En una esquina aguda
como una limosna suicida
los camaradas caminan abrazados
con ritmo de Vivaldi.
Abandonan sus sudores fúnebres
en una maleta llena de harapos
y el luto lo arrastran
sobre ramas sin hojas.
Desembocan ateridos
en un parque de cruces
con clavicordios oscuros
que no encuentran afinación.
Son un rayo de luna
escondido un lunes al mediodía
como un crucifijo desclavado
sobre un altar sin sudario.
Se empinan sobre sus bolsos
preñados de latas y colillas
y ríen inmensos
haciendo salir el sol desde su orfandad.
© Alfredo Cedeño
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