“Las suaves lluvias de abril han
penetrado hasta lo más profundo de la sequía de marzo y empapado todos los
vasos con la humedad suficiente para engendrar la flor;…”, así comienza la
primera obra literaria que fue escrita en inglés. Me refiero a Los Cuentos de Canterbury, obra escrita
por el londinense Geoffrey Chaucer en el siglo XIV de nuestra era.
Vale la pena destacar que mister
Chaucer no era un cabeza de mochila cualquiera, él fue un creador de
reconocidas dotes a quien el rey Eduardo III Plantagenet el Día de San Jorge de
1374 le otorgó “un galón de vino diario por el resto de su vida”. ¡Ah cuerpo
cobarde…!
Hago
este circunloquio a manera de presentación de las imágenes que les traigo hoy,
las cuales, como ya deben saber por el título, son de la muy británica ciudad
de Canterbury.
Chaucer,
para no darle un “mateo” a su obra, estructuró su pieza, al decir de los
entendidos de muy parecida forma a El
Decamerón del bachiller Bocaccio; al punto que algunas de las historias del
vate italiano luego aparecen en lo escrito por el hijo de Albión.
Ahora
bien, sin pretender enmendarle la plana a letrólogos, entomólogos, filólogos,
arqueólogos de las letras o cualquiera sea la disciplina académica que
arrastren, no puedo dejar de pensar en Las Mil y Una Noches, la cual, a su vez,
se dice es una descendiente del Hazâr
afsâna (los mil mitos): Esta última que cito se asegura que fue compilada y
traducidas al árabe por el cuentista Abu abd-Allah Muhammed el-Gahshigar, quien
vivió en el siglo IX.
Como
bien han de darse cuenta, si seguimos escarbando corremos el riesgo de llegar
al Génesis y quien sabe si, como Buzz Ligthyear, al infinito y más allá. ¡Coño!
Les juro que lo que quiero es hablar de Canterbury. Así que volvamos a lo que iba.
Esta
ciudad está ubicada en el sureste de Inglaterra, a unos 90 kilómetros de
Londres, y pertenece al condado de Kent. Esta localidad, que no tiene los
cincuenta mil habitantes, es una de las más importantes de la nación británica
ya que es la sede del arzobispado homónimo, el cual suele ser ejercido por el
máximo prelado de la iglesia anglicana. Recuerden que dicha organización
religiosa se considera libre de la autoridad extranjera –entiéndase el Papa–;
pero, asumen Gobernador Supremo de la Iglesia al portador de
la corona de Inglaterra, a quien pertenece “el gobierno de todos los estados,
sea civil o eclesiástico, en todas las causas”, ante lo cual la Iglesia está sometida al
poder del estado.
Esto es herencia del atajaperros que
en el siglo XVI tuvieran Enrique VIII, rey de Inglaterra, con el Papa Clemente
VIII, quien se negó a concederle la anulación del matrimonio con Catalina de
Aragón, para legitimar su empiernamiento con Ana Bolena. Su Santidad se rehusó amparándose
en aquello de “Lo que Dios unió, no lo separe el hombre”, lo cual condujo a que
el monarca follador forzara la separación de la iglesia inglesa de la comunión
con Roma en 1534.
Considero necesario explicar que
Canterbury ha estado poblada desde tiempos prehistóricos, y que al comienzo
estuvo a orillas del río Stour. Hoy cubre ambas bandas de manera amplia y
desbordada. Más tarde fue un centro administrativo romano que se llamaba
Durovernum. Cuando finalizó la dominación latina, fue invadida por el pueblo
germánico de los juto, quienes asentaron
allí el Reino de Kent.
En
el siglo VI, y les hablo del año 597, un monje benedictino de nombre Agustín
desembarcó allí comisionado por el Papa Gregorio I, luego devenido en san
Gregorio Magno, para dar comienzo a la conversión de los anglo-sajones.
Este homo ecclesiasticus al llegar
encontró restos de una antigua tradición cristiana, así como el culto a un
mártir nativo: San Albano. A partir de allí, realizó una obra de envergadura al
punto que luego trascendió en los anales de la iglesia como san Agustín de
Canterbury. Vale la pena recordar que él fue el primer arzobispo de Canterbury y se le considera
el Apóstol de Inglaterra.
