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sábado, diciembre 03, 2016

CREER

                A veces creer tiene un precio, lo haces y eres capaz de empeñar hasta tu vida para que ella misma pueda seguir siendo lo que siempre has creído. De eso tienen lleno un inmenso y doloroso costal los creadores; también tienen otro, no tan grande pero sí muy satisfactorio de obras logradas. Es célebre el cuento de Gabriel García Márquez que al terminar de escribir Cien Años de Soledad, en agosto de 1966, se la presentó a Carlos Barral, quien por aquellos días era el zar de la que era la editorial de vanguardia en español, Seix Barral.  El genio barbado le respondió: “Yo creo que esa novela no va a tener éxito. Yo creo que esa novela no sirve”.
                García Márquez, le supone uno con maltrecha pero inalterable fe,  se dirigió a la oficina de correos de Ciudad México, junto a su inseparable e inquebrantable Mercedes Barcha, para enviar a Paco Porrúa en Buenos Aires, de la editorial Sudamericana, las 590 cuartillas, a máquina y a doble espacio, de su obra. Al llegar a la taquilla y entregar al empleado de Correos el sobre, este pesó y cobró 82 pesos… y ellos sólo llevaban 53. Abrieron el paquete y decidieron enviar sólo una parte, lo que les alcanzaba para pagar, y con el azoro del momento terminaron enviando la segunda mitad de la novela. Porrúa contaba muchos años más tarde: “Simplemente comprendí lo que cualquier editor sensato hubiera comprendido en mi lugar: que se trataba de una obra excepcional”.  Lo demás ya es historia que todos conocemos. Él, Gabriel José de la Concordia, apostó todo y ganó todo.
                Años antes que él otro que apostó todo, para perder en lo mundano pero ganar en la inmortalidad, fue Edgard Allan Poe,  quien murió a los 40 años en las salas del Washington College Hospital de Baltimore el domingo 7 de octubre de 1849.  Las causas de su muerte nunca fueron claras y hay una gran cantidad de versiones. Su vida estuvo llena de episodios poco gratos, perdió a sus padres siendo niño, luego fue recogido, que no adoptado, por una pareja adinerada de Virginia, Frances y John Allan, manteniendo con su padre postizo una relación de extrema tirantez quien terminó desheredándolo; su esposa murió de tuberculosis, su carrera literaria estuvo llena de  baches de todo tenor.
                Sin embargo, el autor de El Cuervo, Los crímenes de la calle Morgue, El escarabajo de oro, Ulalume, y El gato negro, por nombrar solo algunas de sus piezas, fue influencia decisiva en autores como Baudelaire, Dostoyevski, Faulkner, Kafka, Lovecraft, Arthur Conan Doyle, M. R. James, Ambrose Bierce, Guy de Maupassant, Thomas Mann, Jorge Luis Borges, y Julio Cortázar, amén de muchos otros más. Poca fortuna material pero inagotablemente rico en su trascender.
                Como ellos dos hay reales multitudes de ejemplos, de logros y fracasos. Algunas veces teñidos de aires épicos, otras enchapadas de abyecta miseria. Es así no solo en el ámbito creativo, sino en todas las esferas del quehacer humano. Algunas veces, unas más que otras, se solapan estas con aquellas hasta conformar amalgamas culturales donde el bien común es la búsqueda por excelencia.   Creer en tus capacidades creadoras genera fortalezas y aleja debilidades, pero cuando lejos de creer en ellas por lo que en sí mismas son y las utilizas en función del mero escalar hacia el tope de una escala empiezas a confundir tus piernas y es muy fácil convertirte en una caricatura nauseabunda de lo que pudiste ser. 
                No puedo evitar severas arcadas cuando veo en las redes circulando la foto de un evento llevado a cabo por esa cofradía de talentos extraviados e inconexos que se llama Primero Justicia. Ellos, para despejar cualquier duda razonable que pudiera surgir entre aquellos que vean dicha imagen, colocaron una suerte de castillo inflable que los identifica de manera inequívoca como los autores de una canallada ciudadana en la cual están a la venta bolsas de comida debidamente identificadas con su logo y que organiza el concejal Emer Álvarez teléfono 041404703XX2 y correo alvarezemer@hotmail.com. ¿O es que la organización de Borges decidió quitarse la máscara y asumir su pleno apoyo al gobierno en esta suerte de Comité Local de Abastecimiento y Producción (CLAP)? Este honorable “justiciero”, usuario de la cuenta en twitter @emeralvarez1, quien hasta el momento de redactar estas líneas no es capaz de siquiera generar un tweet en dicha red desde el pasado 29 de diciembre de 2013, seguramente está destinado a los más altos honores en su organización.
                Esto no es más que un débil reflejo de la catadura de aquellos que pretenden timonear en este momento nuestro zozobrante futuro. Es una pata de esa quejumbrosa y cada vez más ruinosa mesa de la unidad donde los intereses que privan son los de las tres principales organizaciones que lucen empeñadas con ardoroso afán en sostener un diálogo sobre el cual hemos alertado de manera sistemática numerosos ciudadanos. 
Hemos dicho hasta el cansancio que no se puede permitir a la cáfila roja marcar el paso y que es a través de una postura firme que se les puede forzar el regreso a las sendas democráticas. La impenitente respuesta ha sido lanzar sus hordas de cagatintas y talentosos bozaleados contra nuestras voces. Ya no es militante de la antipolítica el epíteto de moda, ahora es guerreros del teclado, y más tarde acuñarán una nueva frase infeliz para tratar de silenciar la voz de una colectividad que no soporta más ni a los rojos ni a los mudecos, cofrades incapaces de similar tenor y diferente pelaje.
                Cuanta diferencia entre estos mequetrefes y lo que Poe le escribiera desde New York a James Russel Lowel el 2 de julio de 1844: Mi vida ha sido capricho, impulso, pasión, anhelo de la soledad, mofa de las cosas de este mundo; un honesto deseo de futuro.

