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domingo, marzo 26, 2017

PARRICIDIO DE NUESTROS TIEMPOS

                  Aseguraba Freud que la religión se originaba en el sentimiento de culpa inherente en el hombre gracias al parricidio, real o imaginario, que cometió al inicio de los tiempos. Aseguraba don Sigmund que el conflicto paterno filial se originó en las hordas primitivas, donde el patriarca solía reservar para sí a las hembras, pero dejando fuera de la compañía y disfrute a sus hijos. Como era de esperarse, la provecta bellaquería desbordó la paciencia de los vástagos, al punto que ganas mataron respeto y terminaron pasándole la cuenta del caso.
                El conflicto generacional es un arquetipo abordado de distintas maneras por los estudiosos de la conducta humana, y de sus infinitas manifestaciones. Por ejemplo, en la mitología romana Saturno era representado como un anciano de larga y nívea barba que empuñaba una hoz. Ese dios de figura paternal en realidad era un ser monstruoso que, debido a un pacto con su hermano mayor Titán para el ejercicio del poder, se comía a sus hijos.
Hay dos imágenes que recuerdo vívidamente de mis tiempos de estudiante de bachillerato en las clases de Educación Artística que recibí del jesuita Javier Percaz, ambas lo mostraban, a Saturno, devorando a una de sus crías. Eran obra de Rubens, una, y de Goya, la otra. Esas pinturas me persiguieron por largo tiempo en pesadillas recurrentes, porque era una situación que me resultaba absolutamente incomprensible puesto que me crié con un padre que siempre me hizo sentir que sería capaz de matar, o dejarse morir, por mí.
                Todo esto se me ha reavivado con fuerza incontrolable desde el pasado domingo 19 de marzo, cuando el asesinato de los sargentos del ejército venezolano Yohan Borrero y Andrés Ortiz, en el boulevard caraqueño de Sabana Grande, se dio a conocer en las redes sociales. La conmoción por el homicidio de este par de muchachos, que ni a los treinta años llegaban, se multiplicó cuando se supo que sus verdugos había sido un grupo de criaturas encabezado por una niña de quince…
                Este volteo de nuestras tornas fundacionales como pueblo, donde generosidad, inocencia y sensibilidad fueron rasgos inconfundibles de venezolanidad, son un mazazo que termina de destruir lo que alguna vez fuimos. La imagen de la muchacha esposada en el interior de un vehículo policial  es demoledora. Sus piernas desnudas, su cabello ensortijado de coqueto aspecto, las pulseras que adornan sus tobillos, sus zapatos de lona, hacen un contraste doloroso en extremo con su mirada torva. ¿Cuántos abusos se cebaron en ella hasta convertirla en esa fiera sin misericordia que devolvió con homicida precisión las dentelladas que recibió? ¿Es este el “Hombre Nuevo”, forjado por esa maldición infinita llamada chavismo, hecho niña por la que nadie veló en sus juegos y a la que ahora todos linchan sin miramiento?

© Alfredo Cedeño

domingo, febrero 16, 2014

VIOLENCIA

La ciudad era un racimo de plomo derretido
y la muerte le salía a bocanadas
Estos versos terribles los escribió la poetisa bogotana Emilia Ayarza en su poema A Cali ha llegado la muerte escrito a raíz de la explosión de varios camiones cargados de dinamita que el 7 de agosto de 1956 acabó con la mitad de esa ciudad colombiana, destruyendo 40 barrios y matando a miles de personas. Así como ese estallido, la violencia es una onda que nunca sabemos cómo se generará, ni donde terminará. Se me ocurre pensar en este momento en la propia Colombia y la deflagración que vivió a raíz del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948.
 
            El término violencia en español es lo que los filólogos denominan cultismo; ya que se originó en el sustantivo latino violencia, que se deriva del adjetivo violens, -entis, con significado de impetuoso, furioso; a su vez este provino del sustantivo vis: potencia, fuerza, poder.  En cuanto a sus aplicaciones como herramienta para definirla podría llenar decenas de líneas con sus variantes. Pero hoy me interesa abordar la violencia que hemos vivido de manera patente durante días recientes en distintos rincones de Venezuela, violencia que se ha venido entrelazando al tejido societario venezolano en los últimos quince años y que ahora se manifiesta con pleno vigor y, pareciera que, con poca capacidad de mengua en tiempos próximos.
 
