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domingo, septiembre 22, 2013

MERCEDES IPUANA

            “Yo nací pá llá lejos, cerca de Portete, en Jarara, cerca de la mar, allá La Guajira. Llegué aquí cuando muchacha con papá de los muchachos que era chófer y nos casamos en Maracaibo.”
 
            Ella es Mercedes Ipuana, sus hijos aseguran que tiene más de 90 años, yo creo que ronda los ochenta, ya que su hija mayor tiene 60. Sin embargo, eso no es resaltante porque en ella se condensa la sabiduría de todo un pueblo: el de los indígenas wayú. Como bien lo denota su apellido pertenece a la casta Ipuana, que significa Los que viven sobre las piedras y cuyo tótem es el gavilán.
 
            He dicho en reiteradas oportunidades que Venezuela es lo que es gracias a sus mujeres y pese a sus políticos.  Esa afirmación, en esta oportunidad está más que justificada. Antes de continuar quiero comentarles que pasé varios días recorriendo parte de La Guajira en medio de un sitio militar a la zona que hizo mucho más difícil de lo habitual recorrer esos espacios. Pese a ello, y al férreo control que los irregulares, de una y otra banda, ejercen en toda el área, la habitual solidaridad de la gente me permitió recorrerla y recopilar material para traerles dos entregas sobre este rincón de Venezuela ubicado a unos 560 kilómetros en línea recta al occidente de Caracas.
 
La sociedad Wayú gira fundamentalmente en torno a la mujer, por ello personalizo hoy en Mercedes Ipuana. Ella me contó que se había criado “tomando leche de vaca, había mucho ganado, vivíamos de lo que producía el ganado, las cabras y los ovejos.”  Mercedes y su familia se alimentaban de lo que cultivaban maikki (maíz), pitshuushi (frijoles), wüirü (auyama) y yuca, por supuesto.
 
El pintor Guillermo Ojeda Jayariyu afirma, con incuestionable precisión, “el mundo Wayuu sobreviene atado al ritmo y a la entrega de la mujer como unidad mística, asociada a las expresiones de la Tierra. La mujer Wayuu es imagen de protección, renovación y permanencia, es metáfora de facultades para ocasionar y mantener la vida.”
 
            Ella se levanta cada día, domingos incluidos, a soltar su rebaño para que salgan a pastar, sus hijos y nietos pasan cada vez que pueden a “darle una vuelta”.  En su rostro el sol implacable y el agraz viento de La Guajira han ido labrando un laberinto de surcos donde su voz brota en coqueteo nostálgico: “En ese tiempo las leyes eran distintas no es como ahora: Cuando los mayores estaban conversando no me mantenía entre ellos. Antes las mujeres eran tímidas, ahora se casan las veces que quieren, compran a los novios, se casaban una sola vez. Antes teníamos otro modo de vivir. Había mucho respeto, no había ese corrompimiento que hay hoy en día. Antes la esposa respetaba al esposo.”
 
Depositaria de seculares tradiciones explica lo que es la lanía, la contra o amuleto, que se otorga a alguien “y si no la sabes utilizar bien se te acaba lo que tienes, te enfermas. No cualquiera la puede tener.  Está la lanía de evitar las cosas malas. Está la lanía para remedios. Está la lanía para evitar los choques entre los wayú y que no deja que el enemigo se acerque”.  Mercedes tiene la suya y la propia lanía le avisará si debe dársela a alguien o no, y si dice que no se lo de a nadie: la tiene que enterrar.

Ella la consiguió en una sierra según se lo hizo saber un sueño y tuvo que ir a buscarla allá. “Un cerro grande que se llama Lumá”, tenía como 8 años y se fue sola. “Caminé lejos, lejos, lejos, me fui encaramando, encaramando, encaramando. Por medio del sueño era como si me hubieran hecho un mapa. Sobre una laja la encontré: era un matorral de una grama y cogí ese monte y lo molí con piedra y la hice peloticas y la eché en un wo'olu (una mochila pequeña) y me devolví a la casa.” Hasta la fecha la tiene y espera que su lanía le avise si se la entrega a alguno de sus descendientes o si la debe enterrar. Y así lo hará.
            Mercedes es depositaria de los mitos wayú y los va transmitiendo con voz firme y libre de cascaduras: “Epitsü era un hombre que salió de su casa sin rumbo porque un sobrino había tenido un problema y caminó y caminó por muchos días después de tanto caminar presentó que tenía sed, tomó agua y siguió caminando. Se mancó un pie y ahí se quedó; cuando de pronto todo se transformó. Nacieron pájaros, crecieron los árboles y él quiso caminar y no pudo; se transformó en el cerro epitsü y quedó plantado ahí. Ahora los militares se metieron ahí  y eso no debe ser porque eso es un cerro sagrado.”
            Mercedes Ipuana es sueño y leyenda, es mujer recia desplegada en las alforzas de su manta que sacude el viento como bandera de una cultura que ha resistido, y se sostiene, a mil embates que no logran domeñarla. Al despedirme de ella en el borde de su enramada no supe controlar mi raíz citadina y le pregunté sino tenía miedo de estar allí sola. Ella sin parpadear, con su garrote firmemente empuñado sólo me respondió  con un mundo de dignidad en la voz: Wayú tayá (Yo soy wayuu).

