Sus vetustas campanas repicaron lo suficiente
hasta clavetearme de fe los tímpanos,
bajo su tejado maltrecho aprendí rezos
que manaban de los sabios labios de mi abuela,
a la sombra de su cúpula descubrí el temor
pintado en una tela enorme del infierno,
entre sus paredes tachonadas de manchones
adquirí dogmas con los que perdí la inocencia,
y desde ese maltrecho pero imponente templo
busqué sin hallar un distante camino al cielo.
© Alfredo Cedeño