            No puedo dejar de extrapolar lo que ahora vivimos y evocar al poeta salvadoreño Roque Dalton y sus versos:
En El Salvador la violencia no será tan sólo
la partera de la Historia.
Sin lugar a dudas que Dalton hizo un guiño en su poema a la frase acuñada por el pensador prusiano Carlos Marx, quien en el capítulo XXIV de El Capital asentó aquello de: La violencia es la comadrona de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva. Y que desde su publicación en 1867 ha servido como acicate y justificación para expresiones irracionales de todo orden.
 
            No sólo Marx veía con buenos ojos la violencia, su compinche y socio Engels en un artículo publicado en 1895 en la revista Die Neue Zeit escribió: “durante el golpe de Estado de 1851, cuando Morny hubo de recurrir positivamente a la violencia para que continuase lo que había comenzado…”. Estas dos citas pueden dar pie para entender al investigador colombiano Alvaro Guzmán que en Sociología y Violencia asienta: “La violencia política aparece entonces como un recurso extremo por el cual optan las clases en la salvaguardia de sus intereses, particularmente los de dominación.”
 
Por su parte el boliviano Víctor Montoya en Teorías de la violencia humana asegura: “La violencia existe desde siempre; violencia para sobrevivir, violencia para controlar el poder, violencia para sublevarse contra la dominación, violencia física y psíquica.”  El sociólogo germano-estadounidense Lewis Alfred Coser plantea que la violencia juega un papel funcional en la sociedad y enumera que la puede haber: como Realización, como Señal de Peligro y como Catalizador. Todos estos enunciados son una mínima muestra de las variaciones que ha habido, hay y habrá en torno a esta realidad que ahora vivimos aquí al norte de Suramérica.
 
Creo que los venezolanos hemos jugado con fuego y pido a quien corresponda que nos proteja de nuestra irresponsabilidad. Hemos sido nosotros mismos quienes nos hemos hundido en un tremedal del que no veo fácil salir. Por largos años la dirigencia política tradicional, de manera alegre y venal se dedicó a sembrar las bases de su propia descalificación y a ganarse un profundo sentimiento de repulsa y desconfianza de la ciudadanía, mientras que una élite económica jugo a ser una versión tropical, bananera y subdesarrollada del Ciudadano Kane, destapando una Caja de Pandora a la que ahora, cuando ven sus propiedades e intereses en juego, nadie encuentra como cerrar.
 
Todo ese remolino de cosas abrió las puertas para que en medio de una ola delirante de popularidad llegará por vía electoral a la presidencia de Venezuela un ex militar que, por vía de un golpe de estado fallido, había intentado llegar al máximo poder en el país.  Son ya 15 años en los cuales se ha ido eslabonando un culto a la violencia que ha permeado todos los sectores venezolanos.  Violencia que se manifiesta en una inseguridad desbocada que nos hace a todos víctimas directas o indirectas de ella; violencia que se ha expresado de manera reiterada a través de distintos mecanismos y medios.
 
Hace apenas horas el actual presidente Maduro declaró: “En nosotros no van a tener debilidad. Vamos a acabar con los componentes fascistas que hoy tenemos.” No se olvide que el actual primer mandatario siendo legislador fue capaz durante una sesión de la Asamblea Nacional de golpear a uno de sus colegas en el rostro.
 
En este marco de violencia institucional y generalizada vemos declaraciones como las de Diosdado Cabello, presidente del Poder Legislativo venezolano, advertir desde la ciudad de Cumaná a los “señores fascistas de la oposición” a que vayan en “santa paz porque la revolución socialista será implacable”. Vemos en ambas declaraciones de los máximos representantes de la organización política en el poder manifestaciones de intolerancia e intransigencia que, por otro lado, obtienen una réplica de algunos voceros opositores del mismo tenor. Todo ello para conformar un circulo vicioso en el que la serpiente del conflicto se muerde la cola, y sigue un giro que por momentos se hace insoportable.   
 
