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martes, mayo 19, 2015

AMARRAS

Aparenta llegar al infinito
esa madeja de ataduras,
fila de robustos pontones
le dan celestino soporte.
  
Al fondo el horizonte
no deja de invitarnos,
el cielo nunca está lejos
jamás podrán impedir que lo alcancemos…


© Alfredo Cedeño

jueves, mayo 14, 2015

FLOTANTE


Vano intento por levitar
hasta sentir que se cae
sobre un helado espejo
sin Alicia que lo aguarde,
reflejos rumbo a la mar
y frágiles diques rojos
de superficial fortaleza
donde la luz siempre gana…


© Alfredo Cedeño

jueves, abril 23, 2015

SOPOR

Una cabeceada frente al mar permite que los sueños naveguen
la caña se cimbra ante la inmensidad de los azules,
infinitas bóvedas de celajes entreabiertos para nacer y morir.


© Alfredo Cedeño

jueves, diciembre 04, 2014

PEREGRINOS


Viajamos con los recuerdos sin valijas
ellos vienen y van sin pasaportes,
se nos sembraron  tercos en el pellejo
con ritmos de largas olas momentáneas
y cadencia de nubes desmigajadas
como soplos mezquinos sobre un país,
salimos para siempre volver hechos marea
de un horizonte donde perpetuamente llegamos.

© Alfredo Cedeño

domingo, noviembre 09, 2014

EL TIRANO

            No recuerdo cuando fui por primera vez a El Tirano en Margarita. Debe haber sido muy pequeño, porque cada vez que llegó a esas playas, su azul tan particular y la silueta de los islotes del archipiélago Los Frailes en el horizonte, son más que un recuerdo y más bien son una presencia indeleble en mi existir. Es decir: son parte de mí mismo como parte de ese andamiaje de sedimentos que constituyen a cada quien a partir de sus amores, vivencias y hechos.
 
Explica Rosauro Rosa Acosta en su Diccionario Geográfico-histórico del estado Nueva Esparta que “En los primeros tiempos de la Margarita se conoció con el nombre de Bahía de Paraguachí, más tarde y con motivo del arribo por esa bahía del Tirano Aguirre, se le denominó el puerto del Tirano”.
 
De aquel vasco, que tras navegar infinitos kilómetros, llegó a la isla de Margarita precisamente en este punto, y sobre quien se han escrito infinidad de obras, Miguel Otero Silva en Lope de Aguirre, príncipe de la libertad ficciona así su arribo: “Tras diez y siete días de navegación marina los bergantines de Lope de Aguirre divisaron las costas de la Margarita en veinte días del mes de julio de mil quinientos sesenta y un años, (…). El Santiago se abrió paso por entre olas embravecidas y echó el áncora en una región que los indios guaiqueríes llamaban Paraguache.”
 
Él mismo, en carta dirigida a Felipe, II le escribió: “A la salida que hicimos del río de las Amazonas, que se llama el Marañón, vi en una isla poblada de cristianos, que tiene por nombre la Margarita…”. Ahora hay una cruz inmensa hecha de cemento en el supuesto sitio donde él llegó con sus navíos y su torva masa de insurrectos. Sin embargo hay quienes descartan esa posibilidad y se inclinan por ubicar dicho desembarco por el llamado Puerto Abajo, más hacia la zona de Playa Parguito, ya que a las costas de El Tirano no entra con destreza quien no sea nativo de allí, ya que su bahía tiene dos bajos y un mar caprichoso que suele impedir entrar con facilidad a quienes no están familiarizados con dicha rada.
 
Haya llegado por donde lo haya hecho lo cierto es que como describe Juan de Castellanos en su Elegías de Varones Ilustres de Indias:
“Para tomar Aguirre pues el puerto
Hacíales el tiempo diferente;
Mas los autores deste desconcierto
Echaron do pudieron cierta gente:”
Los desmanes de Lope y sus hombres en territorio margariteño han sido documentados ampliamente por gran cantidad de autores de toda laya, amén de los ya citados, sin olvidar a la llamada tradición oral de la zona que también abundan en ello.
 
