Mostrando las entradas con la etiqueta Antonio Caulín. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Antonio Caulín. Mostrar todas las entradas

domingo, julio 06, 2014

LA ATENAS DE ORIENTE

            Al salir de Barcelona, capital del estado Anzoátegui, 250 kilómetros al este de Caracas, si uno “baja” hacia el Orinoco, es decir se dirige al sur de la citada ciudad, a casi una hora de carretera se verá a mano derecha el cartel que anuncia el desvío hacia Aragua de Barcelona, ciudad de la que escribo hoy, y bautizada con el título de esta nota debido a la cantidad de creadores que han nacido allí.
            Antes de seguir me disculpo con ustedes porque a los diez minutos de haber llegado allí el pasado miércoles, y comenzando a “calentar” el ojo, y con solo doce imágenes hechas, la cámara se negó a seguir trabajando, por lo que espero, una vez resuelto ese pequeño detalle, volver pronto y saldar la deuda visual que con Aragua –es como la llaman  sus nativos–  necesito saldar. Aclarado ello sigo contándoles de esta conmoción hecha pueblo nacida en medio de estos parajes retostados de sol y relumbrantes de luz.   
            Estas tierras fueron habitadas por diferentes grupos indígenas, según el contar de los cronistas, algunos aseguran que fueron Guacamayos y Cores los primeros habitantes; yo me inclino a creer que mas bien fueron los temidos Caribe quienes se sabe estaban asentados en toda esta zona.  Asegura Pablo Ojer en una nota que hace en el capítulo XXI de Historia de la Nueva Andalucía, de fray Antonio Caulín, que Camaruco era el nombre original de Aragua de Barcelona. Sabemos por una carta del obispo de Puerto Rico, Fr. Pedro de la Concepción Urteaga Salazar y Parra, dirigida a Su Majestad desde Cumaná el 10 de diciembre de 1712 en la cual escribe: “…con advertenzia de que el un pueblo está ya casi fundado con solo nombrarle un cabo y un cura capellán en el sitio de Camaruco en que habitan guardando ganados como cien personas”.
            Lo cierto es que hace unos años la alcaldía de esta localidad encomendó al ya citado Pablo Ojer que determinara su fecha de fundación, y éste determinó que la misma se había llevado a cabo el 20 de febrero de 1734 por instrucciones del entonces “gobernador de la Nueva Andalucía, Cumaná y Cumanagotos”, don Carlos Francisco de Sucre y Pardo. Este funcionario fue nombrado para dicho cargo por Real Cédula del primer rey Borbón, Felipe V, fechada en Madrid el 22 de diciembre de 1729. ¡Ah! Este señor es el bisabuelo paterno del héroe de nuestra Independencia el Mariscal Antonio José de Sucre.
            La villa se consolidó y se convirtió en una de las puertas entre los llanos centrales y los llanos orientales, el desarrollo de la ganadería en sus inmediaciones fue inmenso. Los dueños de las principales fortunas de Barcelona tenían hatos en esas tierras. Aragua de Barcelona llegó a convertirse en una estratégica plaza militar; por ello en los fragores de las tantas batallas libradas contra las fuerzas de ocupación españolas se considera como la  más cruenta la que aquí se libró el 18 de agosto de 1814.
El próximo mes se cumplen dos siglos del citado hecho. Unos 2.000 defensores patriotas bajo el mando del Coronel José Francisco Bermúdez, quien desoyó las instrucciones de Bolívar por un celo regional, enfrentó el ataque de 5.000 soldados realistas bajo el mando del oficial ibérico Francisco Tomás Morales. La lucha se llevó a cabo casa por casa, y calculan que hubo 1.700 víctimas entre soldados y pobladores de la ciudad, amén de 2.000 heridos. Los cronistas aseguras que el saldo final fue de 4.711 muertos ya que al finalizar la refriega el asturiano José Tomás Boves, quien era el Comandante General del ejército realista ordenó la ejecución de todos los apresados. Soldados y vecinos fueron pasto de la barbarie.  Para darles idea de la magnitud de ello, les dejo la siguiente cifra: en la batalla de Carabobo, que selló la derrota del reino español en estas tierras, la cifra de caídos rondó los 3.500 
            Hoy Aragua de Barcelona, a la cual decenios atrás bautizaron como La Atenas de Oriente,  es un manto de techados rojos cuyas tejas reverberan bajo el sol inclemente y su iglesia es una mole que se distingue en medio de la sabana. En estas calles nació gente como Francisco Carvajal, guerrero del siglo XIX a quien bautizaron El Tigre Encaramado, quien se lanzaba a las batallas empuñando una lanza en cada mano y conduciendo su caballo con la boca donde aferraba las riendas. Murió en la mencionada batalla de agosto de 1814.  
            Aquí también nació Susana Duijm, primera latinoamericana en ganar el Miss Mundo. Veleidades aparte debe decirse que esta es la cuna de José Gregorio Monagas, quien decretó en 1854 la abolición definitiva de la esclavitud en Venezuela; de los poetas Tomás Alfaro Calatrava, José Tadeo Arreaza Calatrava y Francisco Salazar Martínez. Igualmente son hijos de este pueblo el dramaturgo Néstor Caballero, el novelista Denzil Romero, el cantante Carlos Almenar Otero y la ex primera dama Gladys Castillo de Lusinchi.
            Podría seguir enumerando la deslumbrante descendencia de Aragua de Barcelona y que pocos alcanzan a imaginar al recorrer sus calles. Pueblo de gente afable. Al verme bajar del auto donde había llegado un vecino me recibió con voz firme: ¡Bienvenido a Aragua! En su frase y gestos había una bonhomía de no escasa gallardía en la que se reflejaba un orgullo, no exento de humildad, de saberse parte de este delicado entramado donde se mezcla todo cuanto nos ha ido configurando como país.

