Todos aquellos que me leen tienen en mí un agradecimiento infinito. Sin embargo, hay, de todos ellos, tres a los que agradezco más que a ninguno otro. Dos en Venezuela, y el otro en la llamada Madre Patria. Al lado allá de la mar océano, uno que con real espíritu crítico me lee y cuya constancia me conmueve, sobre todo porque le conozco desde niño y es motivo de particular orgullo verle desempeñando rol de alto ejecutivo en una trasnacional europea. En el lar natal uno de noventa años, quien ha sido un maestro a lo largo de mi vida en el llamado universo cultural, y quien me abruma con su persistencia y solidaridad.
Hay también una tercera persona a la que quiero,
respeto y admiro, y quien, pese a su lucha contra el mal que se empeña en
postrarla, mantiene una actitud ante la vida que me hace quererla, respetarla y
admirarla más todavía. Esta última persona, quien es una incondicional capaz de
escribirme: “lo apoyo en cualquier pelea que agarre”. Sin embargo, esta lectora
implacable y de un equilibrio descarnado, como conozco muy pocos casos, me
planta cara: “Yo estoy de acuerdo con usted, pero no estoy de acuerdo. Tiene
toda la razón de que aquellos vientos trajeron estas tempestades. Lo que no
concuerdo es el momento de decirlo. Estamos más que desarmados, desesperanzados.”
Llevo toda la semana reflexionando sobre su
comentario, e invariablemente, todas las respuestas que he encontrado han sido:
¿Cuál es el momento oportuno? Si hacemos un vuelo rasante sobre nuestro
quehacer político vamos a encontrar un no breve historial de espera del momento
adecuado para decir y hacer las cosas. Y fue así como se establecieron
multitudinarias cofradías de viudas y plañideras de la Cuarta República, del
perezjimenizmo, del medinismo, del lopezcontrerismo, del gomecismo, del
castrismo, del paecismo, del bolivarianismo, y –aunque de reciente data– hasta
de Guaicaipuro hay una no poca populosa hermandad que reclama los buenos
tiempos precolombinos.
A todos se les olvida los desastres de todo tipo que
fueron, lenta e indeteniblemente, llevándonos a este infierno en que está
convertida Venezuela. No dejaré de escribir que estamos recogiendo lo que
sembramos, y hasta que no lo entendamos y comencemos a erradicar las plantas
que no sirven seguiremos con la misma cosecha. No podemos seguir esperando un
tiempo adecuado para decir las cosas, porque nunca va a llegar. Siempre habrá
un celestinaje que amparará una manera opaca e interesada de conducir al país.
Ahora Chávez y Maduro fueron los supermalignos que acabaron con el país perfecto
que éramos. ¿Hasta dónde se puede ser ciego e inconsciente? ¿Cuándo va a ser el
tiempo para decir las cosas y hacer las correcciones que son inaplazables?
¿Salir de Maduro para caer en manos de quiénes?
¿Nos entregamos a Guaidó para que maneje el país como
Monómeros? ¿Nos ponemos en manos de Ramos para que siga conduciéndonos como la
pulpería que heredó de Alfaro Ucero? Los ejemplos son infinitos y el espacio de
esta columna es breve. Seguiré preguntando: ¿Cuándo es el tiempo indicado para
replantearnos el país que necesitamos y merecemos ser?
© Alfredo Cedeño
1 comentario:
Vuelves a conmoverme,esta vez sin mencionar mi nombre.
Apuesto que hay muchos intelectuales, algunos amigos nuestros, que han construido intolerables laberintos en sus cerebros, pero en el tuyo un arquitecto como Dédalo se sentiría decepcionado al no encontrar laberinto alguno sino una despejada avenida con frondosos árboles de un lado a otro.
Por éso me gusta pasear por ella sIntiendome a gusto.
Rodolfo Izaguirre
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