Venezuela es no solo un vasto territorio de
paradojas geográficas y riquezas inmarcesibles. También es una amplia cantera
de mezquindades que suelen disfrazarse bajo diferentes ropajes con los que se
pretende lanzar al ostracismo las verdaderas riquezas de los talentos que, pese
a todo, se empeñan en brotar por todas partes.
Mi vida no se ha caracterizado por un "lenguaje político correcto”
precisamente. Podría enumerar una larga lista de ocasiones en las que he
chocado con ciertos petulantes de dudoso prestigio académico y creativo,
quienes alguna vez pretendieron silenciar mis críticas a esta pesadilla
gubernamental que vivimos desde fines del siglo XX con el ya cacareado recurso
de que yo seguía el guión de la “manipulación mediática”.
Venezuela ha tenido el dudoso privilegio de ser la
cuna de mujeres y hombres de comprobado talento que se han visto condenados a
un largo destierro de los “intelectuales de turno” en sus respectivas
ocasiones. Ha sido el caso de muchos. Pero el tiempo, ese largo y equitativo
brazo que todo lo coloca donde le corresponde, nunca deja de cumplir con su
labor.
Uno de esos marginados, una de las plumas más
sólidas que nos hemos dado el lujo de tener en Venezuela, fue el escritor Pedro
Berroeta. A él le enrostraron el que fungiera como presidente de Venezolana de
Televisión –VTV–, el canal oficial del estado, de 1976 a 1979, durante el
primer mandato de Carlos Andrés Perez. A partir de ahí le colgaron el sambenito
de “adeco” para, con ello, pretender arropar con un silencio fatuo su palabra
resonante.
Hago este largo preámbulo porque de Pedro Berroeta
es una frase que siempre evoco cuando pienso en la zona de la cual escribo hoy.
“Junto a la mano de Dios la mano del hombre, así es Guayana”.
(Confieso que soy de los que sufre arcadas cuando
lee algo y aparece una frase al estilo de “yo creo, yo considero, yo puedo”;
así que pido excusas a quienes le provoque
bascas pero no puedo más que seguir en primera persona.)
Yo, que he sido un privilegiado permanente de la vida
y el amor, me puedo jactar de haber andado esta tierra bendita de una punta a
la otra, y de ello no cesaré nunca. Por eso es que esa frase de don Pedro no
deja de retumbarme, porque no he vuelto a encontrar otra frase que diga en
mejor y más sucinta manera lo que es este trozo de nuestro país.
Guayana es el espacio de lo increíble y lo
temerario, de las angustias que liberan y los espacios que atenazan en su
inmensidad, de las rocas milenarias y de los sueños que se convierten en
pesadillas hasta robarse la vida de los más osados. Aquí fue donde las leyendas
se hicieron realidad en la pluma del escocés Sir Arthur Ignatius Conan Doyle
para cristalizarse en El mundo perdido.
Ahora bien, el paseo de Guayana por la historia
occidental comenzó de la mano del vasco Juan Bono de Quejo, quien acompañó a
Colón en su cuarto viaje a la recién descubierta tierra americana. Él pilotaba una de las embarcaciones de
aquella cuarta expedición y fue quien,
en 1516, exploró el Delta del Orinoco,
sus informaciones son las primeras
noticias que se tienen de lo que hoy es tierra guayanesa y fue pionero en
mencionar el nombre indígena del Orinoco: Huyapari.
Años más tarde, en 1532, Diego de
Ordaz se internó por el Orinoco hasta
llegar a los Raudales de Atures, al sur
de la actual Puerto Ayacucho,
recorriendo más de mil kilómetros de río, luego internóse hacia el sur y tal parece que llegó hasta la Sierra de Imataca en su expedición. Después de múltiples inconvenientes, Ordaz
regresó y llamó Guayana a la zona -siendo esta la primera vez que tal
denominación se empleó.
A Ordaz le siguieron en su labor descubridora
numerosos conquistadores que se fueron estrellando contra uno y otro tipo de
contratiempos. Antonio de Berrío hizo
varias incursiones a la zona y en 1590 recorrió
este territorio hasta la
Sierra de Parima. Este
expedicionario, en 1591, construyó a
orillas del Orinoco, unos 10
kilómetros abajo de su unión con el Caroní, un fuerte.
Más adelante, y se piensa que fue el 21 de diciembre, por ser este el
día de
Santo Tomás Apóstol, en el año 1595, Berrío fundó Santo Tomé de Guayana.
Ya en Europa se hablaba de El Dorado. Sir Walter Raleigh andaba obsesionado por
llegar allá y en 1595 escribió: Hace ya
muchos años tuve conocimiento, por una relación, del poderoso, rico y hermoso
imperio de Guayana y de aquella grande y áurea
ciudad que los españoles llaman El Dorado y los naturales Manoa (...).
Para enumerar sólo los diversos animales, aves, peces, frutas, flores, gomas y
maderas y sus numerosas religiones y costumbres haría falta: para lo primero,
tantos volúmenes como los del
Gesnerus, y para lo segundo,
otro montón de Décadas.
El inglés no sólo estaba deslumbrado
por las supuestas riquezas de este territorio, si no que, luego de recorrerlo,
asentó: No existe ningún país como la Guayana que pueda ofrecer
más placer a sus habitantes: no sólo en
cuanto a las diversiones corrientes como son la caza, halconeo y pesca, sino
también a todas las demás. Tiene inmensas
llanuras, ríos transparentes, abundancia de faisanes, perdices, codornices,
grullas, garzas y de todas las aves.
Raleigh ha de continuar con su fijación y a
comienzos del siglo XVII -unos dicen que
en 1617, otros que en 1618- ordena el ataque y destrucción del centro poblado
que frenaba sus intenciones de conquistar el Orinoco, lo cual le abriría las
puertas a El Dorado. El favorito de Isabel II no logró su cometido
y en el intento perdió a su hijo.
