Nunca jugamos con soldaditos de plomo
pero nos hicimos el corazón de mazapán
para darle de comer a las palomas tristes.
Tampoco retozamos con pistolas y escopetas
y aprendimos a fabricar casitas de almíbar
para que las hormigas tuvieran su propio cielo.
Nunca cabalgamos en patrullas o tanques
porque estábamos aprendiendo a correr
entre las siemprevivas para orientar a las abejas.
Tampoco nos dedicamos a jugar al doctor o al banquero
y nos formamos como alquimistas sin fórmulas
contando los bamboleos de un colibrí en una orquídea.
Y siempre, muchacho mío, con la certeza gualda
de una sonrisa para seguir queriéndonos libres
en las ventanas de nuestros cariños sin melancolía.
© Alfredo Cedeño
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