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viernes, septiembre 09, 2022

HISTORIA DE GALLOS

Muchas veces me río solo cuando leo las soflamas de ciertos eruditos en honor a la literatura o la historia. Estoy convencido de que en realidad no hacen más que defender sus parcelas, lucirse como “expertos” en una u otra disciplina arroja dividendos. Desde viajes y recursos para congresos e “investigaciones”, así como cuanto tipo de eventos cualquiera pueda suponer, son parte de los dividendos que arrojan tales actitudes. La hilaridad que me producen dichas proclamas tal vez provenga del privilegio que he tenido en la vida de vivir una y otra, lo cual me hace ver como algo perfectamente natural lo que para los estudiosos de tales áreas es motivo de asombro.

En el caso de lo histórico me tocó oír desde niño que había nacido en Caracas y, con gesto pomposo lleno de no escaso orgullo decía mi padre, bautizado en la catedral, en todo el frente de la plaza Bolívar. No fueron pocas las veces que me llevó a dicho templo a mostrarme la pila bautismal mientras me decía: Aquí te sacamos el diablo, carajito.

Luego nos mudamos a La Guaira donde vivíamos al frente del polvorín en el viejo fuerte de San Pablo, que era donde las fuerzas españolas almacenaban pólvora, municiones y artillería. La primera construcción de esas instalaciones data de 1590, cuando fue ordenada su fabricación por parte de Diego de Osorio y Villegas; la construcción actual data de 1760. Lo cierto es que, hasta mediados de los años 70 del pasado siglo, esa edificación había sido tomada por Dominguito, un señor cuyo apellido no logro recordar. Al frente había construido su casa e instalado una bodega en la que vendía refrescos, cervezas y chucherías; mientras que en la explanada sur del recinto había instalado un patio de bolas criollas, donde acudían   la población masculina de los alrededores, mi padre, por supuesto, era uno de ellos.  Era común que mientras los adultos bebían cervezas y lanzaban las bolas y discutían y bochaban y todo lo demás, los pequeños nos internábamos en la estructura abandonada. ¡El cuarto de los tesoros!  Allí había viejas espadas y cascos de los conquistadores, pistolones, arcabuces, cualquier cosa que la mente febril de cualquier niño podía imaginar. Eran nuestros juguetes y nos sentíamos Ordaz, Osorio o Lozada.

Más tarde nos trasladamos a Caraballeda, población diminuta y de una profunda conciencia de su origen. A más de uno de sus viejos habitantes le escuché narrar con inocultable orgullo que había sido fundada por Francisco Fajardo el 18 de noviembre de 1560, “casi siete años antes que Caracas, ¡una pelusa!” Allí iba a misa en la iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria, que había sido erigida en 1578. ¡Y también fue tema de las pinturas de Armando Reverón! Uso estos ejemplos, por citar solo tres y les juro que podría seguir citando muchos más, para explicar por qué para mí la historia no es un objeto de estudio, es parte de mí, la he vivido.

En cuanto a lo literario me pasa no poco menos. Oigo disertar sobre lo real maravilloso o el realismo mágico, o leo algunos de los sesudos análisis que abordan dichos tópicos, y no puedo evitar preguntarme si estarán hablando o escribiendo en serio tan abundantes muestras de sapiencia.  A ver, ¿cómo hace uno para asombrarse ante lo que ha sido cotidiano en la vida de uno?  He dicho, digo y diré que toda la parafernalia hermenéutica y retórica que se expande sobre nuestra literatura viene de la incapacidad de ver que hace asombrar a aquellos que leen a los cronistas. Todos nuestros creadores literarios lo que han hecho es recoger lo que pasa a nuestro alrededor, es decir han hecho crónicas de lo acontecido en su tiempo, o han jugado con ellos, o han investigado en nuestras fuentes histéricas.  No logro recordar, ni encontrar en mis fichas, la relación que hizo siglos atrás un misionero sobre la abundancia y fortaleza de las hormigas en los alrededores de la Laguna de Unare, estado Anzoátegui, al punto de haber sido capaces de trasladar en solo una noche, una iglesia completa a varias leguas de su ubicación original.

