miércoles, octubre 28, 2020

OTRA RAYA DEL TIGRE ROJO


                Llegué al mundo periodístico muy temprano, de la mano de dos queridos amigos, Wilmer Suárez y Lucy Gómez. El primero me llevó a la redacción de la corresponsalía del diario Crítica, de Maracaibo, entonces propiedad del viejo Capriles, que funcionaba en el primer piso de la Torre de la Prensa. Meses más tarde me condujo a la revista Alarma y el diario Últimas Noticias. La mencionada revista funcionaba en el sexto piso de ese edificio, al lado de la redacción de la revista Elite, que fue donde la querida Lucy, entonces delegada sindical, me enseñó la importancia de la organización y me inscribió en el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa.

                Así comencé un camino lleno de gente que me formó sin mezquindades. Pasé por no sé cuantos proyectos y redacciones. Argenis Martínez, José Suarez Núñez, José Luis Olivares, José Manuel “El Marginal” Pérez, Ernesto Luis Rodríguez, Pedro Duno, Domingo Alberto Rangel, José Campos Suarez, Euro Fuenmayor, José Pulido, Pedro Galán Vásquez, Ezequiel Díaz Silva, Ramón Hernández, Humberto Márquez Zambrano, Eddy González, Mariela Pereira, Chuchú Rosas Marcano, fueron algunos de los que me enseñaron a caminar por este delirio de la información.  Todos me fueron revelando claves en las que prelaba siempre la solidaridad. Si había una rueda de prensa a la que alguien no llegaba a tiempo, todos los grabadores la reproducían para que esa persona no llegara a redacción sin el material. Si algún reportero gráfico no tenía una imagen de la noticia del día, horas más tarde pasaba por el laboratorio de quien si la tenía y bajo cuerda le daban una copia. Donde se hacía imposible era en lo que tocaba al material audiovisual, el material para los canales televisivos se rodaba en película de formato 16 milímetros, y ahí no había nada qué hacer.

                Eran tiempos de gente solidaria a todo trance, un grupo bullicioso, irreverente, alegre hasta el delirio, malhablado como pocos y con un sentido del humor a prueba de bombas. Nadie, por encumbrado que estuviera, escapaba de los dardos agudos, y a veces dolorosos, de lenguas acostumbradas a desafiar al propio poder. Recuerdo al final del gobierno de Jaime Lusinchi. Él recibió en el aeropuerto de Maiquetía a León Febres Cordero, entonces presidente de Ecuador, y al llegar los reporteros fuimos encerrados en una especie de jaula de barreras metálicas. La protesta fue inmediata y a grito pelado anunciamos que nos íbamos a retirar. Tal fue el escándalo que el entonces ministro de comunicación, Alberto Federico Ravell, acudió presto a sofocar la deserción masiva. Él para justificar el encierro reclamó que en uno de los últimos encuentros presidenciales con la prensa casi le habían metido en la boca un micrófono. La respuesta llegó rauda, de los labios de Pablo Blanco, quien era por aquellos días fotógrafo de El Mundo en La Guaira: Le hubiera pasado la lengua. Hasta el propio Ravell soltó la carcajada.  Minutos más tarde se nos permitió entrevistar a los mandatarios fuera de las benditas barreras.

                Todo esto y mucho más me viene a la mente en este momento, cuando de manera accidental me entero de la reacción de algunos colegas ante la detención de Roland Carreño.  Los amigos y colegas de él que permanecen en Venezuela se han manifestado aterrados ante la posibilidad de que su celular sea revisado y los encuentren en sus agendas, o grupos de las diferentes plataformas que habitualmente usa para comunicarse.  El frenesí por borrar sus mensajes, o sacarlo de los diversos grupos es increíble.  Mi tristeza es infinita, en eso han convertido la prensa en Venezuela: un manojo de nervios que pierde la compostura con inusitada velocidad.

No hay un trabajador de la comunicación, hablando en el sentido más preciso de la palabra, lo cual excluye a los cagatintas que medran de los pasquines y armatostes dizque comunicacionales rojos rojitos, que no condene la arbitraria encarcelación de Carreño. Es un nuevo ejercicio de vesania contra uno de los gremios más maltratados en estos inacabables años. ¿De qué van a acusar a ese muchacho? ¿De su talento y desparpajo, con los que ha desnudado más de una vez a esta mojiganga que nos atropella incansablemente? ¿De ser miembro de la oligarquía de Aguada Grande?  No se imagina Roland Carreño cuánto y cómo lamento que, justo a los treinta años de su graduación como periodista en la Universidad Católica Andrés Bello, el regalo que le den sea un calabozo.

 © Alfredo Cedeño  

miércoles, octubre 21, 2020

Y LLEGÓ EL FINAL


                Estos días de ignorancia son sobrecogedores. Hay quienes jactándose de su maniqueísmo proclaman que es blanco o es negro. Tales infelices olvidan que aún en el mágico universo monocromático de la fotografía primigenia hay un precioso abanico de grises, el exquisito medio tono donde el negro se convierte en blanco con una dulzura o una rabia que solo ese lento paso puede hacer magnífico. Hay quienes, fieles a los extremos, se declaran devotos del claroscuro. Insisto: la ignorancia estremece ante su osadía, porque el gran maestro de dicha técnica, Michelangelo Merisi da Caravaggio, empleaba los matices aún en sus obras más representativas. Recuerdo su pieza “La vocación de Mateo” donde se aprecia a cabalidad ese juego magistral del pintor milanés.  Sin embargo, los asnos insisten en sus rebuznos.

                Es necesario acotar que cuando se pide concordia, se ruega por unidad, es porque se espera el uso de los materiales y soportes adecuados; para que se logre, aún en aquellas labores donde hay ruptura de los cánones, de los tránsitos cromáticos que permitirán lograr la armonía mínima que terminará por expresarse con la fuerza propia de la obra conclusa. No se puede pretender pintar sobre un lienzo con acuarela, o con óleo sobre papel. Han surgido nuevas tecnologías que así lo permiten en algunas ocasiones, pero no es lo habitual; para poder hacerlo son necesarios muchos pasos, que no se pueden obviar porque sería condenar la pieza al desastre. Algo de eso vemos en estos tiempos, supuestos innovadores que, sin conocer el manejo adecuado de los elementos y componentes, van colocando al alimón las cosas donde les parece que van bien, y terminan estropeando lo que pudiera ser una labor monumental.

                Vivimos el tiempo del porque me sale de mis santas ganas, días de zarrapastrosos dizque ilustrados que imponen sus cofradías y sociedades en comandita contra toda previsión que el mínimo sentido común exige.  Y a ello pretenden habituarnos. Crean comandos “comunicacionales”, más bullangueros que una bandada de guacamayas trasnochadas, con los que linchan a quienes osen pedir siquiera un poquito de sindéresis. Se pasean altaneros por las distintas tribunas repartiendo mandobles a diestra y siniestra para que todos callemos y rindamos loas a sus despropósitos.

Es una horda ignara que se ha hecho ama y señora de nuestra realidad y destino.   Es una pandilla arbitraria que lo mismo quema iglesias en Chile, que caza a Woody Allen, lapida a Vargas Llosa  o lanza anatemas a todo lo que se les antoje bajo la mirada atemorizada, cuando no complaciente, de una colectividad que contempla un lento pero eficaz trabajo de demolición de nuestros patrones de convivencia. Quizás ratas y cucarachas sean las sobrevivientes. Siempre quise imaginar otro final. 

 

© Alfredo Cedeño  


miércoles, octubre 14, 2020

CAE EL TELÓN


                Nada nos ha ocupado más a los seres humanos que el pensamiento. Esa unidad abstracta, en cuanto a la imposibilidad de palparse, ha sido génesis y sepultura de culturas enteras. Imperios y comunidades paupérrimas han brotado a la sombra del bosque etéreo que de allí ha surgido.  Él ha hecho la gloria y la ruina de civilizaciones y héroes, de villanos y déspotas, de genios y fantasmas. Este unigénito del pensar ha sido un procreador de fertilidad inverosímil, ha sido prolífico hasta el delirio, como nadie.  Sin embargo, entre sus virtudes no ha estado precisamente la equidad, más bien se ha terminado convirtiendo en un agente de dominación, para emplear algunas palabras de las que usó el muy barbudo Marx; o se justificó en cuanto ejercicio de poder a través de las prácticas religiosas, para usar lo manejado por otros sesudos pensantes.