© Alfredo Cedeño
 
 

domingo, enero 26, 2014

CLARINES

200 kilómetros en línea recta al sureste de Caracas, luego de atravesar esa manta tupida de vegetación que es el estado Miranda, al entrar en esos peladeros semidesérticos del norte del estado Anzoátegui, y donde el sol reverbera sin misericordias en sus rayos, a la vera derecha de la carretera se ve la mole de un templo que anuncia al viajero la entrada a Clarines.
 
            Me es imposible pensar en Clarines y que no me salte a la memoria un remolino de recuerdos de gente hermosa, ninguna más importante para mi querencia que otra. Me viene mi muchacha eterna Ylleny Rodríguez, que con generosidad desbordada, una mañana de viernes, sacó de su biblioteca en su oficina de CEDESA un ejemplar de La formación del Oriente Venezolano del maestro Pablo Ojer y me lo entregó mientras decía: “en tus manos tendrá más sentido.”
 
            Junto a ella me viene la mirada luminosa y la sonrisa permanente de Maribel Espinoza hablando sin cesar de su amada Clarines; y junto a ella no puede dejar de acudir la siempre emocionante evocación de Alfredo Armas Alfonzo, cuyo amor por su Clarines nativo dio origen a preciosas páginas de nuestra literatura y a las que algún día espero se les de la difusión masiva que merecen. De su El Osario de Dios puedo citar a memoria limpia:
            Esa palomita guarenera atendía por su nombre y lo seguía a uno por todas partes.
            La enterramos y le pusimos una cruz de palitos y le sembramos flores de caléndula en la tumba. Los ojos se nos pusieron como unos carnijones de sangre de tanto llorar.
            El día de la resurrección de la carne y la vida no sé que vamos a hacer con tantos animalitos que enterramos en el patio de la casa de Clarines bajo la mata de pinopino donde dormían las gallinas que después se secó.
 
            El libro de Ojer siempre lo había querido tener conmigo y cuando por fin lo logré me dediqué a desmenuzar sus 618 páginas, y ahora al revisarlo, encuentro la marca que entonces hice en su página 442 y en al cual su autor explica detallada y brevemente  la historia de este pueblo del que les escribo hoy, y se lo transcribo a continuación: “Primero fundó don Juan Urpín en Clarines la que llamó ciudad de San Pedro del Unare (1635), la cual fue pronto abandonada. Volvió a levantar allí en 1637 el fortín de San Pedro de Unare o Asiento de Clarines para vigilar el tráfico entre los llanos y la costa. En 1667 el Gobernador de Cumaná Don Juan Bravo de Acuña volvió a construir allí un fuerte, y a su abrigo surgió hacia 1673 el pueblo de San Antonio de Clarines fundado por los Franciscanos de Píritu. Para 1693, según carta del Gobernador de Cumaná Don Gaspar Mateo de Acosta “hacía ya muchos años que el fuerte de Clarines estaba derruido.”
 
