Mostrando las entradas con la etiqueta Shakespeare. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Shakespeare. Mostrar todas las entradas

domingo, abril 13, 2025

OPORTUNISTAS Y ESCARAMUZAS


Hay un consenso general en torno a la definición de político, que bien podría resumirse en que es aquel que se dedica a la gestión de la cosa pública. En abundantes ocasiones, cual si de un viejo disco de acetato se tratara cuando se queda fijo en un surco, se afirma que es condición indispensable para incursionar en tales menesteres poseer olfato y un inmejorable sentido de la oportunidad.

Es innecesario explayarse en cómo esa última palabra ha sufrido una asqueante metamorfosis, para convertirse en oportunismo. De allí que este oficio ha devenido en una casta, con pretensiones de nobleza, a la que todo le es permitido. Y no es nueva la mencionada jodienda. Ya Shakespeare en Enrique V, pone en boca del rey, justo antes de la batalla de Agincourt, al dirigirse a su tropa y clamar: “somos pocos, somos pocos los felices, somos una banda de hermanos; y aquel que hoy derrame su sangre conmigo será mi hermano; por muy vil que haya sido…”.

Es un cuento de nunca acabar. Cuando se les atrapa en alguna de sus trapacerías suelen invocar su castidad y pureza, proclaman una virtud y honor que ni las estrofas del himno nacional. Se les ve recibiendo fajos de billetes, sus compañeros hacen una pantomima de expulsión, abjuran de él, pero al poco tiempo se le ve de nuevo, con cara de querubín maltratado, sacrificándose por el glorioso pueblo. ¿Verdad Juan Carlos Caldera?

Y así, por mentar solo una de las tantas variaciones de las encrucijadas políticas, vemos cómo se dedican a ponerse zancadillas entre ellos. Sin embargo, es menester aclarar que también usan lavarse las caras unos a otros. Bien podrían preguntarle a Carlos Vechio y al señor López sobre sus gestiones para exonerar al sobrino de doña Cilia de ciertas sanciones.

A tan honorables servidores públicos, que no hay sacrificio al que no estén dispuestos a someterse, les resulta inaudito, verdaderamente insólito, algo que les deja estupefactos, que pueda haber quienes cuestionen su desprendida vocación de servicio. Ni José Gregorio y Carmen Rendiles llegaron a dar tales muestras de entrega y beatitud.

Ellos, al igual que el puerco Napoleón, el de Rebelión en la granja de George Orwell, han reescrito los cánones que nos rigen. Por eso podemos leer como hizo el burro Benjamín aquello de: TODOS LOS ANIMALES SON IGUALES, PERO ALGUNOS ANIMALES SON MÁS IGUALES QUE OTROS.

© Alfredo Cedeño 



viernes, marzo 11, 2022

MENTEGATO y CABEZA PUERCA



La lengua, el idioma, el universo mágico de la palabra, es un santuario al que entro siempre con supremo respeto. La armonía que se produce entre las letras es una epifanía a la que suelo adorar. Contrario a muchos puristas que desdeñan ciertas palabras por no tener cierta “altura”, suelo dedicarme a celebrarla sin consideraciones. Me parece tan sonora la palabra trapisonda, como me resuena en el paladar su compañera vergajo. A la postre, suelo sentir no poca pena por aquellos exquisitos que se escudan en sus aires de superioridad para no bajar a disfrutar las palabras en todos sus niveles.

Hay textos y autores que me son fundamentales, son parte del cuerpo de sacerdotes que ofician en este rito donde profeso. Y su manejo de las palabras ha sido insuperable. Shakespeare, aunque ajeno a mi lengua materna, es uno de ellos. Fue tan vasto su aporte que estudios contemporáneos revelan que el bardo de Stratford-upon-Avon creó más de 1.700 palabras.  Su par en la lengua española, Miguel de Cervantes Saavedra, usó casi 23 mil voces en El Quijote. Y ya que le nombro, este personaje fue autor de no pocos enredos gracias a su manera de entender y ver las cosas.

Una de mis escenas favoritas en ese sentido es la descrita en el capítulo XXIX de la segunda parte, cuando el caballero y su escudero llegan a orillas del Ebro, luego de robarse una barca y lanzarse a la corriente: “descubrieron unas grandes aceñas que en la mitad del río estaban; y apenas las hubo visto don Quijote, cuando con voz alta dijo a Sancho:

— ¿Ves? Allí, ¡oh amigo!, se descubre la ciudad, castillo o fortaleza donde debe de estar algún caballero oprimido, o alguna reina, infanta o princesa malparada, para cuyo socorro soy aquí traído.

