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miércoles, abril 03, 2019

ÉPOCA DE CAPERUZAS

 
                En estos tiempos de Cuaresma hemos visto aparecer una cofradía que asegura tener dones celestiales. Los mentados cofrades andan empeñados en convertir en sus consocios a todos aquellos que se pongan a su alcance. No usan caperuzas todavía, pero son diestros al momento de colocar escandalosos sambenitos a todos aquellos que han declarado su respaldo a Guaidó, mientras se dedican a hacerle ojitos y carantoñas a joyas como Gorrín, a quien proclaman elevado ejemplo emérito de lo que debe ser un empresario.
                La mentada congregación exhibe un celo que ni los cruzados medievales, mientras se dan suaves golpes de pecho y exigen ejemplares azotes para la espalda de quienes han colocado de nuevo al gobiernito contra las cuerdas. El desfile de saltimbanquis luce infinito, parece no tener fin. Ante la fortaleza que la gente le ha otorgado al presidente interino, emplean gestos ladinos para atacar a Roberto Marrero, por ejemplo, y a todos cuantos están a su alrededor. La mezquindad es generosa entre los miembros de esa institución. Hemos visto el alboroto iracundo, a lo Osmel Sousa, por la ropa de la primera dama cuando acudió a la Casa Blanca o cuando se reunió con Melania Trump. Hay un silencio infranqueable cuando de reclamar la libertad de Juan Requesens, por ejemplo, se trata. El paroxismo es casi de orgasmo al exigir agilidad en la resolución del actual conflicto que se ha gestado durante veinte años.
                Son días de memoria nula, es tiempo de facturas al cobro, aun cuando muchos de los presuntos acreedores tienen deudas infinitas de las que no hacen siquiera el gesto de honrarlas. A la par de ello el país iracundo toma nota y afila sus lápices mientras saca sus cuentas. Mujeres, hombres, abuelas y niños, velamos por el país, y no les quitamos el ojo de encima a tales catecúmenos; todos sabemos bien el papel que cada uno ha jugado en esta tragedia en la que hemos sido obligados a participar.  
                Más temprano que tarde esta época de capirotes alebrestados cesará, y veremos a muchos de sus portadores arengar con arrebatos de iluminados requiriendo una celeridad de la que ellos siempre han carecido. Tal parece que dichos paisanos tienen un grave problema de relación temporal y confunden la Cuaresma con el Carnaval, por eso usan máscaras de las que presumen para proclamar su fe y apuestan por su propia resurrección.  Los veremos chillar como puercos cuando ardan como Judas el domingo que les corresponda. 

© Alfredo Cedeño

jueves, abril 21, 2011

PENITENTES DE LA CEJITA

Debo confesar que hay momentos en los cuales Trujillo me aturde, más bien debo decir: me abruma. En alguna oportunidad he escrito aquí sobre su extensión territorial, la cual le hace uno de los más pequeños de nuestro país. Sin embargo, esa relativa menudencia no guarda relación con el caudal cultural de todo orden que contiene. Anoche el asombro fue superlativo; y paso a contarles.
En las afueras de Valera, la babel andina por excelencia, a escasos kilómetros de su lado este, se encuentra La Cejita. Esta menuda población se ha resistido a la gula urbana valerana y, pese a su relativa juventud –afirman que su fundación tuvo lugar el 29 de noviembre de 1833-, ha generado sus propias expresiones culturales. Hay quienes afirmamos que las fiestas y costumbres –eso a lo que algunos han dado por llamar altisonantemente Cultura Popular- son el verdadero esqueleto de las comunidades cuando deciden caminar con paso propio.
El siglo pasado esta población trujillana creó “la Hermandad los Penitentes de La Cejita”, en 1962 para ser precisos, cuando llegó allí como cura párroco Francisco Ligero, quien era oriundo de Málaga, al sur de España. En aquella ciudad ibérica es rancia la tradición de las cofradías de penitentes que desde el siglo XVI se sabe existen.
La idea del presbítero Ligero prendió entre la feligresía y ayer 20 de abril concelebraron su Miércoles Santo con una procesión de El Nazareno que recorrió sus calles luego de la misa oficiada en el templo parroquial.
Sin pretender emular al trono malagueño de “María Santísima de la Esperanza”, que necesita de 260 personas par poder desplazarse, esta gente de gestos calmos y porte de ángeles salió con sus caperuzas relumbrantes a pregonar su creencia.
Niñas de gestos pudorosos, adolescentes que navegan entre tentaciones que de ellos mismos emanan, hombres que portan una vela con gesto delicado entre sus dedos curtidos, una mujer que se pone al más chico en la cadera mientras arregla su capirote inmaculado y dirige a una bandada de penitentes que, por momentos, pareciera pudieran salir volando con la candidez de sus esperanzas por alcanzar la vida eterna… Es que no hay otra opción: en Trujillo no queda más que abrumarse y agradecer a Dios por poder estar ahí y compartir con sus hijos.

© Alfredo Cedeño


















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