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domingo, mayo 18, 2014

ESTADO ZULIA

            En ocho oportunidades anteriores he escrito sobre diferentes estados, que es el nombre dado aquí a las entidades en que ha sido dividida política y administrativamente  Venezuela. Explico –y así respeto una de las pocas buenas enseñanzas que recibí del conde del Torbes y duque de Táriba, “mecié” Humberto Márquez, quien solía repetirme con paciencia infinita y digna de mejores causas: “Negro escriba como si fuera la primera vez que lo leen”–: en ocasiones anteriores al escribir sobre nuestra división territorial he dicho que este país de mis tormentos está dividido en 24 Entidades Federales, 23 de las cuales se denominan estados, uno de ellos es el tema de esta nota de hoy: Zulia.
 
            Alfredo Jahn aseguraba que al momento de su descubrimiento, los territorios que abarcan nuestro estado tema de hoy, estaba habitado por numerosos grupos indígenas.  Señaló Jahn a los Guajiros,  Cocinas, Paraujanos, Onotos, Zaparas, Kirikires, Bubures, Mapes, Motilones, Guanaos, Macoas, Chaques.  Hoy en esa zona sólo permanecen los Añú -también llamados Paraujanos-, los Wayúu o Guajiros, así como los Barí, Yukpa y Japrería, denominados Motilones, pertenecientes a la familia Caribe.
 
            La penetración conquistadora comenzó acá exactamente el 24 de agosto de 1499, día en que Alonso de Ojeda llegó a orillas del Lago de Maracaibo.  Américo Vespucio debe haberlo acompañado ya que le escribirá desde Sevilla a Pier Francesco de Medicis, que se encontraba en Florencia, el 18 de julio de 1500: “...encontramos  una grandísima población que tenía sus casas construídas en el mar como Venecia, con mucho arte,...”
 
            Dos años más tarde Ojeda intentó en 1502 fundar un pueblo y fracasó.  Treinta años después fue el turno de Ambrosio Ehinger, más conocido  como Alfínger,  quien realizó otro intento fundacional.  Le sucederá Alonso Pacheco y Pedro Maldonado que cristalizan sus intentos en 1574 llamando a la naciente población Nueva Zamora de Maracaibo.
 
            A fines del siglo XVI, entre 1591 y 1592, Gonzalo de Piña Ludueña fundó al sur del lago a San Antonio de Gibraltar.  Esa ciudad pronto alcanzó vigor y prosperidad, ya que era el puerto empleado para el transporte del cacao que se producía en sus inmediaciones y para la salida del tabaco de Barinas.  Amén de ser el centro de comunicaciones con Mérida, Táchira y toda la Provincia de Santa Fe, su pujanza la convirtió en blanco preferido de indios y piratas.
 
            En la madrugada del 22 de agosto de 1600 los indígenas cayeron sobre la ciudad, mataron a todos, saquearon viviendas y negocios, y luego la incendiaron.  Gibraltar fue levantada de nuevo y su bonanza continuó, hay quienes han escrito que en sus buenas épocas allí había 16 pilas bautismales y que los diezmos llegaban hasta los 40.000 pesos.  Pero en 1614 nuevamente los indígenas asolaron la ciudad y la incendiaron.
 
            En 1642 el corsario William Jackson saqueó Maracaibo durante dos meses y ocho días, en febrero del 43 cayó sobre Gibraltar.  Ante  semejante incursión se comenzó a trabajar en la fortificación de La Barra del Lago de Maracaibo, a tal fin se remitieron al rey tres plantas de fortificación. Felipe IV, el 17 de junio de 1643, encargó la tarea a los gobernadores y capitanes generales de Mérida y Venezuela.  Se sabe que tales construcciones estaban listas en 1645.
 