— ¿Qué diablos de ciudad, fortaleza o castillo dice vuesa merced, señor? — dijo Sancho—. ¿No echa de ver que aquéllas son aceñas que están en el río, donde se muele el trigo?

— Calla, Sancho —dijo don Quijote—; que, aunque parecen aceñas, no lo son; y ya te he dicho que todas las cosas trastruecan y mudan de su ser natural los encantos.”

La maravilla del idioma es que muta y toma nuevos trajes al compás del tiempo. Es de un dinamismo que el propio Quijote hubiera querido tener para derribar los molinos. Los enredos son cosa de cada día. Me viene a la memoria la ocasión en que mis suegros estaban hablando en la sala de su casa. Ella sentada en su butaca estaba viendo el televisor, mientras él en la ventana del balcón escarbaba unas macetas; y comentó: Ahí está la gente de la fumigación. A lo cual ella respondió: Ay si, chico, yo no sé cuándo van a pagar la pensión. Él nuevamente le dijo: Que no chica, que ahí están los de la fumigación. A lo que ella ripostó velozmente: ¡Ya te dije que todavía no han dicho nada de la pensión! Los que estábamos oyendo no podíamos contener las risas, y tuvo que intervenir una de las hijas y explicarles. 

Otra situación similar ocurrió con un abuelo al que su hija oía que marcaba el teléfono y después de saludar decía: “Si, como no, avenida Páez, El Paraíso, quinta Guadalupe… ¡Bueno pues, me volvió a colgar!”  Y la situación se repitió un par de veces, hasta que su heredera se acercó a preguntarle qué pasaba. “¡Nada, que estoy llamando al seguro para arreglar lo de mis pagos y cuando me piden la dirección y empiezo a dársela me cuelgan!”  Ella le pidió el número e hizo la llamada, cuando la atendieron escuchó: Seguro Social, subdirección…

Otro caso muy cercano lo viví con mi hijo, estaba el comenzando a hablar, tendría un año y algunos meses. Por supuesto que las cintas de video con las películas habituales las había por todos lados. Él las iba turnando en sus gustos, y en una ocasión el turno fue para Peter Pan. Un día que jugaba con unos amiguitos le escuché decir: “¡Eres un cabeza puerca!” Cuando terminaron de jugar, e iba a bañarlo, le pregunté por el cabeza puerca. ¿Dónde oíste eso hijo? ¡En Peter Pan papá!  Un rato más tarde me senté con él a ver la cinta hasta que llegamos al punto en que los hermanitos de Wendy pelean y uno le dice al otro: cabeza hueca…  Otro día fue con mentegato, y nuevamente averigüé sobre el termino: Ahí en el cuento ese. Nueva lectura, y encontré: mentecato…

Si bien es cierto que ciertas confusiones pueden resultar divertidas, hay otras que no dejan de ser trágicas. Tal vez es lo que ocurre con ciertos personajes que se dedican en estos días a mezclar cosas, o a entender lo que se les antoja. Me imagino algo así como: Mira que vamos de nuevo a la cosa esa de las negociaciones; y él otro responde: Ah si, ya yo me bajé los pantalones.  Otro que al decirle: Sabes algo del papel de trabajo de la comisión; y su respuesta rauda será: Claro a mí que me den no menos del cinco por ciento. Tampoco debe faltar aquel al que dicen: ¿Tú crees que podremos establecer acuerdos?; quien responderá: la verdad que no sé dónde puse los recuerdos.

¿Será que así podemos llegar a alguna parte? Qué buena falta tienen de siquiera darle un ligero repaso al diccionario, a lo mejor es que tienen miedo de intoxicarse.

 © Alfredo Cedeño  



viernes, marzo 04, 2022

CLEMENCIA HOMICIDA



Pocas veces me he alegrado tanto de haberme equivocado. La semana pasada escribí sobre la impunidad con la que el hijo de la señora Putin estaba arremetiendo contra Ucrania, y la pasividad en que se enfrascarían los distintos organismos, organizaciones y naciones. No quiero contar los pollos antes de nacer y celebrar el reverdecimiento de la solidaridad, y demás acciones conexas, o el despertar de la conciencia. Más bien creo que ha habido aquello de que han visto las bardas de sus vecinos arder y han corrido a poner las suyas en remojo antes de que la candela se las vuelvan carbón. Sin embargo, la pasividad no ha sido la que anticipaba el jerarca ruso.

