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miércoles, febrero 10, 2021

¿DE QUIÉN ES?


                 Todas las dictaduras se caracterizan por su estructura modular. Una banda se dedica a la tortura, otra se ocupa de robar a mansalva a todo aquel que pueden expoliar, unos compran propiedades o empresas a precios de gallina flaca, los otros convierten a los organismos estatales en sus fincas particulares. Por lo general todos rinden tributo, de hinojos preferiblemente, al caudillo de turno, o, en su defecto, a la corte de lambiscones que habitualmente pululan alrededor de ellos.  Todo esto configura una suerte de sucesión de círculos infernales que tienen el común denominador de saberse impunes a cualquier barbaridad que se le ocurra cometer a alguno de ellos. Por algo son el poder.

                El cesarismo venezolano no es la excepción. Es así como se ve al ahora “jurista” Maikel Moreno, encompinchado con cualquier malviviente que tenga acceso a él, despojar de su vivienda a una profesional a través de documentación forjada, para luego oficiar a un gobierno extranjero ordenando su extradición a Venezuela por estafa. Bien decía mi padre: Se tragan un burro sin quitarle la silleta y ni siquiera echan un eructo. ¡Ah!, y ese es uno de los interlocutores con lo que se pretende llevar a cabo negociaciones para un tránsito democrático. Lo más terrible de todo, si es que cabe, es que supe de un picapleito ampuloso, enquistado en la comunidad exiliada, trató de avergonzar públicamente a la despojada por haber “robado” a una humilde mujer…

                También hemos visto claudicar a familias con larga tradición en el escenario financiero ante los corsarios madurescos que encabeza el ahora preso caboverdiano. Hemos escuchado más de una versión sobre el encarcelamiento, sin juicio ni condena previa, de generales, diputados, ex hombres –y mujeres- fuertes del régimen, y por ahí siga enumerando los casos que le vengan a la memoria.  En muchas de esas detenciones irregulares la respuesta bajo cuerda ha sido: Ese es un preso de Fulano, o de Mengano, o de Perenceja; cuando no se oye: de Diosdado, Nicolasito o Cilia.

                En todo caso la pregunta que me hago ante esta pandilla de Buenos Para Nada, salvo para robar, abusar y asesinar a lo que sus reales ganas le den, es: ¿Quién es el carcelero de Roland Carreño? Lo acusan de complicidad con la fuga de un  personaje que estaba más vigilado que el propio Maduro y cuya evasión era un escape anunciado, y al hijo de la zoqueta es al que le cobran la gallina que otros se robaron para su sancocho. ¿A quién le van a decir que nadie sabía nada? A todas luces uno de los “jerarcas” se sintió traicionado por sus compinches y pagó su calentera con el primero que tenía a mano. Es la única explicación para entender la prisión de este muchacho Roland Oswaldo, al que en su natal Aguada Grande siguen llamando Oswaldo, u Oswaldito.  ¿Qué le cobran? ¿Qué ha desnudado con gracia y altura, como pocos, las miserias de esa plaga que nos azota desde fines del siglo pasado? Su columna Gritos y Susurros, en esta casa, marcó pautas al reseñar compra de casas fastuosas, llegada en carrotes a los restaurantes, damas con carteras de 2.000 y 3.000 dólares, mientras estaban pregonando el socialismo, la solidaridad y la justicia social.  Repito: ¿Qué le cobran? ¿Quién aprovechó la coyuntura para encerrarlo? Si utilizaran su capacidad para hacer daño en otras cosas capaz que hasta algo se le podría reconocer a esta gavilla de inútiles con poder. Suelten a ese muchacho de una buena vez.

