militar prócer de la independencia de Venezuela y Perú; así como Manuel Manrique, Eloy Guillermo González y Matías Salazar. Pero así como fue cuna de hombres como estos que recién escribí, también fue tumba de otros no menos trascendentes. Uno de ellos: el comerciante devenido en guerrero Ezequiel Zamora, quien en la propia ciudad de San Carlos, el 10 de enero de 1860, recibió un balazo en la cabeza.  Otro ilustre caído en estas tierras es el que fuera presidente de Venezuela en dos oportunidades: Joaquín Sinforiano de Jesús Crespo, más conocido como Joaquín Crespo y quien murió en La Mata Carmelera, a escasos 27 kilómetros al oeste de San Carlos, el 16 de abril de 1898. 
 
Lo que ahora es Cojedes fue visitado a comienzos del siglo XIX por el sabio Alejandro de Humboldt, y años más tarde, en 1871, su paisano Karl Ferdinand Appun publica En los trópicos. Allí escribió el viajero alemán: “Para llegar a conocer la naturaleza de los grandes llanos en el interior de Venezuela, hice mi primer viaje mayor desde La Cumbre a “El Baúl”, anterior Misión de indios en el río Cojedes.”  Appun inicia su viaje en febrero de 1858 y describe lo que ve con pluma amorosa: “En toda su grandiosidad y suntuosidad de colores siempre nuevos, el espléndido panorama ya descrito luce desplegado ante el viajero que baja lentamente, ofreciéndosele a cada vuelta del camino otro cuadro más encantador.”
 
            En el mapa se le ve apretujado entre Guárico, Barinas, Portuguesa, Lara, Yaracuy y Carabobo… Al recorrerlo, su característico calor que asfixia y sus sabanas preñadas de reses, van peinando el abandono que sobra por sus rincones. Las mañanas y las tardes refrescan con la brisa que alborota la falda de las muchachas, y de sus casas señoriales, muchas de ellas en penosas ruinas, salen voces como las del poeta Eduardo Mariño: 
Nos llamaban por nuestros nombres como viejos conocidos,
con la calma irrebatible que sólo dan la oración
y el contacto con la divinidad.

© Alfredo Cedeño
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

domingo, agosto 05, 2012

GRISES, NEGRO Y BLANCO…

          Innumerables veces, en diversas tribunas que he tenido a mi disposición he profesado mi amor incondicional por este territorio agraz y bendito por la mano de Dios que me tocó por tierra natal.  A veces rozando el chauvinismo, otras coqueteando con la amargura de verla desmigajarse en manos de cierta “dirigencia” que no atina a dirigir ni el tráfico, en ocasiones arañando el desconsuelo o la impotencia de ver cómo se nos desbarranca Venezuela.


            Mi padre me tildaba de “optimista insumergible” y, como casi siempre, tenía razón.  Tal vez por ello he terminado adquiriendo una serie de anticuerpos que me protegen contra esos hijueputas momentos.  Uno de ellos son los versos del poeta Alberto Arvelo Torrealba 
“…tierra
que hace sudar y querer,
parada con tanto rumbo,
con agua y muerta de sed,
una con mi alma en lo sola,
una con Dios en la fe ;
sobre tu pecho desnudo
yo me paro a responder”

 
 
 
             Tierra de dolores infinitos y tristes que se pierden rumbo al horizonte como un caballo que sucumbió en medio de la sabana.  País de alegría nunca más corta que sus pesares; heredad no de estrellas sino de luceros que relumbran en las crestas de sus olas donde los hombres se zambullen a entresacar los peces; lugar de sonrisas siempre cabalgantes en las caras amplias y querendonas de sus hombres, mujeres y niños.
 
 
            Esta Venezuela veleidosa; capaz de entronizar a un error estratégico, táctico y escaso en lo sintáctico a la presidencia de la República; también puede ser preciosa en las arrugas de una anciana que confecciona el “pan dulce” más adictivo que cualquier repostero catalán pueda imaginar.  Este país voluble igualmente sabe ser firme cuando de ganarse el derecho a tumbar los relámpagos de la tristeza se trata. 
 
            He dicho, redicho y repetido hasta el borde del cansancio que mi país es el territorio de las quimeras. Aquí es donde se han conjugado males y bienes para forjarnos. Este es el crisol y alambique donde se ha ido configurando un espeso, pero muy cristalino, sentido de pertenencia a un colectivo atormentado, feliz y delirante que busca sin cansancio convertirse en la verdadera Tierra Prometida donde los santos tutelares y las vírgenes milagrosas nacen al compás de los cuentos alucinados de cualquier abuelo.

 
          Entre los tantos anticuerpos que he ido adquiriendo, y a los que referí al comienzo, están, por ejemplo, Karl Ferdinand Appun, quien escribió a mediados del siglo XIX Unter Den Tropen donde asentó: “Entonces las criollas no tienen comparación y es difícil que un hombre al verlas guarde la temperatura normal de su sangre”. Por su parte, el sajón Antón Goering escribió a fines del siglo XIX  Venezuela, el más bello país tropical, donde nos dejó descripciones como estas: "Cuando los primeros rayos del sol rasgaron los cargados nubarrones, surgió el oquedal grandioso en toda su magnificencia; las copas multiformes de los árboles se movían animadamente al golpe fuerte del viento…”. 
 
 
Amén de ellos puedo citar también a la francesa Leontine Perignon de Roncajolo quien publicó en 1895 Au Vénézuéla, 1872-1892. Souvenirs, donde dejó descritas las selvas del Sur del lago de Maracaibo así: “Allí la vegetación exuberante nos llenó de admiración; los árboles alcanzan alturas extraordinarias; las flores y los pájaros tienen colores maravilloso y en algunos lugares vimos espléndidas mariposas…”

 

 
          Dejo para finalizar al galo Raymond E. Crist, quien bajo la tutela de Raoul Blanchard, redactó su tesis doctoral Etude Géographique des Llanos de Vénëzuéla Occidental  la cual concluyó escribiendo en el más rancio estilo del maestro Rómulo Gallegos: “Tierra ancha y tendida, toda horizontes como la esperanza, toda caminos como la voluntad.”
 
¿Cómo no morir de amor de forma incondicional por este territorio agraz y bendito por la mano de Dios que me tocó por tierra natal?

© Alfredo Cedeño
 

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