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viernes, marzo 11, 2022

MENTEGATO y CABEZA PUERCA



La lengua, el idioma, el universo mágico de la palabra, es un santuario al que entro siempre con supremo respeto. La armonía que se produce entre las letras es una epifanía a la que suelo adorar. Contrario a muchos puristas que desdeñan ciertas palabras por no tener cierta “altura”, suelo dedicarme a celebrarla sin consideraciones. Me parece tan sonora la palabra trapisonda, como me resuena en el paladar su compañera vergajo. A la postre, suelo sentir no poca pena por aquellos exquisitos que se escudan en sus aires de superioridad para no bajar a disfrutar las palabras en todos sus niveles.

Hay textos y autores que me son fundamentales, son parte del cuerpo de sacerdotes que ofician en este rito donde profeso. Y su manejo de las palabras ha sido insuperable. Shakespeare, aunque ajeno a mi lengua materna, es uno de ellos. Fue tan vasto su aporte que estudios contemporáneos revelan que el bardo de Stratford-upon-Avon creó más de 1.700 palabras.  Su par en la lengua española, Miguel de Cervantes Saavedra, usó casi 23 mil voces en El Quijote. Y ya que le nombro, este personaje fue autor de no pocos enredos gracias a su manera de entender y ver las cosas.

Una de mis escenas favoritas en ese sentido es la descrita en el capítulo XXIX de la segunda parte, cuando el caballero y su escudero llegan a orillas del Ebro, luego de robarse una barca y lanzarse a la corriente: “descubrieron unas grandes aceñas que en la mitad del río estaban; y apenas las hubo visto don Quijote, cuando con voz alta dijo a Sancho:

— ¿Ves? Allí, ¡oh amigo!, se descubre la ciudad, castillo o fortaleza donde debe de estar algún caballero oprimido, o alguna reina, infanta o princesa malparada, para cuyo socorro soy aquí traído.

— ¿Qué diablos de ciudad, fortaleza o castillo dice vuesa merced, señor? — dijo Sancho—. ¿No echa de ver que aquéllas son aceñas que están en el río, donde se muele el trigo?

— Calla, Sancho —dijo don Quijote—; que, aunque parecen aceñas, no lo son; y ya te he dicho que todas las cosas trastruecan y mudan de su ser natural los encantos.”

La maravilla del idioma es que muta y toma nuevos trajes al compás del tiempo. Es de un dinamismo que el propio Quijote hubiera querido tener para derribar los molinos. Los enredos son cosa de cada día. Me viene a la memoria la ocasión en que mis suegros estaban hablando en la sala de su casa. Ella sentada en su butaca estaba viendo el televisor, mientras él en la ventana del balcón escarbaba unas macetas; y comentó: Ahí está la gente de la fumigación. A lo cual ella respondió: Ay si, chico, yo no sé cuándo van a pagar la pensión. Él nuevamente le dijo: Que no chica, que ahí están los de la fumigación. A lo que ella ripostó velozmente: ¡Ya te dije que todavía no han dicho nada de la pensión! Los que estábamos oyendo no podíamos contener las risas, y tuvo que intervenir una de las hijas y explicarles. 

Otra situación similar ocurrió con un abuelo al que su hija oía que marcaba el teléfono y después de saludar decía: “Si, como no, avenida Páez, El Paraíso, quinta Guadalupe… ¡Bueno pues, me volvió a colgar!”  Y la situación se repitió un par de veces, hasta que su heredera se acercó a preguntarle qué pasaba. “¡Nada, que estoy llamando al seguro para arreglar lo de mis pagos y cuando me piden la dirección y empiezo a dársela me cuelgan!”  Ella le pidió el número e hizo la llamada, cuando la atendieron escuchó: Seguro Social, subdirección…

