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miércoles, noviembre 04, 2020

ROJA BESTIALIDAD



          Pocas palabras tienen más popularidad entre los “progresistas” que genocidio, y sus variables. Es común oírles predicar contra gobiernos genocidas, presidentes genocidas, imperios genocidas, y por ahí súmele cuantos otros sustantivos se le ocurra.

Que recuerde, uno de los primeros genocidios que se pueden llamar tal fue el de la Guerra de las Galias, donde Julio César conquistó 800 ciudades, dominó casi 300 tribus celtas y germanas, vendió como esclavos a un millón de personas y se raspó a tres millones entre campos de batalla e incursiones. Más arrecho, y perdón por el latín, fue en China. Allá un tal An-Lushan, durante la dinastía Tang, azuzó una rebelión contra el poder imperial. ¿Qué pasó? Que mataron a treintaicinco millones de amarillos.  Después cuando las benditas Cruzadas fueron cinco millones de muertos en tres siglos y medio que duró tal arrebato místico.  ¡Ah! Y en la amada Rusia del adorado Putin, el angelito Stalin no sólo hizo una sino que recuerde fueron TRES. Primero se echó al coleto a casi cuarenta millones a cuenta de limpiezas étnicas, donde cayeron  tártaros de Crimea, balkarios, chechenos, calmucos, ucranianos, además de las purgas y sus famosas “colectivizaciones forzosas”. Después, entre 1932 y 1933, mató de hambre a siete millones de personas en Georgia cuando les cortó todos los suministros a esa región que se negaba a perder su independencia. Y completó su gesta echándose al pico a otros cuatro millones cuando se empeñó que él era el gran estratega rojo y condujo las operaciones en los primeros meses de la invasión nazi. 

Y en cuanto a nuestros indios, perdón a los que se ofenden, iba a escribir indígenas, pero hoy no estoy en ánimos de borrar, que a mí también me duelen,  tengo que decir que eso no fue genocidio, porque la gran mayoría de esos muertos aseguro que no se sabe cómo ni por qué fue que los hubo.  El argumento favorito de los “indiólogos” es que les impusieron a sangre y fuego una fe que no era la de ellos.  En realidad el gran asesino de la Conquista fueron las enfermedades. Los habitantes originales de estos territorios no habían desarrollado los anticuerpos que ya los europeos tenían y una simple gripe podía provocar una mortandad que ni una bomba de racimo. Y no había quienes lo lamentaran más que los mismos españoles porque si se morían no tenían quien les trabajara, y por eso fue que los negros –y que me perdonen los “afrodescendientelogos”–, llegaron aquí, porque si no se hubieran muerto los indios no hubieran traído los esclavos.  Es verdad, no lo voy a negar, que hubo más de una matazón, pero nunca a esos niveles que ahora quieren hacer ver que las hubo. Como si no hubieran hecho otra cosa más que bajarse de las carabelas a tumbar cabezas.

Genocidio fue el ocurrido en Camboya en la época del Partido Comunista de Kampuchea, durante cuatro años que duró dicho régimen, desde abril de 1975 a enero de 1979. En ese lapso los muy celebrados Jemeres Rojos, a quienes los cultos revolucionarios llamaban en impecable francés el Khmers Rouges, se echaron al coleto entre millón y medio y tres millones de camboyanos. La matachina fue de tal calibre que se han descubierto más de 20.000 (veinte mil) fosas comunes, que fueron llamadas Campos de la Muerte. Los desmanes de semejantes criminales fueron aterradores, sin embargo los intentos por juzgarlos fueron en vano. Apenas el 16 de noviembre de 2018 el Tribunal de Camboya condenó a cadena perpetua por delito de genocidio a los dos últimos líderes vivos de tales hijos de su madre: el “número dos” e ideólogo de los mentados Jemeres, Nuon Chea, de 92 años, y el antiguo jefe de Estado de ese régimen, Khieu Samphan, de 87.