Y si de episodios tragicómicos hablamos me viene a la memoria un incidente que viví en mi casa paterna de Caraballeda, y les juro por quien quieran que esto ocurrió tal como voy a escribirlo a continuación. Había una vecina cuyo hijo mayor se dedicó a la cría de gallos de pelea, pero en aquel pueblo donde todos nos conocíamos y cuidábamos no se guardaban ciertas normas de convivencia mínima. Fue así como el criador quiso convertir a toda la cuadra en un gigantesco criadero y las aves paseaban a su real albedrío por todas partes, lo mismo se metían en un cuarto que se encaramaban en un televisor o picoteaban a un gato. En medio de ese escenario dos mujeres de una de las familias parieron casi a la vez, y en la sala de su casa instalaron las cunas de los recién nacidos. Los pollos combativos agarraron por subirse a la cabecera de las cunas y soltar sus cantos a todo meter, con el natural sobresalto de los bebés, así como de los otros habitantes y de los vecinos. Puedo dar testimonio de que cantaban con una potencia que a veces hacía pensar que cargaban un megáfono en el pico.  El jefe de la casa, un hombre de parsimonia legendaria en toda Caraballeda, habló con sus vecinos y les pidió que por favor recogieran sus animalitos, caso omiso, los benditos animales continuaron echando vainas por todos lados, despertando a las dos criaturas y alborotando a todo el vecindario.  Los bicharracos acostumbraban dormir en una mata de níspero que había en un lado de su vivienda; así que ante la falta de acción la esposa del émulo de Job esperó a uno de sus hijos y a medianoche, sin sonido alguno, agarraron a los avechuchos y los metieron en un saco. Al día siguiente ella fue por todas las casas vecinas repartiendo una sopa de pollo que le había sobrado. Y todos comimos, y todos alabamos la generosa repartición de sancocho. Mientras tanto el dueño de los Rambo emplumados, con la ayuda de su mamá, llegaron hasta la orilla del río San Julián buscando y preguntando si alguien había visto unos gallos de pelea.  ¿Qué me dicen?, ¿realismo mágico?, ¿real maravilloso?

Tal vez esa incapacidad de entender sin mucha faramalla lo que nos rodea, o la habilidad de adornar con verborrea flamígera lo cotidiano es lo que nos pueda hacer entender cómo es que tanto inútil de verbo florido maneja o intenta manejar el país….

 © Alfredo Cedeño  

domingo, junio 18, 2017

CANALLA TALENTOSA


                Escucho con verdadero pasmo a dos personajes que, seguramente, terminarán endiosados como prohombres del llamado retorno institucional en Venezuela. Ambos reparten facundia con sus enjundiosas palabras, preconizan en torno al dialogo como única vía valedera para reconquistar los espacios democráticos; y mientras tanto se dedican a denostar de los admirados muchachos, esos gallardos guerreros a los que no me canso de celebrar, porque sin su aporte espléndido sólo Dios sabría en qué estercolero estaríamos sumergidos.
                Gente querida y admirada, con perseverancia digna de mejores causas, no se cansa de enmendarme la plana. Me tildan de inoportuno por mis alertas sobre los bichos de uña y pezuña que andan merodeando, cual bagre entre las guabinas, las luchas de la ciudadanía para luego dedicarse a disfrutar del ejercicio del poder.  El razonamiento que los guía en sus reconvenciones está preñado de buenas intenciones, y no poca ingenuidad. Por ello, y por tener la profunda certeza de sus verticales honestidades, callo y no les respondo, su pureza no tiene por qué ser blanco de uno de mis desplantes. A fin de cuentas ellos son la demostración por excelencia del don de gente del venezolano, de su generosidad sin fronteras, ese que casi hemos visto desaparecer en este largo eclipse rojo rojito.
¿Cómo callar ante los conciliábulos de conspicuos voceros opositores que se reúnen con Ameliach, Arias Cárdenas o Jaua? Lamento no poder complacer a mis afectos que me piden silencio ante estas trapacerías, porque callar es el mejor modo de hacer que sigamos sumergidos en el celestinaje infinito que ha caracterizado nuestra vida política, madre de todas las desgracias que padecemos los ciudadanos.
Una verdadera nube de polichinelas, presumiendo de Maquiavelo, agita el velo de la cobardía sobre Chávez por su guarecimiento en la madrugada del 4 de febrero de 1992 en las viejas instalaciones del cuartel militar de La Planicie. Son los mismos que aparecen espasmódicamente, con pasmosa velocidad y,  ¡Oh casualidad!, fortuitamente cerca de alguna cámara que los grabe en la “primera línea de combate”.  
Todos, de manos tomadas con los próceres que ahora pontifican sobre la “unidad”, forman parte de una canalla institucionalizada que no duda en condenar la acción demoledora de una muchachada que nos ha permitido retomar el camino de la libertad. Niños hechos hombres que también han rescatado nuestros ancestrales gestos de soñadores, en ellos resucita don Alonso Andrea de Ledesma quien en mayo de 1595, íngrimo y solo, le plantó cara a Amias Preston para defender a una desamparada Caracas. Pésele a quien le pese, duélale a quien le duela.

© Alfredo Cedeño

domingo, abril 30, 2017

VOZ DEL PUEBLO… ¿ES DE DIOS?

