Asumo
que me estoy metiendo en camisa de mil y once varas, puesto que de este grupo
indígena del cual escribo hoy se han escrito varios millares de páginas. No obstante, por
aquello de honrar mi mala fama de temerario, heme aquí tratando de sobrevivir a
otro intento de pergeñar unas breves notas sobre la inmensidad del mundo Wayú,
o Guajiros como se les llama comúnmente.
Los
territorios ancestrales de este pueblo indígena se ubican en la Península de La Guajira , de donde se ha
tomado la denominación con que comúnmente se les conoce. Con un espacio ubicado
a casi 600 kilómetros
al oeste de la capital venezolana, Caracas, y que cabalga sobre territorio venezolano y
colombiano se estima que su número de integrantes es uno de los más numerosos
en ambas naciones. En el caso venezolano es el de mayor densidad demográfica de
todos los grupos indígenas que sobreviven en Venezuela. Para el censo del año 2001 se tasó en 293.777
su número de integrantes.
Sin
aportar cifras exactas el Censo 2011 que se realizó en Venezuela determinó que
la población india del país era de 725.141 individuos, de los cuales el 57,3% era
Wayú; de donde infiero, regla de tres de por medio, que ahora tenemos 415.506
de ellos en nuestro país. La cifra revela un sostenido crecimiento si
comparamos esto con lo que escribió en 1877 Miguel Tejera, en Venezuela Pintoresca é ilustrada, donde al
referirse al “Territorio Guajiro venezolano” revela: “Este territorio tiene 45
lugares, 45 parcialidades, 45 caciques y 29,263 indios.”
Lo
numeroso que ellos son es de vieja data, el sacerdote jesuita catalá Antonio
Julián habla en su obra La Perla De la America , Provincia de Santa Marta, de 1787, que
un informante Wayú le aseguraba que al fundarse Riohacha en 1545 ellos eran
70.000. Quiero, antes de seguir mencionando a otros exploradores, viajeros y
averiguadores de la vida ajena, citar al cronista y poeta Juan de Castellanos
que en su Elegías de Varones Ilustres de
Indias al referirse a ellos y sus territorios ancestrales escribió en 1589:
Descubrieron amplísimas zavanas,
Aunque llenas de cardos y de
espinas,
Habitadas de gentes inhumanas,
Las cuales por allí llaman
cocinas,
De tan lijeras piernas y
livianas,
Que son á las de ciervos muy
vecinas;
Es solo su sustento y su cosecha
Le que les puede dar el arco y la
flecha.
Todos enjutos, altos, gente baza,
Y nunca jamás ropa ni atavío
A sus nerviosos miembros
embaraza;
Son dados al sangriento desafío;
Tan diestros en la pesca y en la
caza
Que no saben soltar tiro baldío;
Animosísimos en la pelea
Contra cualquier y donde quier
que sea.
Si mantengo la
ilación temporal debo citar a Fray Pedro Simón quien el siglo XVII escribió
Noticias Historiales de Venezuela, y en el capítulo V de su Tercera Noticia
Historial, al escribir de los Guajiros expone: " Estos Indios (aunque
entre sí vivían con estas divisiones) se juntaban en crecidas cuadrillas, por
ser ellos innumerables, y salían en muchas partes a atajarles el paso a los
nuestros con mucho brío. Y como gente suelta y diestra en modo de guerras, por
las ordinarias que traían con indios sus convecinos les hacían los nuestros
poco daño..."
En el siglo
XVII encontramos a Pedro Messía de la
Zerda , quinto virrey de
Nueva Granada, quien en 1769, un mes
antes de que tuviera lugar el llamado “levantamiento general de la nación
guagira”, dijo que eran “ambiciosos, traidores, vengativos, desconfiados y
llenos de abominaciones”.
Otro
europeo que también convivió con ellos y dejó por impreso sus vivencias fue el
francés Hanri Candelier, quien escribió Riohacha y los Indios Guajiros,
publicado en su país a fines del siglo XIX. Candelier describió así el entorno:
“La península de la Guajira
situada al extremo noreste de Colombia, se extiende en el mar Caribe sobre
una longitud de 200 kilómetros desde
Riohacha. Limitada por los tres lados por el mar que la encierra, tiene como
límite natural al sur una parte de los montes Oca, y por otra por el río la
“Ranchería” llamado en su desembocadura el “Calancala”. Su superficie es más o
menos de 15.000
kilómetros cuadrados.”
Explicaba
el aventurero galo que se había decidido a explorar la zona gracias al
encuentro con un antiguo compañero de colegio quien: “Y entonces, durante más
de una hora, me habló con tanto entusiasmo de una raza de indios, aún totalmente
desconocida en Francia, los indios de la península Guajira, me alabó tanto la
belleza de esa raza, que me sentí violentamente conmovido.”