Vladimir, seguramente, se veía entrando a Kiev como Hitler a París, como el coloso triunfante a cuyo paso se rendiría la plebe. Tal vez, este abogado hijo de Leningrado no está al tanto de lo furtivo que fue el recorrido que hizo su héroe Adolfo por la capital francesa. Fueron apenas tres horas, y estuvo rodeado de tanto misterio que a estas alturas todavía no se ponen de acuerdo si fue el 24 o el 28 de junio de 1940, cuando el zarandajo austríaco la recorrió. Con certeza se sabe que llegó de madrugada, cuando no había gente en las calles, y a las 6 de la mañana entró a la Ópera de París. De ahí fue a la Iglesia de la Madeleine, porque había sido erigida como un templo seglar, para homenajear a Napoleón.  El siguiente paso fue a la Plaza de la Concorde, el paseo de rigor por los Campos Eliseos, el Arco del Triunfo y Plaza del Trocadero. Allí posó, así como quien no quiere la cosa, con la Torre Eiffel al fondo. Más tarde visitó la tumba de Napoleón, siguió por el Panteón, Montparnasse, Notre Dame, el Louvre, el Palacio de Justicia y finalizó su ronda en la iglesia del Sagrado Corazón.

En cambio los ucranianos le han mostrado los dientes y le han hecho pagar, a costa de la suya, una inesperada cuota de sangre. El mundo occidental no envió soldados, han –ojo, con  excesiva timidez– enviado algunas armas y medios de defensa, y han impuesto una serie de sanciones que golpean duro donde más le duele a los dictadores: en el bolsillo. Ya lo veremos como un Fidel de las estepas, o un Maduro siberiano, clamar contra las medidas que ahogan al digno pueblo ruso. Como si a él le importarán mucho sus paisanos, como si no fuera trajinada costumbre de los déspotas rusos acabar con pueblos enteros, mientras ellos, los miembros de la secta dirigente, viven como zares.

El desaguisado es de tal magnitud que hasta los amarillos han marcado distancia y con su proverbial ambigüedad leímos que el ministro de Relaciones Exteriores Wang Yi llamó a su homólogo ucraniano y manifestarle que “China está extremadamente preocupada por el daño a civiles en Ucrania.” Por otra parte los militantes de esa izquierda exquisita, pero llena de casposos y mal bañados, ya andan entonando su cantinela habitual en contra de la guerra.  Con su cara habitual, de concreto armado, tratan de señalar a Ucrania como la agresora. Ni de vaina son capaces de entender que su ídolo de turno puso la gran torta. Con sus acciones de macho envalentonado el mandamás ruso hizo que la patria ucraniana dejara de ser una idea y se convirtiera en una realidad defendida con uñas y dientes por sus hijos; mientras que por otro lado unificó a la OTAN y a la no menos díscola Unión Europea. Es la manifestación por excelencia de los santones inútiles y carismáticos que los “progresistas” suelen elevar a los cielos…

Ya veremos, cuando se ajusten las tornas, a muchos clamando de rodillas por empinadas escaleras un poco de clemencia para el bachiller Putin. Y será hora de replicar: Verdugo no pide clemencia… También será bueno recordarles una breve frase de Romeo y Julieta, donde Shakespeare pone en bocas del personaje El Principe, al anunciar el destierro de Romeo luego de matar a Teobaldo. El mandatario, adelantándose a eventuales solicitudes de perdón, cierra su decisión con estas palabras: “La clemencia que perdona al que mata, asesina.”

© Alfredo Cedeño  

miércoles, septiembre 02, 2020

NUESTRA PEQUEÑA CANDELA



           Atribuyen a Henry Kissinger la frase: “El poder es el mayor afrodisíaco”. Confieso que no tengo mayor información sobre el momento y por qué el judeoalemán, registrado en su Baviera natal como Heinz Alfred, pronunció dicha locución; pero sobran elucubraciones al respecto. Seguramente, es de allí que se ha desprendido otra definición que, igualmente, ha rodado hasta el cansancio: Erótica del poder. Como bien podemos apreciar ambas expresiones están vinculadas al ámbito de los instintos, de nuestras    fuerzas primarias, de esas reacciones de las que no se suelen tener conciencia. En el ámbito biológico se suelen describir como pautas hereditarias de comportamiento.