De tales niveles de vileza “progresista” poco se dice. Con tales hechos pasa lo mismo que ocurría, al menos en Venezuela, hasta mediados del siglo pasado, con los enfermos mentales: todo el mundo lo sabía, pero de eso no se hablaba. Eran famosas las matas de guanábana en las casas de los pudientes, a cuya sombra amarraban, cual fieras rabiosas, a los “locos de la casa”, porque eso los aplacaba. Tal parece que en estos tiempos metieron a la llamada “dirigencia” opositora bajo un frondoso árbol de la citada fruta.

Lo he dicho en muchas otras ocasiones, los sátrapas saben que no va a pasar nada, que no habrá diálogo o justicia que les haga siquiera mella, están plenamente conscientes de la benevolencia con la que el mundo los tratará. La impunidad tiene nombre de vanguardia, su apellido de alcahuete. Todo esto que les escribo hoy, es algo de lo que la dictadura de Maduro tiene clara consciencia.  El bigote bailarín, y su combo, encabezado por los hermanitos Rodríguez, se reúne con Facundo, Segismundo y Raimundo para estirar la cuerda con elástica impunidad.   Saben que así lleguen al siglo de vida, nadie les hará rendir cuentas y, mucho menos, pagar la interminable lista de delitos con los que han asolado a nuestro país.

 

© Alfredo Cedeño 


sábado, julio 16, 2016

¿DIÁLOGO?