© Alfredo Cedeño
 

sábado, julio 16, 2016

¿DIÁLOGO?


Comenzando la década de los años 80 el poeta y periodista argentino Osvaldo Ferrari llevó a cabo una serie de conversaciones en la radio con su paisano Jorge Luis Borges. En una de esas pláticas el maestro le dijo: “El diálogo tiene que ser una investigación y poco importa que la verdad salga de boca de uno o de boca de otro. Yo he tratado de pensar, al conversar, que es indiferente que yo tenga razón o que tenga razón usted; lo importante es llegar a una conclusión, y de qué lado de la mesa llega eso, o de qué boca, o de qué rostro, o desde qué nombre, es lo de menos”.
Recuerdo estas palabras al oír en estos días el sonsonete en que se ha convertido hoy dicha palabra. Uno oye diálogo por aquí, diálogo por allá, diálogo acullá, diálogo por acá, y en esa cantaleta se nos va la vida mientras la asnatura roja aprieta cada día más y más el cepo. Es mucho lo que se ha dicho y escrito desde los de Sócrates y su discípulo Platón a fines del siglo IV antes de Cristo. El honorable mataburros de la Real Academia Española explica que dicha palabra proviene del vocablo latín dialŏgus, quien a su vez lo hace de griego διάλογος; y en su primera acepción lo describe así: “Plática entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos”. También dice en su tercer apartado que es: “Discusión o trato en busca de avenencia”.
En esta mala hora que sobrellevamos, han querido convertir esta bendita palabreja en un dogma que ni la eternidad de Dios que consagran con aquello de que “Dios no tiene principio ni fin”; ni qué hablar de la Santísima Trinidad que, tal como establece San Juan en su primera carta, la integran “el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, y estos tres son uno”; es que ni se le acerca a aquello de que “Cristo subió en cuerpo y alma a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre”. Los anatemas y excomuniones a quienes pedimos información sobre el asunto -o tal como dijo en su momento el ahora prócer Luis Miquilena ¿con qué se come eso?- no se hacen esperar. La letanía comienza con la más benévola de las mofas: ¡Antipolítico!, que te lo dicen así como si te dijeran ¡Pupú de perro! De ahí en adelante la quincalla retórica los convierte en una suerte de Paquita La Del Barrio y entonan: 
Rata inmunda, animal rastrero
Escoria de la vida, adefesio malhecho.
A partir de ahí son como Buzz Ligthyear, llegan al infinito y más allá.  Y uno se queda así como apendejeado –más de lo que ya es–, y piensa, pero si lo único que estoy preguntando es quiénes, y a santo de qué, son los que van a dialogar.
                Uno oye que van a hacerlo y se imagina al ilustre Diosdado, con esa apariencia batracia que ahora exhibe, sentado al lado del no menos insigne Timoteo Zambrano, cuya facha dista muchísimo de aquella que exhibía cuando era estudiante del Jesús Obrero en Los Flores de Catia, y la verdad que da como escalofríos. Debo confesar que lo hago y de manera instintiva me sobrecojo y llevo de forma casi convulsa la mano a mi bolsillo para cerciorarme de que mi cartera sigue ahí, flaca, arruinada y desperrugida, pero mía y en mi pantalón. Porque no me van a negar que, por más que pretendan ungirlos ahora en Donald y Tribilín, ambos personajes son pesadillescos. 
