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miércoles, diciembre 09, 2020

RUINAS Y ESCOMBROS


                 La bendición y oprobio de Venezuela han sido, desde su propia aparición en los anales históricos, sus dones materiales. No existía todavía el nombre cuando ya Colón el almirante hacía operaciones con las perlas de Cubagua.  Y no está demás pasearse un poco por los orígenes de nuestra denominación.  Tiempo después de su tercer viaje es cuando uno de sus acompañantes, Americo Vespucio, menciona en una carta a Piero de Médici, que al ver las viviendas de los indígenas Añú, erigidas sobre pilotes de madera sobre el agua, recordó a Venecia —Venezia, en italiano—; y gracias a ello Ojeda llamó la zona Venezziola —Pequeña Venecia— o Venezuela,  a la región y al golfo donde avistaron dichas casas.

                Como bien sabemos cada vez que se juntan tres aparecen diez versiones de lo mismo, y el cronista sevillano Juan de Castellanos en Elegías de varones ilustres de Indias, entre los 113.609 versos endecasílabos le dedicó los siguientes tres al tema: “Y Venezuela de Venecia viene / Que tal nombre le dió por excelencia / El alemán, diciendo le conviene.”  Al alemán que hizo referencia fue a Ambrosio Alfinger. Debo asentar que el también sevillano Martín Fernández de Enciso, en su libro Suma de Geografía que trata de todas las partes y provincias del mundo,…, deja escrito: “Desdel cabo de Sant Romá al cabo de Coquibacoa ay tres isleos en triángulo. Entre estos dos cabos se hace un golfo de mar en figura quadrada. E al cabo de Coquibacoa entra desde est golfo otro golfo pequeño en la tierra cuatro leguas. E al cabo del a cerca dela esta una peña grande que es llana encima della. Y encima de ella está un lugar d'casas de indios que se llama Veneçiuela. Esta en X grados.” Otro cronista, el cura carmelita Antonio Vázquez de Espinosa, en Compendio y descripción de las Indias Occidentales, fechado en 1629, hace saber que: “Venezuela en la lengua natural de aquella tierra quiere decir Agua Grande, por la gran laguna de Maracaibo que tiene en su distrito, como quien dice, la Provincia de la grande laguna...”.

                En fin, todo este espacio del que tantas loas se han escrito fue bendecido por incontables bienes y riquezas. Ya nombré las perlas, cuya producción en las explotaciones venezolanas llegó a producir a la corona española, por concepto del llamado quinto real, hasta 100.000 ducados. Para que tengan una idea de lo que significaba esa cifra vale la pena dejar dicho que eran tiempos en que un médico  ganaba  al año 300  ducados, un buey se podía comprar por alrededor de 15 ducados, una ternera por 5 y un puerco por 4. La abundancia perlífera fue una rebatiña total, de la que las zonas productoras, como siempre ha ocurrido fueron las menos beneficiadas. La locura alrededor de su explotación llegó al punto que en 1588, el obispo de Santa Marta, fray Sebastián de Ocando, tenía en su haber varias canoas perleras y sugería a los explotadores de perlas, que se negaran a pagar el impuesto del ya citado quinto real.  Por supuesto que sacaron y sacaron y sacaron hasta que acabaron con ellas.

                Una vez agotada la bonanza nacarada, la codicia se enrumbó hacia el cacao. Todo pareciera reeditar la canción Por la vuelta, escrita por el argentino Enrique Cadícamo en 1938, y que luego popularizara Felipe Pirela, en especial aquella estrofa que entona: “La historia vuelve a repetirse…”. Las semillas del Theobroma cacao L. llegaron a tales niveles de producción que solo por el puerto de La Guaira se exportaron en el siglo XVII 48 millones de libras castellanas.  En el siglo XVIII el salto fue a 503 millones.  Estas cifras no incluyen toda la producción que salía de contrabando.  Y la canción siguió hasta que llegó papá petróleo. Ahí fue cuando, como decía mi abuela: ¡Se acabó lo que se daba!