Francisco de Goya

                 Veo las imágenes de los enfrentamientos en Caracas contra las fuerzas represoras, y no puedo evitar pensar en la revuelta popular del 2 de mayo de 1808 en las calles de Madrid contra la ocupación francesa.  Ahora que se cumplen 209 años de aquella gesta de las masas humildes de la capital española, para reivindicar la patria que las élites no supieron defender, es imposible que no me asalte un mar de emociones.
                La historia ahora reivindica lo que menesterosos y simples vecinos hicieron para enfrentar a un ejército entrenado para matar.  La hazaña actualmente es celebrada con pompa patriótica, pese a que en su momento el “stablishment” calló y muchas veces aplaudió la actuación del invasor para calmar a la chusma.  Fueron navajas contra bayonetas, las famosas cachicuernas de Sierra Morena frente a las tropas napoleónicas, escopetas de cazas enfrentadas a fusiles veteranos, la dignidad frente al despotismo. Los horrores de aquel tiempo  fueron registrados de muchas formas. Piezas como Defensa del parque de artillería de Monteleón, de Joaquín Sorolla; Malasaña y su hija batiéndose contra los franceses, de Eugenio Álvarez Dumont; y Los fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío, de Francisco de Goya tal vez son las más representativas.
                Y mi Caracas natal es una tortura que no me abandona, al igual que la respetada y no menos querida Barquisimeto, ni hablar de la admirada Táchira, ni menoscabar a la dura Guayana, o ningún rincón de una Venezuela bravía que, tal como he venido diciendo hace no breve tiempo, ha dejado atrás a sus “dirigentes” obligándolos a tomar el paso que ellos han debido marcar desde el comienzo.
                El mantra de moda entre el “stablishment” criollo es antipolítica; el cual nos echan en cara a todos quienes decimos sin alcahuetería, o doradura de píldora mediante, que los políticos no han sabido estar a la altura, mientras que sí han sabido dedicarse a toda clase de trapisondas y zancadillas mutuas para estar de primeros en las fotos. No ha habido mayor ejercicio de la antipolítica que ellos mismos, se han dedicado de manera entusiasta a dinamitar la creencia de la gente en las organizaciones políticas como vía para el entendimiento ciudadano.
La política se ha convertido en una patente de corso para hacer exactamente lo que les venga en gana, y en nombre de ellos tener un perdón anticipado porque son políticos. Hacen cualquier bellaquería y debe ser olvidada.  Realizan sus truhanerías a cara abierta y al descampado y piden que se les celebren cual gestas heroicas, y luego aparecen diciendo ser la voz de Dios: aspiran a que el pueblo los oiga y obedezca sin chistar porque ellos son los que saben hablar por todos nosotros.  ¿Cuándo terminará de entenderlo la horda de gemidoras que le hacen coro a dicha casta? A falta de Goya otro ejército, ahora de cronistas visuales, está recogiendo, aún a riesgo de sus propias vidas, la gesta ciudadana que no deja de enfrentar al invasor cubano y sus títeres criollos. La historia pondrá a cada quien donde le corresponde.

© Alfredo Cedeño
 

domingo, abril 09, 2017

ÁNGELES SIN MIEDO


                La imagen que uso hoy es la que ilustra la parte superior derecha de la primera página de este domingo 9 de abril del diario El Nacional es la foto de nuestro país. José Pacheco recoge en ella el espíritu venezolano en este momento. En medio del campo de batalla que fue el pasado sábado 8 la parte superior de la avenida Libertador de Caracas, lleno del miedo que siempre provoca el no saber si estás en la mira de algún funcionario o “colectivo”, y el sentimiento de responsabilidad para con sus compañeros de redacción y lectores, que sabía estaban esperando lo mejor de él, hizo su labor.
                Son rostros de niños, cuerpos de hombres ya, que están en la calle con la muerte sobrevolándolos y sin embargo pelean. No hay un rostro conocido, no hay dirigentes, ni opinadores, ni ninguno de esos que suelen desmelenarse de manera estentórea ante cualquier cámara –así sea de Fisher Price­–. Los veo y allí está mi hijo y sus amigos, los hijos de mis amigos y los de mis vecinos. Una muchachada que sabe se está jugando la vida, y no tiembla.  Uno lleva la bandera, mínimo cruzar de telas, cual escudo sobre el pecho y en sus pómulos trazos de crema para protegerse del ardor de las bombas que les lanzan con vesania los agentes “del orden”. Otros se protegen de las piedras y proyectiles que llueven sobre ellos con una lámina de madera.
                Es imposible ver con impasibilidad la fotografía. Una impotencia sorda se me recoge en el estómago ante la soledad que los acompaña.  Al fondo una muralla humana guarda distancia, y ellos defienden a esa mayoría que participó hasta cierto punto, el punto que esos muchachos rebasaron empinándose sobre sus propios miedos.
                A los lados aparecen fotógrafos y camarógrafos, amparados con cascos y chalecos, cual si estuvieran en las calles de Tadef, en Siria. Ellos también le ganan la pelea al miedo. Tal vez las alas de Tortoza y Aguirre, Jorge se llamaron ambos, los dos murieron en el mes de abril cámaras en mano, están cuidándolos.
                La foto de Pacheco es el testimonio de un país que paso a paso derrota la aprensión y demuestra cómo se ejerce la ciudadanía, cómo se le enseña a respetar sus derechos a una horda maloliente y pendenciera que dice gobernarnos. Los diputados jóvenes y desconocidos que han dado la cara y recibido sus buenas dosis de violencia roja, los ancianos que no cesan de participar, las mujeres que enardecidas partieron piedras para darles proyectiles a la muchachada, todos están en el pellejo de esos guerreros indómitos retratados por Pacheco.   También hacen callar a quienes furiosos se dan golpes de pecho, mientras afirman con tono pontifical que la comodidad venezolana es el principal aliado de la sarna roja rojita que no cesa de jodernos la vida.

© Alfredo Cedeño

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