            Sin embargo, y sin pretender enmendarle la plana al maestro Ojer lo cierto es que en 1594 el andaluz Francisco de Vides, natural de Trigueros, localidad de las cercanías de Beas, y cuya patrona es La Virgen de los Clarines, fundó el pueblo de “Nuestra Señora de Clarines” acá de este lado del Atlántico. Creo que vale la pena explicar que de Vides fue un personaje con cierta resonancia en nuestra historia. Se asegura que en 1567 acompañó a Diego de Losada en la fundación de Caracas, ciudad de la sería su Alcalde en 1585 y 1587; en las Actas del Cabildo caraqueño aparece como propietario de tierras, hatos de ganado e inmuebles urbanos.  Este conquistador fue designado el 1 de diciembre de 1590 por la Real Audiencia de Santo Domingo como Gobernador y Capitán General interino de la provincia de Nueva Andalucía, lo cual no fue aceptado por el Cabildo de Cumaná, según consta de la discusión municipal. Lo cierto es que hasta preso terminó y tuvo ir a España a defenderse, lo cual debió llevar a cabo exitosamente ya que el 23 de marzo de 1592, Felipe II le otorgó la gobernación de la Nueva Andalucía en propiedad y por capitulación.
 
            Una vez logrado el nombramiento el hombre se dedicó a armar su expedición y junto a 266 personas el 14 de noviembre de 1593 partió de Sanlúcar de Barrameda, para llegar a Cumaná en diciembre. Pero… el amigo andaluz no había echado en saco roto los rumores que corrían sobre una ciudad de oro y fue así como en 1594 envió un grupo encabezado por Gerónimo de Campos para la búsqueda de El Dorado.  Campos, por supuesto, no halló el paraíso; pero de Vides ya estaba pensando en controlar el paso hacia el interior de las tierras que suponía abundante en riquezas; y es por ello que seguramente establece esta ciudad en la depresión del Unare: lugar estratégicamente ubicado para penetrar hacia La Guayana. Es así como funda Nuestra Señora de los Clarines el 7 de abril de 1594. ¡Ah! Para completar el galimatías del caso, y pese a la denominación de la población, se le encomendó su patronazgo a San Antonio Abad.
 
Por su parte, asegura Demetrio Ramos Perez en una de la notas de Noticias Historiales de Venezuela de Fray Pedro Simón que Francisco de Vides, al frente del “gobierno de Nueva Andalucía y desestimadas las reclamaciones caraqueñas, éste fundará en la ribera oriental del Unare, el 7 de abril de 1594, el pueblo de Nª Sª de Clarines, (…). Sin embargo, los riesgos de los indios y las dificultades naturales obligaron, en 1596, a reunir Nuestra Señora de Clarines y San Felipe de Cumanagotos en un solo pueblo, a la orilla de Guatapanare.”
 
Por ello es que me sorprendió leer la cota, que refiere a esta población, del maestro Marco Aurelio Vila, a quien por lo visto se le fue el conejo entre las piernas, en el Diccionario de Historia de Venezuela de la Fundación Polar, en su edición de 1988, donde asentó: “Se cree que el nombre proviene de los toques de clarín de la guarnición.”
 
Pero es que a esta población siempre le ha rodeado la desinformación. Si leemos a Fray Antonio Caulín en su Historia de la Nueva Andalucía nos escribe: “Llegados que fueron los sobredichos Religiosos, y puestas en practica las providencias regulares, dio el V. Yangues calor á la fundación del Pueblo de Clarines, á cuya planta habia dado principio en compañía del Governador Don Juan Brabo de Acuña el año de mil seiscientos sesenta y siete antes de partirse á la casa de Caygua;”  Lo que si nos aporta el citado Caulín es lo siguiente: “Llegaron al de Paricatár, que en nuestro idioma Castellano suena lugar de arboles de Roble, y es el mismo en que el Governador Acuña habia fabricado el fuerte con el renombre de Clarines.”
 
            Lo cierto es que estos parajes no fueron precisamente de miel y hojuelas, si revisamos la obra del franciscano Matías Ruiz Blanco Conversión de Piritu, editado en Madrid en 1690 por Iuan Garcia Infançon, leemos: “Los caimanes del Rio de Unare en aquella Cofta, fon los mas feroces, y atrevidos, por caufa de la mayor concurrencia de Indios que vàn à pefcar por fus orillas.” Al leer ese pasaje no puedo dejar de volver al admirado Armas Alfonzo quien escribió: Como era un animal con más de un muerto, lo encaramaron en una parihuela y lo pasearon por todo Clarines, Casiano tocándole su violín, y hasta flores de napoleón le pusieron entre los colmillos.
            El viril le colgaba como una tripa de cochino de hacer chorizos y Severiana Guapuriche criticó eso porque era una inmoralidad que viendo que se le había salido no se lo metieran para adentro antes de sacar al caimán en procesión como si fuera un santo.
 