Otro caso muy cercano lo viví con mi hijo, estaba el comenzando a hablar, tendría un año y algunos meses. Por supuesto que las cintas de video con las películas habituales las había por todos lados. Él las iba turnando en sus gustos, y en una ocasión el turno fue para Peter Pan. Un día que jugaba con unos amiguitos le escuché decir: “¡Eres un cabeza puerca!” Cuando terminaron de jugar, e iba a bañarlo, le pregunté por el cabeza puerca. ¿Dónde oíste eso hijo? ¡En Peter Pan papá!  Un rato más tarde me senté con él a ver la cinta hasta que llegamos al punto en que los hermanitos de Wendy pelean y uno le dice al otro: cabeza hueca…  Otro día fue con mentegato, y nuevamente averigüé sobre el termino: Ahí en el cuento ese. Nueva lectura, y encontré: mentecato…

Si bien es cierto que ciertas confusiones pueden resultar divertidas, hay otras que no dejan de ser trágicas. Tal vez es lo que ocurre con ciertos personajes que se dedican en estos días a mezclar cosas, o a entender lo que se les antoja. Me imagino algo así como: Mira que vamos de nuevo a la cosa esa de las negociaciones; y él otro responde: Ah si, ya yo me bajé los pantalones.  Otro que al decirle: Sabes algo del papel de trabajo de la comisión; y su respuesta rauda será: Claro a mí que me den no menos del cinco por ciento. Tampoco debe faltar aquel al que dicen: ¿Tú crees que podremos establecer acuerdos?; quien responderá: la verdad que no sé dónde puse los recuerdos.

¿Será que así podemos llegar a alguna parte? Qué buena falta tienen de siquiera darle un ligero repaso al diccionario, a lo mejor es que tienen miedo de intoxicarse.

 © Alfredo Cedeño  



miércoles, julio 08, 2020

¡CHITO!