La magia guayanesa se expandió y nadie dejó de
señalar las bondades que esta
tierra encierra, es así como Fray Pedro
de Aguado en su Recopilación Historial de
Venezuela escribe, a fines del siglo XVI: ...los indios lo guiaron y llevaron
a las provincias y rica noticia de Guayana, tierra muy poblada y
apacible y de innumerables riquezas, cuyos naturales lo recibieron muy amigablemente y le proveyeron de muchas
comidas”.
En 1629 fue el holandés Adrián Janzoon Peter, quien asaltó Santo Tomé
de Guayana destruyéndola, lo mismo sucederá
en 1637, 1664 y muchas otras veces en que filibusteros, piratas y toda
clase de bandoleros asolaron la
zona. En 1662 comenzó la llegada de los
misioneros a esta región, el primero en establecerse fue el jesuita francés Dionisio Merland, quien fracasó en su
tentativa misional. En 1687 llegan los capuchinos catalanes, en
1720 lo hacen los jesuitas como
congregación y en 1721 los franciscanos observantes. En 1734 estas tres órdenes religiosas se
repartieron el territorio guayanés. En 1764 Santo Tomé fue trasladada a
Angostura del Orinoco, nombre que rápidamente quedó abreviado a Angostura.
Otro que dejó asentadas en sus crónicas de fines
del siglo XVIII fue el jesuita italiano Felipe Salvador Gilij, quien llegó a
decir que en los relatos de El Dorado había
muchos enredos. Por ello, afirmo que el
magnetismo de esta tierra es una fuente perenne que ata a sí a todo aquel que
la conoce.
Alejandro de Humboldt, a comienzos del siglo XIX,
escribió: Todo este país es una región
abierta, llena de hermosas sabanas, y no se asemeja en absoluto al país que hemos recorrido hasta ahora en el
Alto Orinoco. (...) Pequeñas mesetas ofrecen un clima sano y
templado; el cacao, el arroz, el algodón, el añil y el azúcar crecen abundantemente
por dondequiera que se somete al cultivo un suelo virgen y cubierto de
gramíneas...
Guayana… Tierra de tepuyes, de historia, de amor,
música y gente hermosa como todo este largo, ancho y generoso país donde me
permitió la providencia nacer. Guayana…
La siempre codiciada, la regada por el
padre de los ríos, la espléndida, la ubérrima, la que ha parido hombres y
mujeres muy especiales, la del Caroní, El Carrao, Canaima, Yuruan, Supamo,
Chikanán, Cuyuní, Caura, Cuchivero, Aro, Paragua, Kukenán, Kuao,
Manapiare, Parucito y diez mil ríos más.
Guayana… La del
Aponwao, Churun-merú, Gran Sabana, Payapal, Auyan-tepuy, Autana. La de los
Pemon, Akawayo, Ye´kwana, Yanomami, Baniva, Kurripako, Guajibo, Yabarana,
Panare, Piaroa, Piapoco, Warekena, Yeral, Sanemá, Mapoyo, Hoti, Uruak, Sapé,
Saliva, Puinave y Lokono. Guayana… Una
fiesta para los ojos que se quiere guardar siempre en el fondo de las
retinas. Guayana…La codiciada por su
manganeso, dolomita, hierro, diamantes y bauxita. Guayana… La del Oro, Oro y más Oro, pero
nunca igualada en sus panoramas y su gente.
© Alfredo Cedeño
11 comentarios:
Sigues transmitiendo semana tras semana el amor por tu tierra. Me ha parecido un texto muy bueno que entreteje historia, paisaje, leyenda e incluso nos da a conocer al escritor Pedro Berroeta. Me guta como lo has contado y las fotografías de cielos y montañas (a mí que me encantan los paisajes) me parecen muy hermosas.
Abrazo grande y buen domingo
Amaia
Alfredo, ¡qué maravilla de fotos! cuando terminé de leer me fui a buscar más información sobre ese maravilloso lugar. Me encontré con que es una ciudad pujante, muy visitada por su belleza.
Me hubiera gustado saber más de su época colonial política y económica.
Seguiré buscando.
Las fotos son maravillosas.
Saludo
Buenos días Felo, Excelentes fotos y narrativa sobre mi tierra adoptiva.
Elizabeth Frontado
SENCILLAMENTE ESPECTACULARES ESAS FOTOS DE GUAYANA, Y EL COMENTARIO QUE HICISTE DEL SR.PEDRO BERROETA ES MUY CIERTO, UN HOMBRE MUY INTELECTUAL, CAPAZ, Y UN BUEN HISTORIAL.. MAGNIFICO.. ESTA SEPULTADO CON EL PEOR GOBIERNO QUE HEMOS TENIDO EN LA HISTORIA DE VENEZUELA, ALFREDO . FELIZ DIA
gracias alfredo por enviarme tus articulos,,son muy buenos,,
susana
Excelente todo, fotos y textos.
Saludos
Jaime Ballestas
Buenos dìas Alfredo
Cada vez que leo tus artículos. se afianza mi amor a la patria. A través de las espectaculares fotos, me transporto a esos lugares y me provoca viajar para conocerlos y decir yo estuve allí y no solo a mi me lo contaron
Besos
Raquel Garcia
Genial, como siempre. Cariños.
Adri
Dulces y penetrantes tus palábras. Tienes ese cuidado y respeto por el lector y por lo que describes. Gracias por compartir tu forma creativa y sabia de describirnos cada lugar del maravilloso país Venezuela.
Alfredo en una sola palabra "EXCELENTE". Gracias por compartir tus textos y fotografias.
Muy bien, amigo, me ha gustado mucho.
Abrazo
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