José Agapito Moya nacido el 20 de septiembre de 1929 en esta población, a sus 85 años explica a quien le pregunta al respecto: “Él no se llamaba Tirano, le pusieron Tirano porque a todo el mundo procuraba degollarlo, matarlo”. Más adelante, asegura Moya que Aguirre andaba de noche en su caballo “y ese animal se sacudía y sonaba las cadenas, él se pasaba las noches caminando las calles, que no eran calles, eran caminitos, veredas, pues, y caminaba y caminaba hasta que una noche lo rasparon y desde entonces él quedó penando aquí en las calles del pueblo.” Saquen sus guillotinas y machetes aquellos que no sean capaces de entender el delirio que es la apropiación y transformación que hace la voz popular de los hechos, por grandes que sean, para amoldarlos a sus propias visiones…
 
            Es necesario reseñar a esta altura de lo escrito que la Ley de División Territorial de 1916, trece años antes de que naciera José Agapito, le dio a esta comunidad el nombre de Puerto Fermín. Como cada uno de los cien mil hilos que han ido tupiendo esta hermosa manta que nos abriga en su condición de tierra natal, El Tirano o Puerto Fermín, como más le guste a cada cual, ha ido –y sigue haciéndolo– liando su manojo de aportes.  A la orilla de la mar José “Nicho” Moya junto a su hermano Hermenegildo “el mudo” se dedican a reparar las nasas que ahora colocan con ayuda de GPS mar afuera.
 
            Igual hacen Taña y Mirna Del Valle Díaz Marin, quienes mantienen el restaurant que fuera de su madre Dorina. Ella fue una legendaria cocinera, cuyo “torito” relleno era una delicia que hacía a más de un caraqueño pudiente ir en su avión particular hasta Margarita para luego trasladarse hasta su humilde restaurant a paladearlo. Ellas mantienen sus recetas y no dejan de preparar a diario los platos que de ella aprendieron. A la par, los hombres de este rincón no dejan de arropar su corazón de ternura y su venerada Virgen del Valle les acompaña en las quillas de sus peñeros cuando salen a ganarse el pan entre la inmensidad de la mar…
 
            El Tirano conserva frente al mar su gran cruz señalando el lugar del supuesto desembarco del hijo de Guipúzcoa, en sus brazos las aves de rapiña se baten entre el sol y la brisa incesante. Esta última vez que anduve por allá no cese de evocar lo escrito por Alfredo Boulton en su precioso libro La Margarita: “Al este, en la ensenada de Paraguachí, todavía de noche ven al Tirano en el piafante potro blanco de Villandrando, escaparse por entre los espesos cedros y los grises camarucos de la roja plaza de la iglesia.”

© Alfredo Cedeño
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

domingo, octubre 12, 2014

PEDRO GONZÁLEZ

            Al norte de Margarita, luego de pasar Playa El Agua, y comenzar a bordear hacia el suroeste está Pedro González, población a la que generalmente se identifica con sus playas Zaragoza, Puerto Cruz y Puerto Viejo; las cuales han sido convertidas en bastiones turísticos, a la par que han echado de lado a los vecinos de esta zona. Es cierto que estas playas son preciosas, pero el propio pueblo está en el seno del valle de igual nombre a menos de un kilómetro de las mencionadas costas.
 
            Aseguran que los primeros pobladores de la zona llamaron a estos parajes Arimacoa, y que los españoles llegaron a establecerse acá en el siglo XVI. Afirma Rosauro Rosa Acosta, a quien ya he citado en trabajos anteriores,  en su Diccionario geográfico-histórico del estado Nueva Esparta: “En él se estableció el español Pedro González, uno de los primeros pobladores de Margarita, vecino en 1553 de la Villa del Espíritu Santo, y fomentó labranzas y crianzas.” También dejó asentado Rosa Acosta que “El Gobernador Maza Lizama [en realidad se refería a Miguel Maza de Lizana] fundó en este sitio una Doctrina de Indios, la cual fue restablecida por el gobernador Alonso del Río y Castro.”
 
            Por cierto que de este último, quien ejerció labores gobernantes en el siglo XVIII, hay cuentos un tanto escabrosos que protagonizó en Maracaibo junto con doña Bárbara Villasmil de Carrasquero. Ese es cuento de otro tenor y otras latitudes de los cuales hablaré en otra oportunidad. Sigamos.
 
            Esta comunidad, que al inicio fue asiento de navegantes ibéricos, y no dudo que el tal Pedro González haya existido, es posible que también haya recibido el nombre en homenaje a San Telmo, quien en realidad se llamó San Pedro González Telmo, quien era el patrono del cuerpo de Mareantes de Sevilla. Por el conquistador o por el santo, lo cierto es que así se llama y existe desde hace siglos.  En Zaragoza se hicieron casas señoriales hoy devenidas en posadas, bares y ventorrillos de alto coturno. Son lejanos los tiempos en los que Mónico Mata y otros pioneros de similar tenor salían a navegar en labores de pesca, cabotaje o navegación que les permitía llegar hasta los caños del Delta del Orinoco donde acudían a vender la pesca o a comprar maíz, cazabe y diversos bastimentos que luego vendían en distintos puntos de la isla.  
 