            Entre 1665 y 1669 fueron numerosos los ataques  filibusteros. En  junio de 1665 Juan David Nau, El Olonés, quien saqueó Maracaibo y Gibraltar.  En 1667 Miguel El Vascongado fue quien asoló a la actual capital zuliana, de donde se largó sin llegar hasta Gibraltar. A comienzos de julio de 1667 le tocó a sir Henry Morgan, el temido pirata Morgan, quien llegó a la boca del Lago de Maracaibo y se plantó allí.  Los defensores de Zapara luego de incendiar el poblado huyeron. El 5 de julio, Morgan hizo su entrada a Maracaibo y encontró la ciudad abandonada, todos habían huido y sólo quedaban algunos niños y mujeres.  Después de ocho días siguió a Gibraltar donde la escena se repitió: la población abandonada, tampoco halló a nadie.  Pero, unos esclavos le informaron dónde se había escondido la gente y allí Morgan logró un buen botín.  Fueron quince semanas las que permaneció asolando toda la zona.  Cuando el corsario británico quiso marcharse encontró que los españoles habían intentado fortificar la barra del lago para dejarlo allí encerrado, pero el astuto hombre de mar, conocedor de las mil y una argucias, logró burlar el incipiente bloqueo, destruyó las defensas y regresó a Maracaibo, exigió el pago de un rescate por la ciudad, se lo pagaron y finalmente se retiró.
 
           Sin embargo, no todo es dolor y tragedia en la zona.  De Gibraltar se dice que es la cuna de la gaita, aun cuando no existen testimonios documentales que así lo comprueben.  Lo que si es cierto es que en el año 1668 se compuso una gaita dedicada al “glorioso San Sebastián”, patrono de Maracaibo.  Este documento, hallado por Agustín Pérez Piñango en un cofrecito empotrado en una pared del antiguo Colegio Nacional y que había sido de los Frailes Franciscanos, hoy día está en España.  En esa valiosa pieza histórica no sólo está escrita la letra de la gaita, sino que también aparece la música, registrada en notas cuadradas, es decir siguiendo el modelo gregoriano de transcripción musical.
 
            A la gaita le siguieron los piratas y el 6 de junio de 1677 le tocó el turno al parisino Francisco Grammont de la Mothe.  El no sólo asoló Maracaibo y Gibraltar, sino que siguió hasta Trujillo y acabó con todo a su paso.  Pasarán más de seis meses para que Grammont se retire. Finalmente el 10 de junio de 1681 Carlos II dispuso en detalle lo que se debía hacer con la fortificación de la Barra y señaló los medios con los que esta labor se podía realizar.
 
            A trancas y barrancas se llegó al siglo XVIII y apenas comenzando, el 18 de noviembre de 1703, apareció la Virgen de la Chiquinquirá a una humilde moledora de cacao, que, mientras realizaba labores en su hogar, sintió ruido en una de las paredes de su vivienda.  Cuando la mujer indagó lo que estaba pasando, encontró que la tablita que había recogido a orillas del lago se iluminaba y que en ella aparecía la imagen de “La Chinita”.  Así comenzaba un largo camino de fe y esperanza que se transformaría con el tiempo en uno de los baluartes de la zulianidad.
 
            En marzo de 1774 el Obispo Mariano Martí llegó a Bobures y asentó en sus escritos del momento que en la costa llamada de Los Bobures había más de 300 personas y que allí se pagaba la mitad del diezmo a Caracas y la otra mitad a Santa Fe y dice: “Acá no hay amancebamiento ni hurtos.” Y de esta forma, entre piratas, misioneros, conquistadores, indígenas y cronistas, se fue configurando una región que tiene sus propios códigos, su propia gente, pioneros y emprendedores todos ellos.  Una amalgama de situaciones que  fue macerando y preparando a sus hijos para hacer su entrada a los tiempos contemporáneos.  Por eso nadie  se extrañó cuando el 28 de enero de 1879, trece meses después del estreno del cine en París, Manuel Trujillo Durán, en el teatro Baralt, proyecta por primera vez una película en Venezuela.  La proyección estuvo integrada por Los Campos Elíseos y Llegada de Un Tren, de los hermanos Lumiére, así como Un célebre especialista sacando muelas en el Gran Hotel Europa y Muchachas bañándose en el Lago, ambas de Trujillo Durán.   Es también en 1879 que comienza a funcionar la Maracaibo Telephone Company, el teléfono llegó a Maracaibo antes que el alumbrado y el acueducto.
 