                Diciéndolo en buen criollo, todo esto ha desencadenado un atajaperros, para no emplear aquello de un agarra asentaderas, en el cual la fuerza, bruta o madurada, siempre se ha impuesto. Son escasas, casi que aseguro ninguna, las ocasiones en que las ideas han servido para producir una transformación de un escenario humano. Son los conceptos de Aristóteles, maestro de Alejandro Magno, donde la lógica de la expansión lleva al macedonio a controlar el mundo conocido de aquellos días. Se trata también de la guía del impulso de Colón por extender las fronteras del naciente reino español, así como la codicia de reyes y banqueros, al lado de judíos perseguidos, galeotes en busca de la regeneración y tunantes de toda ralea que perseguían la riqueza, las que hicieron América.

                Los ejemplos jalonan la historia humana,  podrían llenarse varias ediciones del periódico, unas cuantas, y no se alcanzaría a mencionarlas todas. La contradicción y el control son congénitos en el acto pensante. Las ideas están supuestas a evitar nos despedacemos mutuamente, sin embargo lo hacemos en función de imponer nuestra manera de elaborar nuestros conceptos vitales.  La igualdad, la justicia, la moral, la integridad se miden según la capacidad de imponerse del que la pregona. La igualdad chavista es destruir modelos productivos, como fue el caso de pequeñas, medianas y grandes empresas, para “construir el hombre nuevo”; ha sido un lamentable concepto que ha amparado la destrucción de nuestro país. La justicia revolucionaria ha sido la que sin juicio, ni probatoria de tipo alguno, mantienen encarcelados a Otoniel Guevara –el nuestro, no el poeta salvadoreño–, Rolando Guevara, Juan Bautista Guevara, Luis Enrique Molina, Arubel Pérez, Erasmo Bolívar, y Héctor Rovain, entre muchísimos otros más. La moral madurista es la que hace a “intelectuales y creadores” hacerse de la vista gorda ante las sucesivas violaciones a los derechos más elementales de todo un país. La integridad roja rojita se mide en función de la capacidad de asumir como santa palabra cuanta imbecilidad atinen a pronunciar los funcionarios de turno que se mantienen plegados a la sombra del cogollito en ejercicio.

                Repito: todo se resume a la imposición de un modelo que se aplica a sangre y fuego. Las ideas son las grandes excusas para justificar delitos de todo orden y concierto. El amor a las preguntas, a la curiosidad, a la sorpresa, al escarbar lo que somos, ha degenerado  en una lucha feroz por el control sobre los otros. Bien lo ha dicho Humberto Maturana: “la mariposa no necesita ninguna teoría para vivir, la bacteria no necesita ninguna teoría para vivir, el elefante no necesita teoría para vivir y nosotros hacemos teorías que terminan por marcar nuestra vida y vamos a actuar en consecuencia.”  Son las benditas teorías que nos balcanizan en este momento, las que nos impiden formar un frente  común para salir de la peste roja. Las ideas son las que se revuelven autofágicas y nos laceran sin vacilaciones. Es la idea de la corrección, que una minoría altisonante ha impuesto con la fuerza de sus gritos destemplados en los escenarios de este siglo, la que ahora hace que todo luzca tan oscuro como el Medioevo. Hegel escribió en Fundamentos de la filosofía del Derecho, comenzando el siglo XIX: “Cuando la filosofía pinta gris en el gris ya una figura de la vida ha envejecido y con el gris en el gris no se deja rejuvenecer, sino sólo conocer; el búho de Minerva inicia su vuelo a la caída del crepúsculo”.  Tal vez llegó el final y no lo hemos sabido entender.

 © Alfredo Cedeño 

miércoles, octubre 07, 2020

EL SIGLO DE LAS TINIEBLAS


                La miseria más abyecta hecha poder es lo que nos gobierna a los venezolanos, y se pasea campante, hasta con algazara, por muchos rumbos. Es la misma desgracia que por sesenta años se ha ocupado de manera eficiente y modélica, en cuanto a lo ejemplar para algunos obtusos que se proclaman soñadores, de sembrar con escombros y pecios el territorio cubano.

Es la que ahora muestra sus quijadas desgreñadas y apestosas sobre la codiciada España, la de García Lorca y Cervantes, la de Unamuno y Pérez Reverte, la de Rosa Montero y Teresa de Ávila, la de Ana María Matute y Quevedo. Es nuestra España madre que, unos zarrapastrosos y un plagiario a todo meter, quieren volver una pocilga donde hozar a mansalva.

Es la desdicha que planea sobre el admirado México, el de Sor Juana Inés y Octavio Paz, el de Rulfo y Esquivel, el de Fuentes e Ibargüengoitia, el de Sabines y Kahlo. Es el México padrísimo que un retaco altisonante, aplaudido por una horda resentida y para nada formada, quiere sumir en sus abyectos delirios de resentido.

                Esos efluvios de pestilencia imbatible se ciernen sobre la gloriosa Argentina, la de Fito Páez y Cortázar, la de Alfonsina Storni y Borges, la de Lugones y Gelman, la de Hernandez y Pizarnik, la de Macedonio Fernández y Oliverio Girondo. Es la Argentina preciosa que Perón sumió en un viaje que no parece tener destino hacia la irresponsabilidad más  temeraria que se pudiera alguien imaginar.

Y como con nosotros pasa en la abandonada Nicaragua de Cardenal, Rubén Darío, Sergio Ramírez, Gioconda Belli, Azarías Pallais, Salomón de la Selva y  Alfonso Cortés. Allí un sátiro y una celestina trasnochada, y de maternidad desquiciada, humillan con desenfreno a los hijos de Nicarao. 

Las cuentas de semejante rosario de tribulaciones parecen inacabables, es una letanía que deja pocos lugares a los cuales mirar en busca de un  consuelo que cada vez luce más lejano. Cada cual se mira su propio ombligo y de vez en cuando suelta un regüeldo, que pretenden suene a reclamo cortés, para dejar constancia en el respectivo libro de actas de la infamia de su preocupación por la integridad del ser humano.

                Vivimos el siglo de las tinieblas, en medio de un derroche de energía como nunca conoció la historia. Historia que ahora es histeria y donde un grupete ha acumulado, a la sombra del ectoplasma tecnológico, el poder suficiente para marcarle al mundo lo que ha de pensar, saber y hacer. Vivimos un tiempo en que algunos, de manera descarnada, definen como un escenario donde se trata es de encontrar aquellos que quieran pagar para modificar el comportamiento de quienes les interese y convenga. Han creado una yunta en la que manierismo y supersticiones ahogan el pensamiento y lo convierten en una loa a lo correcto.

                Nuestro tiempo es de pasiones, no de razones. Padecemos una dirigencia fervorosa profesante del absolutismo, esgrimen argumentos propios de escritores de telenovelas, poseen poco fundamento real en lo filosófico y por ende conceptual, se juega a complacer al público en las supuestas necesidades que ellos mismos han sembrado en la gente. Todo es parte de un laboratorio social en el que nos tratan de arrear cual cabras estabuladas.  Las órdenes van al compás del ritmo demoscópico del momento. La corrección, insisto, es ama y señora. Todo esto conduce a una catástrofe inimaginable, y aquellos que la han  causado, llegado el momento, tratarán de  manera vil, de achacar a la ciudadanía su maternidad.

 © Alfredo Cedeño  



miércoles, septiembre 30, 2020

AVANZADA DECADENTE


Hubo un tiempo no muy lejano, al menos para mí, cuando izquierda era todo aquello que se asociaba a lo justo, lo equitativo, lo sensible. Eran días de indudable barniz romántico, de lecturas variopintas donde El Principito estaba al lado del Qué Hacer de Lenin, las Cinco Tesis Filosóficas de Mao, La Náusea, El Segundo Sexo, Yo estoy bien tú estás bien, La plusvalía ideológica, País Portátil,  La Ciudad y los perros, El Coronel no tiene quien le escriba, Rayuela, El Túnel, Papillon, La Naranja Mecánica, La Aldea Global, Cómo leer al Pato Donald… y por ahí seguía el batiburrillo, poco ortodoxo por demás, de lecturas en las que nos sumergíamos todos aquellos que aspirábamos a ser unos insurrectos.