                Años antes que él, un vecino de su tierra natal, el vienés Sigmund Freud definió a los instintos como los apetitos innatos y específicos o comunes a todos los individuos de una especie.  Él propuso inicialmente dos grupos de instintos, los del yo o de conservación y los sexuales o libido; más tarde llegó a la conclusión de que los de conservación son la expresión de la libido hacia el propio individuo, por lo que sólo existiría esta como instinto básico. No me gusta resumir abruptamente temas tan espinosos y ricos como este, pero como el tiempo apremia…

                Comparto estas reflexiones cuando observo, en mi Venezuela de nuestros pesares, la conducta a todas luces instintiva, aunque más bien debiera escribir  visceral, de las manadas rabiosas que, con aires altaneros, casi de hienas, despedazan con furia libidinosa a todo aquel que no sea guaidólovers o mariacorinero. Tan parafílica es una posición como la otra.

Las arremetidas son contempladas por ambos dirigentes de manera impasible, uno y otra mantienen aires imperturbables. Me da por pensar que se deben creer algo así como Napoleón en la batalla de Austerlitz, o quién sabe si Alejandro Magno en la acometida de Gaugamela, o tal vez Aníbal en la degollina de Cannas; o Ulysses S. Grant al frente de los ejércitos de la Unión en la campaña de Overland. Mientras esto pasa, ellos, y los otros que del supuesto mismo lado militan, posan con aires augustos y poses de eruditos inspirados. Demuestran con sus hechos que el país les importa de labios afuera, la unidad es una quimera que da lustre ensalzar de vez en cuando y cada vez que las cámaras les enfocan. ¡Ah!, y de los ataques sibilinos, puñaladas traperas y demás argucias barriobajeras se ocupan sus bestias de presa.

            Para la secta de los dirigentes diálogos y acuerdos son más fáciles de establecer con la dictadura, y hay ciertos sectores que hasta se fotografían al lado de los más roñosos representantes de la mojiganga roja. Se insiste en unas elecciones cuyo resultado ya está cantado, pese a lo cual sobran quienes defienden la vía electoral como el elixir de sanalotodo que va a resolver todos nuestros males y hará regresar el dólar a 4,30. Han convertido, y como tal lo mantienen, en un sainete la tragedia que padecemos; al punto que hay quienes nos exigen que aplaudamos la libertad de los recientes presos liberados. Los argumentos manejados al respecto son rocambolescos. Hasta la dignidad se nos ha ido esfumando y pretenden que sea la norma que se imponga.

            Los griegos utilizaron un modo de escribir al que llamaron bustrofedón en el que redactaban de manera alterna una línea de derecha a izquierda y el próximo de izquierda a derecha, y así sucesivamente. Pareciera que es el método escogido por la “unidad” criolla, algo así como un paso adelante y otro atrás, poco importa que se avance, lo que importa es hacer como que se camina; porque de escribir nada, al menos los griegos estampaban sus mensajes, estos ni para eso tienen habilidad.

            Hoy más que nunca hay que evocar la obra de la Junta Patriótica para derrocar a Pérez Jiménez, debe ser una diminuta llama que no debe dejarse apagar en nuestros recuerdos. Tal vez porque esa evocación hará realidad la frase que en El Mercader de Venecia Porcia dice a Nerissa, su dama de compañía, casi al final de la obra: “¡Cuán lejos manda sus rayos esa pequeña candela!”