                Pocos actores venezolanos han tenido la altura interpretativa que tuvo don Rafael Briceño. Los ha habido de una calidad excelsa, como es el caso de Tomás Henríquez, Fausto Verdial y Gustavo Rodríguez, pero ninguno tuvo la maestría del hijo de Ejido, estado Mérida.  En 1959 interpretó a Cara é Loco en Caín Adolescente, de Román Chalbaud; más tarde lo hizo en La Paga, del colombiano Ciro Durán; siguió como Jorge Luis Armenteros en el culebrón El Derecho de Nacer.  Hubo muchas otras películas y telenovelas que se dieron el lujo de tenerles como intérprete. Sacrificio, Pecado de amor, La virgen ciega, Cuando quiero llorar no lloro, Bárbara, La quema de Judas, Boves el Urogallo, Sagrado y obsceno, El Limonero del Señor, Doña Bárbara, Tormento, La hija de Juana Crespo, El pez que fuma, Piel de zapa, La empresa perdona un momento de locura, Carmen la que contaba 16 años, Estefanía, y muchísimas otras, más de cincuenta podrían ser citadas, labraron una espléndida carrera. 
                Briceño construyó una sólida presencia en teatro, cine y televisión que hacía a autores, directores, productores y críticos sus primeros admiradores. Debe decirse que el gran público lo veía con no poca condescendencia, hasta que en 1980 José Ignacio Cabrujas escribió Gómez y él fue invitado a representarlo. Hasta allí llegó la benevolencia para con el veterano actor. A partir de ese papel fue venerado por todo el país.
El dictador, con no escasa ironía, lo consagró, él que siempre fue un devoto amante de la libertad. Su caracterización fue de tal intensidad que en aquellos días el MAS llevó a cabo en el Nuevo Circo de Caracas un célebre mitin, y en su apogeo las luces se apagaron súbitamente, lo cual generó no pocos escalofríos entre muchos de los presentes. Y, de pronto, un potente reflector iluminó a Juan Vicente Gómez, quien con gesto recio ordenaba a su asistente: “¡Llévese presos a todos estos ñángaras, Tarazona!”  La histeria fue de carácter apoteósico. Recuerdo las carcajadas y los no escasos llantos entre los presentes. No era Briceño quien había hecho acto de presencia, era el propio Gómez y su sombra siniestra la que planeaba sobre aquella asamblea de gente soñadora e ilusionada con nuevas maneras de manejar lo político. Debe decirse que con el tiempo ese proyecto terminó en una franquicia que ahora vemos haciéndole el coro a la dictadura de Maduro.
                Aquel personaje fue adoptado por el gran público, y su vesania, su crueldad, se vio sintetizada en una palabra, muy tachirense por demás, que Briceño pronunciaba con tajante tono: Chito… Vocablo que todo el país asumió de inmediato. Esa expresión era, y es, empleada en la cordillera andina para ordenar silencio de manera indiscutible y tajante. Al adoptarla el emblemático actor supo encontrar el gatillo necesario para disparar en la memoria de todo el país la característica incuestionable del detestable dictador.
                El chito gomecista parece haberse expandido de manera universal en estos días. Es una orden que ahora viaja de manera velocísima y con una rigidez que ya hubiera querido en su tiempo el dictador tachirense. Los detonantes para que explote en las poco democráticas, pese a que nunca se pudo imaginar que desembocaran en ello, redes sociales son insospechados e inverosímiles. Vivimos una época de turbas que arremeten contra todo lo que se menea y sitian a quien sea sin patrón alguno. Cualquiera puede encender la cólera colectiva en el momento y lugar menos pensado. Acaba de ocurrir, por poner un ejemplo, en Rochester, Nueva York, donde una estatua de Frederick Douglass, fue derribada por una manada, hasta ahora anónima. Él había nacido esclavo y escapó de su condición en Maryland, para iniciar una pelea titánica en contra de la esclavitud, lo hizo hasta que llegó a convertirse en un líder del movimiento abolicionista en Massachusetts y Nueva York, todo ello le otorgó un sólido prestigio por su oratoria y escritos críticos en contra de la esclavitud en los Estados Unidos. Justamente su estatua es vandalizada en el marco de las protestas, justificadas en muchos casos aunque desvirtuadas en su mayoría, en contra de la discriminación racial.
                Las manifestaciones por la igualdad han llegado a la decapitación o daño de las estatuas de Colón, Cervantes y fray Junípero. De la iracundia igualitaria han sido pasto desde la estatua de La Sirenita en Copenhague, obra del escultor Edvard Eriksen, hasta la de Winston Churchill en Praga. La ola reivindicativa poco tiene de  ponderación, se muestra escasa de justicia, es una marea furiosa que exige silencio y  sumisión a todos. 
                Me llama la atención la ignorancia confiesa de los actos de “protesta”, la mayoría de las veces apoyados y estimulados por los autobautizados “progresistas”. Así vemos que no solo derriban la estatua de Douglass, sino que vemos ondear en las manifestaciones de las minorías sexuales discriminadas imágenes del Ché como estandarte. ¿Sabrán acaso sus promotores que el argentino en cuestión demostró de manera indubitable su saña contra la comunidad homosexual en Cuba? A estos pasos que llevamos no ha de extrañarnos que pronto veamos a las turbas justicieras exigiendo la inauguración de la avenida Eva Braun en Tel Aviv. ¿Irán a exigir una plaza Trostky en Moscú o un busto a Reinaldo Arenas en La Habana?
                Por lo pronto, sin más méritos que el de la fuerza bruta, vemos una bandada atorrante que solo sabe responder ¡Chito! cuando se le pide explicación de sus actos.

© Alfredo Cedeño 

sábado, abril 02, 2016

¿HABEMUS DIALOGO?