El Ché era un  Cristo al que no pocos le encendían cirios, yo he de decir en mi descargo que nunca caí en semejante desvarío, pero si tuve mi afiche y franela con su estampa. Trotski era un anatema al que se nombraba con cierta sorna. La peor cosa que podía ocurrir en ese ambiente, que se tornó en Sanedrín cultural, es que fueras señalado de “revisionista”. La militancia incluía una romería  por todos los eventos de solidaridad con los presos políticos a la que no podías dejar de acudir, so pena de ser señalado de “agente del imperialismo”. Era obligatorio recorrer las inauguraciones del circuito de museos, salas y galerías, allí te encontrabas las mismas caras con la misma ropa arrugada y desteñida, ellas de pelos lacios y ellos de greñas revueltas, todos con sandalias cuando no con suecos de Dr. Scholl. Entre ellos había unos pocos que vestían, y hay que decirlo, con gusto exquisito, eran auténticos dandis. En medio de esta marabunta dicharachera, malhablada y altisonante, abundaban muchas “niñas bien”, muchachas de la “pequeña burguesía”, como soltaban con sorna y –obvia– envidia, las ninfas progresistas.  A ese grupo que cada vez crecía más, los faunos asediaban con manifiesto interés; a más de uno con presunciones poéticas les escuché decir: “De la burguesía, sus vinos y sus mujeres”.

También era común en aquellos saraos escuchar frases en francés, italiano, alemán e inglés, pero del británico, ojo. Unos presumían de su postgrado en París y sus clases con el mismísimo Sartre o Althusser, y hasta con Roland Barthes. Aquellos presumían de poder citar a Marx en su lengua natal ya que estaban de vuelta de un Ph.D en el Max Planck. La lengua de Verdi, ¡perdón!, de Gramsci (y pronuncie: Grannchi), también se oía y se hablaba de las delicias del Vino de la Toscana o las pizzas de Trastevere. En cuanto al idioma imperial el acento era Oxford puro, y no faltaban los gritos de ¡Noooo!, cuando alguno contaba de su visita a la tumba del mero-mero, entiéndase Marx, en el cementerio de Highgate.

Evoco todo esto ahora al ver eso que se autodenomina “izquierda”, ese grupete devaluado en que ha degenerado aquel candor, el extravío de aquella inocencia, hasta convertirse en un remedo que vive de glorias pasadas. Son una vanguardia anodina y llena de poses, así como de militantes lastimosos que de vaina atinan a repetir, como viejas cacatúas desmelenadas, las consignas políticamente correctas, las que les dicta el humor de la opinión de moda. Son patéticos. Ya no son heroicos. Muy lejos de lo que todos queríamos ser cuando jóvenes, y no tanto también. 

© Alfredo Cedeño  


miércoles, septiembre 23, 2020

IGNORANTES E INTERESADOS

Más conmueve a la llamada opinión pública la muerte de un elefante o un atún rojo que la de un ser humano, cualquiera sea su raza. Un sashimi o tartar, o un crucifijo de marfil logran despertar más indignación que el asesinato de un niño o un anciano, cualquiera sea el color de su piel. A muestra de lo que escribo traigo dos ejemplos.

En abril de 1994 comenzaron en Ruanda tal vez los peores cien días de la historia africana. Los pueblos Hutu y Tutsi se enfrentaron en una lucha, en su mayoría a machete, en la que se calcula murieron 800.000 personas.  El año siguiente, en julio de 1995 los serbios obligaron a 25.000 mujeres y niños a huir de Srebenica, en la región oriental de Bosnia, donde se refugiaban 40.000 musulmanes bajo el supuesto amparo de los cascos azules de la ONU. Los serbobosnios asesinaron entre 7.000 y 7.500 islamitas varones, entre niños, adolescentes, hombres jóvenes y ancianos. Ambos hechos ocurrieron ante la mirada, supuestamente escandalizada, de un mundo que solo atinó a comprar más periódicos, conectarse más a las radios y televisores, y unos organismos internacionales, de reacciones paquidérmicas, que atinaron a pronunciarse cuando ya las muertes no podían evitarse. Sin embargo, todavía se oyen muchas voces defendiendo la “oportuna acción” de los entes mundiales.

La indolencia, parsimonia y/o indiferencia de las “democracias”, instituciones multilaterales y del mundo en general ante las desgracias de las minorías, o de naciones enteras, es una constante a lo largo de nuestra historia. ¿Acaso es necesario recordar la desgracia nazi y el desamparo de los judíos ante la barbarie que los golpeó inclemente e impunemente? Y cito apenas un ejemplo. Me pregunto ¿qué haría que el caso venezolano fuera manejado de manera diferente?

La indolencia hecha gente, manifestada en esa casta que dirige nuestros rumbos, con su habitual rumbo de ventilador, oscila de uno a otro tema con supuesta enjundia esclarecida… Sin embargo, es justicia reconocerles que en un punto han sido consecuentes a más no poder: la industria petrolera. Es lógico que sea así, después de todo ella es la gallina de los huevos de oro.

En diferentes ocasiones y escenarios hemos escuchado decir sobre la necesaria recuperación de la que fuera primera empresa nacional en Venezuela. Se oyen propuestas de todo orden y calibre, las altisonancias están a la orden del día en lo que toca al tema. Pero, ¿realmente se puede hacer algo con PDVSA? ¿Es posible que la producción petrolera venezolana se recupere de manera medianamente eficaz? ¿La infraestructura para producir crudo puede recuperar sus antiguos niveles de rendimiento, y en cuanto tiempo puede lograrse?

No puedo sustraerme a aquello de piensa mal y acertarás. Aquellos que pregonan la inminente recuperación de la explotación de petróleo o lo hacen por crasa ignorancia, o por intereses muy particulares, es necesario dejarlo claro. Las labores de extracción de nuestro hidrocarburo son de una complejidad enorme; nuestra pereza mental, propia de súbditos petroleros, nos ha creado el espejismo de una facilidad que no existe. Nos acostumbramos a créditos condonados, a becas sin contraprestación, a salud gratuita, a combustibles regalados, en fin a una vida muelle que todo lo merecíamos por nuestro sitio de nacimiento. Esa ignorancia y falta de compromiso con lo que significan los procesos productivos es lo que hace a muchos asegurar que dicha recuperación será rauda y veloz.

También hay quienes anuncian la resurrección de nuestro carburante jugando su propio envite. Son muchos que han estado vinculados a esa área, bien con la empresa criolla o con compañías extranjeras que tuvieron o tienen intereses en el sector. Los contratos se avizoran jugosos, las comisiones no pueden suponerse más que sustanciosas.

En reciente artículo Eddie Ramírez, hombre de probidad incuestionable como servidor público reveló que “exportábamos gasolina hasta que llegaron los rojos”. Igualmente informa que en el año 2013 se importaron 6.510.000 barriles de gasolina, 6.497.000 de diesel y 4.990.000 de gas propano; lo cual “desmiente que la situación actual de escasez sea por las sanciones.” En su nota Ramírez recuerda que algunas refinerías en Estados Unidos y Europa fueron vendidas, “para dar prioridad a las de Cuba, República Dominicana y Jamaica”.  El conocido hombre del mundo petrolero recomienda: “Con este dramático panorama y la gran deuda de la empresa, nuestros legisladores deben ser cuidadosos con la nueva Ley de Hidrocarburos que se discutirá. Deben considerar que la destrucción de Pdvsa fue consecuencia de su politización, que despidió a los mejores, contrató ineptos y permitió la corrupción.”

Otro querido amigo, cuyo nombre es preferible guardar en reserva por su seguridad, me hace referencia a un evento que se llevó a cabo el año pasado en IESA donde se realizó un foro para discutir sobre la industria petrolera.  “En ese momento producíamos todavía un poco más de millón y medio de barriles, y con las refinerías produciendo se dijo que el 80% de la inversión necesaria para su recuperación debía venir del exterior. Imagínate cuánto sería necesario ahora que estamos en la carraplana. Es necesario decir que no tenemos los recursos financieros, ni humanos, ni la tecnología para recuperar la industria. Lamentablemente tenemos que comenzar de cero dando concesiones petroleras, cambiando esquemas impositivos y asignando refinación, petroquímica y mercado interno a terceros. Muchos dirán el dinero se puede obtener y no tienen ni idea de cuánto cuesta reparar, por ejemplo, las refinerías. Otros dirán el personal regresará, y yo creo que ya están viejos o simplemente se hicieron ciudadanos de otros países. Otros dirán la tecnología la podemos comprar pero para eso se requiere conocimiento para la selección y utilización, y los recursos humanos que tenemos no tienen ni idea.  Creo que existen otras prioridades mucho más relevantes: educación, salud, alimentación, infraestructura, y no es momento de estar jugando acertijos.”

                Los muertos se lloran y se entierran, no podemos permitir que sigan expuestos creando focos infecciosos que terminaran creando nuevas víctimas.