            Clarines la mágica, la del templo majestuoso que Graziano Gasparini en Templos Coloniales de Venezuela califica como: “uno de los templos más originales e interesantes de Oriente y de la arquitectura religiosa colonial venezolana”. Ciudad de calles empedradas de buenas intenciones y hermosas historias que parecen retoñar en los copos de los árboles que paren sus solares. La cuna del tocayo Armas Alfonzo cuya pluma magistral y delirante nos regaló la historia del burro Platón para que la ternura no deje de revolotearnos como las mariposas que todavía revolotean en las orillas del Unare. 
 
Máximo Cumache es el único que se sabe la historia de Platón, el burro campanero del Viejo Lucas, que murió de amor en la plaza de Clarines, la misma mañana del domingo en que su dueño, tras aprovecharse de él durante más de quince años, decidió darle la libertad.
(…)
            A Platón lo arrastran hasta el bajo de Casilda y a la orilla de la quebrada el Viejo Lucas le cava su última residencia. Por un largo rato Máximo Cumache le oye rezar al Viejo Lucas la única oración que se sabe, que es el credo; no es lo más apropiado para la ocasión, pero Platón se la merece más que ninguno.
            Cómo no iban a aguársele los ojos a Máximo Cumache.

© Alfredo Cedeño
 
 
 
 

domingo, mayo 20, 2012

EL TOCUYO



Hay quienes aseguran que Tocuyo es el vocablo que usaban los indígenas para llamar al jugo de la yuca, y ese nombre lo aplicaron al río que transcurre por entre estos espacios de tierra larense.  Fue aquí donde se estableció la llamada Ciudad Madre de Venezuela, puesto que fue de allí de donde salieron las diversas expediciones que permitieron las múltiples fundaciones de poblaciones que nos dieron origen. 





El historiador carupanero José Luis Salcedo-Bastardo aseveró en pleno siglo XX, de manera  categórica, que esta ciudad fue fundada el día 7 de diciembre del año 1545 y que su denominación original fue Nuestra Señora de la Pura y Limpia Concepción de El Tocuyo. Sin embargo, quiero destacar que Pedro de Aguado –unos años antes que Salcedo, a fines del siglo XVI- dijo en su Recopilación Historial de Venezuela: “Sólo sobre él diré que según parece, el Tocuyo fue poblado el año de cuarenta y siete…”.






Aquellos que quieren ser muy precisos dicen que, por lo menos lo del nombre, es discutible puesto que Antonio Caulín en Historia de la Nueva Andalucía, al referirse a esta población lo hace como San Juan  Evangelista del Tocuyo.




Lo cierto es que entre santas y santos, esta ciudad, que fuera capital de Venezuela hasta el año de 1577, la que llamaran La Ciudad de los Siete Templos, una de las de mayor tronío en Venezuela e Hispanoamérica, la primera en el Nuevo Mundo en tener telares, la… miles de cosas más, no le quedan sino ruinas de sus majestuosas construcciones.






Esa misma urbe de la que Joseph Luis de Cisneros escribiera en 1764: “Es la ciudad de Tocuyo, una de las mejores que tiene su Provincia, rica, y abundante de víveres, de modo que no necesita sino de vino y aceite…”.  De ese sitio nada más queda concreto, hierro, acero y ruinas a punto de colapsar en cualquier momento.




Entre los despojos de donde funcionara el Templo de Belén u Hospital Real San Juan de Dios, vivió hasta hace poco Eloy Antonio Yépez, arrastrando sus 60 años. Vivía ahí porque no tenía donde vivir, y aprovechaba para cuidar las desvencijadas paredes. Eloy Antonio, Belén y El Tocuyo parecen una misma cosa: los tres subsisten abandonados por aquellos que debieran ocuparse de ellos, los tres se arrastran y permanecen a pesar de que el tiempo y la desidia parecieran confabularse en contra de ellos.

© Alfredo Cedeño




Follow bandolero69 on Twitter