Son ahora los estudiantes acompañados por vastos sectores de la colectividad (que no la gran mayoría puesto que la apatía es evidente en muchos otros, sobre todo en los estratos más humildes donde no se ven acciones de calle contrarias a la vocería de los llamados socialistas del siglo XXI), quienes han dado una dura lección de civismo exigiendo libertades coartadas;  y cuyas manifestaciones han sido atacadas de manera brutal por los cuerpos de seguridad y bandas armadas afectas al gobierno. 
 
Este accionar contra las protestas no es nuevo, en los últimos doce años ello ha sido ejecutado de manera sistemática, acompañado de una implacable labor de propaganda y difusión que ha tenido repercusiones domésticas e internacionales. Ya perdí la cuenta de cuantas protestas documenté en todo este tiempo, y hoy ellas resurgen con bríos que, confieso, me sorprenden. Ello me hace recordar en un pasaje de una novela mía aún inédita en la que un personaje dice: “Todo lo que tiene que ver con el hombre es así de imprevisible, porque a fin de cuentas somos la naturaleza. Tú ves que está lloviendo y el río empieza a echar agua y sabes que si sigue creciendo se va a desbordar, que si sigue así por varios días se va a inundar una orilla.  Lo mismo pasa con la gente, tú la ves que está a punto de cansarse de que la jodan, de que la carguen acorralada, hasta que llega un día que estallan y se llevan por delante lo que sea.  Igualitos al río, que por más sacos de arena que le pongas, cuando se desborda lo que queda es correr.” 
 
Les escribo, con el corazón en la mano, no quiero que Venezuela haga suyas aquellas palabras de Shakespeare en Tito Andrónico: “Te ruego que les hagas sufrir una muerte violenta, que violentos han sido contra mí y los míos.”  Hemos sido un pueblo alegre, vivaz y hermoso que no se merece este Purgatorio que ahora vivimos.  Por todo ello hago mías las palabras escritas por Freud en carta que le dirige a Einstein en 1933:
Hoy la violencia está en la más absoluta oposición a la actitud psíquica que nos impone —que nos ha impuesto ya— el proceso de civilización. No podemos echar marcha atrás. Tenemos que sublevarnos contra esa violencia porque, simple y sencillamente, ya no nos es posible sufrirla, asimilarla. Le aclaro: esto no es un repudio meramente intelectual y emocional. Al contrario. Nosotros, los pacifistas, tenemos ya por naturaleza, esto es, instintivamente, una intolerancia ante la guerra.

© Alfredo Cedeño
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

domingo, abril 28, 2013

JUGANDO 3


            
            Yo soy una valija que me he estado llenando sin parar desde antes de adquirir noción de ser dueño de memoria, la cual cada día se me hace más frágil.  Estoy convencido que mi inconsciente, una vez más, se lanzó a mi rescate y es por ello que me ha sumergido irracional e incondicionalmente en el universo fotográfico para llevar a cabo un ambicioso registro de todo cuanto me rodea, y de lo que puedo explorar.

Bryan Peterson en Aprende a ver creativamente explica: “Todos quienes hemos sido bendecidos con la vista podemos ver, pero ¿por qué es que alguien justo al lado de nosotros puede ver algo de interés, sin embargo por alguna razón nos lo perdemos?” Les revelo que ese aserto de Peterson ha sido un gatillo que me lanzó a este frenesí de tratar de no perderme nada de lo que me rodea. 
 
Sin embargo, el tiempo, al que tan bien define  Manolo García: “Es un pájaro de alas cortas que vuela alto y fuerte”, me enseñó –y sigue haciéndolo– a moderar mis aspiraciones para, de ese modo, no ser arrollado por las ganas de ver y terminar perdiéndome de mirar todo.
 
Mientras seleccionaba estas imágenes y escarbaba en mis recuerdos me vino a la mente el nombre de Gaston Bachelard, al revisar El agua y los sueños encuentro subrayado: “El individuo no es la suma de sus impresiones generales, es la suma de sus impresiones singulares. Se crea en nosotros misterios familiares que se designan en raros símbolos.(…) La imaginación no es, como lo sugiere la etimología, la facultad de formar imágenes de la realidad; es la facultad de formar imágenes que sobrepasan la realidad. La imaginación inventa algo más que cosas y dramas, inventa la vida nueva, inventa al espíritu nuevo; abre ojos que tienen nuevos tipos de visión.”
 