© Alfredo Cedeño  

miércoles, septiembre 16, 2020

TIEMPO DE TORMENTAS

                En agosto de 1980, por situaciones que ahora no vienen al caso detallar, fui director de la galería Chaplin, la cual funcionaba en los dos niveles del lobby de Mi cine La Pirámide, ubicado en el centro comercial del igual nombre, en la parte trasera del Concresa. Cada tres o cuatro semanas logré inaugurar exposiciones de fotografía, dibujo, arte ingenuo, pintura, cinetismo, entre otras. Jorge Chirinos, Jesús Reina, Elsa Morales, El Hombre del Anillo, Víctor Millán, Rafael Vicente Fernández, Eugenio Opitz, Lilian Álvarez, son algunos de los nombres que me vienen ahora a la memoria, pero fueron muchos más.

Cada inauguración era acompañada por una peña de gente solidaria que llenaba la sala, era un grupo de viveza exquisita, donde podía aparecer Jacobo Borges, o Rubén Monasterios, o Pedro León Zapata, o Levis Rossel, o cualquier otro amigo de la cultura. Pero nunca faltaba una pareja que cuando llegaban sumían a la sala en un silencio respetuoso que de inmediato se avivaba al paso de ellos. Eran el señor que dirigía la Cinemateca Nacional y su esposa.

                Si, eran Rodolfo Izaguirre y Belén Lobo, ellos no faltaron a una sola de las aperturas que allí organicé. Él entraba con el donaire y garbo que siempre había visto de muchacho en la sala del Museo de Bellas Artes; y ella se desplazaba con una ágil sutileza que parecía dejar una estela a su paso. 

Ahora, cuarenta años más tarde, me dedico a leer la última obra del hijo de ambos, y cuyo título tomé para titular esta columna, y me digo una y otra vez: solo un hijo de Rodolfo y Belén podía resumir y rezumar tanto talento. Esta novela, para mí, es en realidad una libreta de facturas que Boris pasa a un grupo de maulas que lo han rodeado, pese a la defensa feroz que sus padres siempre le dieron. Ella está en cada página, pero el espíritu de él es un aleteo que se siente en cada palabra. No puedo obviar mi fascinación por Rodolfo, soy un devoto de él, de su sapiencia, su galanura, su don de gente, su escritura que siempre me cautivó desde sus columnas sobre cinematografía; y eso está allí. El autor cobra a unos y otros, a estas y a aquellas, a Caracas y a Madrid y Barcelona, ciudades que en el fondo son extraordinariamente pacatas pese a sus aureolas de modernidad.  Bien las describe él: “La desigualdad social ofrecida como emblema de la ciudad”, dice a su llegada a Caracas; y luego: “Europa: que, pese a ser el origen de los orígenes, es capaz de aportar cosas como la democracia, pero también el cursi y el kitsch.”

                Boris Izaguirre siempre ha sido cautivador, de inteligencia sublime, y como en una ocasión me dijo José Ignacio Cabrujas: “Izaguirre es Izaguirre, como ese muchacho es imposible que haya otro.” Esta novela seduce desde su primera página, es una montaña rusa de emociones que me ha hecho reír hasta que me dolió la barriga y también llorar de tristeza, rabia e impotencia. Pocas veces he encontrado un texto tan valiente como este, poca gente he conocido con la presencia de brío necesaria para desnudarse de esta manera que solo el hijo de ellos podía hacer. Él es una medusa que seduce palabra a palabra.

Gracias Belén, gracias Rodolfo, amén de todo lo que han hecho por nuestra cultura también nos han hecho el increíble regalo de un hijo como este. Aunque no crean en él, que Dios los bendiga.

 © Alfredo Cedeño  

miércoles, septiembre 09, 2020

BENDITO JUEGO PERPETUO
















                Comenzaba el siglo XX cuando James Matthew Barrie, mayormente conocido como J. M. Barrie, escribió la obra teatral Peter Pan y Wendy. La pieza de Barrie se convertiría años más tarde en el libro para niños Peter Pan, luego Paramount Pictures la convertiría en película muda, hasta que en 1953 Disney la llevó a una de dibujos animados, que terminó de incrustarla en nuestra cultura. Las variaciones en torno al personaje han sido de cualquier tipo y tenor. 79 años más tarde, el psicólogo estadounidense Dan Kiley publicó El síndrome de Peter Pan: los hombres que nunca crecieron. Al comienzo su obra fue rechazada, y cuando  una editorial se aventuró a publicarla fue un bestseller instantáneo, por meses fue uno de los más comprados en Estados Unidos, traducido a 22 idiomas y vendidos en el mundo entero millones de ejemplares.

                Kiley había trabajado por largo tiempo con adultos jóvenes con problemas de conducta, y un rasgo que le llevó a acuñar el término fue detectar que un porcentaje elevado de esos pacientes se negaban a aceptar las responsabilidades de un adulto, lo mismo que el personaje de Barrie. Si bien esta denominación, como síndrome no es reconocido como tal por la American Psychiatric Association, y usted puede ratificarlo buscando en la V edición de su célebre  Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, donde no encontrará mención alguna; sin embargo debe decirse que la definición puesta a circular por el psicólogo se ha consolidado hasta convertirse de uso común.

                Por supuesto que es un tema en el que sobra tela para cortar, coser y remendar. Al pasear la mirada por el escenario “político” venezolano, bien podía decirse que el mencionado trastorno del eterno novio de Campanita es de observancia obligatoria para poder formar parte de dicha secta. Los rasgos genéricos de tal carácter son de un narcisismo consumado y una irresponsabilidad suprema. Todos quieren tener los polvos mágicos del hada volandera para escaparse a salvo de los embrollos donde suelen sumergirse de manera continua. No hay uno que no quiera irse a la Tierra de Nunca Jamás en volandas a hacer lo que le salga de sus santas ganas. Unánimemente aspiran caerle a machetazos al capitán Garfio, ahora devenido en Maduro o Diosdado o Aristóbulo o Delcy Eloina, mientras salvan sus asentaderas de las fauces del caimán y huyen con Wendy a merendar como si fuera La Caperucita; mientras los niños perdidos siguen haciendo de las suyas cada vez que se les antoja.

                ¿Por qué extrañarnos entonces de encontrar a la pandilla de casposos impresentables, que aseguran dirigirnos, prestándose a ser comparsas de la maroma electoral?   ¿A santo de qué deben, semejantes manojos de polichinelas, asumir una actitud madura, equilibrada y transparente frente a un régimen criminal como el que ha acabado con nuestro país?  ¿Cuándo se terminará de aceptar que renacuajos como David de Lima, Claudio, Caprilito, y por ahí hasta los barrancos de Las Tetas de María Guevara, no hay uno solo que sirva así sea para hacer un café decente? Imberbes perennes de los que se pretende algo que nunca tendrán, ellos solo saben de jugar al pelotón que fusila a todo aquel que ose pedirles terminen de crecer.

 

© Alfredo Cedeño 

miércoles, septiembre 02, 2020

NUESTRA PEQUEÑA CANDELA



           Atribuyen a Henry Kissinger la frase: “El poder es el mayor afrodisíaco”. Confieso que no tengo mayor información sobre el momento y por qué el judeoalemán, registrado en su Baviera natal como Heinz Alfred, pronunció dicha locución; pero sobran elucubraciones al respecto. Seguramente, es de allí que se ha desprendido otra definición que, igualmente, ha rodado hasta el cansancio: Erótica del poder. Como bien podemos apreciar ambas expresiones están vinculadas al ámbito de los instintos, de nuestras    fuerzas primarias, de esas reacciones de las que no se suelen tener conciencia. En el ámbito biológico se suelen describir como pautas hereditarias de comportamiento.

                Años antes que él, un vecino de su tierra natal, el vienés Sigmund Freud definió a los instintos como los apetitos innatos y específicos o comunes a todos los individuos de una especie.  Él propuso inicialmente dos grupos de instintos, los del yo o de conservación y los sexuales o libido; más tarde llegó a la conclusión de que los de conservación son la expresión de la libido hacia el propio individuo, por lo que sólo existiría esta como instinto básico. No me gusta resumir abruptamente temas tan espinosos y ricos como este, pero como el tiempo apremia…

                Comparto estas reflexiones cuando observo, en mi Venezuela de nuestros pesares, la conducta a todas luces instintiva, aunque más bien debiera escribir  visceral, de las manadas rabiosas que, con aires altaneros, casi de hienas, despedazan con furia libidinosa a todo aquel que no sea guaidólovers o mariacorinero. Tan parafílica es una posición como la otra.

