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sábado, julio 16, 2016

¿DIÁLOGO?


Comenzando la década de los años 80 el poeta y periodista argentino Osvaldo Ferrari llevó a cabo una serie de conversaciones en la radio con su paisano Jorge Luis Borges. En una de esas pláticas el maestro le dijo: “El diálogo tiene que ser una investigación y poco importa que la verdad salga de boca de uno o de boca de otro. Yo he tratado de pensar, al conversar, que es indiferente que yo tenga razón o que tenga razón usted; lo importante es llegar a una conclusión, y de qué lado de la mesa llega eso, o de qué boca, o de qué rostro, o desde qué nombre, es lo de menos”.
Recuerdo estas palabras al oír en estos días el sonsonete en que se ha convertido hoy dicha palabra. Uno oye diálogo por aquí, diálogo por allá, diálogo acullá, diálogo por acá, y en esa cantaleta se nos va la vida mientras la asnatura roja aprieta cada día más y más el cepo. Es mucho lo que se ha dicho y escrito desde los de Sócrates y su discípulo Platón a fines del siglo IV antes de Cristo. El honorable mataburros de la Real Academia Española explica que dicha palabra proviene del vocablo latín dialŏgus, quien a su vez lo hace de griego διάλογος; y en su primera acepción lo describe así: “Plática entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos”. También dice en su tercer apartado que es: “Discusión o trato en busca de avenencia”.
En esta mala hora que sobrellevamos, han querido convertir esta bendita palabreja en un dogma que ni la eternidad de Dios que consagran con aquello de que “Dios no tiene principio ni fin”; ni qué hablar de la Santísima Trinidad que, tal como establece San Juan en su primera carta, la integran “el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, y estos tres son uno”; es que ni se le acerca a aquello de que “Cristo subió en cuerpo y alma a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre”. Los anatemas y excomuniones a quienes pedimos información sobre el asunto -o tal como dijo en su momento el ahora prócer Luis Miquilena ¿con qué se come eso?- no se hacen esperar. La letanía comienza con la más benévola de las mofas: ¡Antipolítico!, que te lo dicen así como si te dijeran ¡Pupú de perro! De ahí en adelante la quincalla retórica los convierte en una suerte de Paquita La Del Barrio y entonan: 
Rata inmunda, animal rastrero
Escoria de la vida, adefesio malhecho.
A partir de ahí son como Buzz Ligthyear, llegan al infinito y más allá.  Y uno se queda así como apendejeado –más de lo que ya es–, y piensa, pero si lo único que estoy preguntando es quiénes, y a santo de qué, son los que van a dialogar.
                Uno oye que van a hacerlo y se imagina al ilustre Diosdado, con esa apariencia batracia que ahora exhibe, sentado al lado del no menos insigne Timoteo Zambrano, cuya facha dista muchísimo de aquella que exhibía cuando era estudiante del Jesús Obrero en Los Flores de Catia, y la verdad que da como escalofríos. Debo confesar que lo hago y de manera instintiva me sobrecojo y llevo de forma casi convulsa la mano a mi bolsillo para cerciorarme de que mi cartera sigue ahí, flaca, arruinada y desperrugida, pero mía y en mi pantalón. Porque no me van a negar que, por más que pretendan ungirlos ahora en Donald y Tribilín, ambos personajes son pesadillescos. 
Se escucha decir sobre la necesidad del diálogo y otra imagen que me tortura es ese ahora protohombre de la civilización democrática, Henry Ramos Allup, quien en estos días hasta aparece a medianoche en las Mercedes comiendo perros calientes y al que en cualquier momento veremos, como le gustaba hacer en la sala de café del hemiciclo, abrirse la camisa para que todos vean la cicatriz de su operación de corazón; y lo pienso arrellanado junto a ese otro digno representante de nuestra casta política el inefable Nicolás Maduro. Cuando eso pasa no puedo dejar de correr a chequear por internet que mi anémica cuenta sigue teniendo los dos centavos y medios con que la suelo mantener.
Cualquiera podría decir que son meras ganas de echar vainas por parte de uno, pero al leer que en Carabobo, durante una sesión ampliada del egregio Comité Ejecutivo Seccional de Acción Democrática, su directiva anunció que promueven la candidatura de Henry Ramos Allup a la presidencia de la República y la de Rubén Limas a la Gobernación de Carabobo, ¿qué se puede pensar?  Y es cuando empiezas a preguntarte: ¿en todo esto del fulano diálogo, quién habla con quién? Y al final del camino encuentras que tanto cuestionar la opacidad del régimen para estar en las mismas, aquí cada quien habla con quien le sale de sus reaños y nos exigen obediencia y docilidad absoluta y, reitero, ay de aquel que ose asomar la mínima pizca de crítica: de inmediato tiene su Gólgota asegurado.
Ya dando cierre a esta nota reviso, una vez más, el diccionario de la Real Academia Española y al final de la definición de la palabra en cuestión encuentro la mención: diálogo de besugos, la cual explican así: “Conversación sin coherencia lógica”. La memoria en una de esas maromas que suelen hacer me conecta con un muy joven Robert de Niro interpretando a Travis Bickle, en la inolvidable película Taxi Driver; allí hay una escena gloriosa, en la que el actor aparece conversando consigo mismo ante un espejo. En un momento de su soliloquio se esconde en la manga derecha de su chaqueta militar una pistola, se contempla en el espejo, y con gesto fanfarrón dice por tres veces el ya icónico: “You talkin´ to me? (me hablas a mí?)”; antes de girar la cabeza mirando alrededor sabiendo perfectamente que está solo, y que todo es un falso diálogo.
Hay autores a los que uno siempre termina retornando porque ellos supieron interpretar a cabalidad al ser humano, Shakespeare es uno de ellos. Ahora mismo recuerdo de su obra Julio César, cuando pone en boca de Cicerón, mientras dialoga con Casca, este parlamento: “Pero los hombres pueden interpretar las cosas a su manera, contrariamente al de las cosas mismas”. ¿En aras de qué ahora debemos soportar estoicamente que un grupete, el de siempre, nos interprete a su manera, contrario al sentimiento y necesidades del país mismo?