Se escucha decir sobre la necesidad del diálogo y otra imagen que me tortura es ese ahora protohombre de la civilización democrática, Henry Ramos Allup, quien en estos días hasta aparece a medianoche en las Mercedes comiendo perros calientes y al que en cualquier momento veremos, como le gustaba hacer en la sala de café del hemiciclo, abrirse la camisa para que todos vean la cicatriz de su operación de corazón; y lo pienso arrellanado junto a ese otro digno representante de nuestra casta política el inefable Nicolás Maduro. Cuando eso pasa no puedo dejar de correr a chequear por internet que mi anémica cuenta sigue teniendo los dos centavos y medios con que la suelo mantener.
Cualquiera podría decir que son meras ganas de echar vainas por parte de uno, pero al leer que en Carabobo, durante una sesión ampliada del egregio Comité Ejecutivo Seccional de Acción Democrática, su directiva anunció que promueven la candidatura de Henry Ramos Allup a la presidencia de la República y la de Rubén Limas a la Gobernación de Carabobo, ¿qué se puede pensar?  Y es cuando empiezas a preguntarte: ¿en todo esto del fulano diálogo, quién habla con quién? Y al final del camino encuentras que tanto cuestionar la opacidad del régimen para estar en las mismas, aquí cada quien habla con quien le sale de sus reaños y nos exigen obediencia y docilidad absoluta y, reitero, ay de aquel que ose asomar la mínima pizca de crítica: de inmediato tiene su Gólgota asegurado.
Ya dando cierre a esta nota reviso, una vez más, el diccionario de la Real Academia Española y al final de la definición de la palabra en cuestión encuentro la mención: diálogo de besugos, la cual explican así: “Conversación sin coherencia lógica”. La memoria en una de esas maromas que suelen hacer me conecta con un muy joven Robert de Niro interpretando a Travis Bickle, en la inolvidable película Taxi Driver; allí hay una escena gloriosa, en la que el actor aparece conversando consigo mismo ante un espejo. En un momento de su soliloquio se esconde en la manga derecha de su chaqueta militar una pistola, se contempla en el espejo, y con gesto fanfarrón dice por tres veces el ya icónico: “You talkin´ to me? (me hablas a mí?)”; antes de girar la cabeza mirando alrededor sabiendo perfectamente que está solo, y que todo es un falso diálogo.
Hay autores a los que uno siempre termina retornando porque ellos supieron interpretar a cabalidad al ser humano, Shakespeare es uno de ellos. Ahora mismo recuerdo de su obra Julio César, cuando pone en boca de Cicerón, mientras dialoga con Casca, este parlamento: “Pero los hombres pueden interpretar las cosas a su manera, contrariamente al de las cosas mismas”. ¿En aras de qué ahora debemos soportar estoicamente que un grupete, el de siempre, nos interprete a su manera, contrario al sentimiento y necesidades del país mismo?

© Alfredo Cedeño

domingo, junio 01, 2014

PATRIA

            Hay temas de los que a veces se escribe con no poca precaución, uno siente que al hacerlo se desplaza sobre un campo minado. No son pocos los riesgos que se deben asumir: puedes pisar el chauvinismo, o pensar xenófobamente, o escribir y ser arrastrado por la patriotería, tal vez caer en brazos del nacionalismo ramplón, y a la postre ser pasto de la intransigencia barata; todo ello cuando se reflexiona sobre el lar nativo, o adoptivo… ese al que solemos despachar con brevedad y llamamos patria.
 