Las arremetidas son contempladas por ambos dirigentes de manera impasible, uno y otra mantienen aires imperturbables. Me da por pensar que se deben creer algo así como Napoleón en la batalla de Austerlitz, o quién sabe si Alejandro Magno en la acometida de Gaugamela, o tal vez Aníbal en la degollina de Cannas; o Ulysses S. Grant al frente de los ejércitos de la Unión en la campaña de Overland. Mientras esto pasa, ellos, y los otros que del supuesto mismo lado militan, posan con aires augustos y poses de eruditos inspirados. Demuestran con sus hechos que el país les importa de labios afuera, la unidad es una quimera que da lustre ensalzar de vez en cuando y cada vez que las cámaras les enfocan. ¡Ah!, y de los ataques sibilinos, puñaladas traperas y demás argucias barriobajeras se ocupan sus bestias de presa.

            Para la secta de los dirigentes diálogos y acuerdos son más fáciles de establecer con la dictadura, y hay ciertos sectores que hasta se fotografían al lado de los más roñosos representantes de la mojiganga roja. Se insiste en unas elecciones cuyo resultado ya está cantado, pese a lo cual sobran quienes defienden la vía electoral como el elixir de sanalotodo que va a resolver todos nuestros males y hará regresar el dólar a 4,30. Han convertido, y como tal lo mantienen, en un sainete la tragedia que padecemos; al punto que hay quienes nos exigen que aplaudamos la libertad de los recientes presos liberados. Los argumentos manejados al respecto son rocambolescos. Hasta la dignidad se nos ha ido esfumando y pretenden que sea la norma que se imponga.

            Los griegos utilizaron un modo de escribir al que llamaron bustrofedón en el que redactaban de manera alterna una línea de derecha a izquierda y el próximo de izquierda a derecha, y así sucesivamente. Pareciera que es el método escogido por la “unidad” criolla, algo así como un paso adelante y otro atrás, poco importa que se avance, lo que importa es hacer como que se camina; porque de escribir nada, al menos los griegos estampaban sus mensajes, estos ni para eso tienen habilidad.

            Hoy más que nunca hay que evocar la obra de la Junta Patriótica para derrocar a Pérez Jiménez, debe ser una diminuta llama que no debe dejarse apagar en nuestros recuerdos. Tal vez porque esa evocación hará realidad la frase que en El Mercader de Venecia Porcia dice a Nerissa, su dama de compañía, casi al final de la obra: “¡Cuán lejos manda sus rayos esa pequeña candela!”

 

© Alfredo Cedeño 

miércoles, agosto 26, 2020

PEOR QUE BÍBLICOS

                La Biblia en su comienzo, apenas en el Éxodo, su segundo libro, explica como Dios instruyó a un par de ancianos, Moisés, que tenía en aquellos días 80 años, y su hermano Aarón, quien era mayor y contaba con 83,  para que fueran a conversar con el faraón para que diera permiso a los hijos de Israel y pudieran salir de Egipto. El mandatario, según algunos estudiosos de El Corán, era Merneptah, hijo del leproso  Ramsés, quien los recibió y les pidió prueba de que eran emisarios del gran jefe. Moisés echó a sus pies el bastón que cargaba y este se convirtió en una culebra. El soberano no se dejó acoquinar y llamó a sus brujos, quienes hicieron aparecer otras serpientes, pero la de los viejitos se las merendó. Uno supone que el faraón se terminó de molestar porque, como bien pueden suponer, no iba a perder la mano de obra que significaba la masa judía y mandó al par de octogenarios a tomar por saco, como gustan de decir en la península ibérica.

                El par de abuelos, que, no olviden, contaban con apoyo celeste, se retiraron. De nuevo Dios les habló y volvieron donde el rey, a quien insistieron en advertir de los inconvenientes de no dejarlos ir en paz, y ante la nueva negativa Moisés agarró el mismo cayado que se había vuelto culebra y lo introdujo en el río. De inmediato las aguas se volvieron sangre, pero no les dieron el permiso. Las conversaciones siguieron, era algo así como tratar de hablar con el gobierno rojo rojito, y siempre les negaron la autorización. Por eso fue que a esa primera plaga le siguió otra de ranas, luego una de piojos, después fue otra de moscas, días más tarde les tocó la del ganado, le siguió una de llagas, posteriormente les cayó granizo, para continuar una de langostas, que le dio paso a la de las tinieblas, hasta cerrar con la de la muerte de los primogénitos. Fueron diez plagas las que asolaron a Egipto antes de que le permitieran salir al pueblo de Moisés de la esclavitud en ese reino.  

                Releo estos pasajes de las sagradas escrituras y no puedo evitar tender puentes antonímicos con todo lo que vive nuestro país. El comandante eterno fue la otra cara de Moisés y nos sumergió en un baño de sangre que se oficializó el 11 de abril del 2002 con la masacre de Puente Llaguno, a lo que siguió la plaga de los sapos en que convirtieron a sus acólitos y fanáticos, luego fueron los piojosos que bajo el rótulo de milicianos, colectivos y demás colecciones de malvivientes podamos imaginar; después le tocó el turno a las moscas en que convirtieron a gran parte de la ciudadanía pululando alrededor de los basureros para conseguir algo que llevar a la boca; más tarde su plaga organizada acabó con  la riqueza ganadera con cabecillas como Jaua, Loyo y Giordani encargados de exterminarla; más atrás siguieron las llagas de Aristóbulo, Navarro, Arreaza y Hanson, entre otros, que destruyeron nuestra educación; posteriormente nos asoló el granizo cubano que se precipitó sobre nuestro sistema sanitario y deportivo hasta convertirlos en cementerios; ello fue continuado por las langostas nicaragüenses, caribeñas y argentinas que se cebaron a costas de nuestras empresas públicas; dándole paso a las tinieblas  iraníes, chinas y soviéticas que expoliaron de manera exhaustiva lo que nos quedaba de riquezas naturales en nuestra destruida Guayana, y ahora rematan con el ecocidio mendaz llevado a cabo en Morrocoy a través de PDVSA, la que fuera nuestra industria más que primogénita.

                Semejante muestrario de males nos hace invocar el Salmo 39: “Porque tú lo hiciste. Quita de sobre mí tu plaga; estoy consumido bajo los golpes de tu mano.” Sin embargo, tampoco logro sustraerme al final de la citada Biblia y leer en el Apocalipsis: “Vi en el cielo otra señal, grande y admirable: siete ángeles que tenían las siete plagas postreras; porque en ellas se consumaba la ira de Dios.” Ángeles que en realidad son demonios rojos arrasando con el que fuera el Edén del Caribe, y en ello le han ayudado con eficacia innegable aquellos que han debido enfrentárseles.

¿Acaso quienes llaman a votar o dialogar con semejantes engendros no han contribuido de manera eficaz a sus labores de desolación? Lo he preguntado en varias oportunidades,  ¿Acaso Teodoro Petkoff, o Pompeyo Marquez, o Fabricio Ojeda, o Enrique Aristiguieta Gramcko se sentaron a dialogar con Pedro Estrada, o Mazzei Carta, o Llovera Páez, o Vallenilla Lanz para acordar la salida de El Tarugo? Supongo que en aquellos tiempos, cuando la “corrección política” no marcaba la agenda de los dirigentes, el cobre se batía de otra manera y con diferentes resultados.  Estos “líderes” de ahora también deberán dar cuenta de sus actos y deshonra.

  

© Alfredo Cedeño  

miércoles, agosto 19, 2020

POR SUS LIBROS LOS CONOCERÉIS



He tenido el privilegio de conocer unas cuantas personas de vuelo intelectual majestuoso. Desde aquellas que se dedicaban a la composición, al pensamiento, la creación literaria, la cinematografía; hasta quienes se dedicaban a la arquitectura. Gente que se caracterizaba, algunos todavía se caracterizan, por su humildad en el más lato sentido del término. Pero también me ha tocado el pesar de conocer a unos cuantos, y cuantas, con presuntuosas “bibliotecas” donde exhibían ediciones apoteósicas de Rayuela, de Cortázar; Ulises, de Joyce; La Biblia; El Capital; La divina comedia; por citar solo algunos títulos enjundiosos que exhibían así como hay necios que muestran a una pareja de buen ver, o un automóvil de esos que llaman de alta gama.

