La montaña se desdibuja y me deja las manos vacías
poniendo esta urbe como un juego lindo de la vida
donde los geranios no son un privilegio de pocos.
Un esquimal entra a la ciudad y se coloca oblicuo
con su caña de pesca al borde de una cloaca
que no tiene mar ni botes donde ver morir un día.
Una finlandesa acomoda sus piernas en plena calle
con sus nalgas firmes y blancas como nieve reciente
mientras hace tambalear de ganas toda esta ciudad.
Un senegalés abandona el bosque gris de edificios
con un desconsuelo sin tamaño como su miseria natal
que se le incrusta y cruza sin remedio como Gambia.
Un caraqueño sencillamente cruza la ciudad y sonríe
recordándome que este valle de frescas insolencias
seguirá siendo la eterna sucursal de nuestro cielo.
® Alfredo Cedeño
1 comentario:
Ese Avila y este valle, que nos dejan las manos vacías, que me vió nacer, a pasar de los pesares como dice ud seguirá siendo "la eterna sucursal del cielo"
Amigo, como siempre le digo: Ud tiene todos los matices "a pesar de los pesares" Abrazos.
Soledad
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