            El petróleo, que había sido empleado rudimentariamente desde tiempo inmemorial por los oriundos del lago, y más tarde por los colonos, para el calafateo de sus embarcaciones y luego como combustible  para alumbrar, fue otorgado en concesión por Cipriano Castro.  Para Antonio Aranguren fue el derecho sobre los distritos Bolívar y Maracaibo, y para Andrés Vigas el distrito Colón.  Se dice que Aranguren y Vigas no eran más que  testaferros de compañías extranjeras, ya que Castro no quería nada con empresas internacionales.  Pero ese no era el caso de Juan Vicente Gómez quien en 1909 firmó con John Alles Tregelles un contrato de concesión para exploración y explotación petrolera en las zonas de Zulia, junto a Táchira, Trujillo, Mérida, Lara, Falcón, Carabobo, Anzoátegui, Sucre, Nueva Esparta, Monagas, Yaracuy y Delta Amacuro.
 
            El 14 de diciembre de 1922 el pozo Los Barrosos 2, en La Costa Oriental del Lago, propiedad de la Venezuelan Oil Concessions Limited, reventó con un chorro de petróleo que se podía ver desde Maracaibo. Para aquella época, Venezuela era un muy pequeño productor que apenas producía 6.000 barriles diarios, los cuales se extraían de nueve pozos petroleros de 37 perforaciones que se habían hecho.   ¡Los Barrosos producía  100.000 barriles diarios!  Es fácil imaginar lo que sucedió después.  Comenzaba la era petrolera venezolana, entramos al siglo XX.
 
Junto con el boom petrolero, necesito explicar que también comienzan las luchas  obreras por salarios dignos. Ya en 1921 en Puertos de Altagracia hubo una revuelta de obreros de la que poco se habla; en 1924 hubo una primera huelga en Mene Grande la cual fue liderada por Luis Augusto Malavé y en 1925 se produjo otro movimiento en Cabimas que condujo a una suspensión de actividades obreras por doce días. En 1933, bajo la dirección de Rodolfo Quintero, se intenta sindicalizar a los obreros petroleros a través de la Sociedad de Auxilio Mutuo de los Obreros Petroleros –SAMOP–, la cual no prosperó; y en 1934 Valmore Rodríguez organizo la Sociedad de Bien de Cabimas. En 1935, desde la clandestinidad, se crean los Sindicatos Petroleros del Zulia. Todo ello fue generando el ambiente que conduciría al 14 de diciembre de 1936,  cuando estalló la primera gran huelga petrolera de la historia venezolana, que estalló en Zulia, en los campos de Cabimas, Mene Grande, Bachaquero, San Lorenzo, Mene de Mauroa; así como en Cumarebo, estado Falcón.
 
Son incontables las publicaciones de todo tipo que se han hecho en torno a este paro laboral y su impacto en nuestra historia contemporánea, confieso que sería injusto de mi parte tratar de despachar en dos pinceladas su profundo impacto en nuestro país, pero así fue.  Luchas que sembraron una semilla que siempre germina en todos los rincones de esta tierra, no hay mejor demostración de ello que las desiguales peleas que vienen dando desde el pasado 12 de febrero nuestros estudiantes contra un Estado cada día más descolocado y patibulario.
 
            Simultáneamente con el petróleo se terminó de fraguar la que será una de las  expresiones arquitectónicas más sólidas y genuinas de todo el país: Las Casas de El Saladillo.  Se desarrolló un modelo arquitectónico y estético popular, casi ingenuo, nacido del colectivo marabino para dar solución al calor asfixiante característico de la zona.  Esta forma se extendió rápidamente y pronto todo lo que es el núcleo urbano de Maracaibo y que iba desde Los Puertos hasta la Plaza Bolívar y Basílica de la Chiquinquirá, se llenó de casas de sueño.  Casas altas, espigadas, elegantes, de una variedad cromática única, llenas de mil y un colores que hacían palidecer de envidia al arcoíris.  Un día las hicieron desaparecer, pero hoy quedan en el Barrio Santa Lucía y El Empedrao algunas de esas casas llenas de leyendas y penumbras donde cobijarse del sol.
 