Repito:
son montones de miles de páginas las que se han llenado hablando de ellos desde
hace siglos. Y se siguen llenando, como es el caso de la tesis doctoral de
Rafael Luque Andrade La presencia de los
elementos matemáticos en el pueblo Wayúu, en cuyas páginas se pueden encontrar
detalles como este: “Se nota la creación de un sistema de medida del tiempo empírico
no sistemático, con el empleo del sol. Esta manera de utilizar la sombra de los
objetos o personas para medir el tiempo durante el día, ha sido empleada por
muchas culturas. La misma dio origen al reloj de sol. Sin embargo durante la
noche es imposible, pero el wayuu a resuelto tal situación con la observación
de los cuerpos celestes; así ha localizado en el firmamento la aparición de
algunas estrellas especificas, las cuales le sirven para medir el tiempo. Un
caso de esta última se tiene en el siguiente
fragmento: A3: Hay una, una estrella que, en la madrugada sale, ya sabe a qué
hora sale, así sea una persona que se acuesta tarde, igualito tú ves el reloj
tuyo, primero que él se paro mira namá las estrellas que salen en la mañana,
sino salen de éste la’o a veces sale de éste otro la’o, ya es de día, ya es
como las cuatro las tres, esa es la hora de uno.”
Debo
destacar que los Wayú, tal como evidencian los datos poblacionales citados
párrafos atrás arrojan una densidad demográfica en su territorio ancestral de 5
habitantes por Km2 lo cual, hace que la semidesértica Guajira sea “una región
densamente poblada y geográficamente encapsulada con una población en continuo
crecimiento”.
Ante dicha saturación
de habitantes se ha producido el natural desplazamiento de los excedentes de
población hacia los centros urbanos, especialmente a Maracaibo, con la consabida
incorporación a la cadena de trabajo asalariado y demás mecanismos de incorporación
aculturativos que han conllevado a la pérdida de numerosas manifestaciones propias.
Ello, sin embargo, no ha significado que sus formas culturales hayan
desaparecido o se encuentren amenazadas en dicho sentido.
Si bien es
cierto que en la capital zuliana, ellos han constituido extensas barriadas,
denominadas marginales por la extrema pobreza que en ellas impera, allí se
mantienen ancestrales expresiones que, a
mí particularmente, me conmueven por la
sólida identidad y sentido de pertenencia que ello implica.
En
una inclemente explanada presencié en la periferia marabina la celebración de
una danza de Yonna, llamada por los
criollos “Chichamaya”. Su realización se considera una vía para mantener la
armonía entre los wayúu. Cuando la llevan a cabo se sacrifican chivos, ovejos y
ganado vacuno para que los asistentes y el Seyúu
–espíritu protector–, queden satisfechos.
Es
una danza que en realidad se convierte en batalla contra la aculturación, y que
al presenciarla se percibe como es ganada por el mundo Wayú, ya que pese a todo
el entorno hostil donde se desenvuelven su manifestación ancestral por
excelencia se mantiene.
El
repicar del kase –tambor redoblante
hecho con maderas y pieles especiales– donde el tamborero marca los compases
del Sukua kaarai o karaikuya –pasos del alcaraván–, Shi chirai´ra Majayülü –movimiento de
los senos de la señorita–, Sukua Patajuwa
–pasos de cataneja (ave carroñera) y Jayamulerüyaa
–hacer como las moscas–, son una melodía que no deja de oírse en cualquiera sea
la parte donde se establece una comunidad Wayú y demarca el piouy –la pista– para luego con el batir
de la manta de sus mujeres son un aleteo de dignidad.
Cierro esta
nota con un párrafo del libro Niños de
Colombia indígena de Marta Lucía de la Cruz y Esmeralda
van Vliet, Instituto Colombiano de Antropología, que denotan la viva presencia
de una cultura que está lista para soportar varios milenios más: “Vivo en el
desierto de la Guajira.
Soy indígena Guayú. Cuentan que nuestros antepasados nacieron
del viento, Jepirech y de Igua, la diosa de las lluvias. Me llamo
María Mónica. Pertenezco al clan o familia de los Epieyú, que quiere decir
buitre. También existen los clanes del burro, de la avispa, del tigre y otros.”
© Alfredo Cedeño
2 comentarios:
Hola Alfredo,....¡que buena nota,..!Amen del amor por tu tierra, que siempre plasmas en fotos y palabras, esta presentación tiene la virtud de mostrar un pueblo que aún conserva grandes rasgos del originario, pero que a la vez muestra una lenta adaptación al medio, sobre todo el que crea la sociedad moderna.Tiene muchos individuos, y por lo visto "crece", mientras que en el resto del continente se hallan en franco retroceso. Muchos niños lo indican. Como siempre una nota brillante y de compromiso. Un abrazo.ELCRUZADO
hace mas de cuarenta años en algunos sitios publicos en maracaibo presentaban actos culturales y uno de ellos era la chichamaya y te contaban el significado del baile y te hablaban de esta cultura, hoy que hasta la gaita tan tradicional en maracaibo esta desapareciendo por el regueton y el vallenato, seria bueno este tipo de investigacion llegara a los niños o jovenes porque somos muchos en maracaibo descientes de esta raza y es bueno conocerla.
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