                Narra Cervantes en los primeros capítulos de la segunda parte de Don Quijote, cómo el ingenioso hidalgo acompañado de su fiel escudero entra en el Toboso al filo de la medianoche. Explicaba el manco que allí habían acudido en busca de la señora Dulcinea. Lo cierto es que apenas entrar al poblado se dedican a buscar el alcázar de la damisela, y en esa búsqueda es como llegan al templo lugareño, y el muchacho-viejo de la película dice su famosa y tergiversada frase: “Con la iglesia hemos dado, Sancho”.
                Aquellos que gustan hacer gala de su vasta cultura, en realidad basta, gustan de modificar esa frase asegurando con gesto pontifical que lo dicho fue: “Con la Iglesia hemos topado, querido Sancho”. Lo cierto es que ni toparon ni al gordito del burro le dieron el trato argentino de querido. Esto me viene hoy a la mente ante el acuerdo alcanzado por tirios y troyanos en cuanto a la mención que hizo el pibe Francisco, el papa Pancho pues, y perdonen los beatos la confianza con el cura Bergoglio, sobre lo que a diario vivimos los venezolanos. También el obispo de Roma le hizo una sutil reprimenda a nuestra casta dirigente para que de una buena vez dejen la majadería y logren acuerdos.
                Lo cierto es que bastaron 51 palabras, de un total de 1.153, en medio del mensaje papal Urbi et Orbi del pasado Domingo de Resurrección para que el escenario político venezolano se convirtiera en un dulce serrallo. De vaina resonaron las trompetas del ángel Gabriel  en el Capitolio de Caracas. Aunque, en honor a la verdad, no todo fue tan expedito, ya que al comienzo de la discusión sobre las palabras del mentado pastor la tolda pícara, léase roja, por boca del ahora sobrio diputado Earle Herrera anunció que rechazaban el acuerdo propuesto ante la Asamblea Nacional respecto al exhorto eclesial. Y con facundia dijo: “El papa no se refiere a una parcialidad política sino a un bien común. El acuerdo propuesto por la Mesa de la Unidad no debe levantar falsos testimonios ni utilizar adjetivos negativos”. Qué bien saben cantar estos ladinos cuando les da su bendita gana de no estar utilizando su acostumbrado lenguaje de robagallinas…
                ¿Qué fue lo que dijo el Pontífice? Les copio: “Que su mensaje pascual se proyecte cada vez más sobre el pueblo venezolano, en las difíciles condiciones en las que vive, así como sobre los que tienen en sus manos el destino del país, para que se trabaje en pos del bien común, buscando formas de diálogo y colaboración entre todos”. No les voy a fastidiar el día enumerándoles los intentos de zapatear que desde la vocería oficial se intentaron, pero los hubo, tal vez por ello el día antes de que se llevara a cabo la discusión en el ámbito parlamentario, monseñor Baltazar Enrique Porras, arzobispo de la Arquidiócesis de Mérida, dijo con su calma habitual que las acciones del bigote bailarín, entiéndase el señor Maduro, y su gabinete eran una muestra de la poca disposición existente en Venezuela para abrir caminos de diálogo. En declaraciones que diera al marabino Ayatola de Jesús Núñez, y que publicara El Nacional, el hombre eclesial afinó sus palabras: "El gobierno no tiene voluntad de conversar  ni respetar la autonomía de los poderes. El conflicto entre la Asamblea Nacional y el Tribunal Supremo de Justicia así lo evidencian".
Pero Porras no se limitó a ese caso sino que hundió el dedo en la llaga y afirmó: "No se puede seguir negando la crisis. Cuando vemos las cadenas de radio y TV pareciera que viviéramos en un paraíso, pero en realidad lo que hay son colas. Aquí no hay capacidad para aceptar la  crítica". ¿Fue gratuito que esas declaraciones del monseñor fueran justo el día antes? Por supuesto que no. Él fue vicepresidente de la Conferencia Episcopal Latinoamericana –CELAM– durante dos períodos, lapso en el cual desarrolló una estrecha relación con el entonces cardenal Bergoglio; tanto es la misma que en el reciente Sínodo celebrado en Roma, Baltazar Porras ocupó una de las 45 sillas de dicho Concilio. 
Tampoco es digno de olvido que el actual mano derecha del papa en el submundo de la Curia Vaticana es Pietro Parolin, quien por largo tiempo se desempeñó como Nuncio Apostólico en Venezuela y sabe muy bien cómo es que se bate el cobre en esta tierra otrora de gracia.
Lo cierto es que luego de las fintas iniciales del primer asalto, en el receso de rigor hubo un acuerdo y resultó un documento en el cual azules y rojitos elaboraron un documento de seis puntos, el cual fue aprobado de manera unánime. Al punto de que el ciudadano presidente del Parlamento, en versión tropical y vociferante de Händel, entonó ¡Aleluya!
Ante las escenas que se produjeron en el hemiciclo ese día, no pude dejar de seguir pensando en el pasaje ya citado de El Quijote y recordar lo que apenas cinco líneas después le enrostra el desgarbado caballero a su rozagante escudero:
¡Maldito seas de Dios, mentecato! –dijo don Quijote–. ¿Adónde has tú hallado que los alcázares y palacios reales estén edificados en callejuelas sin salida?