 

© Alfredo Cedeño 

miércoles, abril 15, 2020

PODEROSA PESTE


                Pocas cosas son tan seductoras para los hombres, y mujeres, como el poder. La historia está llena de ejemplos que ilustran lo que escribo, la gran mayoría de ellos por mero ejercicio del más puro y simple narcisismo que podamos imaginar. Así lo vimos con los sacerdotes mesopotámicos, los patriarcas hebreos, las dinastías chinas, los faraones, los griegos, los sacerdotes romanos, los católicos,  los Incas suramericanos, la nobleza azteca, la realeza europea, los terratenientes, los industriales y en nuestros días con los políticos. Su búsqueda y ejercicio siempre ha sido descarnada, por lo general escasa de ética; la cual, a  su vez, fue planteada como mecanismo de defensa del más débil frente al poderoso de turno.
                No obstante, fue en vano.  Las ansias de dominación de paisanos y vecinos siempre ha sido el gatillo que hace detonar el más voraz de los controles. Pareciera que las ganas de imponerse son atávicas, casi instintivas y la perversidad, también inherente a nuestra especie, ha creado rebuscadas sendas  enmascaradas de racionalidad para justificar la dominación. Desde vida después de la muerte hasta la obligación moral de velar por los que menos tienen, han  sido  las varillas del abanico con que han tratado, la más de veces con éxito, de aplacarnos. Ha sido la naturaleza, acrisolada en sus creadores, la que ha generado las respuestas más sólidas a los sátrapas de turno.
                La moraleja con la que cierra Esopo su fábula El águila y el escarabajo es de una precisión excelsa: “No desprecies nunca al pequeño y al que parece insignificante, porque no hay ningún ser tan débil que no pueda alcanzarte.”  Otro creador que antes de la era cristiana que alertó sobre los desmanes del poder fue Esquilo, él abre su pieza Agamenón con un guardián que recita: “el miedo, en vez de sueño, me acompaña y no me deja cerrar sólidamente los párpados de sueño- cuando, digo, quiero cantar o silbar y conseguir así con el canto un remedio contra el sueño, entonces lloro lamentando la desgracia de esta casa, no dirigida sabiamente como en el pasado. ¡Ojalá venga ahora una feliz liberación de estos trabajos, apareciendo en la noche el alegre mensaje de fuego!”  ¿Cómo no recordar a Sófocles? El dramaturgo pone en boca de Antígona mientras dialoga con Creonte: “Se podría decir que esto complace a todos los presentes, si el temor no les tuviera paralizada la lengua. En efecto a la tiranía le va bien en otras muchas cosas, y sobre todo le es posible obrar y decir lo que quiere.”
                Podría pensarse que eran usanzas de la Antigüedad, pero encontramos un milenio después a Shakespeare poniendo en boca de uno de sus personajes de Como les guste: “El mundo es un gran teatro, y los hombres y mujeres son actores. Todos hacen sus entradas y sus mutis y diversos papeles en su vida.” Muestras de lo escrito por Quevedo y Cervantes al respecto son infinitas. Más tarde sería el turno de Dickens  y Víctor Hugo, entre muchísimos otros que siempre fustigaron con su talento a las élites de sus momentos.
                No se trata de justificar, es un ejercicio para tratar de entender las satrapías contemporáneas. Se habla de evolución del pensamiento cuando más bien debiéramos abundar sobre su involución, en cuanto agente de control de la humanidad. Tratan de realizar torneos maniqueos donde los ciudadanos corrientes y molientes debemos ser espectadores impávidos, con el único derecho a celebrarles sus sainetes malhechos, cualquier descontento es penado de manera fulminante. Esas pretensiones han sido más cínicas cuando provienen  del llamado campo del pensamiento “progresista” donde gustan ser ubicados socialistas, comunistas y demás zarrapastrosos de similares istas. Si vemos el caso que hoy nos mantiene secuestrados en nuestras casas, la bendita Peste China, podremos entender mejor lo que aquí escribo.
                Su origen fue claramente identificado en la nación asiática, por más que los juegos retóricos del ya citado progresismo han tratado de endosarle la paternidad, maternidad y toda su parentela, a Occidente, más específicamente al malévolo imperio estadounidense.  Pero, nada más del gusto de los adelantados de nuestra era que negar todo lo real y jurarnos que estamos en Narnia. Es vergonzoso, por decir lo menos, debiéramos hablar de responsabilidad criminal, de lo ocurrido con las raquíticas estadísticas de contagio y muertes en Rusia, México, Venezuela y Cuba; así como las, a todas luces, poco serias cifras dadas a conocer por China y España. En el país amarillo no se podía esperar otra cosa, pero lo que ocurre en la península ibérica, espejo de nuestro país, es de antología. Un gobierno incompetente en manos de un grupete de ignaros que juega a evadir sus responsabilidades, mientras trata de achacar las consecuencias de su ineptitud a sus antecesores.  Por algo escribí que son espejo nuestro, no les extrañe ver ponto por las calles peninsulares brigadas en denodada lucha contra la pandemia: irán rociando con cal clorada la calle real.
                Bien puso Shakespeare en boca del Duque, en la obra ya citada, justo antes del parlamento que antes les transcribí: “Ya ves que en la desdicha nunca estamos solos. Este gran escenario universal ofrece espectáculos más tristes que la obra en que actuamos.”  Sin embargo me resisto a presenciar impertérrito semejante puesta en escena y no rechiflar a semejante elenco de mamarrachos y titiriteros de baja estofa. Es hora de que aporten, si es que son capaces de hacerlo, o de apartarse. 