Comenzando la década de los años 80 el poeta y periodista argentino Osvaldo Ferrari llevó a cabo una serie de conversaciones en la radio con su paisano Jorge Luis Borges. En una de esas pláticas el maestro le dijo: “El diálogo tiene que ser una investigación y poco importa que la verdad salga de boca de uno o de boca de otro. Yo he tratado de pensar, al conversar, que es indiferente que yo tenga razón o que tenga razón usted; lo importante es llegar a una conclusión, y de qué lado de la mesa llega eso, o de qué boca, o de qué rostro, o desde qué nombre, es lo de menos”.
Recuerdo estas palabras al oír en estos días el sonsonete en que se ha convertido hoy dicha palabra. Uno oye diálogo por aquí, diálogo por allá, diálogo acullá, diálogo por acá, y en esa cantaleta se nos va la vida mientras la asnatura roja aprieta cada día más y más el cepo. Es mucho lo que se ha dicho y escrito desde los de Sócrates y su discípulo Platón a fines del siglo IV antes de Cristo. El honorable mataburros de la Real Academia Española explica que dicha palabra proviene del vocablo latín dialŏgus, quien a su vez lo hace de griego διάλογος; y en su primera acepción lo describe así: “Plática entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos”. También dice en su tercer apartado que es: “Discusión o trato en busca de avenencia”.
En esta mala hora que sobrellevamos, han querido convertir esta bendita palabreja en un dogma que ni la eternidad de Dios que consagran con aquello de que “Dios no tiene principio ni fin”; ni qué hablar de la Santísima Trinidad que, tal como establece San Juan en su primera carta, la integran “el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, y estos tres son uno”; es que ni se le acerca a aquello de que “Cristo subió en cuerpo y alma a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre”. Los anatemas y excomuniones a quienes pedimos información sobre el asunto -o tal como dijo en su momento el ahora prócer Luis Miquilena ¿con qué se come eso?- no se hacen esperar. La letanía comienza con la más benévola de las mofas: ¡Antipolítico!, que te lo dicen así como si te dijeran ¡Pupú de perro! De ahí en adelante la quincalla retórica los convierte en una suerte de Paquita La Del Barrio y entonan: 
Rata inmunda, animal rastrero
Escoria de la vida, adefesio malhecho.
A partir de ahí son como Buzz Ligthyear, llegan al infinito y más allá.  Y uno se queda así como apendejeado –más de lo que ya es–, y piensa, pero si lo único que estoy preguntando es quiénes, y a santo de qué, son los que van a dialogar.
                Uno oye que van a hacerlo y se imagina al ilustre Diosdado, con esa apariencia batracia que ahora exhibe, sentado al lado del no menos insigne Timoteo Zambrano, cuya facha dista muchísimo de aquella que exhibía cuando era estudiante del Jesús Obrero en Los Flores de Catia, y la verdad que da como escalofríos. Debo confesar que lo hago y de manera instintiva me sobrecojo y llevo de forma casi convulsa la mano a mi bolsillo para cerciorarme de que mi cartera sigue ahí, flaca, arruinada y desperrugida, pero mía y en mi pantalón. Porque no me van a negar que, por más que pretendan ungirlos ahora en Donald y Tribilín, ambos personajes son pesadillescos. 
Se escucha decir sobre la necesidad del diálogo y otra imagen que me tortura es ese ahora protohombre de la civilización democrática, Henry Ramos Allup, quien en estos días hasta aparece a medianoche en las Mercedes comiendo perros calientes y al que en cualquier momento veremos, como le gustaba hacer en la sala de café del hemiciclo, abrirse la camisa para que todos vean la cicatriz de su operación de corazón; y lo pienso arrellanado junto a ese otro digno representante de nuestra casta política el inefable Nicolás Maduro. Cuando eso pasa no puedo dejar de correr a chequear por internet que mi anémica cuenta sigue teniendo los dos centavos y medios con que la suelo mantener.
Cualquiera podría decir que son meras ganas de echar vainas por parte de uno, pero al leer que en Carabobo, durante una sesión ampliada del egregio Comité Ejecutivo Seccional de Acción Democrática, su directiva anunció que promueven la candidatura de Henry Ramos Allup a la presidencia de la República y la de Rubén Limas a la Gobernación de Carabobo, ¿qué se puede pensar?  Y es cuando empiezas a preguntarte: ¿en todo esto del fulano diálogo, quién habla con quién? Y al final del camino encuentras que tanto cuestionar la opacidad del régimen para estar en las mismas, aquí cada quien habla con quien le sale de sus reaños y nos exigen obediencia y docilidad absoluta y, reitero, ay de aquel que ose asomar la mínima pizca de crítica: de inmediato tiene su Gólgota asegurado.
Ya dando cierre a esta nota reviso, una vez más, el diccionario de la Real Academia Española y al final de la definición de la palabra en cuestión encuentro la mención: diálogo de besugos, la cual explican así: “Conversación sin coherencia lógica”. La memoria en una de esas maromas que suelen hacer me conecta con un muy joven Robert de Niro interpretando a Travis Bickle, en la inolvidable película Taxi Driver; allí hay una escena gloriosa, en la que el actor aparece conversando consigo mismo ante un espejo. En un momento de su soliloquio se esconde en la manga derecha de su chaqueta militar una pistola, se contempla en el espejo, y con gesto fanfarrón dice por tres veces el ya icónico: “You talkin´ to me? (me hablas a mí?)”; antes de girar la cabeza mirando alrededor sabiendo perfectamente que está solo, y que todo es un falso diálogo.
Hay autores a los que uno siempre termina retornando porque ellos supieron interpretar a cabalidad al ser humano, Shakespeare es uno de ellos. Ahora mismo recuerdo de su obra Julio César, cuando pone en boca de Cicerón, mientras dialoga con Casca, este parlamento: “Pero los hombres pueden interpretar las cosas a su manera, contrariamente al de las cosas mismas”. ¿En aras de qué ahora debemos soportar estoicamente que un grupete, el de siempre, nos interprete a su manera, contrario al sentimiento y necesidades del país mismo?

© Alfredo Cedeño

domingo, noviembre 17, 2013

ROMA

            Todavía recuerdo la primera vez que vi las calles de Roma. Era un sábado de abril a media mañana, con una brisa suave que me hacia arrebujar en la chaqueta que cargaba. Luego del habitual registro en el hotel, me escabullí a vagar por la tierra de los gemelos amamantados por la loba Luperca. Un cielo despejado me acompañó hasta uno de los tantos puentes que cruzan el Tíber y allí imaginé la urbe cuando era un descampado y sitio de retozos de los mencionados carajitos.
 