Otro clérigo también vinculado a
este sitio, fue Thomas Becket, ahora conocido como Santo Tomás de Canterbury o
Tomás Cantuariense, quien fue asesinado en el interior de esa catedral el 29 de
diciembre de 1170. Este arzobispo es venerado en condición de santo y mártir tanto
por la Iglesia
Católica como por la Iglesia Anglicana.
Becket fue consagrado arzobispo de
Canterbury el 3 de junio de 1163, y de
inmediato chocó con Enrique II, Rey de Inglaterra, conde de Anjou, y duque de
Normandía y Aquitania. Los roces sobrevinieron por la exigencia del prelado al
monarca para que respetara las prebendas eclesiásticas.
Las crónicas hablan de una tensión insoportable
entre ambos, lo cual hacía inviable una salida que satisficiera a ambas partes.
Se especula de dos frases atribuidas al monarca, quien harto de la testarudez
de Beckety habría dicvho: “¿No habrá nadie capaz de librarme de este cura
turbulento?”, así como de: “es conveniente que Becket desaparezca.” Algunos
afirman que ambas frases eran apócrifas; otros aseveran que las dijo en un
ataque de ira. Lo cierto es que ellas fueron
interpretadas por los caballeros anglo-normandos Reginald Fitzurse, Hugo de
Morville, William Tracy y Richard Brito como una orden ejecutar al presbítero.
Fue así como el martes 29 de
diciembre de 1170 en el atrio de la catedral de Canterbury mientras asistía a
vísperas con la comunidad monástica fue llevado a cabo el asesinato a punta de
mandobles y puñaladas.
Quiero aprovechar para hacerle la
cuña al escritor Ken Follet, quien haciendo uso de una típica licencia
literaria se apropió de este episodio, y lo emplear en su obra Los Pilares de la Tierra donde pone a uno
de sus personajes, el villano William Hamleigh, como coautor del salvaje
homicidio.
Andar los distintos rincones y
parajes de esta pequeña urbe es una experiencia poco común. Se pasa por una
esquina y se piensa si tal vez aquí predicó Agustín. Tal vez en aquella otra
estuvo parado Chaucer imaginando sus personajes. ¿Sería que por aquí pasó
Becket alguna vez? Quien sabe si al
igual que uno ahora, en su momento ellos se dedicaron a ver en el cauce del Stour
un gorrión que se refrescaba.
Canterbury
es un viaje en el tiempo que se congeló con la ternura de un pequeñísimo auto
impoluto, pese a lo añejo, que aguarda a la sombra de un ventanal donde una
doncella puede aparecer en cualquier momento a continuar la zaga comenzada el
17 de abril de 1387 cuando los personajes de Chaucer se reunieron en la posada El Tabardo de Soutwark, para ir a visitar
la tumba de Tomas Beckett.
© Alfredo Cedeño
8 comentarios:
Excelente como siempre, conociendo mas a traves de tus escritos y fotografias....
Magda
Me encanto esta historia sobre Canterbury. Me transportaste a sus calles y paseo por el río
Que tengas un feliz domingo. Besos
Raquel Garcia
me encanto la fotografia del miniauto frente a la pared con su pequeña ventana
besos
Magda Pérez
Mejor imposible
Tienes sin duda la magia de envolver a quien te lee en las maravillosas palabras que ordenadas entre si permiten que realicemos un viaje inaginario fascinante.
Jane H
Qué maravilla de lugar, qué maravilla de mirada del lugar. Un abrazo inmenso,
Adri
EXCELENTE. Hermosas fotografías y un escrito original y placentero que nos lleva a imaginarnos el estar allí en ese momento y sentir el lugar dela narración, Ademas de dar a conocer lugares tan bonitos tan llenos de culturas e historias Felicitaciones por esa composición entre las fotos y la narración muy bien llevada de una manera amena y sencilla . Saludos y un gran abrazo
lola Rodriguez Diaz
Canterbury!! Territorio británico, que paseo mas hermoso maestro
Zafira
Que rico, cruzaste el gran charco para encontrarte con la historia del viejo mundo, que disfrutes y sigas aprendiendo más del mundo, mostrándonos otra cultura...
Rita
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