            Zulia, Mara, Lago, Bobures, Gaitas, Chimbángles, Petróleo, Chinita, Barí, Añú, Japrería, Yukpa y Wayúu, un todo que hace un cuerpo de tradiciones y costumbres sólido como una roca.  Uno de los pilares fundamentales que nos ha ido conformando como nación.
© Alfredo Cedeño
 
 
 
 
 
 
 
 
 

domingo, noviembre 18, 2012

PUEBLO AÑÚ

           Hay amenazas a los pueblos minoritarios que a veces son más crueles que la propia aniquilación física: ello ocurre cuando, por medio de diferentes mecanismos de opresión cultural, son despojados de sus manifestaciones más profundas. Uno de los peores es cuando la lengua hablante de un determinado grupo humano, agente que los cohesiona por excelencia, desaparece. Es del pensador inglés Samuel Johnson aquella frase que reza: “En el idioma está el árbol genealógico de una nación”.
        Este elemento no sólo sirve como unidad diferenciadora a los integrantes de un colectivo determinado, sino que, además, se convierte en un vehiculo aglutinador que les otorga a ellos el sentimiento de ser parte de “algo”, de no ser un individuo aislado. ¿Recuerdan aquello del muy mentado espíritu gregario? No tengo dudas de que el lenguaje propio de -cualquiera sea- un grupo social es su característica por antonomasia.

           Bien han sufrido ustedes dominicalmente diversas manifestaciones de mi naturaleza divagante, de la cual desde hace muchísimo tiempo el celebérrimo José Humberto Márquez y Zambrano –gocho y lustrado- se ha quejado reiteradamente. Hago este inciso porque al pergeñar las líneas anteriores me vino a la mente el Génesis.  Dice el citado libro bíblico que Yavé, luego de crear al hombre y ver que todos hablaban un idioma común, entró en pánico ante la amenaza que ello representaba.  Confieso que no entiendo bien a qué le podía tener miedo, pero lo tenía… así que se dijo a sí mismo (a menos que haya tenido mujer o algún otro ser otorgador-recibidor de afectos, lo cual no queda claramente explicado en Las Sagradas Escrituras): “…bajemos y una vez allí confundamos su lenguaje de modo que no se entiendan los unos a los otros.”
          Así que los amigos apóstatas bien podrán achacar a Él la causa de todos nuestros males.  Sigamos a lo que voy este domingo 18 de noviembre. Hoy escribí sobre el octavo grupo indígena más numeroso que sobrevive en Venezuela: los Añú o paraujanos, como también se les conoce.  Cifras oficiales del año 2001 revelaban la existencia de 17.437 de ellos distribuidos en algunas zonas del estado Zulia, occidente de Venezuela. 
           En 1991, cuando realicé para El Diario de Caracas, con el invalorable apoyo de las queridas Lucy Gómez y Mariela Pereira, una serie de trabajos sobre la realidad indígena venezolana, recuerdo el escándalo de ver como el idioma de ellos estaba en franca vía de extinción. Apenas quedaban, en aquellos días, cinco (5) ancianas que hablaban dicha lengua. Compartí mi angustia con ese venezolano de excepción que fue Daniel de Barandiarán ante lo que significaba ello.  Y fue Daniel quien, unos meses más tarde, me llamó con su habitual entusiasmo y la voz más estentórea que nunca para darme la noticia que había un grupo de investigadores que estaban trabajando a pasos firmes y enormes en la recuperación de dicho idioma; lo cual en la actualidad se logró.  
           Bien sabemos que no todo es siempre como quisiéramos que fuera, si bien se superó el escollo idiomático ahora son otras las vicisitudes que ellos enfrentan en sus espacios.  
           Considero pertinente explicarles que a los Añú les achacan el origen del nombre de nuestro país, ya que fue a ellos, y sus viviendas, quienes vieron los primeros exploradores europeos que anduvieron el poniente de nuestra geografía. 

