Quizá en su tumba un limonero
floreció un día de Pasión
y una nueva nevada de azahares
sobre la cruz desmigajó
A esto debo agregar que en su casa la abuela Elvira tenía un árbol al que nunca le faltaban capullos, flores y limones –¡topochos no iban a ser!-; y al cual me enviaba a diario a buscar alguno para cualquier infusión o comida que estuviera preparando.
Citrus aurantifolia es el nombre de la madre de la acidez, cuya cuna aseguran fue en el sur de Asia, y que luego los moros, durante su descabechina por el norte de África y su asentamiento en la península ibérica, llevaron consigo. Una vez que los ancestros de Kadafy, Mubarak, y cuanto sátrapa podamos imaginar, fueron expulsados; los súbditos de la Corona Española se dedicaron a replicar en estas tierras de aquende la mar Océana , lo que por siete siglos padecieron en sus reinos, …
Pero, es justicia decir que, amén de follarse a las indias y uno que otro mancebo, pues hubo de todo en aquellos días –así como en los actuales-, trajeron curas y maestros y médicos y artesanos y trigo y semillas de limones.
Esta Tierra de Gracia es terreno ideal para su cultivo. Sus hojas alimentan a nuestros voraces bachacos (Atta laevigata), sus flores plantaron el perfume del azahar en los senos de la mujer venezolana, la lluvia baña las piedras y refresca los desamparos que a veces nos saturan y uno se abanica evocando a Federico García Lorca:
A la mitad del camino
cortó limones redondos,
y los fue tirando al agua
hasta que la puso de oro.
© Alfredo Cedeño
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