El estrecho sendero de tus brazos aislándome
de las desesperanzas con cara de misericordia
fueron yugo que liberaba de llantos escondidos
y fue rodaja de querer bueno que merendar ágil
entre los compases sin razón de los duraznos.
El cortísimo parpadeo del ayer que amargaba
cada mañana se diluyeron en tus brazos
al declararme curado de soledades y caídas
picoteándome el cuerpo con persistencia vil
de guijarros saltando sobre las venganzas.
El círculo blindado de tu lascivia se condensó
en mi espalda con lágrimas rotas en tus uñas
llevando ligeras rasgaduras de viejos hábitos
donde las culpas simulaban cariños y caricias
para ganar las malicias que siempre buscabas.
® Alfredo Cedeño
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