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miércoles, febrero 21, 2018

HABLANDO DE BURROS


                Hay libros a los que regreso con frecuencia y fruición, son textos que recuerdo con extrema claridad, sobra decir que son palabras que me marcaron. Son varios, que con sus primeras palabras se convirtieron en una suerte de aldaba que al apenas oírlas, o leerlas, ya sabe uno cuál es. Estoy seguro de que muchos de quienes me leen recordarán aquello de: "Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor".  El Principito, saltará más de uno. O aquello de: "En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor".
                ¿Hay que decir algo de aquel otro que comienza: "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo."? ¿Cómo olvidar a Dante y sus versos iniciales de La Divina Comedia: "Del camino de nuestra vida/encontréme por una selva oscura,/que la derecha senda era perdida"? ¿Cómo no identificar a Verne y su De la tierra a la luna en aquellas frases iniciales: "Durante la guerra de Secesión de los Estados Unidos, se estableció en Baltimore, ciudad del Estado de Maryland, una nueva sociedad de mucha influencia"?
                Por supuesto que al recordar: " Un bongo remonta el Arauca bordeando las barrancas de la margen derecha.", es la figura del maestro Rómulo Gallegos la que salta con majestad a entregarnos su Doña Bárbara.  Como ellos son infinitos los comienzos de obras que me suelen hacer cabriolas en la memoria. Hago este recuento porque hoy, al sentarme a celebrar mi encuentro semanal con quienes me leen, para su gusto o disgusto, pienso en azotar a los burros rojos y sus comparsas en menesteres electorales, pero de inmediato me reprocho por mi infeliz asociación, que no es la primera vez que lo hago en este espacio.
                ¿Cómo asociar a esta horda de termitas con los solípedos? ¿Dónde estaban mis recuerdos para olvidar aquellas palabras iniciales de Juan Ramón Jiménez: "Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro"? ¿Acaso hay correspondencia entre esa belleza y la sordidez que padecemos? ¿Se puede siquiera pensar en comparar a un pastor y al moreno aquel de voz meliflua con los asnos? Qué infeliz he sido en mis vituperios para con esta cáfila de seres impresentables, qué injusto para con Platero y sus compañeros. A todos presento mis excusas.

