No hay planteamiento humano en el que exista unanimidad. La disparidad de criterios es múltiple y se manifiestan con pasión de fanáticos desbordados o se asumen con pasiva resignación, aunque también se revisten de paciencia y aguardann su ocasión para manifestarse. La belleza no es la excepción de la regla. Pero, empecemos por tratar de definirla, y comienza la algazara.
Si partimos de que, tal como ocurre con toda definición, es desde la perspectiva de cada sujeto como ellas aparecen, veamos cómo se ha ido decantando en cuanto a su dilucidación. ¡Y nada que se aclara! Por ejemplo, se afirmó en una época que la Venus de Willendorf -hallada en las orillas del río Danubio- era la representación de “ideales de belleza prehistóricos”; igual se comentó en su momento sobre la muy criolla Venus de Tacarigua -encontrada en las riberas del Lago de Valencia, en el estado Carabobo.
Aunque nadie me lo esté preguntando, y so riesgo de caer bajo las sensibles lenguas de algunas adalides del feminismo y de quienes luchan contra la discriminación y demás intenciones conexas, quiero dejar claro que mi gusto se acerca más a las Venus de Boticelli, de Velázquez, y ni hablar de la de Milo… El exceso de tejido adiposo en el caso de la dama vienesa, o esa figura de bagre injertada con corroncho de la figura valenciana, me parecen interesantes, pero hasta ahí.
Regresando a lo que hoy cargo en mente para acompañar mis imágenes, quiero retornar a eso que el muy citado chinito Confucio dijo en su momento: “Cada cosa tiene su belleza, pero no todos pueden verla”. Esto vino a ser reafirmado por el no menos citado Platón quien legó aquello de que: “La belleza pertenece al mundo de las ideas y es a partir de ellas que el hombre crea el mundo real".
Por supuesto, la gente de la iglesia no podía dejar de meter la cucharada; fue así como San Agustín explicó que la belleza consiste en unidad y orden que surgen de la complejidad. Tal orden podría ser, por ejemplo, ritmo, simetría o simples proporciones.
Unos siglos más tarde su camarada teologal Santo Tomás de Aquino anduvo escribiendo sobre el tema. Él pensaba que la belleza era el resultado de tres prerrequisitos: integridad o perfección, armonía y claridad o brillantez.
Más tarde, en esa época delirante que fue el Renacimiento, Leon Battista Alberti la definió como “una armonía de todas las Partes, en cualquier sujeto en que aparezca, ensamblado con tal proporción y conexión, que nada podría añadirse, disminuirse o alterarse, si no es para peor”.
Así fue como le llegó el turno al maestro prusiano Kant, Immanuel para más precisión, quien definió la belleza como “la forma de la finalidad de un objeto, cuando es percibida en él sin representación de un fin.”
Schiller también agregó su cuota al repertorio y enunció que “La belleza guía al hombre sensible hacia la forma y hacia el pensamiento; la belleza hace regresar al hombre espiritual a la materia, al mundo sensible.”
Es inacabable el rosario de definiciones de un concepto mutante, y no puedo dejar de lado la manoseada consideración aquella de que aquello que para mi es bello puede ser horroroso para un esquimal, y viceversa.
Por ello me amparo en estas flores andinas, valeranas para mejor señas, y evoco, para hacer mía, la frase oída a un campesino trujillano en medio de una exigente jornada de arado: “Lo bonito a lo mejor no sirve de mucho pero a mi me da fuerzas y sigo dándole; aunque a veces venga un remolino y lo desbaraté a uno como una florecita en un barranco…”
© Alfredo Cedeño
3 comentarios:
Articulo interesante y tan cierto como la belleza descrita por Kant
belleza...Hermosa palabra que encierra un sin fin de significados...La Vida es belleza..
gracias Amigo,por mostrar fotos de hermosas flores,exoticas por cierto, mostrandose desnudas a la vista de todos, con sus colores, formas, dando sensaciones de placer y a la vez su Belleza..
Realmente hermoso y muy buena iniciativa.
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