 © Alfredo Cedeño  



viernes, noviembre 22, 2019

CORO DE ÁNGELES (primer capítulo)



Yo soy lo que fui y seré. Una maroma del destino me puso a bailar en el centro de una tijera que nunca supe la mano de quien manejaba. Ayer estuve en Caracas, hoy ando por Brickell, en la más cubana de las ciudades de Estados Unidos, ¡qué Guanabacoa un carajo! Miami es la Celia Cruz del Atlántico, aquí se ponen tacones, pelucas y se abomban las nalgas como negras para perseguir la quimera de Jenifer López, mientras se inyectan las bembas hasta con naftalina para tener la boca más deseada de la Quimbamba.  Aunque eso será por poco tiempo más, en breve esta será la sucursal de la sucursal del cielo, aquí ya debe haber casi tantos caraqueños como en la propia Caracas. Un día de estos van a hacer una plaza Bolívar con bancos y edecanes, pero sin catedral y sin los vagos atorrantes de la esquina caliente dedicados a joderle la paciencia a la humanidad entera en su esquina noreste. Por lo pronto aquí ya hasta tuvimos un alcalde, ¡dígalo ahí Luigi Boria!
Somos un ejército de gimnastas que podemos hacer decir no cuando es sí, y al revés también. Es una maravilla de estos tiempos en que deshonestidad y oscuridad son nuestras primeras necesidades, y que se vaya al carajo Bolívar con toda su parafernalia, a fin de cuentas él no es quien para predicar la moral en calzoncillos. ¿Acaso Miranda no fue el cambalache que el Libertador hizo por su pasaporte para irse a seguir bajándole las pantaletas a cuanta culisabrosa se le atravesara en el camino? Pero como somos hijos del territorio de la parejería y la altisonancia, ahora somos más Bolívar que el propio Simón José Antonio de la Santísima Trinidad.
¿De dónde venimos? ¿De dónde vinimos? Una sola cuna y origen nos tiñe de pies a cabeza, cuando veo en la “Madre Patria”, dicho con acento castizo y entonando con aires de patiquín madrileño, la pelea de pollinos en celo de los ilustres dirigentes de Podemos, y Errejón pone cara de niño recién destetado para decirle al mal vestido y peor peinado de Pablo Iglesias: “Eso nos deja un espacio que si hacemos las cosas bien nos puede permitir representar la esperanza de mucha gente que se va a sentir decepcionada”; ahí mismo es cuando me pregunto: ¿Y por qué me voy a poner con esas menudencias de culpas o preocupaciones por ganarme lo que me gano de la manera que lo hago? Este es el reino de lo imposible hecho posible gracias a mis posibilidades de bailar al son que me interesa que me toquen. La moral es una zorrita maloliente a la que ya nadie se quiere llevar a la cama, y no voy a ser yo precisamente quien se la va a merendar ahora.
Yo sé que estoy en una cuerda muy floja, y también sé que ellos me pueden echar la vaina de mi vida en cualquier momento, pero esa es la ventaja de hacerte pasar por tonto: los demás se terminan creyendo que lo eres y como tal te tratan, lo que no saben es que más cretino es el que cree que el otro lo es y así lo trata. No deja de tener su riesgo, pero bien vale la pena después de todo. Al final del día si sabes mover bien los hilos de las marionetas puedes hacer que todo suene para que a ti te convenga.
Todo empezó el día que me encontré en Sabana Grande a Heraclio, y nos sentamos a tomar unas cervezas en El Gran Café. Nosotros estudiamos desde segundo año hasta que nos graduamos de bachilleres. Nos habíamos visto en alguna cursilería de esas de reencuentros de ex alumnos y demás babosadas de similar tenor. Pero esa tarde de martes me hizo cambiar las teclas.
–No te creas que es nada del otro mundo, me imagino que eso es lo mismo que le pasa a las prostitutas con su primera vez, pero cuando tienen los billetes en la mano ni de vaina los devuelven, después o le agarran el gusto o entienden que es un trabajo y ya está listo. ¿Qué es lo que tienes que hacer? Registrar una empresa, que eso lo haces con menos de diez mil bolívares, y yo te meto en el registro de proveedores, te aviso cuando haya una licitación, te digo cuánto vas a poner, y te ganas el contrato, la tercera parte es tuya y las otras dos terceras partes las vas a repartir entre la presidenta del instituto, el licenciado Ortiz, la secretaria del jefe de Finanzas, este galán que está aquí y una partecita que es como un diezmo que dicen, y eso es porque hay que salpicar a todos; cuando comen todos, todos están contentos, no importa que uno coma más que el otro, a fin de cuentas todas las barrigas no son iguales, a todas no les cabe lo mismo. ¡Ojo! No es que vas a partir a partes iguales, ni de vaina chico, a la secretaria no le puede tocar lo mismo que a la presidenta, o al licenciado, o a mí, o al de la limosnita, ya te diré cuánto es para cada uno. Eso es todo, nada del otro mundo, déjate de esos pruritos morales que con eso no puedes ir al supermercado, si no llevas tu tarjeta no te llevas nada. ¿O es que tú vas, llenas el carrito y en la caja le dices a la muchacha: es que yo soy un hombre honesto y ella se sonríe y te felicita y te manda a que sigas adelante? ¡Llama al de seguridad y con lo menos que te vas es con una patada por ese culo! Hazme caso y déjate de pensar tanto que tú no eres Aristóteles, vete mañana mismo donde un abogado, si no tienes uno yo tengo en Los Teques un pana que te hace esos papeles y no te cobra de una, y espera a que te salga el primer contrato para que le pagues. ¿Qué más quieres, torta con chicha? Mire que el billete está en la calle y el que se pone las pilas lo mete en su cartera.