¡Ay Jesús del Buen Joder! ¿No es más sencillo acaso abordar lo que hay y dejar de buscarle siete patas al gato? Vivimos tratando de encontrar biombos que nos permitan esconder el alma. Nos empeñamos en jugar a fabricar cajas de espejos donde los que nos rodean encuentran el reflejo que quieren obtener; también buscamos ser monedita de oro que nos haga tener el beneplácito unánime de tirios y troyanos.
 
Pergeño estas líneas y recuerdo al conde Balthasar Klossowski de Rola, pintor que fue mejor conocido como Balthuss, quien en sus Memorias escribió: “hay que saber alcanzar ese punto de equilibrio del paisaje. Creo que cuando lo he podido alcanzar, ha sido también gracias a la disponibilidad que había en mí, a la paciencia, a la pobreza campesina que debes adquirir, sin la cual se accede a una falsa ingenuidad, a una inocencia artificial, algo parecido a Chagall.”
 
Es inevitable que Saint-Exupéry y El Principito salten. Evoco: “Si les decimos a las personas mayores: "He visto una casa preciosa de ladrillo rosa, con geranios en las ventanas y palomas en el tejado", jamás llegarán a imaginarse cómo es esa casa. Es preciso decirles: "He visto una casa que vale cien mil francos". Entonces exclaman entusiasmados: "¡Oh, qué preciosa es!"”.
Hoy, por lo visto es el día de los textos ajenos, pero ante aquellos que han dicho lo que uno quiere decir, y de manera magistral, además, ¿para qué ponerse a inventar?  Así que, sin mas vueltas recurro al bachiller Freud quien en El malestar en la cultura dejó escrito: “En el ámbito del alma es frecuente la conversación de lo primitivo junto a lo que ha nacido de él por transformación”.
 
 No me atrevo a asumir que trato de transformar lo que fotografío. Ya otras veces he dejado en este espacio las preguntas que son mi ritornello particular:  ¿hasta donde la representación que realizo de mi mundo, en cuanto que todo aquello que veo e interpreto a través de mi máquina lo hago mío, puede cabalgar con soltura alejado de los extremos en que a menudo nos sumergimos?  ¿Puedo despojarme de toda intencionalidad o debo ejecutar un juego de espejos que solo muestren lo que cada cual hará que se refleje desde su propia mirada?
 
Y aquí cito ahora a Jean Clair quien en su libro El Paraíso perdido: la Europa simbolista escribió: “…el mundo no es más que apariencia, velo, ilusión, sucesión infinita de fenómenos transitorios a los cuales tan sólo nuestro deseo erótico da la apariencia de una continuidad y de un sentido. Todo se mueve continuamente como imágenes inseguras sobre una pantalla, de líquidos cambiantes, todo se transforma y todo se borra, para dejar lugar al vacío esencial sobre el cual reposa eso que llamamos realidad.”
 
Este torneo entre lo heurístico y el placer ha jalonado mi vida y obra, pero siempre he tratado, afortunadamente no en vano, que el gozo predomine. Estoy convencido de que la libertad algunas veces amerita sacrificios, más siempre desemboca en una fruición orgásmica donde las escaldaduras terminan hechas recuerdos que suelen arrancar sonrisas ante el candor que alguna vez nos amparó.
 
He saltado de escaque en escaque y cada movimiento de pieza ha sido a veces lance afortunado, otras salto al vacío que ha concluido con mis rodillas raspadas y el alma –que cada día me convenzo más de tener– atornillada a las ganas de seguir en esta rochela inacabable que es mirar y ver y asombrarme hasta el punto de poder oprimir el bendito obturador hasta producir una imagen.
Bendigo a la vida que me permite ver, los bendigo a ustedes que se me hacen reto semanal para entregarles estas imágenes y líneas que son sed y agua, acordes que el infinito me entrega para poderlos devolver desde la dulce melodía que a través del acto creativo se manifiesta en mis ojos, cerebro y manos. Gracias.

© Alfredo Cedeño



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