© Alfredo Cedeño 

domingo, julio 23, 2017

¿VIVAS AL SILENCIO?


                El silencio es manifestación sombría, oscuro heraldo de la muerte, por lo general es antítesis del jolgorio. La alegría no sabe callar, no puede permanecer impávida, ella es vida e insurrección, es parto y algarabía.  No puedo escaparme al pasmo que me produce ver a ciertos personajes que juegan al silencio y casi ordenan entonarle loas a la quietud, a enfriar las cada vez más calientes calles de Venezuela.
                Veo dichas maromas y recuerdo al poeta español, de La Rioja para ser quisquilloso, Manuel Breton de los Herreros. En su obra Sátira contra los abusos y despropósitos introducidos en el arte de la declamación teatral, impreso en Madrid, por la imprenta de Repullés, en 1834, hay tres versos que en estos días me vienen mucho a la memoria:
Otro con importunas contorsiones
cual payaso en grotesca pantomima
piensa mover del pueblo las pasiones.
                Y mientras tanto, se le hace el juego al hombre aquel, cuyo nombre ni siquiera quiero mentar, el del bigote poblado y presumido bailarín de tercer orden, que mantiene aislado y torturado al general Ángel Vivas.  La indignación ante el trato que le han dado solo la supera la indiferencia con que la casta política venezolana ha reaccionado ante su caso. Sus hijas y esposa con dignísima soledad vagan cual ánimas en pena tratando de hacer oír el caso de su padre y marido. La respuesta de “la dirigencia” no puede ser más oprobiosa, ni aún por salvar las apariencias han dicho nada al respecto.
                Vivas es un preso del inmentable quien el 22 de febrero de 2014, en horas de la tarde, en cadena de radio y televisión anunció: "He ordenado detener al general en situación de retiro Ángel Vivas... que lo busquen y me lo traigan", cual caporal de un hato que manda a que le traigan una res. Luego de más de tres años, el pasado 7 de abril, con una triquiñuela propia de ellos lo sacaron de su casa y se han cebado sobre su longeva humanidad.  Y el silencio sigue, nadie dice nada.   
                Esta rabia e impotencia me refugia en una biblioteca pública y ahí, leyendo al maestro Shakespeare, encuentro en Macbeth la que puede ser una respuesta: “…enseñamos lecciones sangrientas que, una vez aprendidas, retornan para contaminar al causante: esta omnímoda Justicia deposita el ingrediente de nuestro cáliz envenenado en nuestros propios labios”.
                Espero que en algún momento, siquiera por salvar las formas de la decencia y la menor de las solidaridades, el aparataje político opositor tienda la mano al General Vivas y su desolada familia.