                El llamado oro negro destruyó un país agrícola e hizo aparecer uno de oropel y facilismo a todo meter. Todos nos declaramos súbditos de un país inmensamente rico, donde la gasolina se regalaba, los créditos se condonaban cada vez que había un alza de los precios del hidrocarburo, y así va la lista que llega hasta el horizonte más remoto, ¡y regresa! No aprendimos a darle el valor a nada, crecimos a la sombra de una irresponsabilidad pantagruélica. Y al amparo de tal munificencia apareció una dirigencia irresponsable y “Viva la Pepa” que solo ha peleado enconadamente por administrar los fondos del estado venezolano. Hemos, y seguimos en ello, sido conducidos por una pléyade de “próceres”  que se han empeñado en convertirnos en mendigos y lambiscones, ninguno nos habló jamás de la necesidad de construir las bases que merecemos.

                Sería injusto no hacer notar que pese a ello el venezolano común y corriente, el ciudadano de a pie, el gerente sin padrinos, el emprendedor que ha soñado nuevos productos, todos ellos, han asumido sus propios riesgos a carta cabal y han hecho que, pese a esa dirigencia malamañosa, el país siga, al menos, funcionando.  La dirigencia es la única e indivisa responsable de estos infiernos en que está sumido el país, su irresponsabilidad es de magnitud épica,  y ni siquiera por salvar las apariencias que llaman son capaces de anunciar alguna contrición. Es que ni a simularla llegan. El descaro de esa casta llega al punto de tratar de achacarle a la ciudadanía las responsabilidades por su escasa participación.  ¡Asnos irredentos! ¿Quién ha auspiciado el desaliento y matado el espíritu participativo de todo el país?  Los estudiantes, las amas de casa, los abuelos, las matronas, los obreros, los empleados, los propietarios, todo el mundo se ha jugado la vida en su momento, para que luego ustedes se entreguen de piernas abiertas a los verdugos rojos. ¿Acaso no entregaron a los trabajadores petroleros en el año 2003? ¿El Paro Cívico Nacional de esa época no lo convirtieron después en el paro petrolero y dejaron íngrimos y solos a los obreros, técnicos y gerentes de PDVSA?

                Y la historia sigue repitiéndose. Lo impensable pasó: los cernícalos rojos acabaron con la industria petrolera.  La que fuera nuestra gallina de los huevos de oro, duélale a quien le duela, no existe, la acabaron, solo una inversión de dimensión estratosférica puede hacer que, tal vez, se reactive. Ahora los ojos codiciosos de la dirigencia que todo lo acaba miran con aires de emboscada hacia CITGO. ¿Qué pretenden sacar de ahí? La que fuera una gota en el mar de nuestros ingresos por conceptos de hidrocarburos hoy está contra la pared. Los números que circulan por algunos escenarios hablan de unos beneficios de 850 millones de dólares en 2018, que cayeron a 250 millones en 2019, números que deben haber entrado en barrena para este año de la peste china.

                Le advierto a los depredadores que andan por ahí frotándose las manos con el raspado de olla que pueden hacer en la citada empresa, que hay tres piedras en su camino: los procesos que en Estados Unidos hay contra nuestro país, y que tienen en la mira a la empresa asentada en Houston. Primero está la  minera canadiense Crystallex, a quien  en el 2009 expulsaron de la mina Las Cristinas, municipio Sifontes, del estado Bolívar. En febrero de 2011, ellos introdujeron ante el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones –CIADI–, una solicitud de arbitraje contra Venezuela por 3.800 millones de dólares. El 6 de agosto de 2018 el juez federal Leonard P. Stark, de la Corte de Delaware, autorizó la incautación de Citgo Petroleum Corporation, para cumplir con pagos pendientes a Cristallex International Corporation, por derechos mineros perdidos en territorio venezolano. 20 días después el juez federal dictaminó que se vendan en subasta las acciones de la empresa matriz de Citgo Petroleum Corp. en Estados Unidos, a menos que Venezuela emita un bono en compensación. En el ínterin se establecieron acuerdos entre el gobierno y la empresa canadiense, los cuales no han sido cumplidos por el gobierno nacional, así que esa espada de Damocles está allí dispuesta a caer.

