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domingo, marzo 03, 2013

ESTADO ARAGUA


            Mi muy amada Venezuela de mis tormentos es una larga y amorosa cadena de la que espero nunca librarme. La recorro de una punta a la otra y sólo encuentro razones para uncirme más a ella. Estos lazos de querencia, mucho mejor de lo que yo pueda decirlo, los expresó con su proverbial sapiencia Antonio Arráiz:
aunque seas mala madre,
estaré adherido a ti, Venezuela,
adherido de amor
 
 
            No puedo negarles que hay días cuando afloran desencantos y razones para emborracharse del despecho. Sin embargo, a esos días se los engulle la inacabable sucesión de gente, sitios y hechos que nos han ido configurando hasta ser lo que somos: una tierra de mil rincones adorables donde se puede descubrir una sucesión ––o miles–– de razones para estar endiabladamente orgulloso de ser hijo de ella.
 
 
        Explico a quienes nos conocen poco: Venezuela se subdivide en 23 entidades federales, un Distrito Capital —que comprende a Caracas, nuestra capital—, y las Dependencias Federales —conformadas por más de 311 islas, islotes y cayos. Una de esas entidades federales mencionadas antes es el estado Aragua, y de él voy a trazar unas breves pinceladas este domingo 3 de marzo.
 
 
El territorio de Aragua formó parte de la Provincia de Caracas hasta que según unos el 8 de febrero, según otros el 11 de febrero, de 1848 cuando, por decreto del Congreso, se creó la Provincia de Aragua; la cual estaba integrada por La Victoria, Turmero, Maracay, Cura y San Sebastián, con La Victoria fungiendo como capital. Ocho años más tarde le fueron incorporadas las parroquias de Cagua, Santa Cruz y Bolívar.
 
 
         Otros ocho años más tarde se convirtió en un estado independiente, pero en 1866 la unen a lo que ahora es Guárico y forman lo que fue el estado Guzmán Blanco. En 1879 le denominaron territorio federal y fue parte del estado Miranda. En 1899 recuperó su categoría de estado y sus linderos definitivos se establecieron mediante protocolos firmados con los estados limítrofes: en 1909 fue con Miranda, en 1917 con Carabobo y en 1933 con Guárico.
 
         Ahora bien, se asegura que el nombre de este estado es un vocablo indígena de origen cumanagoto que se empleaba para identificar al árbol chaguaramo (Roystonea oleracea). Entre las primeras referencias que recuerdo están los versos escritos a fines del siglo XVI por Juan de Castellanos en su Elegías de Varones Ilustres de Indias:  
Atravesó por villas y lugares,
Y del Aragua rio vió la fuente;
Entró por la provincia de Ticares,
Pobre, feroz y belicosa gente,
Y cuyos adherentes y ajuares
El arco y flechas eran solamente;
Sirve de cama la madera dura,
Sin paja, hoja ni otra cobertura.
 
         No solo Castellanos habló de esta región. Puedo dar testimonio de que es larga la lista de quienes han ido sembrando la estirpe aragüeña en el mundo de las letras. Otro que lo hizo fue el Obispo Mariano Martí, quien dejó muchas referencias a diversas poblaciones suyas en los documentos de su muy citada Visita Pastoral a la Diócesis de Caracas
 
           El cura Martí cuando llega a Maracay informa: “El Marqués de Mijares, de Caracas, es el dueño de las tierras donde está situado este pueblo de Maracay, y dio a esta Iglesia parroquial tres cuadras para su utilidad, que son las mejores”.  También revela en otro pasaje al hablar de la actual capital aragüeña: “Las tierras de esta Parroquia son llanas, muy fértiles. Producen mais, yuca, plátanos, batatas, ñames, plátanos [sic], arros, frixoles, avichuelas, caña dulce, etc., y el principal fruto es el añil.”
 