© Alfredo Cedeño

sábado, diciembre 03, 2016

CREER

                A veces creer tiene un precio, lo haces y eres capaz de empeñar hasta tu vida para que ella misma pueda seguir siendo lo que siempre has creído. De eso tienen lleno un inmenso y doloroso costal los creadores; también tienen otro, no tan grande pero sí muy satisfactorio de obras logradas. Es célebre el cuento de Gabriel García Márquez que al terminar de escribir Cien Años de Soledad, en agosto de 1966, se la presentó a Carlos Barral, quien por aquellos días era el zar de la que era la editorial de vanguardia en español, Seix Barral.  El genio barbado le respondió: “Yo creo que esa novela no va a tener éxito. Yo creo que esa novela no sirve”.
                García Márquez, le supone uno con maltrecha pero inalterable fe,  se dirigió a la oficina de correos de Ciudad México, junto a su inseparable e inquebrantable Mercedes Barcha, para enviar a Paco Porrúa en Buenos Aires, de la editorial Sudamericana, las 590 cuartillas, a máquina y a doble espacio, de su obra. Al llegar a la taquilla y entregar al empleado de Correos el sobre, este pesó y cobró 82 pesos… y ellos sólo llevaban 53. Abrieron el paquete y decidieron enviar sólo una parte, lo que les alcanzaba para pagar, y con el azoro del momento terminaron enviando la segunda mitad de la novela. Porrúa contaba muchos años más tarde: “Simplemente comprendí lo que cualquier editor sensato hubiera comprendido en mi lugar: que se trataba de una obra excepcional”.  Lo demás ya es historia que todos conocemos. Él, Gabriel José de la Concordia, apostó todo y ganó todo.
                Años antes que él otro que apostó todo, para perder en lo mundano pero ganar en la inmortalidad, fue Edgard Allan Poe,  quien murió a los 40 años en las salas del Washington College Hospital de Baltimore el domingo 7 de octubre de 1849.  Las causas de su muerte nunca fueron claras y hay una gran cantidad de versiones. Su vida estuvo llena de episodios poco gratos, perdió a sus padres siendo niño, luego fue recogido, que no adoptado, por una pareja adinerada de Virginia, Frances y John Allan, manteniendo con su padre postizo una relación de extrema tirantez quien terminó desheredándolo; su esposa murió de tuberculosis, su carrera literaria estuvo llena de  baches de todo tenor.
                Sin embargo, el autor de El Cuervo, Los crímenes de la calle Morgue, El escarabajo de oro, Ulalume, y El gato negro, por nombrar solo algunas de sus piezas, fue influencia decisiva en autores como Baudelaire, Dostoyevski, Faulkner, Kafka, Lovecraft, Arthur Conan Doyle, M. R. James, Ambrose Bierce, Guy de Maupassant, Thomas Mann, Jorge Luis Borges, y Julio Cortázar, amén de muchos otros más. Poca fortuna material pero inagotablemente rico en su trascender.
                Como ellos dos hay reales multitudes de ejemplos, de logros y fracasos. Algunas veces teñidos de aires épicos, otras enchapadas de abyecta miseria. Es así no solo en el ámbito creativo, sino en todas las esferas del quehacer humano. Algunas veces, unas más que otras, se solapan estas con aquellas hasta conformar amalgamas culturales donde el bien común es la búsqueda por excelencia.   Creer en tus capacidades creadoras genera fortalezas y aleja debilidades, pero cuando lejos de creer en ellas por lo que en sí mismas son y las utilizas en función del mero escalar hacia el tope de una escala empiezas a confundir tus piernas y es muy fácil convertirte en una caricatura nauseabunda de lo que pudiste ser. 
                No puedo evitar severas arcadas cuando veo en las redes circulando la foto de un evento llevado a cabo por esa cofradía de talentos extraviados e inconexos que se llama Primero Justicia. Ellos, para despejar cualquier duda razonable que pudiera surgir entre aquellos que vean dicha imagen, colocaron una suerte de castillo inflable que los identifica de manera inequívoca como los autores de una canallada ciudadana en la cual están a la venta bolsas de comida debidamente identificadas con su logo y que organiza el concejal Emer Álvarez teléfono 041404703XX2 y correo alvarezemer@hotmail.com. ¿O es que la organización de Borges decidió quitarse la máscara y asumir su pleno apoyo al gobierno en esta suerte de Comité Local de Abastecimiento y Producción (CLAP)? Este honorable “justiciero”, usuario de la cuenta en twitter @emeralvarez1, quien hasta el momento de redactar estas líneas no es capaz de siquiera generar un tweet en dicha red desde el pasado 29 de diciembre de 2013, seguramente está destinado a los más altos honores en su organización.
                Esto no es más que un débil reflejo de la catadura de aquellos que pretenden timonear en este momento nuestro zozobrante futuro. Es una pata de esa quejumbrosa y cada vez más ruinosa mesa de la unidad donde los intereses que privan son los de las tres principales organizaciones que lucen empeñadas con ardoroso afán en sostener un diálogo sobre el cual hemos alertado de manera sistemática numerosos ciudadanos. 
Hemos dicho hasta el cansancio que no se puede permitir a la cáfila roja marcar el paso y que es a través de una postura firme que se les puede forzar el regreso a las sendas democráticas. La impenitente respuesta ha sido lanzar sus hordas de cagatintas y talentosos bozaleados contra nuestras voces. Ya no es militante de la antipolítica el epíteto de moda, ahora es guerreros del teclado, y más tarde acuñarán una nueva frase infeliz para tratar de silenciar la voz de una colectividad que no soporta más ni a los rojos ni a los mudecos, cofrades incapaces de similar tenor y diferente pelaje.
                Cuanta diferencia entre estos mequetrefes y lo que Poe le escribiera desde New York a James Russel Lowel el 2 de julio de 1844: Mi vida ha sido capricho, impulso, pasión, anhelo de la soledad, mofa de las cosas de este mundo; un honesto deseo de futuro.

