Si
trazamos una línea recta sobre un mapa desde Caracas hasta San Francisco de
Macaira, la distancia es breve… Tan corta como es de largo el abandono que se
respira en el estado de la carretera cuando se va desde Altagracia de Orituco hacia esta población del estado Guárico. El espacio entre la capital del país y esta
comunidad no llega al centenar de kilómetros, pero si usted quiere llegar allá
debe pensar en no menos de cuatro horas de camino, que pueden convertirse en el
doble con facilidad… Sin embargo, si tuviera que gastar diez horas para volver
a recorrer sus calles empedradas lo haría con gusto.
Macaira,
como es comúnmente conocido este pueblo, tiene un clima –y perdonen el lugar
común- primaveral, lo cual ayudó a su
fundación en medio de las montañas del norte del Guárico. En sus alrededores se
crearon vastas haciendas dedicadas a la explotación cafetalera y cacaotera lo
cual habla de la feracidad de las tierras que le rodean.
Macaira
debe haber surgido en el siglo XIX, por supuesto que no hay acta fundacional, y
suelen confundir su raigambre con la de la mirandina Macayra, ubicada, al decir
de uno de los biógrafos de Vicente Emilio Sojo, “en una de las tantas hermosas
colinas de la bautizada Sta. Cruz del Valle Pacairigüa de Guatire”. De esa Macayra o Santa Cruz de Macayra es de
la cual habla el obispo Mariano Martí en sus Documentos relativos a su visita Pastoral de la Diócesis de Caracas y
a la que muy a menudo suelen confundir con la que hoy les traigo acá.
De
esta localidad se hacen innumerables referencias a las ruinas de la llamada
“iglesia vieja” ubicada a un costado de la plaza Bolívar, y a la cual
erróneamente algunos califican como Monumento Histórico Nacional según Gaceta
oficial Nª 26.320 del 2 de agosto de 1960. Esto es desmentido por Carlos A.
López Garcés, cronista de Altagracia de Orituco quien puntualiza que dicho
decreto declaró tales a todas las iglesias y capillas antiguas que había en el
territorio nacional, terminadas o no y ya existentes para el año 1830.
Explica López:
“Sólo dos iglesias quedaron sujetas a esa declaración en el otrora distrito
Monagas (hoy municipio José Tadeo Monagas) del estado Guárico. Una fue la
iglesia San Francisco Javier en Lezama; la otra fue la del Arcángel San Rafael
en San Rafael de Orituco. Ambas datan del siglo XVIII.” Concluye el citado
investigador asegurando que dicho templo fue comenzado a construir a mediados
del siglo XIX y que nunca fue concluida su construcción ya que los recursos se
agotaron.
Lo
cierto es que a fines del siglo XIX iniciaron la construcción de un nuevo
centro religioso que es el que en la actualidad funciona como iglesia y que se
mantiene de puertas abiertas exhibiendo un Nazareno de frondosa pelambre.
Al
margen de estos detalles anecdóticos les confieso que recorrí las calles de
Macaira con el arrobamiento del fanático que llega a su santuario preferido.
Explico: en este pueblo nació uno de los creadores y hombre de cultura más
complejos que ha tenido Venezuela. Me refiero a José Ramón Medina, a quien Venezuela
y el mundo de las letras españolas le deberán eterna gratitud por ser creador
junto a Ángel Rama de la Biblioteca
Ayacucho; entre muchas otras cosas, amén de sus más de 40 libros publicados.
Al
caminar por estas calles empedradas no pude evitar preguntarme cuantas veces
transitarían por allí mismo los pasos de este hombre fuera de serie. Él perdió
a su padre meses antes de nacer, y su madre murió cuando apenas llegaba a los
ocho años, luego fue a realizar estudios de educación primaria en Ocumare del
Tuy, donde a la par se desempeñaba como linotipista en una imprenta.
El poeta, como
le gustaba definirse, tuvo una actuación ejemplar como Fiscal General de la República. Conocí
a mediados de los años 70 de primera mano su decidida actitud en defensa de los
derechos humanos; igual ocurrió cuando se desempeñó como Contralor General de la República y paro de
contar, aunque bien merecería Don José Ramón que se escribiera muchísimo más
sobre sus aportes a nuestra cultura contemporánea. Cierro transcribiendo lo que llamo su
autoretrato, y que lo enunciara en una entrevista que le otorgó a Sofía Imber donde
explicó: “El poeta, el escritor en general, el intelectual, no puede
desvincularse de la realidad donde está actuando, es una necesidad de la propia
vida, que tiene su lado práctico pero también, su lado espiritual”.
La
tierra natal de Medina la tuve más presente que nunca en su poesía cuando al
salir de allá y ver El Morro de Macaira recordé su poema:
Enmudece todo en
derredor. La tarde está lejana.
Y la noche es un
pastor detenido a los pies de la colina.
De todo lo creado sube
Dios, tembloroso,
en el misterio de las
luces distantes.
Por el cielo nos llega
el clamor de los días
caídos en la antigua
caverna de las sombras.
Y el hombre -junco
móvil en medio de tinieblas-
pone su corazón al
viento, escarba en su pasado.
© Alfredo Cedeño