Sus nalgas aclamaban a mis manos en otros tiempos
y ahora pasan como un yate al que nunca timonearé
o un Bentley al que sólo llego jipato y masturbado.
De su pelambre púbica mejor me abstengo de hablar
porque sonaría presuntuoso cómo me festejó eufórica
y hacía sonrojarme hasta la pobre lengua indefensa.
En lo que toca a sus labios de promesas pecaminosas
fueron una ametralladora de buenas y santas mañas
que ahora miro desde la evocación como un espejismo.
® Alfredo Cedeño
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