El lenguaje suele ser un redomado ejercicio de la ironía,
allí hay ocasiones en las que el sarcasmo se manifiesta con todo su esplendor.
Uno de mis ejemplos favoritos es el de la palabra cultura. El pensador y
analista del fenómeno comunicacional galés Raymond Williams explicó en su libro
Keywords, de 1976, “que en todos sus
usos originales fue un sustantivo de proceso: la tendencia (o crecimiento) de
algo, básicamente cosechas o animales”. Es decir que al comienzo se utilizó
para referirse a dichos procesos y a quienes los ejecutaban, es decir a
labriegos y pastores. Origen más humilde imposible.
No viene al caso ahora establecer el linaje o
tronco genealógico del término, lo cierto es que hubo un largo trecho desde el
comienzo, cuando en latín cultura era cultivo, o pedazo de tierra cultivada, labranza,
hasta siglos más tarde. Se asegura que con La Ilustración en su apogeo, entre los
siglos XVII y XVIII, es cuando comienza a ser aplicada metafóricamente para
indicar el amor por la sapiencia o el conocimiento y es cuando empieza a
decirse que Fulano se cultiva o Perencejo es cultivado. Y ahí entró cultura al
mundo refinado.
El Breve Diccionario Etimológico de la Lengua
Castellana afirma que fue recién en el pasado siglo XX cuando nuestro amado
español comenzó a emplearla con el significado del que hoy me ocupo, y afirma
este mataburros que fue tomada del vocablo alemán kulturrell.
Y ya que salió bailando la palabra significado no
está de más añadir que para la semiótica ello es la imagen mental, es decir el
concepto que este representa, y que varía según la cultura. Y volvamos a
nuestro vocablo de hoy.
Se habla de cultura tópica, histórica, mental, estructural
y simbólica, entre otras; pero también de culturas primitiva, civilizada, analfabeta
y alfabeta. Se han acuñado definiciones
como cultura machista, cultura de la violencia, por supuesto de la paz también,
religiosa, culinaria, gastronómica, musical, y así ad libitum. El sociólogo estadounidense
Talcott Parsons escribió: “En la teoría antropológica no existe lo que podría
denominarse un acuerdo generalizado respecto a la definición de cultura”. Bien
pudo haber escrito también que en ninguna disciplina hay unanimidad en cuanto a
lo que es o no es cultura. Un paisano de Parsons el antropólogo neoyorquino Oscar
Lefkowitz, que fuera ampliamente conocido como Oscar Lewis, armó un zipizape de
quinto patio cuando habló de subcultura de la pobreza. El debate sobre ello
todavía salta en los escenarios antropológicos donde Lewis es tildado de todo
menos de guapo.
Todo esto me ha venido a la cabeza a raíz de la
experiencia que me relató días atrás una amiga de sus peripecias para comprar
una batería nueva para su carrito chino.
Ella, que vive afanada y cargada de angustias, como todos los caraqueños,
no puede quedarse sin vehículo porque no puede ir a laborar, ni llevar a su
heredera a clases, ni ir a las terapias para que le enderecen la espalda ni
muchas otras cosas que tampoco vienen al caso ahora ventilar.
Acortando el cuento: ella se levantó muy temprano y
se fue a la sede de baterías Duncan en La Trinidad, llegó y tenía siete
personas por delante. La doña en cuestión estaba feliz con su número 8, se
dedicó a esperar, entre ruegos a los santos que no aparecieran unos malandros a
querer joder a todos los que esperaban, a que fueran las 8 de la mañana. Era la
hora prevista para que abrieran. Nuestra amiga llevaba consigo el fajo de
documentos que ahora exigen, por instrucciones de los vagos rojos, para algo tan elemental como es comprar un
repuesto automotriz. Y empezó a llover. Y a las 8 de la mañana, hora en la que
estaba previsto que comenzarían a atender, debido a la lluvia no fue así y la
hora fue rodando hasta que casi a las 9, ante la persistencia de la lluvia,
comenzaron a atender de uno en uno a los bateriadependientes.
Algo tan sencillo como ir a reponer el acumulador
de tu carro en la Venezuela de mis tormentos permite que se manifieste con
absoluto vigor la cultura del maltrato. El
ultraje comienza con la cola que debe hacerse de madrugada para comprar lo que
hasta hace poco tiempo se adquiría en cualquier estación de gasolina en todos
los rincones del país, sigue con la amenaza latente de que cualquier
malviviente empistolado decida pasar por allí a pasar raqueta entre los que
esperan puesto que no hay un agente del orden público ni para evitar que le
mienten la madre a Gofiote Maduro y mucho menos para evitar sus desmanes contra
la ciudadanía inerme, continúa con el irrespeto del horario de atención a quienes
aguardan y culmina con la discrecionalidad del que los atiende y que bien puede
decidir que no necesitas el acumulador para tu vehículo.
Esa cultura del maltrato es la que nos ha ido
permeando de manera total, mientras el sadismo para con los ciudadanos es cada
día más patente y descarado. Nadie teme las consecuencias de la humillación que
infiere, saben que la impunidad es una ley no escrita pero perfectamente observada
en todos los escenarios y niveles. Nadie es responsable de ningún atropello que
cometa, por grave y continuado que sea.
