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domingo, noviembre 17, 2013

ROMA

            Todavía recuerdo la primera vez que vi las calles de Roma. Era un sábado de abril a media mañana, con una brisa suave que me hacia arrebujar en la chaqueta que cargaba. Luego del habitual registro en el hotel, me escabullí a vagar por la tierra de los gemelos amamantados por la loba Luperca. Un cielo despejado me acompañó hasta uno de los tantos puentes que cruzan el Tíber y allí imaginé la urbe cuando era un descampado y sitio de retozos de los mencionados carajitos.
 
            Años sucesivos y posteriores volví a visitar esta ciudad que, al decir de unos cuantos, es la cuna del mundo occidental ya que la expansión del Imperio Romano fue   la piedra angular sobre la cual se fue constituyendo lo que el mundo es hoy.  Se dice Roma y Vaticano y Coliseo saltan a la memoria, se pronuncia Roma y la imagen de mujeres y hombres hermosos se vienen al recuerdo, se habla de Roma y se está hablando del latín, esa lengua indoeuropea que se desarrolló aquí en el Lacio, o Latium, hasta darse su propia denominación.
 
            Roma es cuna de placeres y barbaries. La que originalmente fuera una aldea de campesinos fue hipertrofiándose hasta autofagocitarse, luego de haber sembrado con destrucción el mundo mientras avanzaba e iba consolidando su dominio. ¿Qué se podía esperar de una urbe nacida a la sombra del fratricidio?
 
            Asegura esa anciana retorcida y camandulera llamada tradición oral que Rómulo y Remo, acompañados de bandidos y vagabundos expulsados de sus propias ciudades, decidieron fundar su caserío a las orillas del río Tíber. Y ahí empezaron las heladeras de greñas entre ambos ya que no se podían poner de acuerdo sobre el lugar en el cual erigirían la ciudad. Afirman que Remo quería que fuera en la colina Aventino, y su hermano Rómulo porfiaba porque fuera la del Palatino. Llegados a ese punto acordaron dejar en manos de los dioses que se resolviera el embeleco; pero sin ceder posición ninguno de los dos, así que cada uno se encaramó en su cerrito a esperar una señal de los cielos.
 
Fue así como la mañana del 21 de abril del año 753 a.C., Remo mirando al cielo, similar a ese que vi yo cuando vi la ahora metrópolis por primera vez, trepado en la cima del Aventino vio seis grandes buitres sobrevolándole a él. Por supuesto que el hombre armó un alboroto y salió corriendo hacia donde estaba su hermano para anunciarle que había ganado y que la ranchería se haría donde él decía.  La vaina fue que, en el mientras tanto que llaman, en ese mismo instante, doce avechuchos sobrevolaron el Palatino; ante lo cual Rómulo se sintió dueño de la victoria, y sin esperar que llegara su hermano echó mano a un arado y comenzó a cavar el pomerium, el foso circular que fijaría el límite sagrado de la nueva ciudad, prometiendo dar muerte a quien osara atravesarlo. Remo, quien andaba en Babia y jurando que había ganado saltó hacia su hermano para anunciarle que era el triunfador. Rómulo, obligado por el juramento que acababa de pronunciar, le dio matarile a Remo quien se convirtió en el primero en pagar con su vida la violación de la frontera sagrada de Roma.
 
            Es la cuna de Cicerón, Séneca, Petronio, Nerón, Domiciano, Trajano, Marco Aurelio, Calígula, Julio César, Bruto, Casio, Marco Antonio, Octavio… Y también, en tiempos más recientes de Sofía Loren y de Eros Luciano Walter Ramazzotti.
 
            Aquí ambientó Vittorio De Sica su Ladrones de Bicicleta donde el desamparo de Antonio y su hijo Bruno no ha dejado de conmoverme cada vez que la he visto. La Ciudad Eterna es una hoguera que arroja sus favilas al viento mientras sus calles siguen recogiendo las huellas de todos quienes seguimos acudiendo sedientos a recorrerla  tratando de atrapar algo de los destellos de la belleza que, pese a sus horrores, pudo engendrar entre sus célebres siete colinas…

© Alfredo Cedeño

 
 
 
 
 
 
 
 
 

jueves, enero 20, 2011

EL COLÍSEO

Siempre tuvo sobre mí una extraña fascinación El Colíseo. Dirán todos: ¿Y sobre quién no? Pero, en mi caso, había algo más allá del deslumbramiento que produce en todo aquel que llega hasta estas venerables ruinas. Esa especie de “sombra” que me revoloteaba, no la entendí hasta hace poco…
Siempre me pasaba lo mismo… Me asomaba en una esquina y veía a los ochenta mil espectadores –que podía albergar en su buena época– bramando de morboso placer mientras un león hambriento se merendaba a un cristiano fanático. Uno de esos que no había podido esconderse a tiempo de los legionarios. O al inclinarme en un borde contemplaba una de las “naumachiae”, que era como llamaban a las fastuosas batallas navales que representaban allí, luego de llenar de agua el foso hasta el tope.
Entre estas ahora vetustas paredes a punto de caer, se llevaban a cabo “venationes”, nombre de las peleas de animales; y también “noxii”, que era cuando los ya mencionados leones se zampaban a un creyente; o una “munera” en la cual eran los gladiadores quienes se entraban a mandobles y carajazos.
Afirman que en estas pachangas latinas murieron entre medio millón y un millón de personas…
Estos fandangos duraron hasta el siglo VI cuando se celebraron allí los últimos de estos eventos. La secuela decadente fue inevitable, así como la natural canibalización del edificio. Se cumplió a carta cabal aquello de que del árbol caído todo hacen leña. Sus mármoles fueron empleados para fabricar palacios e iglesias en toda la urbe romana. En El Vaticano es larga la lista de materiales extraídos de aquí y empleados para su construcción. También el mármol del Colíseo se sometió a un incalculable número de fogatas para producir cal viva.
El otrora escenario devino, además de cantera, en refugio, en sede de una orden religiosa, en fábrica y hasta en fortaleza militar. El bochinche duró hasta que en 1749, Benedicto XIV lo consagró como lugar santo en memoria de los mártires allí ejecutados. Aunque, en honor a la eternamente manipulada verdad, no fue allí donde más los sacrificaron sino en el Circo Máximo a unos cuantos metros al sureste del Colíseo. No contento con todo este despalillamiento de la majestuosa estructura, durante la Segunda Guerra Mundial una bomba aérea derrumbó un amplio sector…
Fue durante la segunda mitad del siglo XX que El Colíseo se agigantó y su imagen se convirtió en imagen del poderío político y cultural de Roma en tiempos mejores; para luego convertirse en objeto de peregrinación del mundo.
Es ahora cuando he logrado discernir el vínculo premonitorio que me enlazaba con esta majestuosa estructura. Es el proceso de Venezuela retratado en siglos: un portento destruido en las manos de quienes debían conservarlo y cuidarlo.

© Alfredo Cedeño


















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