© Alfredo Cedeño
PD: Estos trabajos fueron posible a la ayuda desinteresada y entusiasta de un enorme grupo de personas; como siempre mi memoria hace de las suyas y recuerdo entre muchos a: la doctora Omaira Leal Rosario, a la profesora Zaida Andrade, a Dora Ipuana, a Joel Rosales y La Nena, a Juan Manuel Querales y Andrea de Querales, así como a diferentes funcionarios de diversos cuerpos cuyos nombres es mejor resguardar. A todos: infinitas gracias.   

domingo, abril 21, 2013

PUEBLO WAYÚ

            Asumo que me estoy metiendo en camisa de mil y once varas, puesto que de este grupo indígena del cual escribo hoy se han escrito varios millares de páginas. No obstante, por aquello de honrar mi mala fama de temerario, heme aquí tratando de sobrevivir a otro intento de pergeñar unas breves notas sobre la inmensidad del mundo Wayú, o Guajiros como se les llama comúnmente.
            Los territorios ancestrales de este pueblo indígena se ubican en la Península de La Guajira, de donde se ha tomado la denominación con que comúnmente se les conoce. Con un espacio ubicado a casi 600 kilómetros al oeste de la capital venezolana, Caracas,  y que cabalga sobre territorio venezolano y colombiano se estima que su número de integrantes es uno de los más numerosos en ambas naciones. En el caso venezolano es el de mayor densidad demográfica de todos los grupos indígenas que sobreviven en Venezuela.  Para el censo del año 2001 se tasó en 293.777 su número de integrantes.  
            Sin aportar cifras exactas el Censo 2011 que se realizó en Venezuela determinó que la población india del país era de 725.141 individuos, de los cuales el 57,3% era Wayú; de donde infiero, regla de tres de por medio, que ahora tenemos 415.506 de ellos en nuestro país. La cifra revela un sostenido crecimiento si comparamos esto con lo que escribió en 1877 Miguel Tejera, en Venezuela Pintoresca é ilustrada, donde al referirse al “Territorio Guajiro venezolano” revela: “Este territorio tiene 45 lugares, 45 parcialidades, 45 caciques y 29,263 indios.”
            Lo numeroso que ellos son es de vieja data, el sacerdote jesuita catalá Antonio Julián habla en su obra La Perla De la America, Provincia de Santa Marta, de 1787, que un informante Wayú le aseguraba que al fundarse Riohacha en 1545 ellos eran 70.000. Quiero, antes de seguir mencionando a otros exploradores, viajeros y averiguadores de la vida ajena, citar al cronista y poeta Juan de Castellanos que en su Elegías de Varones Ilustres de Indias al referirse a ellos y sus territorios ancestrales escribió en 1589:
Descubrieron amplísimas zavanas,
Aunque llenas de cardos y de espinas,
Habitadas de gentes inhumanas,
Las cuales por allí llaman cocinas,
De tan lijeras piernas y livianas,
Que son á las de ciervos muy vecinas;
Es solo su sustento y su cosecha
Le que les puede dar el arco y la flecha.