                El segundo peñasco tiene que ver con el tribunal del ya citado CIADI quien falló a favor de la petrolera Conoco-Phillips en su demanda contra PDVSA. El 8 de marzo de 2019 se dio a conocer la decisión que obliga a la petrolera nacional pagar 8.754 millones de dólares. La tercera traba que van a encontrar es la querella judicial de los poseedores de Bonos 2020 emitidos en octubre de 2016 por PDVSA, por $1,68 mil millones. Este último obstáculo está por los momentos en pausa gracias a las acciones ordenadas por el presidente Trump al Departamento del Tesoro, que prohíbe a los tenedores del bono PDVSA 2020 ejecutar la garantía que les otorga la mayoría accionarial, y de este modo proteger provisionalmente a Citgo. 

                Creo que muy pocas personas honestas quisieran estar en los zapatos de, otro hombre probo a cabalidad, Carlos Jordá, actual cabeza de CITGO. La que fuera otra de las joyas de la corona financiera venezolana está con el fin a la vuelta de la esquina. Todo por obra y gracia de una dirigencia que solo se ha ocupado de sus cuotas, de una casta que poco ha construido y mucho ha destruido. Sólo nos queda confiar en nuestra habitual capacidad de renacer de las cenizas, para volver a volar de entre estas ruinas y escombros.

 © Alfredo Cedeño  



domingo, noviembre 09, 2014

EL TIRANO

            No recuerdo cuando fui por primera vez a El Tirano en Margarita. Debe haber sido muy pequeño, porque cada vez que llegó a esas playas, su azul tan particular y la silueta de los islotes del archipiélago Los Frailes en el horizonte, son más que un recuerdo y más bien son una presencia indeleble en mi existir. Es decir: son parte de mí mismo como parte de ese andamiaje de sedimentos que constituyen a cada quien a partir de sus amores, vivencias y hechos.
 
Explica Rosauro Rosa Acosta en su Diccionario Geográfico-histórico del estado Nueva Esparta que “En los primeros tiempos de la Margarita se conoció con el nombre de Bahía de Paraguachí, más tarde y con motivo del arribo por esa bahía del Tirano Aguirre, se le denominó el puerto del Tirano”.
 
De aquel vasco, que tras navegar infinitos kilómetros, llegó a la isla de Margarita precisamente en este punto, y sobre quien se han escrito infinidad de obras, Miguel Otero Silva en Lope de Aguirre, príncipe de la libertad ficciona así su arribo: “Tras diez y siete días de navegación marina los bergantines de Lope de Aguirre divisaron las costas de la Margarita en veinte días del mes de julio de mil quinientos sesenta y un años, (…). El Santiago se abrió paso por entre olas embravecidas y echó el áncora en una región que los indios guaiqueríes llamaban Paraguache.”
 
Él mismo, en carta dirigida a Felipe, II le escribió: “A la salida que hicimos del río de las Amazonas, que se llama el Marañón, vi en una isla poblada de cristianos, que tiene por nombre la Margarita…”. Ahora hay una cruz inmensa hecha de cemento en el supuesto sitio donde él llegó con sus navíos y su torva masa de insurrectos. Sin embargo hay quienes descartan esa posibilidad y se inclinan por ubicar dicho desembarco por el llamado Puerto Abajo, más hacia la zona de Playa Parguito, ya que a las costas de El Tirano no entra con destreza quien no sea nativo de allí, ya que su bahía tiene dos bajos y un mar caprichoso que suele impedir entrar con facilidad a quienes no están familiarizados con dicha rada.
 
Haya llegado por donde lo haya hecho lo cierto es que como describe Juan de Castellanos en su Elegías de Varones Ilustres de Indias:
“Para tomar Aguirre pues el puerto
Hacíales el tiempo diferente;
Mas los autores deste desconcierto
Echaron do pudieron cierta gente:”
Los desmanes de Lope y sus hombres en territorio margariteño han sido documentados ampliamente por gran cantidad de autores de toda laya, amén de los ya citados, sin olvidar a la llamada tradición oral de la zona que también abundan en ello.
 