            Si buscamos en el mataburros de la Real Academia Española encontraremos: “(Del lat. patrĭa). 1. f. Tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos. 2. f. Lugar, ciudad o país en que se ha nacido.” Al consultar en la web el diccionario etimológico del chileno Valentín Anders encuentro: “es la forma femenina del adjetivo patrius-a-um (relativo al padre, también relativo a los “patres” que son los antepasados). (…) Esta voz se deriva de pater, patris (padre, antepasado) y el vocablo pater se asocia a una raíz indoeruropea existente en todas sus lenguas hijas, que es pǝtḗ(r) (padre). 
 
            Cuándo y dónde se comenzó a usar con tal intención es la pregunta de las once mil vírgenes. A pocos años de estar por comenzar la era cristiana el bardo Quinto Horacio Flaco, a quien más conocemos como Horacio en sus más que mentadas Odas, al referirse a la guerra de Roma contra Partia, asentó: Dulce et decorum est pro patria mori, que vendría a ser algo así como: Dulce y decoroso es morir por la patria.  Esta frase ha seguido rodando desde entonces en diversas locaciones y oportunidades.
 
            Las definiciones de ella han llovido, ahora recuerdo al poeta panameño Ricardo Miró, que a comienzos del siglo XX escribió:
La Patria es el recuerdo... Pedazos de la vida
envueltos en jirones de amor o de dolor.
Y también evoco al ciego insigne Jorge Luis Borges:
Hablan de patria.
Mi patria es un latido de guitarra, unos retratos y una vieja espada,
la oración evidente del sauzal en los atardeceres.
 
            En este hacer memoria de autores que han dado su versión del tema de hoy, surge el admirado uruguayo Mario Benedetti:
Quizá mi única noción de patria
sea esta urgencia de decir Nosotros
quizá mi única noción de patria
sea este regreso al propio desconcierto.
 
            En ese vagar de recuerdos me llega Shakespeare, busco en varias de sus obras y finalmente encuentro en Enrique IV, primera parte, en la tercera escena del acto IV a Hotspur, hijo del conde de Northumberland, cuando al referirse al rey le dice a sir Walter Blunt: grita contra los abusos, finge llorar sobre los males de la patria y, bajo esa máscara, bajo ese aparente aspecto de justicia, quiere ganar los corazones de todos los que quiere pescar. Cualquier parecido con lo que vivimos ahora en Venezuela, no es más que otra manifestación de la capacidad de los creadores para anticiparse a todo cuanto está por llegar... o ser crudo espejo de lo que ocurre a su alrededor para tratar en vano de que tales desmanes no sigan repitiéndose. 
 
            Vivimos bombardeados, de un tiempo para acá, con toda clase de edulcoradas alegorías a la patria, y se hacen ripios altisonantes con los cuales se intoxica a la ciudadanía a toda hora y en todo lugar. No parece haber un espacio a salvo de la voracidad propagandística de la hidra comunicacional roja. Quienes pensamos distinto somos estigmatizados y sometidos a toda clase de escarnio, la persecución es infame y se hace doloroso ver a viejos amigos de utopías devenidos en esa triste figura que han dado ahora en llamar “patriotas cooperantes”. Todo es válido en función de la permanencia en el goce y disfrute del poder; hasta intentar –en vano, por demás– resignificar nuestra permanencia republicana.
 
            ¿Cómo definir lo que realmente es patria? ¿Cómo se explica a alguien que este sentimiento de pertenencia a estos espacios es savia y barro que nos ha acrisolado en una devoción a prueba de bombas y mentiras devenidas en verdades? ¿Se puede acaso hacer entender con exactitud por qué este amor a nuestra tierra nos ha entregado un sentido de pertenencia que nos hace aguantar cuanto sea necesario para hacer que sea lo bonita que merece ser? ¿Alguna vez lograremos hacer entender que más allá de estatuas, plazas, banderas y símbolos hay un algo, tan etéreo pero tan firme como el cielo que sostiene a las estrellas para que brillen con terca belleza, que nos hace uno con esta Tierra de Gracia?

© Alfredo Cedeño

PD: Recibo una acotación del querido cura Alejandro Moreno, la cual les transcribo y suscribo en su totalidad: "Ciertamente la patria es un nosotros; ahora bien, en Venezuela no resuena tanto el término patria, tierra de los padres, porque más bien es tierra de las madres. Mas que patria, debería decirse matria."
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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