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miércoles, marzo 27, 2019

NOTICIA NO CORRE RIESGO


                Pocos oficios en la historia se han ganado en buena lid el derecho a ser impertinentes, irreverentes, averiguadores de la vida ajena, Quijotes en permanente guardia y defensores de todo cuanto tenga alguna pizca de inocencia en su haber, entre muchas otras cosas, que el de periodista. Un comunicador, como se les tilda de unos años para acá, se caracterizó siempre por su incorrección política, por su descaro al ver lo que otros no sabían ver, o no querían mirarlo. Los ejemplos abundan como el arroz en cualquier comida.
                Bernard Lazare y Émile Zola en el caso Dreyfus lo demostraron, ni hablar de lo que ocurrió con la participación de la prensa durante la guerra de Vietnam y el impacto que tuvo en el cese de la participación estadounidense en el conflicto del sudeste asiático.   En el caso venezolano la lista tampoco es breve. El Caso Mamera, cuando el distinguido de la Policía Metropolitana Argenis Rafael Ledezma asesinó a tres adolescentes del barrio San Pablito de la parroquia que dio nombre al hecho en cuestión. Dos años antes a los crímenes de Martín, Douglas y Efraín, Venezuela también había sido sacudida por el ametrallamiento del abogado penalista Ramón Carmona Vásquez, de 36 años. El hombre de leyes fue ejecutado a plena luz del día, a las 2:10 pm, el viernes 28 de julio de 1978.
                En ambos casos la prensa venezolana fue implacable y por largo tiempo mantuvo el dedo metido en la llaga de la impunidad. Tanto fue el cántaro al agua hasta que se rompió, y si bien en el caso del penalista se oyeron muchas voces que relacionaban dicha muerte con un litigio por unos terrenos en la isla de Margarita, los autores materiales en ambas ocasiones fueron destituidos y encarcelados.
                Las dos situaciones contrastan con una atmosfera aséptica que barniza en su gran mayoría a los grandes medios, en particular a los llamados barones de la prensa internacional. Ahora predomina las informaciones "políticamente correctas". Nadie corre riesgos de ser señalado de sexista, o racista, o reaccionario, o cualquier otra menudencia de similar tenor. Es así como vemos a la muy temida CNN insistir de señalar a Juan Guaidó como el presidente autoproclamado de Venezuela.  Ni hablar del The New York Times, para el que fueron miembros de la oposición quienes pegaron candela a los camiones que trasladaban la ayuda humanitaria desde Colombia el pasado mes de febrero.
                Ya el tiempo del periodismo de riesgo pasó, ahora el dogma de la objetividad impide involucrarse. Es decir, extrapolando la situación, se debe actuar como los vecinos ante el maltrato de un marido furioso a su esposa por las infidelidades. Poco valor tiene los casos de tortura, detenciones arbitrarias, asesinatos en plena calle o en los calabozos de los organismos represivos. Para todos ellos, ciertos países y buena parte de la gran prensa internacional, los desmanes de Gofiote y su combo no son el punto sobre el que hay que informar.
                Siempre los malandrines de turno han conseguido un bobo al cual usar como trapo rojo ante sus enemigos. Fidel encontró a los rusos. Hoy Maduro emplea a rusos, chinos, fundamentalistas islámicos y CNN como sus alcahuetas de rigor. ¡Ah malhaya un buen periodista que desnude las correcciones!

© Alfredo Cedeño
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