© Alfredo Cedeño

sábado, enero 21, 2017

PERDÓN NO ES OLVIDO


                Luego de pasar mi niñez temprana en La Guaira, tres semanas antes de cumplir los nueve años, llegué a vivir a mi querida y hoy maltratada Caraballeda.  El ambiente casi rural le daba un aire bucólico que nunca he agradecido suficientemente a  mis padres, ya difuntos ambos,  puesto que ese contexto fue determinante para mi búsqueda vital devenida luego en manifestaciones creativas de todo tipo.
                Con barnices de recuerdos inmediatos, pese a los más de cincuenta años transcurridos, aún están los colores, paisajes, sonidos y olores de aquellos días.  La señora Pancha, una matrona desdentada y de piel muy negra donde no cabía una arruga más, llenaba del perfume de sus conservas de coco y papelón casi todos mis mañanas de sábado. Jóvita hacía cada mañana una montaña de arepas y todos los niños y zagaletones acudíamos a comprar las que en nuestras casas servirían de desayuno; y cada comienzo de diciembre el aroma del guiso de sus hallacas inundaba medio pueblo anunciando que ya ella estaba haciéndolas. La masa imponente y verde del amado Ávila casi me rodeaba y me hacía lanzar miradas de gula lúbrica hacia el azul limpio del mar Caribe.  
                Los sonidos no tienen poco espacio en esas evocaciones. Los velorios de Cruz de Mayo, o los velorios del Niño Jesús, bien de Curiepe o bien de El Clavo, que desde junio comenzaban a recorrer todos los pueblos de la costa del litoral varguense para que sus devotos les pagaran las promesas a ellos hechas ante cualquier trance que ameritara la intervención divina, llenaban muchas noches de la dulce melodía de fulías y décimas. Desde noviembre se oían por todos lados aguinaldos y villancicos, cuando no era algún grupo de vecinos que en bullanguera procesión andaban por las calles entonando cantos de parranda.
                Al lado de estos recuerdos semisacros están las mañanas de los sábados, era casi un rito oír junto a  mi abuela paterna, la imborrable vieja Elvira, La Historia de las Canciones, que a las ocho de la mañana salían al aire por Radio Rumbos. También están allí los templetes de carnaval en los que al compás de La Sonora Matancera, Los Melódicos, Billo´s, Tito Rodríguez, Casino de la Playa, Celia Cruz, y paremos de contar, los disfraces de negrita y de cuanta máscara se puedan ustedes imaginar se dedicaban a dar rienda suelta a no pocos desmanes.
                En dicha remembranza tiene especial lugar Clodomiro Guerra. Él era un negrazo imponente, negro como la noche, a quien yo, renacuajo que ni al metro y medio llegaba, asociaba con un príncipe africano. Él debía medir algo más de un metro ochenta. Sus ademanes y voz eran proporcionalmente inversos a su porte, de una suavidad extrema y ritmo aplomado. Nadie lo conocía en el pueblo por su nombre y vaya Dios a saber por qué razón todos lo conocíamos como Masú. Yo, así como toda la cuerda de mocosos que vivíamos en sus cercanías, nos dirigíamos a él como el señor Masú. Este hombre trabajaba todos los días, incluidas las mañanas de los sábados, día en que al mediodía se le veía llegar a su casa. Al poco tiempo se escuchaba salir desde ella los pegajosos compases de numerosas canciones, él iba colocando las negras ruedas de acetato en un portentonso tocadiscos Philco que él sacaba al patio trasero, mientras se dedicaba a servirse amplias raciones de whisky con cada cambio de long play.
                Masú era un admirador declarado de Daniel Santos, y a la mitad de la botella, generalmente alrededor de las cinco de la tarde, era infaltable que colocara uno de sus discos con canciones del compositor boricua Pedro Flores, y había una en particular que el vecino acompañaba a viva voz tratando de imitar al cantante:
Perdón, vida de mi vida
perdón si es que te faltado
perdón cariñito amado
ángel adorado dame tu perdón.
Una tarde sabatina, con la torpeza propia del imprudente, le espeté: Señor Masú, ¿por qué usted pide tanto perdón? Él, a todas luces sorprendido, me miró como a un bicho raro, se quedó pensando un rato y después se rió mientras con gesto algo torpe me sacudió por un hombro: “Alfredito, mijo, lo que pasa es que perdonar no es olvidar, y muchas veces confundimos una cosa con la otra; cuando canto esa canción me la estoy cantando a mí mismo para no olvidar que a veces por perdonar se cae en lo injusto”.
                Sabrá Dios qué culpas o demonios lo atormentaban, y esa frase me resonó siempre, y cuando años más tarde encontré, ya no recuerdo donde, de Shakespeare: “Nada envalentona tanto al pecador como el perdón”, de inmediato la copié y mantengo anotada en diferentes partes para siempre tenerla presente. Y junto a ella se me mantienen vivas las palabras de Masú: “A veces por perdonar se cae en lo injusto”.  Frases que me retumban cada vez que oigo a quienes claman, cual Demóstenes ante la Asamblea de Atenas, por un perdón que cimiente los nuevos tiempos de nuestro país. Junto a ellas, también me repica con persistente impertinencia la pregunta:  ¿Y, a todas estas, dónde va a quedar la justicia?

© Alfredo Cedeño
 


Follow bandolero69 on Twitter