Entre estos últimos, aunque cueste de digerir, hay unos  más despreciables que otros: aquellos que nunca llegaron siquiera a abrir los textos exhibidos. Son intelectuales de celofán, aquellos bien descritos como sobacos ilustrados por su hábito pertinaz de cargar un libro bajo el brazo, el izquierdo preferiblemente, pero incapaces de siquiera hojear un diccionario, así fuera el de Espasa. Son los mismos que en cualquier conversación suelen mediar soltando rebuznos a diestra y siniestra para luego endosarle sus regüeldos al autor que según ellos les daba autoridad a sus imbecilidades. Créanlo o no oí a un gañán con pretensiones de galán decir que no había un poeta amoroso más preclaro que Luis Edgardo Ramírez. Y sobraban féminas que se postraban ante semejante espécimen. Han existido otros, expertos en el arte adulatorio, que se hacían lengua disertando sobre la poiesis de Isaías “fiscalito” Rodríguez, el mismo que calló alcahuete ante las infinitas violaciones a los derechos elementales de los encarcelados por su querido Hugo Rafael.

A ver, que tampoco es tela de la que solo han cortado los aspirantes al relumbrón culturoso, si ahondamos entre aquellos que integran la secta de los dirigentes es de órdago la selección que se podría hacer. Allí usted puede encontrar desde el impresentable que padecemos cuando habló de la multiplicación de los penes, hasta los que citan a Weber, Platón, Maquiavelo o Rousseau, como si acabaran de comerse con ellos una escudilla de mondongo, y beberse una jarra de carato de acupe, mientras se palmeaban sonoros la espalda y se trataban de tú y compadre querido.  Son esos que, como suelen decir nuestros sabios campesinos, son tan arrechos por ese hocico que se tragan un burro entero y no sueltan siquiera un eructo.

Esa parvada desastrada de casposos no se le puede tratar de ayudar a sanearse siquiera un poquitín. Y hay varias razones. En primer lugar está la corte de alabadores de oficio e interés que pululan en sus entornos para inundarlos de lisonjas, panegíricos y cuanta zalamería se pueda imaginar; y a la vez lapidar a quien sea que ose decir así sea que tiene un zapato sucio. Inmediatamente a ese grupete están los ínclitos capitanes del capital cuya voracidad, principalmente, por los billetes verdes es proverbial y que asienten con frenético entusiasmo ante todo aquello que nutra sus siempre abiertas faltriqueras. Los estratos, cada uno de ellos con franjas propias, que rodean a esta horda pueden ser inagotables. 

Deslindarse de esa plaga intelectual y dirigente es nuestra primera necesidad. Los celestinos de nuestro desastre se empeñan en defender con uñas, pezuñas y dientes las cuotas de privilegios que fueron acopiando. Tengo profunda fe en mi país, y sé que en algún momento se producirá el deslave necesario para arrastrar toda esa hez de la venezolanidad. Mientras tanto toca seguir pensando las soluciones transparentes que todos merecemos.

 

© Alfredo Cedeño 

miércoles, agosto 12, 2020

CONSPIRA, QUE ALGO ACABAS


                La conspiración parece ser un rasgo propio del ser humano. Para no arriesgarme a desvariar me remito al diccionario de nuestra lengua y allí se puede leer: “Dicho de varias personas: Unirse contra su superior o soberano. / Dicho de varias personas: Unirse contra un particular para hacerle daño. / Dicho de dos o más cosas: Concurrir a un mismo fin.” También explica el mataburros que como expresión en desuso se usaba para: “Convocar, llamar alguien en su favor.” Esto viene a confirmar mi afirmación inicial, porque aquel que no quiere ir contra el gobernante de turno, quiere ponerse de acuerdo con varios similares a sí mismo para ver cómo envainan a alguien, son muchos los que buscan un mismo fin, y, aunque en el idioma no hay retroactivos, igualmente sobran quienes llaman a sus prójimos a su favor.

                Es pertinente señalar que la palabra se ha usado fundamentalmente para englobar todos aquellos actos y acciones que van en contra de liderazgos establecidos. Así hemos visto conjuras contra presidentes de bancos, o propietarios de empresas, o mandatarios de naciones, y hasta contra compañeros de labores. Todavía se recuerda aquel yerno que sacó a su suegro del banco que su familia había manejado por largos años, o cómo aquel que entró como asistente administrativo terminó dueño de esa empresa, o aquellos comandantes que desalojaron al novelista de la presidencia de la república, o aquellos que no han dudado de cualquier triquiñuela para hacer despedir a aquella persona que era un obstáculo para su ascenso en la compañía donde prestaban servicios. Ha habido, y hay, para todos los gustos.

                Estos tejemanejes no son de nuevo cuño. En la Biblia, y pongo solo un ejemplo, en el libro de Samuel, quien fue un profeta hebreo, líder militar y último juez de Israel, se puede leer: “Y Absalón envió por Ahitofel gilonita, consejero de David, desde Gilo su ciudad, cuando ofrecía los sacrificios. Y la conspiración se hacía fuerte porque constantemente aumentaba la gente que seguía a Absalón.” Lo ya dicho, intrigas y complots no son nada nuevo bajo el sol, nada de exclusividades de nuevo milenio, nada de eso, que es un padecer tan viejo como la sarna. Otros modelos de conspiración también fueron al comienzo de nuestra era documentados por el bachiller Plutarco, el de Beocia, no crean que era un muchacho de Cabimas, quien narra en Vidas Paralelas cómo fue el tinglado armado para acabar con Julio César; narración que el señor Shakespeare tomó luego para escribir su tragedia con nombre del ejecutado por los senadores romanos.

                Como ya he dicho y reitero, las maquinaciones para lograr cuotas de poder son rasgos inherentes al ser humano. ¿Qué hacer con ello? ¿Cómo lidiar con esa expresión de nuestra vileza? Se supone que hemos ido, en cuanto seres pensantes, elaborando una serie de marcos éticos, otros le llaman morales, para evitar que nos despedacemos unos a otros. El resultado ha sido que terminamos siendo más sofisticados en lo que se refiere a las supuestas agudezas, que más tienen de retruécanos, con las que se justifican cualquier atrocidad que se cometa.  Se somete un  país entero a salvaje exterminio y se invoca la autodeterminación de los pueblos, con ello evitan que alguien ose intervenir a tratar de subsanar la situación; si alguien toma injerencia en dicho escenario se le cuelga de inmediato el mote de intervencionista, que es algo así como el máximo anatema con el que se puede descalificar a cualquier remedo del compañero de Sancho Panza.

                Es una espiral de la que es mejor no ahondar en el plano político, donde parece ser como el grito de guerra de Buzz Lightyear, el personaje de Toy Story, quien solía anunciar: ¡Al infinito y más allá!  Es difícil, por no decir imposible, encontrar un miembro de dicha casta que se salve. Es un área de nuestro vivir donde parece que no hay evolución sino involución. El discurso de sus dirigentes se apoya en el grado de fanatismo que puede ser despertado en sus seguidores, nada de discusión para nutrirse y buscar el bien común, olvídense de continuidad administrativa o cosa alguna por el estilo. Lo único que importa es aniquilar al otro, no hay cupo para el disentimiento o la opinión crítica, el espacio para hacer propuestas que sean respaldadas por unos y otros no existe, hay un maniqueísmo rampante que lleva al cadalso de manera fulminante a todo aquel que no sea comparsa militante de cualquiera sea el asno que asuma las riendas.  Todos parecen ser parte de un escuadrón de demolición con el único objetivo de acabar con todo lo que se le ponga a mano.

                ¡Qué cuesta más empinada la que nos ha tocado!