En lo que respecta al añil dejará escrito el jerarca católico:  “El sitio de este pueblo y el mismo pueblo es reputado por el mejor y por el más rico de esta provincia por motivo de la cosecha del añil, que según me dize este Cura, se cogen cada año quinientos Zurrones de añil, de ocho arrobas cada uno, y cada libra de añil en tiempos de paz, computado el de primera, segunda y tercera calidad, uno con otro, vale doze reales cada libra; pero en este tiempo de guerra no vale más que unos diez o onse reales cada libra.” 
 
El citado obispo que no se limitaba a lo meramente vinculado al ámbito espiritual escribió: “El vicio predominantes es la embriaguez y la luxuria en esta feligresía, por el mucho guarapo fuerte que beven, compuesto de agua y papelón fermentado, y tan subido de punto, que emborracha tanto o más que el aguardiente. En este pueblo hay dos guaraperías…”
 
Quiero comentar a esta altura que cuando releo a Martí no son pocas las carcajadas que suelto ante algunas de sus observaciones. Me ocurre, por ejemplo, cada vez que vuelvo a la ––por supuesto debidamente subrayada y resaltada–– frase que dejó asentada al referirse al clérigo Don Domingo Antonio Sanabria quien predica, confiesa y administra Sacramentos, quien “por motivo de su enfermedad de flatulencia se ha venido a vivir a este pueblo de Maracay”. ¡Es decir que a la pobre Maracay le mandaron un cura peorro!
 
Sigamos.  Para no abandonar al amigo Martí, quiero reproducir su queja debidamente registrada en mayo de 1780. En ese entonces encontró  como clérigo en La Victoria al canario Don Rafael de Campos y Roxas a quien templó las orejas ya que: “Se le ha persuadido que observe puntualmente las Rúbricas, pues decía la Missa en diez minutos.”
 
También escribió. “Este pueblo de La Victoria es pueblo de indios, y este Cura es Doctrinero. Es pueblo muy antiguo y no se sabe de qué nación sean. Ya no hablan la lengua o idioma de indios, sino el español.”
 
Para dejar en paz al trillado cura ahora me voy con otro cronista que igualmente se ocupó de poblaciones de Aragua. Ahora les escribiré sobre San Sebastián de los Reyes. De esta localidad, José de Oviedo y Baños, en HISTORIA DE LA CONQUISTA Y POBLACIÓN DE LA PROVINCIA DE VENEZUELA nos dice:
“Poblada la ciudad de San Juan de la Paz con tanta felicidad como hemos dicho, dejó Sebastián Díaz para su manutención los vecinos que le parecieron necesarios y con el resto de su gente atravesó la serranía que cae a la parte del sur y salió al piélago inmenso de los Llanos (cuya longitud, corriendo por más de cuatrocientas leguas, llega a confinar con las opulentas provincias del Perú), tierras muy propias y adecuadas para criazones de ganados, por la substancia de sus pastos y cualidades de sus aguas, como lo ha mostrado la experiencia en los increíbles multiplicos que se logran: esta conveniencia, sobre las muchas que ofrecía la fertilidad y hermosura de aquel país, obligó a Sebastián Díaz a tratar de poblarse en él para gozarlas de asiento; y siendo la determinación no repugnante al gusto de los soldados, que aficionados al terreno solicitaban lo propio, con aprobación de todos fundó el año de ochenta y cuatro la ciudad de San Sebastián de los Reyes, cuyos primeros Regidores fueron Bartolomé Sánchez, Frutos Díaz, Gaspar Fernández y Mateo de Laya; escribano de cabildo, Cristóbal Suárez; y sus primeros Alcaldes ordinarios Hernando Gámez y Diego de Ledesma.”
 