Las arbitrariedades oficiales son inacabables, se ejecutan con
desparpajo y sevicia; pero ¿qué se puede esperar de semejante recua? Lo que no
puede nadie entender en su sano juicio es que es el mismo esquema que se sigue
como patrón en las filas de la mal llamada oposición.
¿Cómo llamar el trato que dispensan los “dirigentes”
democráticos a la ciudadanía? ¿Acaso hay alguna diferencia entre el lambiscón
que aparece recibiendo dinero del financista de la defensa de los narcosobrinos
en New York y el asaltacaminos que le lanza un micrófono a su colega diputado
en plena sesión del cuerpo legislativo? ¿Son muy diferentes los que tildan de
escuálidos a los otros, de aquellos que
tildan de aliado del chavismo a quienes osan señalar los desbarres de una dirigencia
errática? ¿Ustedes pueden distinguir entre un altisonante Ramos diciendo de
Maduro: “Un tarúpido que nunca ha pisado una universidad no puede quererla ni
comprenderla”; y un no menos vociferante Maduro ripostando: “Ramos Allup, deja
el tiemble”.
A ese torneo de baja estofa es a lo que han llevado
la política nacional, y sobran escuderos de ambos bandos que se desbaratan
apasionados por la defensa de uno o el otro. Maduro, para decirlo en lengua
franca, me importa un soberano carajo, de él puedo esperar cualquier
imbecilidad. Pero el presidente de la Asamblea Nacional sí me importa y mucho.
No puedo callar ante quien presume de su vasta cultura, y gustaba de ir a cada
sesión del Congreso con un libro diferente, salvo que no sea más que otro
sobaco ilustrado de los que tanto abundaban en la universidad, porque siempre cargaban
un libro que nunca abrían bajo el brazo; así no señor Ramos, déjese de vainas y
al menos compórtese como lo que parece ser, no como lo que por lo visto es.
Esa extendida y ya “posicionada” cultura del
maltrato debe ser desterrada, y eso solo se podrá a través de exigirle a tirios
y troyanos, a gringos y cubanos, a
chavistas y escuálidos, que nos respeten como ciudadanos. No hay ninguna diferencia
entre los choros que roban a los que esperan en la cola frente a la Duncan, los
que atienden en la fábrica de baterías y
los políticos que pretenden que les demos un cheque en blanco porque
ellos son los que saben cómo es que se debe conducir el país. ¿Con qué
autoridad moral pretenden una fe ciega que no se han sabido ganar? ¿O creen que
ser dirigente es una lotería a lo Chávez que les entrega el poder para hacer
exactamente lo que a su real gana se les antoje?
© Alfredo Cedeño
2 comentarios:
Buenos días Alfredo. El término cultura es infinitamente polisémico. Desde su origen más bien preciso, cuando se tomó para infinidad de cosas, hay que definirlo cada vez para que se sepa de qué se está hablando. Yo no lo uso de la manera en que se está usando de modo que por cultura se puede entender cualquier cosa. Como lo necesito absolutamente en mis investigaciones, uso la definición que viene de Ortega y Gasset, gran inventor de palabras y significados, y que viene a ser: La manera que tiene un pueblo de habérselas con la realidad. Así el término se vuelve antropológico y filosófico. A lo que tú te refieres prefiero llamarlo costumbre y si tiene largo tiempo, tradición. Ese maltrato al que te refieres tan adecuadamente no llega a tradición a mi entender, se queda en costumbre inaugurada por estos rojos, Lo de los otros, es más bien reacción e inclusión en una costumbre ya iniciada por esos rojos. Ciertamente el maltrato al cliente y al usuario de las instituciones es una tradición venezolana y con razón, por eso, la costitución bolivariana, si no me equivoco, trata de corregirla. Viene de muy atrás, pero la forma que ha tomado ahora es nueva, Es bolivariana. Como en todo, estos tipos han llevado al máximo los defectos nuestros y nuestras malas tradiciones. Exactamente lo mismo que yo he encontrado en los malandros, Por supuesto, no soñemos ni de lejos poderlo corregir mientras los rojos sigan en el poder. Un abrazo fuerte.
Alejandro Moreno
Hola Alfredo, me gustas tanto tu version de cultura y la del Sr Alejando Moreno, esta totalmente desconocida para mi.
En cuanto al maltrato a mi entender ha sido la forma como se ha tratado a todo un pueblo desde hace muchos años en algunos sitios más que en otros,pero desde la escuela hasta en las otras instituciones públicas y privadas siempre han existido maltratadores, Que ahora se ve a la N potencia, es lógico, estamos tratando con una ristra de bestias, ahora lo que es inconcebible,es que gente supuestamente "culta" o por lo menos estudiados y con roce con personas educadas, como HRA Y HCR se pongan en el mismo nivel de la gente a la que atacan,estas personas deberian tragar grueso pero no ponerse a proferir insultos como los propios carreteros,me choca sobre todo cuando estan frente a un publico en un mitin que para congraciarse con el vulgo comienzan a usar al vulgaridad,eso seria bueno se lo hicieran ver, y hablo de estos por lo que representan
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