            Escribir de esta población y no mencionar al ya desaparecido Florencio Rojas, a quien todos conocimos como El Chivato de la Playa, sería un olvido imperdonable. Fue dueño de una voz prodigiosa que fue oída en cuanto acto de música popular se hizo en los años 70, 80 y 90, y letras que sacudían al oyente, nunca quiso atender los ruegos de Alí Primera para grabar sus piezas. Apenas grabó un disco dos años antes de morir…
 
            Pedro González es una iglesia moderna y cerrada, una plaza marchita y niños que miran a través de las rejas de una cancha. A sus habitantes se les conoce generalmente como valleros, por ser del Valle de Pedro González… Con fama de extraordinarios navegantes, cuyas labores de cabotaje todavía son elogiadas por su arrojo y valentía.   Los valleros han sido, como todos los margariteños, gente fajada e incansable que suele hacer caso omiso a las calamidades.
 
            Estos parajes han sido fuente para numerosos creadores, pero uno de mis favoritos fue el médico y escritor francés Pierre Marie Bougrat, quien se radicó en Juan Griego donde adquirió fama por sus acertados diagnósticos y tratamientos. Bougrat, que había sido condenado, por supuestos crímenes en Francia a prisión perpetua en la llamada Isla del Diablo de la Guayana Francesa, escapó de la cárcel y llegó en una balsa a Macuro. Tiempo después se instaló en la isla y tuvo particular debilidad por Pedro González donde acudía con frecuencia desde Juan Griego a pasear o atender pacientes.  Aseguraban en la Margarita de los años 30 y 40, que era de mal presagio el que el doctor Bougrat moviera negativamente la cabeza al examinar a un enfermo. Ante lo cual el comentario que solían hacer los testigos era: “Hay que buscar a Machalengo para que le haga la fosa a ese pobre cristiano. Ya Bougrat lo desahució”. Machalengo fue por muchos años, el más célebre de los sepultureros del Valle de Pedro González. 
 
            Pero donde Bougrat puso de relevancia su particular afecto por esta comunidad fue en su libro Sotavento, publicado en Porlamar, en 1946, donde las playas de Pedro González ocupan un lugar destacado. En el cuento, “Viejos Rumbos”, su personaje, Sotavento, un marino de este pueblo, es el centro de aventuras como capitán de barco y contrabandista de la Margarita de esos años:
 
            Sotavento sale desde la playa del Valle –como se conoce por lo general a la de Pedro González en Margarita– en un tres puño muy navegador despachado en lastre, con rumbo hacia Río Caribe. Cincuenta bultos de seda, cargan a las diez de la noche cerca de la casa de Prajedes Acosta en la playa de Guayacán. Con la carga, embarcan al socio del capitán, un contrabandista de sesenta años. Cuando ya navegan, fuera de la isla, rumbo a Puerto Santo, el contrabandista se muere a bordo, de un ataque cerebral. ¿Qué hacer? Ese cadáver no aguantará un día de sol a bordo; tampoco se lo puede llevar a tierra firme, ya que no figura ni como pasajero en el despacho ni como tripulante en el rol. Tampoco hay tiempo de regresar a la Playa de Pedro González. Rápidamente, Sotavento arriba a El Tirano que está a la vista; se echa al agua, frente a la playa de El Cardón, despierta a un amigo que tiene un camión; al muerto lo sientan al lado del chofer, amarrado por la cintura y al amanecer, lo meten en su casa por el corral, lo desvisten y lo envuelven en cobijas calientes a fin de que el médico que han mandado a llamar lo encuentre con calor y certifique que acaba de morir. Y cuando a las cuatro de la tarde, lo llevan al cementerio, Sotavento le dice bajito, a uno de los hijos del difunto:
–Primo Chico…. ¡Qué bonita suerte para un contrabandista Embarcó de contrabando, murió de contrabando, lo desembarcamos de contrabando! Toda la isla, él la atravesó de contrabando y ahora lo enterramos con un certificado de defunción, ¡conseguido de contrabando!”
 
            Bougrat, El Chivato de la Playa, Zaragoza, Pedro González, Margarita,… destellos de un todo que encandila a propios y extraños. Mar de azul sereno y cielo hondo, donde los faros naufragan.

© Alfredo Cedeño
 
 
 
 
 

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