          Ya comenté semanas atrás (http://textosyfotos.blogspot.com/2012/08/la-casa-venezolana.html ) sobre la teoría que hay en torno al origen del nombre Venezuela por una carta que, comenzando el siglo XVI, envía Américo Vespucio desde Sevilla a Pier Francesco de Medicis en la cual habla de la similitud con Venecia, y también se supone, según algunos historiadores, hablaba de la Pequeña Venecia.
          Lo que no les terminé de contar –¡Joder! Que tampoco puede uno quemar todos los cartuchos de una vez, porque ¿cómo cazas después algún váquiro que consigas mal parado en el camino?–   algo de la mencionada misiva del Vespucio al Medicis, es que al revisar el original de dicha correspondencia se lee exactamente: …e trovammo una grandissima popolazione che tenevano le lor case fondate nel mare come Venezia, con molto artificio, e maravigliati di tal cosa, accordammo di andare a vederli e comma fummo alle lor case vollovi difendersi, che non entrassimo in esse… 
           Pero, no es sólo en esas líneas donde dice lo que escribe, sino que en una carta-relación que redacta el 4 de septiembre de 1504, en Lisboa, dejó asentado respecto a esa oportunidad:  “Fumo a terra in un porro dove trovamo una popolazione fondava sopra lacqua come Venetia; erano circa 44 case gran adoso di capane fondate sopra pali grossissimi…”. 
          Si alguno de ustedes lee un diminutivo vinculado al nombre Venecia en las líneas citadas, ¿me pueden dar luces? Lo agradeceré infinitamente.
           A todas estas, quiero también hoy darles a conocer un dato sobre un cartógrafo español: Martín Fernández de Enciso quien en su libro Suma de Geografía que trata de todas las partes y provincias del mundo, en especial de las Indias, que se publicó en el año 1519 en la muy castiza Sevilla, se puede leer: y al cabo de la cerca de la tierra está una peña grande que es llana encima della. Y encima de ella está un lugar o casas de indios que se llama Veneçiuela…
          Lo dicho por don Fernández de Enciso lo parece corroborar en 1603 Juan Botero Benes, quien en su libro Relaciones de Universales del Mundo, dijo que en el golfo de Venezuela hay una población de indios con ese nombre edificada en un peñasco “essempto y relevado que se muestra sobre las aguas”. (Aclaro aquí por una nota de un señor, o señorita, anónimo que me reclamó la semana pasada sobre mis “errores”, que estoy transcribiendo textualmente la grafía utilizada en aquel entonces.)
          ¿Será muy insolente de mi parte decir que, de nuevo, ciertos amigos  historiadores están pelando más bolas que El Fugitivo?  ¿O será que Fernández de Enciso y Botero Bones eran unos viejitos majaderos que escribieron eso para desprestigiar el honorable mundo de la historiografía?  Los impertinentes no son de nuevo cuño, siempre los hemos habido…
 
          Sigo con mi cuento que me interesa, pero es que quienes me conocen, saben bien lo que me gusta un chisme, y no me irán a negar que este sobre el nombre del país de mis tormentos, en la nota de parafrasear al maestro Cabrujas, no está interesante. Fin de fines que los Añú se mantienen regados por Isla de Toas, algunas zonas urbanas de la capital zuliana y en la Laguna de Sinamaica, donde continúan, mediante el uso de técnicas seculares, fabricando sus casas y caminería sobre las aguas. 
          Ya no es el riesgo de perder su lengua original, ahora son problemas de sedimentación y de agentes exógenos que atentan contra ellos y su modelo social. Y cierro esta nota de hoy con otra frase del bachiller Samuel Johnson: Es necesario esperar, aunque la esperanza haya de verse siempre frustrada, pues la esperanza misma constituye una dicha, y sus fracasos, por frecuentes que sean, son menos horribles que su extinción. 
PD: Gracias por dejarme compartir con ustedes estas líneas…


 
 
 

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