            En San Sebastián nació una de las voces más puras y genuinas que ha tenido la poesía venezolana: Miguel Ramón Utrera.  Este hombre cuyos años finales de vida fueron un solitario y doloroso camino al amparo de la artritis, obtuvo en 1981 el Premio Nacional de Literatura. El maltrecho hombre, a veces maltratado por las ínfulas de una intelectualidad exquisita que en más de una oportunidad lo tildó de “poeta costumbrista”, sacudió con una inolvidable lección de dignidad al mohoso ambiente literario nacional al aceptar el reconocimiento, pero rechazar el dinero.
“No creo en los premios, en ningún premio, creo que un mérito, cualquiera que sea, si es sólido no necesita galardones, el mérito solo basta. A nadie se le eleva el mérito porque lo premien o condecoren”
Pasos de cristal
quiebran por el prado
huellitas de armiño
y musgos plateados.
Corre el arroyuelo
con pasos de espanto:
   —No huyas tan de prisa!—
gimen los rebaños.
 
            Aragua, Utrera, San Sebastián de los Reyes, Cayito Aponte, Cagua, Amador Bendayán, Choroní, Mario Abreu, Maracay, David Concepción, Villa de Cura, Lusi Pastori, Cata, Pilin León, Turmero, César Girón, La Encrucijada, Miguel Acosta Saignes, Ocumare de la Costa, Francisco Linares Alcántara, Chuao, Joaquín Crespo, Camatagua, Santos Michelena, El Consejo, Lucas Guillermo Castillo Lara, La Victoria, José R. Núñez Tenorio, San Casimiro, Godofredo González, San Mateo, Bob Abreu, Colonia Tovar, Salomón Rondón… Una trama de sitios y personas que brillan hasta deslumbrar.  
 
       Aragua es un caleidoscopio en el cual se van yuxtaponiendo modernidad, historia, paisaje y emociones para que la ternura que rezuma la palabra del poeta Utrera sea su crónica versificada
En la despierta orilla de la noche
volcó la sombra su pesado sueño;
y el árbol de la ausencia sus rumores
sobre la grave soledad del pueblo.

© Alfredo Cedeño
 
 
  

domingo, noviembre 20, 2011

TRUJILLANEANDO 09 (O cómo se hacen las panelas)


Cuando niño, mi abuela acostumbraba algunas tardes darme de merienda un trozo de coco seco y un pedazo de papelón, o de panela. Ese sabor permanece en mi memoria con la fidelidad que sólo una abuela consentidora y alcahueta puede generar en un gordo glotón y malcriado como el que fui. Pero, como a fin de cuentas, no se trata de ventilar mis taras, fracasos o infortunios, sigamos en lo que iba. Digamos entonces que: al comienzo fue la caña y la volvieron panela.

Algunos investigadores afirman que fue en Nueva Guinea, al sudoeste del Océano Pacífico, donde se originó la caña de azúcar, y su primera aparición fue como una planta de jardín que se masticaba. Hay algunos estudiosos que hacen precisión al respecto, como es el caso de R. Humbert y F. Gómez quienes señalan que su origen estuvo en India, Malasia y China.

Lo cierto es que cuando se descubrió la tumba del faraón Tutankhamon, quien reinó del 1336 al 1327 antes de Cristo se encontraron evidencias de que los antiguos egipcios conocían la caña de azúcar. Se sabe que ellos desarrollaron un método químico de refinación utilizando para ello cenizas de diferentes materiales.

Años más tarde, en el 327 antes de Cristo, cuando Alejandro Magno invadió India, sus escribas dejaron registro sobre los habitantes de aquella región, quienes "mascaban una caña maravillosa que producía una especie de miel sin ayuda de las abejas".

Más adelante, tanto como siete siglos más tarde, en el Siglo V de nuestra era, los persas desarrollaron un sistema para cristalizar su jugo y obtener azúcar.

La muy documentada invasión musulmana a Europa llevó a aquellos espacios, donde hasta entonces no se cultivaba, nuestra comentada planta. Supongo que gracias a las condiciones climáticas fue en la franja costera que va de Málaga a Motril la única zona de Europa donde su siembra cuajó.