© Alfredo Cedeño

sábado, enero 30, 2016

GRACIAS

 Por aquello de que somos según nos criaron, soy profundamente agradecido por todo y a cuantos me rodean. Por ello, me producen urticaria los signos de olvido, de ingratitud o desagradecimiento, o cómo quieran ustedes llamarlo. En anteriores oportunidades he contado acá de mi abuela paterna, la vieja Elvira, a quien debo los primeros intentos que sobre mí hubo para desasnarme.  Con ella aprendí a leer y sacar cuentas, todo bajo un manto de consentimientos infinito que a veces disfrazaba de rigor; sin embargo, supongo que consciente de que no saldría nada bueno de mí sometido a aquella alcahuetería inacabable me mandaron a la “escuelita” de la señorita Modesta.
Ella era una de esas ancianas que en las viejas novelas describían como de piel apergaminada, que iba dejando a su paso un olor que me era muy querido, ya que mi abuela también usaba para bañarse el jabón de Reuter. Su centro funcionaba en una de esas viejas casas coloniales de La Guaira, y allí con voz suave nos enseñaba a un grupo de niños entre cuatro y siete años, vecinos de La Pólvora y el Puente Jesús. Ya en mi casa el machacar sobre agradecer como norma de buena educación era una letanía con la que me levantaba y acostaba. Papá, mamá y mi abuela no cesaban de interrogarme ante cualquier ayuda que me prestaban: ¿Qué se dice Alfredito? Y automáticamente respondía: Gracias, para obtener el consabido a la orden o de nada.

La señorita Modesta a la par que nos enseñaba los principios educativos nos citaba frases de distintos autores. Tal vez la que más empleaba era una que, con su voz característica, nos decía: Esto que les voy a leer es del mayor escritor que ha tenido nuestra lengua y en el mundo, Don Miguel de Cervantes Saavedra, que en su gran obra El Quijote escribió: “–De gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben, y uno de los pecados que más a Dios ofende es la ingratitud.”

Entre muchas otras cosas, esa es una de las que más me ha distanciado siempre de ese furúnculo que llevamos soportando por más de tres lustros.  No es un secreto para nadie que desde sus mismos inicios el difunto comandante intergaláctico, y sus acólitos, han sido unos malagradecidos de tomo y lomo.  Quiero refrescar esta vez algunos ejemplos de lo que digo.

Me contó un viejo trabajador de una de las empresas de servicios ejecutivos que operaban en el aeropuerto caraqueño La Carlota, quien vio en primera fila todo esto, como al comienzo de la campaña electoral de 1998 fue el capitán Henry Hoyos con sus armatostes voladores quien le daba apoyo para algunas de sus movilizaciones. Más tarde fueron las avionetas de Tobías Carrero las que entraron al juego, hasta que un domingo en la tarde, cuando estaban a punto de despegar, por una falla mecánica que tenía el aparato, los pilotos a cargo abortaron el vuelo.

“Hermano, tú no te puedes imaginar la paranoia que tenían esos carrizos con la DISIP, es más vivían asustados. Ese día salieron como si un zorro hubiera caído en un gallinero.  En ese tiempo los Boulton tenían ahí sus vuelos ejecutivos de Servivensa, y eso lo manejaba directamente el hijo del viejo que después secuestraron, Richard Boulton. La cosa fue que al comienzo ellos a quien ayudaron, porque así lo pidió Copei, fue a Irene, pero ese ya es otro cuento. Esa tarde llegó  a esa oficina un tipo de apellido Castillo, que no recuerdo su nombre, con un cuchicheo a pedir un vuelo, y más atrás llega un carro con un misterio y cuatro tipos adentro, ellos se bajan y uno de ellos se encierra en el baño, pero cuando están eso en eso me doy cuenta ¡de que era Chávez! Unos muchachos que trabajaban ahí después me contaron que eso parecía un palo de gallinero y no salió del baño para nada. Mientras tanto contactaron a Boulton y él dio el visto bueno. Desde ese día ellos se dedicaron a darle servicio en exclusiva a Chávez desde La Carlota y a más ningún otro candidato se lo prestaron”.

