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martes, junio 16, 2015

MAREJADA


Nos mantienen en un limbo eterno
con la villana certeza del creerse eternos,
se ríen impertinentes
y dicen que nos conformamos con brillar,
no saben anticipar el caudal de gotas:
marejada ciudadana hecha tsunami
que no dejará piedra sobre piedra…

© Alfredo Cedeño

domingo, junio 15, 2014

RITMO

            Lo habitual es que al oír hablar –o leer como es este caso– de ritmo, asociemos dicho tópico a lo musical. Sin embargo, es pertinente explicar que también se le aplica a la poesía, a la fotografía, al diseño, a las artes escénicas; hay autores como el abogado colombiano Henry Forero Medina quien ha escrito de La semiótica del ritmo en la poesía de León de Greiff, y paremos de enumerar porque se llenarían varias pantallas de los campos en los cuales es aplicada la palabra con la que hoy me entrometo.    
 
            Si recurrimos al manido mataburros de la Real Academia de la Lengua Española encontramos que proviene del vocablo latino rhythmus, el cual a su vez lo hace del griego υθμς, que a su vez se deriva de εν: fluir. Y lo define de la siguiente manera:
1. m. Orden acompasado en la sucesión o acaecimiento de las cosas.
2. m. Grata y armoniosa combinación y sucesión de voces y cláusulas y de pausas y cortes en el lenguaje poético y prosaico.
3. m. Metro o verso. Mudar de ritmo.
4. m. Mús. Proporción guardada entre el tiempo de un movimiento y el de otro diferente.
 
            El zuliano Carmelo Raydan dice: “Así como en la música el ritmo se define como la disposición periódica y armónica de voces y pausas a lo largo de una melodía, en el ámbito de la composición fotográfica es la repetición de un elemento formal dentro de la escena.” Él  ratifica aquel viejo aforismo de que donde hay un ser pensante surgen mil propuestas para explicarse y explicar lo que cree es su interpretación del entorno en el cual se desenvuelve.
 
            El ritmo es como todos los conceptos desarrollados por el ser humano: una abstracción de nosotros y lo que miramos y vivimos, diría que es pariente cercano del tiempo.   El compositor inglés Howard Goodall sostiene la teoría de que el ritmo humano está vinculado a la regularidad con la que caminamos y los latidos del corazón que oímos en el vientre materno. Pero… la pregunta que surge es: ¿acaso los animales  (los no pensantes) no caminan rítmicamente y no escuchan los sonidos de los latidos del corazón en el vientre materno?
 
            Diferentes investigadores concuerdan en que el sentido del ritmo y su aplicación es propio del ser humano: cadencia, fluir, simetría, compás, repetición, eslabones que se  tejen en torno a todo cuanto hacemos; clave para entender el compás propio y el de los extraños. 
 
            Ritmo es baile y contoneo, movimiento que se pasea con la sagacidad del lobo  o la velocidad del leopardo; es la urgencia del que se planta en una calle a exigir libertad aún a costa de la propia y también es desquiciada respuesta del poder que usa esos cuerpos como indignos tambores.  Ritmo es agotar con clemencia los olvidos y barnizar de prudencia el arrojo, es entregar al cuerpo los latidos de quien te acompaña y danzar con ferocidad de bestia herida…

© Alfredo Cedeño
 

 

 
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
 

martes, marzo 27, 2012

ESCAQUE


Me quedo en cada cuadro lo necesario
para hacer volar la mugre que esconden,
voy bruñendo nubes al compás del tiempo
y el cielo se podrá ver mejor en mi obra.

© Alfredo Cedeño

domingo, marzo 25, 2012

FELO





Yo soy un privilegiado. He vivido momentos terribles, amargos, desoladores, pero esos han sido los menos. He vivido una larga cadena de momentos felices que superan sobradamente los nombrados anteriormente. De esos momentos buenos, el mejor siempre fue, ha sido y será, el que me tocó el 8 de noviembre de 1996. Ese día nació mi hijo Alfredo Rafael, Felo.



A mi padre siempre le oí decir: “Sabrás para qué has nacido el día que te nazca un hijo”. A los cuarenta años, recién cumplidos en aquellos días, entendí en toda su dimensión el aserto que, casi como un mantra, había oído tantas veces al viejo.




No les voy a dar la lata, porque ciertamente me convertiría en un papá majadero e insoportable, escribiéndoles las mil y una cosas que aprendí al lado de lo que al comienzo fue una entrañable pelota de carne gimiente. Siempre digo que crecimos juntos: él cumpliendo su ciclo natural, yo tratando de aprender a ser padre. Sigo preguntándome si lo he hecho bien, y no lo sé, decidí que tampoco quiero saberlo. He tratado de darle lo mejor de mí y de disfrutarlo al máximo. Tampoco ha sido fácil, porque esa maldición-bendición que es mi vocación de servicio y literaria, más de una vez me ha hecho pecar de injusto con él exigiéndole demasiado.





En todo caso su irreverencia se conserva, sus ojos no dejan de buscar con la misma frescura que recuerdo han tenido siempre. Muy temprano comenzó a retozar con las imágenes. Ahora, que ya es adolescente, también se dedica a jugar con la palabra y esta semana me sacudió como sólo me había pasado el ya mencionado 8 de noviembre cuando me entregó estas líneas que ahora comparto orgulloso, necio y feliz:



“Con una habilidad envidiable para cualquier barbero
y una rapidez tan fluida como para impresionar a maratonistas
me alisté decidido a emprender mi rumbo:
salí a la sala con mis zapatos anchos, resaltantes,
claramente notables fuera del uniforme,
casi a punto de salir me volteé para despedirme
y al terminar el giro, ahí estaba él
un progenitor perdonado por el tiempo, que había pasado con suavidad,
con su pelo de enredaderas blancas grisáceas
con sus travesuras de la niñez reflejadas en los ojos
y alguna que otra competencia de quinceañeros en sus oídos.
Con sus facturas cobradas por antiguos vicios inofensivos
olvidados, pero presentes.
Mi padre, que más que una figura o un ejemplo
o una persona más de confianza
es un hombre sin adjetivos calificativos
admirable, radiante y trepidante.”



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