 

© Alfredo Cedeño 

miércoles, agosto 05, 2020

LAUDEMUS AL FIASCO


                En agosto de 1982 Caracas vivió una conmoción digna de la más rancia picaresca, a la altura de El Lazarillo de Tormes o de La vida del Buscón. En estos días se celebrarán 38 años de la llegada a Caracas del “jeque”Alá Al Fadilli Al Tamini, quien se alojó en el hotel Tamanaco, que era en esos días el más glamuroso hospedaje de la capital venezolana. Las reseñas mostraron no pocas fotos de jerarcas económicos, políticos y sociales dándose codazos por aparecer al lado del potentado saudita. Buen diente, gran bebedor, excelente bailarín y obsequiante dispendioso fueron sus credenciales. Si mal no recuerdo fueron más de cincuenta relojes Rolex los que “adquirió” y regaló a la muchedumbre de ingenuos que lo asediaron para agasajarle. 
                Lo cierto fue que luego de haber prometido inversiones millonarias en dólares desapareció dejando con los crespos hechos, y llenos de cheques sin fondos, a la Caracas del quién es quién. Ese supuesto jeque fue una manifestación más del hábito muy enraizado en nuestro modelo socio cultural de ensalzar hasta elevar al Olimpo a cualquier charlatán habilidoso que diga lo que todos quieren oír. Poco importó que el supuesto saudita bebiera whisky como un cosaco, ni que bailara ritmos caribeños con la soltura de un proxeneta antillano, todos querían ver, y en efecto vieron, a un tonto con dólares al que iban a desplumar ya que le harían invertir en sus desarrollos rocambolescos. Nunca mejor empleado aquello de cazadores cazados. 
                Hemos tenido jeques en el área de la salud, y quizás el caso más emblemático fue el de Telmo Romero, a fines del siglo XIX, cuando gobernaba Joaquín Crespo. Un personaje del cual Ramón J. Velázquez se ocupó en profundidad y que nos dejó esta descripción de sus primeras andanzas en su natal Táchira: “Negociante de ganado, buen jinete y coleador, de alguna chispa y mucha audacia, a quien por su afición a recetar menjunjes lo llamaban Guarapito”.   Pues ese señor fue director de hospitales y hasta se llegó a comentar que Crespo quería nombrarlo rector de la Universidad Central de Venezuela. Y ya que nombro la magna casa de estudios, ¿acaso no hubo luego otro loco célebre que fue candidato presidencial y asesino de al menos una paciente? ¿O es que el nombre de Edmundo Chirinos ya no dice nada?
                Para seguir en el plano académico he de decir que allí los ha habido también, y a montón. Recuerdo en este momento un caso en la querida Universidad de Los Andes, núcleo Rafael Rangel de Trujillo, donde fue señalado un ilustre profesor de plagiar sin empacho alguno la tesis de grado de un licenciado en teatro, y de la cual él había fungido como jurado. Lo lamentable de esa  ocasión fue el tono de las declaraciones, en distintos medios de comunicación de ese estado andino, de enjundiosos voceros dándose golpes de pecho por la estatura moral del señalado, y tratando de descalificar al “muchacho” que estaba exigiendo justicia. Los cuchicheos entre los colegas del plagiario eran de antología, pero el silencio comunicacional e institucional fue demoledor.
                Y ni hablar del mundo de la secta política. Allí ha habido de todo: plagiarios, iluminados, recetadores de pócimas milagrosas y cualquier otra cosa similar que usted se pueda imaginar. 
Por lo visto en esta Venezuela de nuestros tormentos no importa saber sino aparentar que se sabe, poco importa que aquel que imposta mejor su voz sea un maromero de buen verbo. Alarifes sin experticia a los que se les encarga edificar nuestras casas. Moradas en las que tienden a hacerse reales aquellas palabras del poeta hondureño Martín Cálix: “Nadie sabe por qué los muros de la casa cayeron, nadie nos dará explicación, nadie pretende explicar este eco que nos atraviesa como si vos y yo fuéramos una colección de tristezas que se acumula en los huecos de unas manos anónimas.”

© Alfredo Cedeño 

miércoles, julio 29, 2020

HABLANDO DE LA OPS



                Justo a mediados de marzo del año 2004 se celebró en Puerto Ordaz, estado Bolívar, la XXV reunión de ministros de salud del Área Andina –REMSAA­–, que es la máxima instancia del Organismo Andino de Salud Convenio Hipólito Unánue, así llamado en homenaje a José Hipólito Unanue y Pavón, médico, educador y prócer de la Independencia del Perú.  En ese cónclave de burócratas asistieron dos invitados muy especiales: Lee Jong-wook, director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y Mirta Roses Periago, directora de la Organización Panamericana de la Salud (OPS). Él de nacionalidad surcoreana y ella argentina.
                Lógicamente, Venezuela como país anfitrión botó la casa por la ventana y a la clausura del evento acudió el propio comandante eterno. Ya he expuesto con anterioridad la fascinación que ejercen los sátrapas de todo tenor y calibre en los intelectuales, así como en los miembros de los llamados entes multilaterales; y cuyos máximos representantes suelen alcanzar dichos escalafones con el apoyo de los llamados gobiernos liberales.  No olviden que en medio de la crisis sanitaria que vive el planeta con la Peste China han sobrado los señalamientos del apoyo que tuvo en su momento por parte del gobierno chino el actual director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus. No creo necesario abundar en la actitud complaciente de este funcionario con respecto al gobierno amarillo. También es pertinente recordar que este caballero fue ministro del “progresista” gobierno etíope.  Para terminar de redondear lo que corresponde al máximo burócrata sanitario del mundo vale la pena reseñar que semanas atrás aplaudió la respuesta resuelta y contundente del gobierno español para revertir la transmisión del COVID 19. Uno no sabe qué pensar al respecto de esto último, la desgracia que vive el país hispano, convertido en la vergüenza de Europa por los niveles de contagio de la pandemia amarilla son de antología.
                Regresando a Venezuela 16 años atrás, en la mencionada asamblea de ministros fue más que manifiesta la complacencia del señor asiático y la señora austral. En todas las fotografías que hice en aquella ocasión se les veía el gozo que exudaban de estar al lado del hijo ilustre de Sabaneta. Varios meses más tarde, en el 525 de la calle 23, en el NW de Washington D.C., sede principal de la OPS, oí de boca de varios altos funcionarios de esa institución hacerse lenguas hablando de la gesta sanitaria que estaba llevándose a cabo en Venezuela. ¿Es necesario abundar sobre el descalabro del que fuera uno de los sistemas de salud emblemas del continente en nuestro país?
                Como bien han de suponer mis reservas respecto a dicho organismo son muchas. Por ello, no puedo dejar de preguntarme a santo de qué sale el interino a anunciar: “El día de hoy, después de superar una gran cantidad de obstáculos, estoy enviando la orden de transferencia de los recursos para la Organización Panamericana de la Salud y Cruz Roja para dotar de equipos de protección a nuestros héroes que están en la primera línea en el combate contra la COVID-19. Recursos que no tocará el régimen”. ¿Acaso esos equipos si serán dejados entrar al país y no pasará lo mismo que en febrero del año pasado en Cúcuta?, ¿quién garantiza que dichos recursos no serán arrebatados por los funcionarios de la plaga roja para luego aparecer anunciando equipamiento de las ruinas hospitalarias del país? Por lo visto no se cansan de jugar con el país.