Todos enjutos, altos, gente baza,
Y nunca jamás ropa ni atavío
A sus nerviosos miembros embaraza;
Son dados al sangriento desafío;
Tan diestros en la pesca y en la caza
Que no saben soltar tiro baldío;
Animosísimos en la pelea
Contra cualquier y donde quier que sea.
Si mantengo la ilación temporal debo citar a Fray Pedro Simón quien el siglo XVII escribió Noticias Historiales de Venezuela, y en el capítulo V de su Tercera Noticia Historial, al escribir de los Guajiros expone: " Estos Indios (aunque entre sí vivían con estas divisiones) se juntaban en crecidas cuadrillas, por ser ellos innumerables, y salían en muchas partes a atajarles el paso a los nuestros con mucho brío. Y como gente suelta y diestra en modo de guerras, por las ordinarias que traían con indios sus convecinos les hacían los nuestros poco daño..."
En el siglo XVII encontramos a Pedro Messía de la Zerda, quinto virrey de Nueva Granada,  quien en 1769, un mes antes de que tuviera lugar el llamado “levantamiento general de la nación guagira”, dijo que eran “ambiciosos, traidores, vengativos, desconfiados y llenos de abominaciones”.
            Otro europeo que también convivió con ellos y dejó por impreso sus vivencias fue el francés Hanri Candelier, quien escribió  Riohacha y los Indios Guajiros, publicado en su país a fines del siglo XIX. Candelier describió así el entorno: “La península de la Guajira situada al extremo noreste de Colombia, se extiende en el mar Caribe sobre una  longitud de 200 kilómetros desde Riohacha. Limitada por los tres lados por el mar que la encierra, tiene como límite natural al sur una parte de los montes Oca, y por otra por el río la “Ranchería” llamado en su desembocadura el “Calancala”. Su superficie es más o menos de 15.000 kilómetros cuadrados.”
            Explicaba el aventurero galo que se había decidido a explorar la zona gracias al encuentro con un antiguo compañero de colegio quien: “Y entonces, durante más de una hora, me habló con tanto entusiasmo de una raza de indios, aún totalmente desconocida en Francia, los indios de la península Guajira, me alabó tanto la belleza de esa raza, que me sentí violentamente conmovido.” 
            Repito: son montones de miles de páginas las que se han llenado hablando de ellos desde hace siglos. Y se siguen llenando, como es el caso de la tesis doctoral de Rafael Luque Andrade La presencia de los elementos matemáticos en el pueblo Wayúu, en cuyas páginas se pueden encontrar detalles como este: “Se nota la creación de un sistema de medida del tiempo empírico no sistemático, con el empleo del sol. Esta manera de utilizar la sombra de los objetos o personas para medir el tiempo durante el día, ha sido empleada por muchas culturas. La misma dio origen al reloj de sol. Sin embargo durante la noche es imposible, pero el wayuu a resuelto tal situación con la observación de los cuerpos celestes; así ha localizado en el firmamento la aparición de algunas estrellas especificas, las cuales le sirven para medir el tiempo. Un caso de esta última se  tiene en el siguiente fragmento: A3: Hay una, una estrella que, en la madrugada sale, ya sabe a qué hora sale, así sea una persona que se acuesta tarde, igualito tú ves el reloj tuyo, primero que él se paro mira namá las estrellas que salen en la mañana, sino salen de éste la’o a veces sale de éste otro la’o, ya es de día, ya es como las cuatro las tres, esa es la hora de uno.”
            Debo destacar que los Wayú, tal como evidencian los datos poblacionales citados párrafos atrás arrojan una densidad demográfica en su territorio ancestral de 5 habitantes por Km2 lo cual, hace que la semidesértica Guajira sea “una región densamente poblada y geográficamente encapsulada con una población en continuo crecimiento”.
Ante dicha saturación de habitantes se ha producido el natural desplazamiento de los excedentes de población hacia los centros urbanos, especialmente a Maracaibo, con la consabida incorporación a la cadena de trabajo asalariado y demás mecanismos de incorporación aculturativos que han conllevado a la pérdida de numerosas manifestaciones propias. Ello, sin embargo, no ha significado que sus formas culturales hayan desaparecido o se encuentren amenazadas en dicho sentido.
Si bien es cierto que en la capital zuliana, ellos han constituido extensas barriadas, denominadas marginales por la extrema pobreza que en ellas impera, allí se mantienen ancestrales expresiones  que, a mí particularmente, me  conmueven por la sólida identidad y sentido de pertenencia que ello implica.
            En una inclemente explanada presencié en la periferia marabina la celebración de una danza de Yonna, llamada por los criollos “Chichamaya”. Su realización se considera una vía para mantener la armonía entre los wayúu. Cuando la llevan a cabo se sacrifican chivos, ovejos y ganado vacuno para que los asistentes y el Seyúu –espíritu protector–, queden satisfechos.
            Es una danza que en realidad se convierte en batalla contra la aculturación, y que al presenciarla se percibe como es ganada por el mundo Wayú, ya que pese a todo el entorno hostil donde se desenvuelven su manifestación ancestral por excelencia se mantiene.   
            El repicar del kase –tambor redoblante hecho con maderas y pieles especiales– donde el tamborero marca los compases del Sukua kaarai o karaikuya –pasos del alcaraván–, Shi chirai´ra Majayülü –movimiento de los senos de la señorita–, Sukua Patajuwa –pasos de cataneja (ave carroñera) y Jayamulerüyaa –hacer como las moscas–, son una melodía que no deja de oírse en cualquiera sea la parte donde se establece una comunidad Wayú y demarca el piouy –la pista– para luego con el batir de la manta de sus mujeres son un aleteo de dignidad.  
Cierro esta nota con un párrafo del libro Niños de Colombia indígena de Marta Lucía de la Cruz  y Esmeralda van Vliet, Instituto Colombiano de Antropología, que denotan la viva presencia de una cultura que está lista para soportar varios milenios más: “Vivo en el desierto de la Guajira. Soy indígena Guayú. Cuentan que nuestros antepasados nacieron del viento, Jepirech y de Igua, la diosa de las lluvias. Me llamo María Mónica. Pertenezco al clan o familia de los Epieyú, que quiere decir buitre. También existen los clanes del burro, de la avispa, del tigre y otros.”


© Alfredo Cedeño

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