Se sabe que en el tratado nazarí de alimentos al-Kalám ´alá l-agdiya, que fue escrito, entre 1414 y 1424, por Abú Bark ´Abd al-´Aziz –Arbüli quedó asentado: "El azúcar, aunque no es un producto derivado de los animales, lo mencionaremos por su proximidad a la miel en su dulzor y en su efectos. Es de naturaleza equilibrada, con tendencia al calor, pero no produce sed como la miel y es más nutritivo que ella. El azúcar de pilón (al-sukkar al-tabarzad) es la mejor de sus clases.”

En cuanto al origen etimológico de al-sukkar al-tabarzad; encontramos que al-sukkar viene del árabe hispánico as-súkkar, que proviene del árabe clásico: sukkar, que se originó en el persa: sekar, que a su vez proviene del sánscrito:śárkarā. Para completar el galimatías les diré que la palabra persa tabarzad significa: cortado con hacha, por lo dura que era tal azúcar.

Pero, como aquí no se trata de estarles jodiendo la vida con tanta cultura general prosigamos. Una vez los españoles reconquistaron sus territorios y se dedicaron a desquitarse invadiendo a otros, comenzaron por llevarla a las islas Canarias.

En medio de todo este embrollo -para no escribir peo y evitar que me señalen de escatológico-, surgieron los trapiches, molinos que funcionaban con tracción humana –obtenida de los esclavos-, luego con animales, más tarde a través de la hidráulica empleando los cauces de ríos y quebradas, para terminar en el empleo de motores diesel.

Y fue cuando el navegante genovés, al que algunas lenguas maldicientes asocian en ciertas faenas galantes poco dignas pero de alto gusto con la soberana, encontró las tierras americanas. Este caballero se sabe que en su tercer viaje traía trozos de nuestra amiga a la que hoy trato de documentar.

En Puerto Rico los primeros en fabricar azúcar, fueron el comerciante genovés Tomas de Castellon, y Blas Villafañe, tesorero real, fundaron un ingenio en Añasco a comienzo de la década de 1520, luego terminaron arruinados.

Según L. García a Venezuela llegó alrededor del año 1520, cuando Don Juan de Ampies la introduce por la ciudad de Coro y para luego trasladarla a El Tocuyo, donde se llevaron a cabo sus primeras siembras, y se dio inicio a la producción de azúcar artesanal, que en Venezuela se denomina papelón, cuando es de forma cónica, o panela, en las oportunidades que su morfología es cuadrada.

En la actualidad, en diferentes lugares del mundo se mantiene la producción artesanal de esta azúcar primitiva. En San Juan de Isnotú, pequeña población del estado Trujillo, 400 kilómetros al oeste de Caracas, capital de Venezuela, ese proceso artesanal se conserva “tal como lo aprendimos de nuestros padres” comentan los campesinos que se dedican a esa tarea.

Días atrás acompañé a un equipo de estos trabajadores que desde las cuatro de la mañana, día a día, se dedican a la elaboración de “panelas”. Luego de descargar de camiones la caña de azúcar, esta es molida para extraer su jugo que luego es hervido en grandes recipientes hasta que adquiere la consistencia suficiente para ser vertido en moldes que más tarde permitirán ser envasados para su posterior comercialización.

Nunca ha estado la vieja Elvira, mi abuela, tan presente en mi como ese día. Los aromas del jugo de caña, y luego cocinado en enormes pailas de cobre, me arrullaron con reminiscencias de aquellas meriendas de mi niñez. Nunca supe, hasta esos momentos, las de faenas y esfuerzos que ella me entregaba en aquellas tardes para calmar mi sed de chucherías: un enjambre de gente que, con un largo río de sudores, produce a diario la magia de la dulzura que sólo un trozo de panela produce en el paladar.

© Alfredo Cedeño




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