© Alfredo Cedeño 

miércoles, julio 22, 2020

NI ÉSTE NI AQUEL

               
                Muchos de mis amigos, y muchos más de aquellos que no lo son, me reclaman de forma continua mi escepticismo y actitud constante de critica a los llamados “políticos”. Igualmente, suelen pedirme asuma una pose “constructiva” en torno al momento actual, y en particular me suelen conminar a darle apoyo irrestricto al “encargado”. Suelo responder a unos y otros que no acostumbro dar cheques en blanco a nadie, mucho menos a personajes que han demostrado ser capaces de darle el uso que luego se le antoje a los fondos otorgados, sean materiales o metafísicos.
                Con esto del encargado pusilánime, al cual se desviven por otorgar una rabiosa legitimidad ciertos grupos de furiosa militancia democrática, la cual, a mi manera de ver las cosas, él mismo se ha encargado de desperdiciar de manera patética, me asaltan serias dudas. Con él me ocurre lo que al historiador israelí Yuval Noah Harari, autor de Sapiens: Una breve historia de la humanidad, quien ha dicho recientemente al referirse a la crisis ocasionada por la Peste China: “En los últimos años, los políticos irresponsables han socavado deliberadamente la confianza en la ciencia, en las autoridades públicas y en los medios de comunicación. Ahora, estos mismos políticos irresponsables podrían verse tentados a tomar el camino del autoritarismo, argumentando que simplemente no se puede confiar en que el público haga lo correcto... Si no tomamos la decisión correcta, podríamos encontrarnos renunciando a nuestras libertades más preciadas, pensando que esta es la única manera de salvaguardar nuestra salud”.  Y lo siento por unos y otros, tanto por amigos y adversarios que alientan al ingeniero frente al chófer, y viceversa, pero es que, parafraseando al pensador judío, ellos se han encargado de socavar la confianza de todo el país respecto a ambos.
                Con esto de quién es el que manda me siento que estoy revisitando la historia y me imagino que algo así ocurría cuando España todavía no era España, sino un puñado de feudos manejados por sus respectivos caudillos, donde los que más temerarios eran, o más intrigantes y cizañeros –políticos pues– terminaban por imponerse sobre los demás hasta controlar el poder. A mediados del siglo XV en la península ibérica existían la Corona de Castilla, la de Aragón, el reino de Navarra, el reino de Portugal y el reino musulmán de Granada.  El caso particular que me interesa es el de Castilla entre los años 1465 y 1468 cuando existieron allí dos soberanos. Por un lado estaba Enrique IV, también llamado Enrique “El Impotente”, pero de lo cual no ahondaremos en esta ocasión, y por el otro estuvo Alfonso de Trastámara, a quien un grupo disidente invistió como Alfonso de Castilla, conocido también en aquellos tiempos como Alfonso “El Inocente”, quien fue hijo del rey Juan II de Castilla y de la reina Isabel de Portugal, y hermano de Isabel la Católica. 
Todo este fandango del reinado bicéfalo duró hasta que a este último le dio por cenar con una trucha en una posada de Cardeñosa, en las cercanías de Ávila. Las crónicas aseguraron que había caído presa de la peste bubónica. Lo cierto fue que luego del condumio pasó varios días en la cama con fiebres elevadas hasta su muerte. Entre otros signos se registraron, además de la citada fiebre, perdida del habla y la conciencia, e insensibilidad al dolor.  Estudios realizados recientemente por profesores de la Universidad de León y de la Universidad Nacional de Educación a Distancia determinaron luego de tres análisis a los restos de Alfonso “El Inocente”, que no pudo padecer la peste puesto que no hallaron en su cuerpo la presencia de Yersina pestis, el bacilo de la mentada enfermedad. Así que todo parece apuntalar la versión de su envenenamiento.
En el caso criollo el envenenamiento, que no de los soberanos, ha sido manifiesto. Se nos ha intoxicado, o así al menos han tratado de hacer uno y otro, con sus versiones sesgadas e interesadas, ni éste ni aquel son transparentes en sus actos. Se le critica al bigotudo por su manejo nepótico  o revolucionario de sus decisiones, pero al encargado tampoco se le puede  mostrar como modelo de transparencia, y valga el caso citar a Humberto Calderón Berti y sus no respondidas acusaciones a raíz de su destitución meses atrás.  Sé que ya saltarán sus dolientes y adláteres a gritarme que le hago el juego a la dictadura, pero quiero decir, una vez más, que a lo que no le hago el juego es a la obsecuencia, no hago coro a turbas maneras de ejercer la política.  No pediré asistencia a elecciones cuando ya la plaga roja ha demostrado que los procesos comiciales son unos ejercicios onanistas que permiten para lavarse la a cara ante el escenario internacional para luego hacer exactamente lo que les da la gana. Debe decirse que a esa pantomima se está prestando la “oposición”. Yo no soy comparsa de payasadas como esas. Y nadie en su sano juicio puede serlo.

© Alfredo Cedeño 

miércoles, julio 15, 2020

PITHECANTROPUS PROGRESISTUS


                Pocas cosas seducen más a los autodenominados “progresistas” que un tirano. Revisen los anales de la historia y podrán verificarlo. Lenin, Stalin, Hitler –y si no me creen busquen sobre Hanns Heinz Ewers, uno de los primeros críticos en reconocer el cine como una forma legítima de arte; no es necesario abundar sobre el Nobel y Príncipe de Asturias de las letras don Günter Wilhelm Grass–, y Mao fueron ídolos e iconos de una intelectualidad que se jactaba de su sensibilidad y solidaridad con los desposeídos. El fervor que los mentados señores han despertado, y siguen haciéndolo, entre la llamada intelligentsia, entendiendo por tales a escritores, artistas plásticos, pensadores, actores, cineastas, periodistas, y siga por ahí dándole a lo que se le provoque, elevó a dichos energúmenos al panteón pagano de la contemporaneidad.
Raymond Aron lo definió muy bien al enunciar que el marxismo es el opio de los intelectuales.  Los ejemplos son inacabables pero si buscamos algunos podemos citar a Sartre, quien se supone fue una autoridad en lo que al arte del cuestionamiento se refería, sin embargo, anunció con pleno recochineo de los medios del mundo libre, al regreso de un viaje a Moscú: “La libertad de crítica es total en la Unión Soviética”. El regordete y sanguinario Mao sedujo a Andy Warhol, quien lo pintó con gorra y lunar; mención obligatoria merecen los guiños que le hacen al entonces mandamás de Pekín –Beijing como exige la corrección que se diga y escriba ahora–, los arrumacos que le prodigaron Lacan, Althusser, y Barthes, este último llevó su arrobo al regresar de China vestido con el mono azul maoísta.
                El derretimiento intelectual por los hombres fuertes no fue una manifestación decadente del viejo continente, o de la enigmática Asia. En el lado acá del Atlántico la adoración de Castro no merece mayores comentarios. Basta citar la idolatría inicial por parte de los miembros del llamado Boom Latinoamericano, la cual fue quebrantada por Mario  Vargas Llosa en 1967, cuando protestó por el encarcelamiento del poeta Heberto Padilla. Pero eso no fue óbice para que prosiguiera la postración por el barbudo antillano.
                Otro caso, del que poco eco hace la crónica, fue el del general Juan Francisco Velasco Alvarado en Perú. Ese militar, promulgó una ley que fue bautizada como “Plan Inca”, el 26 de julio de 1974, mediante la cual se confiscaron medios de comunicación como La Prensa, El Comercio, Última Hora y Ojo; y fueron clausurados los diarios Expreso, Extra, la revista Caretas y las radioemisoras Radio Noticias y Radio Continente; los canales de televisión privados también llevaron lo suyo y fueron presionados  para que vendieran el 51% de sus acciones al Estado. 
A esta altura quiero hacer una breve mención al entonces muy progresista y solidario Tribunal Russell II. Este “organismo” era la prolongación del Tribunal Russell I, creado a iniciativa de Bertrand Russell para investigar los crímenes, documentados y denunciados por los propios medios de comunicación norteamericanos, de los soldados estadounidenses en Vietnam. En el Russell II –entre cuyos miembros estaban Juan Bosch, García Márquez y Julio Cortázar–, su función inicial era investigar la situación imperante en diversos países de América Latina. Las sesiones de 1974 se centraron en las acusaciones de violación de derechos humanos por parte de la Junta Militar chilena, presidida por Pinochet, y en la situación de Brasil. En 1975 y 1976 los miembros del muy mediático tribunal sesionaron para pronunciarse sobre la situación en Latinoamérica. Pero… Cuando los periodistas y exiliados políticos peruanos pretendieron exponer sus casos ante dicha instancia justiciera, fueron impedidos de hacerlo porque, según los organizadores, la situación de ellos era incomparable con la de las víctimas de las dictaduras chilena y argentina.  ¡Claro! El peruano era un gobierno militar progresista.
Regresando a nuestro tiempo encontramos que el embeleco por los caudillos no murió con el siglo pasado. Y así vemos que Chávez, primero, y Maduro, ahora, son los nuevos fetiches de la casta pensante, esa que gusta de bajarse los pantalones, o arremangarse las enaguas, ante los gorilas de la izquierda. Marta Harnecker, Heinz Dieterich, Luis Bilbao, Ignacio Ramonet, Naomi Campbell, Sean Penn, Danny Glover son algunos de los ejemplos que hay en lo que a la cofradía de los ídolos progresistas criollos respecta. En todos los escenarios internacionales de la intelectualidad de vanguardia, el gobierno de Venezuela es la niña mimada, y todas esas asambleas de polichinelas vociferan hasta enronquecer exigiendo el respeto al derecho de los pueblos por marcar sus propios rumbos. Para muy poco sirvió que artistas y pensadores como Pedro León Zapata, Manuel Caballero, Simón Alberto Consalvi y José Campos Biscardi, por nombrar apenas unos, se pronunciaran contra la dictadura vernácula.   De nada valen las macilentas marchas de gente escapando de un país que naufraga, así como poco han valido los escapes en balsa desde Cuba.
Los sátrapas venezolanos y antillanos saben que cuentan con la bendición comunicacional del globo entero, cuanto más sanguinarios sean más benévola será con ellos la habitual corte de lambiscones y pedilonas.  Están al tanto de que para esa secta intelectualosa nada más excitante que una fiera a la que hacer el corro.  Eso sí, una bestia a la que ellos hayan otorgado su bendición.

© Alfredo Cedeño

Follow bandolero69 on Twitter