© Alfredo Cedeño
 

sábado, noviembre 14, 2015

QUÉ PARÍS NO MATE MIS FLORES


                Quienes me conocen me han oído decir más de una vez: París sin los parisinos. Nunca he ocultado mi animadversión por los hijos de la llamada Ciudad Luz, y es que debe decirse en honor a la verdad que suelen ser un poco menos que revulsivos los nacidos en esa amada ciudad. No quiero negar ahora que mi relación con ella ronda los terrenos esquizofrénicos. Si bien sus nativos son como el aceite de tártago, ella es adorable. Tal vez por eso siempre me ha encantado recorrerla casi al amanecer, cuando sus calles son encantadoras. Y sería injusto no amar y venerar esta ciudad a la cual le debemos tanto en Venezuela.
Sin París, por ejemplo, no hubiéramos tenido a Jesús Soto, ni a Carlos Cruz Diez, ni a Juvenal Ravelo, ni a Alejandro Otero, ni a Pascual Navarro. Tampoco hubiéramos disfrutado de esa segunda etapa de la magnífica obra de Antonio Estévez, quien luego de estudiar allá con Pierre Boulez, regresó a Caracas para crear el Instituto de Fonología y compuso Cromovibrafonía Múltiple, Cromofonía, Espectrofonía, Pranofonía y Cosmovibrafonía. Ciudad que maravilló a nuestro querido Chuchú Rosas Marcano, quien solía narrar arropado de emoción cómo habían sido sus clases de postgrado allá. Y no sólo Venezuela le debe a esta urbe. ¿Cómo no agradecerle el mundo entero que haya sido la madriguera de Julio Cortázar? Bendito lugar gracias al cual el maestro Hemingway escribió París era una fiesta y explicó con precisión cómo con su primera esposa, Hadley Richardson, eran “muy pobres, pero muy felices”. ¿Cómo dejar de mencionar a García Márquez, quien en el tiempo que yo nacía, septiembre de 1956, se alojaba en el entonces cochambroso Hotel de Flandre, en el número 16 de la rue Cujas, en el Barrio Latino?  
La lista es infinita. Su impacto  en nuestra cultura del siglo XIX y XX fue decisivo por donde se le quiera ver. A mediados del siglo XIX, Johan Jongkind y Camille Pissarro, entre muchos otros se refugiaron ahí; también llegaron Van Gogh, Renoir, Edgar Degas y Toulouse-Lautrec. Comenzando el XX allí empezaron Pablo Picasso, Modigliani, Pierre Brissaud, Alfred Jarry, Gen Paul, Jacques Villon (seudónimo de Gaston Émile Duchamp, hermano de Raymond y Marcel), Henri Matisse, Maurice Utrillo. En París nacieron las dos colecciones pictóricas más influyentes del siglo pasado y que ahora es cuando se proyectan con todo su peso en los ámbitos museísticos mundiales la de Marguerite "Peggy" Guggenheim, y la de Gertrude Stein. La primera fundó las bases de una serie que ahora se exhibe en el Salomon Guggenheim de New York y con frecuencia, partes de ella recorren los principales museos del mundo. Madame Stein, de origen americano también, impuso a comienzos del siglo XX en el número 27 de la rue de Fleurus: El Salón Stein. Atesoró una colección de arte verdaderamente colosal, y no sólo era una coleccionista empedernida sino también una socialité consumada. Fue celebre su fiesta en honor a Isadora Duncan donde asistieron Cocteau, Hemingway, Pound, Gide, Natalie Barney, Jules Pascin y Marcel Duchamp, entre otros. A sus aposentos eran frecuentes las llegadas de Pablo Picasso, el ya mencionado Ernest Hemingway, F. Scott Fitzgerald, Sinclair Lewis, Ezra Pound, Gavin Williamson, Thornton Wilder, Sherwood Anderson, Francis Cyril Rose, René Crevel, Élisabeth de Gramont, Francis Picabia, Claribel Cone, Mildred Aldrich, Carl Van Vechten y Matisse.