Me asegura el narrador que en aquellos días era un grupete desastrado donde solo dos de ellos tenían carro propio, uno era Luis Pineda Castellanos, que tenía un Volkswagen y el otro era Diosdado, “con un corcel azul poceta, todos los demás andaban a patica por ahí”.  También asegura que Diosdado, Jesse, Nicolás, “todos esos” eran unos recaderos, “es más, chico, eran unos cachifos, porque ahí los que eran la verdadera sombra de Chávez eran Pineda y el tuerto Andrade, esos eran en los que él de verdad confiaba, a todos los demás los arreaba como le daba la gana”.  En medio de  una de las conversaciones con este viejo hombre del mundo aeronáutico me suelta: “Ahora, eso fue como hasta un mes y medio antes de las elecciones que él gana, porque a partir de ahí esos vuelos eran para los de su comando de campaña y los periodistas, porque él empezó a desplazarse en los aviones de Freddy Cohén, que más de una vez él en persona lo llevó y lo trajo…”

El cuento es largo y espeso, y no los voy a atiborrar con los detalles, no porque me falten ganas, sino por las consideraciones del caso.  Y es aquí donde el desagradecimiento de esta plaga que aún padecemos brilló en todo su apogeo. En el año 2000 Richard Boulton fue secuestrado de la hacienda familiar en Carabobo, y una de las  figuras que más se movió tras bastidores para su supuesta negociación fue el ex ministro Ramón Rodríguez Chacín, quien luego ha demostrado pública y notoriamente sus vínculos con la guerrilla colombiana, que fue con quienes se negoció la liberación del mencionado empresario.  Tampoco está de más refrescar lo que fue la “quiebra” de Avensa, Servivensa y el naufragio del grupo Boulton en su totalidad en aguas oficiales.

Un dato del que poco se habla de esa quiebra es que dicha organización había creado en 1950 la Fundación John Boulton cuyos aportes a nuestro escenario cultural fue más que amplio y generoso.  Me asegura una fuente que dicha fundación tenía unos recursos en Estados Unidos que rondaba los siete millones de dólares, pues bien, cuando se da la intervención de las empresas, no saben cómo, ni cuándo, dichos fondos fueron escamoteados y nadie supo explicar lo ocurrido, lo cierto es que se esfumaron.

¿Necesito refrescarles en el caso del señor Cohén lo que pasó con Sambil de La Candelaria? Insisto, es una larga letanía de poca cortesía para con aquellos que en su momento le tendieron la mano. Ahora bien, que estos señores caigan en ello, creo que era de esperarse. ¿Qué otra cosa podía esperarse de semejante horda de indigentes cívicos?

Para cerrar, y dejar constancia, saludo con inquietud el nombramiento del querido Chúo Torrealba al frente del canal de la Asamblea Nacional. Digo inquietud, por decir lo menos, ya que no puedo dejar de preguntarme: ¿Acaso no es más necesario el trabajo político del coordinador del armatoste ese llamado MUD y delegar en una persona que realmente conozca del manejo de un canal, y pienso en Elsy Barroeta, por ejemplo, para hacer que ese canal realmente sea lo que tiene que ser? Me preocupa porque ha habido varios gestos destemplados del mencionado amigo, el último de ellos su respuesta a la diputada Tamara Adrián, quien calificó de  infortunadas unas declaraciones que emitiera; su expresión al más rancio estilo Juan Charrasqueado fue: “No soy diputado. Soy sec. ejecutivo de la Alianza gracias a la cual Ud. es diputada. Y la agenda es la de la Unidad!” O sea, en otras palabras el ahora perdonavidas Torrealba se jacta de ser quien hizo diputados a quienes integran la Asamblea Nacional. Mal rumbo el que se avizora en estas palabras que en mala hora se escribieron en Twitter. ¿Acaso vamos a seguir con el mismo musiú pero con otro cachimbo?