José Agapito Moya nacido el 20 de septiembre de 1929 en esta población, a sus 85 años explica a quien le pregunta al respecto: “Él no se llamaba Tirano, le pusieron Tirano porque a todo el mundo procuraba degollarlo, matarlo”. Más adelante, asegura Moya que Aguirre andaba de noche en su caballo “y ese animal se sacudía y sonaba las cadenas, él se pasaba las noches caminando las calles, que no eran calles, eran caminitos, veredas, pues, y caminaba y caminaba hasta que una noche lo rasparon y desde entonces él quedó penando aquí en las calles del pueblo.” Saquen sus guillotinas y machetes aquellos que no sean capaces de entender el delirio que es la apropiación y transformación que hace la voz popular de los hechos, por grandes que sean, para amoldarlos a sus propias visiones…
 
            Es necesario reseñar a esta altura de lo escrito que la Ley de División Territorial de 1916, trece años antes de que naciera José Agapito, le dio a esta comunidad el nombre de Puerto Fermín. Como cada uno de los cien mil hilos que han ido tupiendo esta hermosa manta que nos abriga en su condición de tierra natal, El Tirano o Puerto Fermín, como más le guste a cada cual, ha ido –y sigue haciéndolo– liando su manojo de aportes.  A la orilla de la mar José “Nicho” Moya junto a su hermano Hermenegildo “el mudo” se dedican a reparar las nasas que ahora colocan con ayuda de GPS mar afuera.
 
            Igual hacen Taña y Mirna Del Valle Díaz Marin, quienes mantienen el restaurant que fuera de su madre Dorina. Ella fue una legendaria cocinera, cuyo “torito” relleno era una delicia que hacía a más de un caraqueño pudiente ir en su avión particular hasta Margarita para luego trasladarse hasta su humilde restaurant a paladearlo. Ellas mantienen sus recetas y no dejan de preparar a diario los platos que de ella aprendieron. A la par, los hombres de este rincón no dejan de arropar su corazón de ternura y su venerada Virgen del Valle les acompaña en las quillas de sus peñeros cuando salen a ganarse el pan entre la inmensidad de la mar…
 
            El Tirano conserva frente al mar su gran cruz señalando el lugar del supuesto desembarco del hijo de Guipúzcoa, en sus brazos las aves de rapiña se baten entre el sol y la brisa incesante. Esta última vez que anduve por allá no cese de evocar lo escrito por Alfredo Boulton en su precioso libro La Margarita: “Al este, en la ensenada de Paraguachí, todavía de noche ven al Tirano en el piafante potro blanco de Villandrando, escaparse por entre los espesos cedros y los grises camarucos de la roja plaza de la iglesia.”

© Alfredo Cedeño
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

domingo, septiembre 28, 2014

PARAGUACHÍ

Me fui de una punta a la otra, y de haber estado por los andes tachirenses semanas atrás, ahora pasé una semana en mi querida Margarita. No puedo llegar a estas tierras y no emocionarme. No en balde aquí nació mamá, la necesitada Mercedes, a quien Dios debe tener en la gloria. Llego aquí y la brisa de El Guamache me sacude los recuerdos.
 
Esta mar de azul hermoso que parió perlas hasta salvar el reino decadente de una España santurrona y a menudo hipócrita. No es gratis la dirigencia que hemos padecido –y en ello seguimos–, mucho heredaron del Conde Duque de Olivares y del Felipillo IV que en vez de gobernar se dedicaba a olerle los fustanes a  María Inés Calderón, actriz conocida en Madrid como La Calderona, y preñarla de Juan José de Austria.
 
Llego y me recibe la mar de siempre llena de botes minúsculos que retozan en su lomo, van preñados de afán infinito para ganarse la vida. Las serranías de Macanao quebrando el horizonte son azul de cerros comulgando con el cielo impoluto. 
 
De acá son los tesoros más preciados que guardo: los mejores recuerdos de mi niñez, los paseos por los eriales de Los Varales en el burro del tío Martín que se transformaba en un brioso corcel, los cuentos de los viejos a la luz de las lámparas de kerosén mientras una hija de mi tía Clotilde me malcriaba y me mecía la hamaca… ¡Tanto recuerdo bonito de este trozo de mi amado país!
 