Pero no sólo fueron cuna y refugio de la “burguesía decadente”, como gustan de vociferar los más encopetados miembros de la izquierda majunche. Es bueno puntualizar que hay otra versión de dicha corriente ideológica que es el llamado extremismo caviar, son los que aman New York, Londres y, por supuesto, la hoy lacerada París. Allí se le dio cobijo al mismísimo Ho Chi Minh, quien en diciembre de 1920, participó en el XVIII Congreso del Partido Socialista Francés, donde intervino para denunciar los crímenes de los colonialistas franceses en Indochina e hizo un llamado a los genuinos revolucionarios y al pueblo francés a apoyar la lucha de los pueblos colonizados.  También fue uno de los fundadores del Partido Comunista Francés; y en abril de 1922 fundó allí el periódico Le Paria. Un poco más de medio siglo más tarde le tocó el turno al iraní Ruhollah Hendi Mussaví, conocido más popularmente como el Ayatolá Jomeini. Este señor se instaló en el suburbio parisino Neauphle-le-Château, y el 13 de enero de 1979 el líder religioso constituyó en la llamada capital gala el Consejo de la Revolución Islámica.
                No puedo evitar ponerme quisquilloso y pensar en este último caso como ejemplo perfecto de cómo un país puede abrigar su Caballo de Troya. Y aquí necesito hacer otra consideración. Si bien es cierto que los parisinos son detestables, he llegado a creer que es una pose para tratar de evitar que les agarren la vega de potrero; por ello esa máscara de irascibilidad que esconde a una gente hospitalaria y respetuosa de los demás, aun a pesar de que ellos puedan ser quienes los asesinen como pasó este viernes 13 de noviembre.  No tengo que abundar en cómo el honorable embatolado Jomeini, con la excusa de su estado islámico, estimuló y prohijó diversas arremetidas verdaderamente fascistas contra la cultura occidental. Salman Rushdie que lo cuente, no es gratuito que todavía anda cuidando su pescuezo, ante la oferta que por él hiciera el ilustre religioso.
                La condena a este bochorno ha sido unánime, como tenía que ser. Sin embargo me llamaron la atención dos pronunciamientos en nuestro patio que no dejaron de estremecerme. Por un lado nuestro cuerpo colegiado opositor, que como bien sabemos suele con extremada calma fijar posición sobre cualquiera sea el punto que deben hacerlo.  Ellos van a su propio aire siempre, y ni que un tábano les pique las asentaderas son capaces de ir más rápido, por eso el asombro. El otro me resultó francamente indignante, hablo del que hizo el tío político de los dos angelitos atrapados en la capital haitiana por los agentes del imperialismo mismo.  Es insólito que ahora se pretenda hacer girar los reflectores por arte de birlibirloque hacia Europa, y que nos distraigamos del atentado permanente que debemos soportar estoicamente los venezolanos a todos los niveles. Ayer mismo los sicarios con credenciales del gobierno informaron que el kilo de pernil debía ser vendido a bolívares 586, y cómo me explicaba con voz apesadumbrada y preñada de desespero un alto ejecutivo de una cadena de expendio de alimentos: ¡Nuestro costo es de 890!
                Condeno lo sucedido en París, pero no le hago el juego a este gobiernucho. Los ciento y tantos muertos de allá, los hay en las calles de Venezuela cada semana. Es una masacre en cámara lenta que estamos viviendo desde hace años, y no podemos dejar que la parejería nos arrope para hacerle la tarea a Maduro, Cilia, Diosdado y todo ese grupete de malvivientes que padecemos como gobernantes.  Por favor, que la compasión no nos haga ser pendejos útiles al servicio de estos pícaros que ahora se dan golpes de pecho por las victimas en la capital francesa, y pretenden con ello distraernos de sus simpatías que han clamado urbi et orbi en reiteradas ocasiones; pero ni de milagro explican cómo fue que a sus parientes les pusieron los ganchos cuando trataban de negociar casi una tonelada de coca que sería llevada a Estados Unidos. Esa letrina cada vez arroja más detritus y no debemos ser ingenuos para ayudarlos a echarle cal para ocultar la peste que de ella sale. 

© Alfredo Cedeño


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