© Alfredo Cedeño

domingo, mayo 05, 2013

TOLEDO

       En mi niñez, la radio era lo que hoy son las consolas de videojuegos, y demás chismes tecnológicos con los que suelen entretenerse los locos bajitos actuales.  Mi abuela tenía un gran radio en el que oía a primeras horas las noticias, luego la “novela” donde ocupó por largos años un sitio destacado El Gavilán, cuyas aventuras trepidantes me hacían delirar hasta el infinito mientras contemplaba el mar sentado al lado de la inolvidable vieja Elvira.

 
            Luego de las novelas venía música y en aquellos tempranos años 60 era el rey de los compases un tocayo: Alfredo Sánchez Luna, quien era más conocido como Alfredo Sadel. Aún recuerdo una mañana que le oí cantando:
Toledo, mujer española con ojos de acero que el cielo besó,
princesa que el Tajo bañara, boca que tostara la lumbre del sol.
Orgullo de nueva Castilla, flor de maravilla que envuelve un mantón,
puñal que tus ojos clavaron en medio de mi corazón.
Años más tarde supe que la había escrito un mexicano de nombre tan largo como su talento y obra: Ángel Agustín María Carlos Fausto Mariano Alfonso Rojas Canela del Sagrado Corazón de Jesús Lara y Aguirre del Pino, pero que fue conocido como Agustín Lara.
 
           Mucho tiempo después, cuando Plácido Domingo grabó la llamada Suite Española, CD en el que homenajeaba al autor de Granada, Murcia, Silverio Pérez, entre otras, fue un revival  de aquella repetición de la pieza que cantaba Sadel y cuya última estrofa dice:
Toledo, la tizona tus letras grabó
fundiendo en una hoja nobleza y valor.
Acero de unos ojos que saben mirar
y matan como mata un puñal.
 
            En este punto quiero hacerles una confesión, so riesgo de que algunos de ustedes que padecen de mi amistad, se dediquen a hacer el respectivo mal uso de lo que a continuación escribo.  En aquella época de niño gordo, ignaro, consentido de Elvira y feliz, cuando oía aquello de “la tizona tus letras grabó”, me quedaba dándole vueltas a la frase. Me preguntaba una y otra vez, ¿cómo será que le graba las letras a la tizana? ¿Será que le ponen una letrica a cada pedacito de fruta? ¿Cómo será eso?
 
Mi ignorancia de muchacho glotón la superé cuando, en clases de literatura con vanos intentos de desasnarme, me explicaron que  La Tizona era una de las espadas del Cid Campeador; la cual había sido del rey Búcar de Marruecos y a quien el Cid se la ganó en Valencia.  Pero, basta de vueltas y revueltas y sigamos en lo que hoy traigo como tema y que, como bien han visto ya a esta altura, tanto por el título como por las imágenes, trata sobre la muy castiza ciudad española de Toledo.
 
En la tradición oral se asegura que esta localidad fue fundada por Hércules. Sin embargo, al ceñirnos al campo científico encontramos que fue una ciudad de origen carpetano. Este pueblo fue una tribu prerromana, parte de los pueblos celtíberos que habitaban el oeste y el norte de la Península Ibérica.
 
Se sabe que el año 192 a.C. la ciudad fue tomada por el cónsul romano Marco Fulbio Nobilior, quien construyó Toletum sobre las ruinas carpetanas. Al cabo de varios siglos, a partir del V de nuestra era, los pueblos bárbaros se dedican a hostigar a las fuerzas romanas.  Fue así como esta zona fue ocupada por los alanos en el 411, para siete años después terminar en manos visigodas.
 
Siglo y medio más tarde, tanto como en el 569, el rey visigodo Atanagildo instaló su Corte en Toledo y con el rey Leovigildo pasa a ser capital del reino hispano-godo, que fue el primer Estado peninsular independiente. Durante esta etapa visigoda (que va del siglo VI al VIII) la ciudad se distingue como sede episcopal y de concilios; lo cual le otorgó gran importancia civil y religiosa.
 