Esta vez disfruté de inmejorables anfitriones: Ana Reyes, Raquel García y Carlos Ruiz Diez,  quienes fueron mis ángeles custodios, sin dejar de mencionar al muy querido y gran vacío tutelar Eduardo Borra; que nunca deja de estar presente de una u otra manera en todo lo que a nuestra isla refiere.  Fue un recorrido a ratos triste, otros melancólico, pero la mayor parte lleno de belleza de la gente, de la tierra, del ambiente. Escribo hoy de Paraguachí, que está a menos de ocho kilómetros al norte de La Asunción. Como es normal que ocurra en casi toda Venezuela se andan sus escasas calles y se ignora la carga histórica que ella arrea.
 
En el siglo XVI Juan de Castellanos en su Elegías de Varones Ilustres de Indias lo menciona, y habla de la fertilidad de sus tierras. Rosauro Rosa Acosta en su Diccionario geográfico-histórico del estado Nueva Esparta afirma que “Por lo fértil de su terreno se implantaron importantes fundos agrícolas y de crianzas de ganado mayor y menor. Alcanzaron gran auge las plantaciones de caña de azúcar y de tabaco, el cual se exportó a España.” Otro autor que mencionó a esta comunidad fue Jesús Manuel Subero quien reveló en su libro Crónicas margariteñas que el cura aragonés Agustín Íñigo Abbad y Lasierra, más conocido como Fray Iñigo Abbad, llegó al puerto de Pampatar a las cuatro de la tarde del siete de mayo de 1781 en visita pastoral y entre sus registros se encuentran testimonios de su recorrido por San José de Paraguachí.
 

Como es de esperar en torno al origen del nombre de esta población, de resonancias indígenas inconfundibles, hay cuanta versión se le ha ocurrido a cada cual que tal erudito profano ha formulado su verdad. Hay quien asevera: “Este vocablo indígena, el cual a través de las investigaciones de la lingüística quiere decir abundancia de langostas”; para otros “sol que viene con lluvia”, “casa donde nace el sol”… Hay hasta quien afirma que en lenguaje cumanagoto paragua significa mar, y chí, el sol.
 
Su iglesia construida en el siglo XVI posee la cúpula más antigua de Margarita, así como uno de los retablos de mayor data que se conserva en la isla, son motivo de orgullo para sus habitantes; Luís José Farías, cuya casa queda en la parte trasera del templo, lo explica pormenorizadamente a todo aquel que puede. Su casa es un retazo de esa isla que por lo visto no vuelve: amplios corredores, techos altísimos para que el calor se eleve y se mantenga fresco la parte inferior de la vivienda, patio interno y al fondo.
 
En Paraguachí todavía se recuerda que en la torre del campanario de su iglesia aparecieron incrustados dos platos centenarios de porcelana, ellos fueron llevados en su momento a Arístides Rojas quien en un informe explicó: “Es un plato de 22 centímetros de diámetro, de mayólica del Siglo XVII, camafeo azul con dibujos llamados de baldoquines que pertenecieron a la época de Luis XIV, la edad de estas piezas las fijamos de 1660 a 1678.” En su momento se discutió amplia y profusamente sobre el origen de esas piezas y se oyeron distintas versiones de su posible procedencia, pero la que terminó sobreviviendo fue la del propio Rojas quien estaba convencido que dichas piezas habían pertenecido al Marqués de Maitenon, quien era oficial del pirata francés Michelle de Grammont y destructor de la isla de Margarita en 1678.  
 
            Abuelas que esperan en sus bancos, casas señoriales que se caen a pedazos, muñecas abandonadas en medio de abandonadas estanterías, aires desoladores que agobian a primera vista… Sin embargo, basta alzar la mirada a sus atardeceres para sentir que nunca dejará de haber luz en estos parajes privilegiados pese a las nubes de abandono que parecen arroparlo todo.

© Alfredo Cedeño
 
 

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