            Años sucesivos y posteriores volví a visitar esta ciudad que, al decir de unos cuantos, es la cuna del mundo occidental ya que la expansión del Imperio Romano fue   la piedra angular sobre la cual se fue constituyendo lo que el mundo es hoy.  Se dice Roma y Vaticano y Coliseo saltan a la memoria, se pronuncia Roma y la imagen de mujeres y hombres hermosos se vienen al recuerdo, se habla de Roma y se está hablando del latín, esa lengua indoeuropea que se desarrolló aquí en el Lacio, o Latium, hasta darse su propia denominación.
 
            Roma es cuna de placeres y barbaries. La que originalmente fuera una aldea de campesinos fue hipertrofiándose hasta autofagocitarse, luego de haber sembrado con destrucción el mundo mientras avanzaba e iba consolidando su dominio. ¿Qué se podía esperar de una urbe nacida a la sombra del fratricidio?
 
            Asegura esa anciana retorcida y camandulera llamada tradición oral que Rómulo y Remo, acompañados de bandidos y vagabundos expulsados de sus propias ciudades, decidieron fundar su caserío a las orillas del río Tíber. Y ahí empezaron las heladeras de greñas entre ambos ya que no se podían poner de acuerdo sobre el lugar en el cual erigirían la ciudad. Afirman que Remo quería que fuera en la colina Aventino, y su hermano Rómulo porfiaba porque fuera la del Palatino. Llegados a ese punto acordaron dejar en manos de los dioses que se resolviera el embeleco; pero sin ceder posición ninguno de los dos, así que cada uno se encaramó en su cerrito a esperar una señal de los cielos.
 
Fue así como la mañana del 21 de abril del año 753 a.C., Remo mirando al cielo, similar a ese que vi yo cuando vi la ahora metrópolis por primera vez, trepado en la cima del Aventino vio seis grandes buitres sobrevolándole a él. Por supuesto que el hombre armó un alboroto y salió corriendo hacia donde estaba su hermano para anunciarle que había ganado y que la ranchería se haría donde él decía.  La vaina fue que, en el mientras tanto que llaman, en ese mismo instante, doce avechuchos sobrevolaron el Palatino; ante lo cual Rómulo se sintió dueño de la victoria, y sin esperar que llegara su hermano echó mano a un arado y comenzó a cavar el pomerium, el foso circular que fijaría el límite sagrado de la nueva ciudad, prometiendo dar muerte a quien osara atravesarlo. Remo, quien andaba en Babia y jurando que había ganado saltó hacia su hermano para anunciarle que era el triunfador. Rómulo, obligado por el juramento que acababa de pronunciar, le dio matarile a Remo quien se convirtió en el primero en pagar con su vida la violación de la frontera sagrada de Roma.
 
            Es la cuna de Cicerón, Séneca, Petronio, Nerón, Domiciano, Trajano, Marco Aurelio, Calígula, Julio César, Bruto, Casio, Marco Antonio, Octavio… Y también, en tiempos más recientes de Sofía Loren y de Eros Luciano Walter Ramazzotti.
 
            Aquí ambientó Vittorio De Sica su Ladrones de Bicicleta donde el desamparo de Antonio y su hijo Bruno no ha dejado de conmoverme cada vez que la he visto. La Ciudad Eterna es una hoguera que arroja sus favilas al viento mientras sus calles siguen recogiendo las huellas de todos quienes seguimos acudiendo sedientos a recorrerla  tratando de atrapar algo de los destellos de la belleza que, pese a sus horrores, pudo engendrar entre sus célebres siete colinas…

© Alfredo Cedeño

 
 
 
 
 
 
 
 
 

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