            Pero, comenzando el VIII los moros llevan a cabo su conquista y fue así como Toletum se convirtió en Tulaytulah.  A fines de ese siglo la España musulmana era gobernada por el emir árabe Alhakén I. Toledo era una ciudad, si bien sometida al emir, con autonomía propia. Alhakén no quiso seguir sabiendo de libertades así que mandó como gobernador de Toledo a un muladí -un converso al islamismo- de su absoluta confianza, algunos afirman que de nombre Amrú y otros que Ambroz.  Lo cierto fue que el muy bellaco con la excusa de celebrar su nombramiento, invitó a palacio a las personas más destacadas, ricas e influyentes, que al parecer eran más de 400.
 
Para hacerles breve el cuento, el tierno y efusivo anfitrión hizo que los degollaran a todos y mandó arrojar sus cabezas a un foso preparado de antemano para tales fines… dicho suceso pasó a ser conocido como “La Jornada del Foso”.
 
            No será hasta bien entrado el siglo XI, en 1085, cuando Alfonso VI se ocupa de la reconquista cristiana; y fue virtud de él hacer de Toledo una ciudad tolerante entre las culturas establecidas en la ciudad, donde cristianos, musulmanes y judíos convivían en paz con sus iglesias, mezquitas y sinagogas.
 

            Más adelante, en el siglo XIII, Alfonso X El Sabio estableció allí  la muy célebre  Escuela de Traductores.  Ello hizo que la danza de transcripciones de textos árabes y judíos, así como traducciones de obras del pensamiento griego convirtieran a Toledo en el centro intelectual europeo. 
 
Al siglo siguiente esa convivencia pluricultural se fue a la mierda, y perdonen lo soez, pero no hay mejor manera de definirlo. La persecución a los judíos y el empeño en cristianizarlos terminó desembocando en esa imbecilidad que fue el Tribunal de la Santa Inquisición.  Todo esto fue aliñando la decisión de los Reyes Católicos, digo que envalentonados por lo que significaba que el genovés hubiera descubierto nuevas tierras, de expulsar a los judíos en 1492, quienes estaban establecidos en Toledo desde la época visigoda… ¡Ay humanidad, divina inclemencia!
 
          He hecho este vuelo de leves roces sobre este pueblo cuyo casco histórico conserva sus mismos sinuosos callejones. Uno, al andar por entre ellos, bien sabe que por allí deambularon Cervantes, Góngora, ese mago del trazo llamado Doménikos Theotokópoulos y que conocemos como El Greco,  y dejémoslo hasta ahí.  Bien dijo Julio Caro Baroja: “Toledo, en sí, es un lujo que tiene España”. España y el mundo, afirmo yo. 

            Esta ciudad es la misma que Cervantes deja en El Quijote en once citas pero que la describe en aquel trozo: “Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero; y, como yo soy aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural inclinación, tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía, y vile con caracteres que conocí ser arábigos.”
 
            Toledo de Cervantes y Agustín Lara, quien la describió con precisión quirúrgica: 
Toledo, lentejuela del mundo eres tú
que adorna un soberbio capote de luz.
 

            Es la Toledo de El Entierro del Conde de Orgaz, pieza sublime de El Greco, en la iglesia de Santo Tomé. ¡Esas figuras largas que parecen se van a subir por el techo para irse al cielo!  Y en el cielo Dios, la Virgen, Jesús, los ángeles, San Pedro con sus llaves, aquel mundo de muertos vivos.  La cara de la muchacha con la antorcha abajo a la izquierda, la única que parece que no le quita a uno el ojo de encima.  Te mueves para ver si no te ve y qué va, donde te metas ahí estará mirándote.
 
            Toledo es historia nuestra, de allí venimos y ojalá logremos su misma permanencia, la que le ha permitido resistir cientos de embates. Toledo: pedazo de morería judaica ibérica que se me amalgama en el pellejo cuando la camino.

© Alfredo Cedeño
 
 

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