© Alfredo Cedeño

sábado, abril 23, 2016

DISCÍPULOS CRIOLLOS DE MANES

                 Los políticos latinoamericanos en general cargan con la fama, bien ganada en la mayoría de las veces, de demagogos y charlatanes que suelen prometer hasta las cien mil vírgenes que ofrecen los embatolados del Medio Oriente a sus fieles. Poco importa que los resultados llamados macroeconómicos demuestren que su gestión, cuando desempeñan cargos públicos, haya sido exitosa.  Fue el caso del ex presidente ecuatoriano Rodrigo Borja cuyo gobierno no satisfizo las expectativas que había generado en su campaña electoral; sin embargo al finalizar su mandato de cuatro años, en 1996, Ecuador había incrementado su PIB en 10.9%, y la inflación se ubicó en 48%, lo cual representaba una disminución de 27 puntos porcentuales respecto a su año inaugural en funciones de mando.
                Pese a los denuestos recibidos este hombre se refugió en el mundo de la investigación, mientras su paisano, infinitamente más recordado por sus dotes de bufón,  Abdalá Bucaram Ortiz, se dedicaba a hacer de las suyas. Borja se dedicó a construir en dos tomos y 2.072 páginas su Enciclopedia de la Política, que editó a fines de la década de los 90 el Fondo de Cultura Económica. Son casi dos mil entradas las que este hombre recopiló. Y allí encuentro hoy la descripción que a menudo oímos o leemos cuando de posiciones encontradas hablamos y que se categorizan de maniqueísmo. Escribe Borja: “Es una polarización de la realidad que suprime los matices y que prescinde de la complejidad dialéctica de las cosas. Es la tendencia a dividir a las personas, las ideas y las realidades en dos grandes grupos: los buenos y los malos.”
                Gracias a aquel viejo condicionamiento de no conformarse con una sola opinión, decidí recurrir al honorable mataburros de la Real Academia de la Lengua Española y allí encontré que dicha palabra tiene dos acepciones. La primera deja asentado: “1. m. Religión sincrética fundada por el persa Manes en el siglo III, que admitía dos principios creadores en constante conflicto: el bien y el mal”. En cuanto a la segunda abunda que se usa en sentido peyorativo y lo define así: “Tendencia a reducir la realidad a una oposición radical entre lo bueno y lo malo”.
                Por aquello de ir desglosando lo que se aprende, ahondé en la descripción que abre dicha entrada, y resulta que, en cuanto opción religiosa, el maniqueísmo fue uno de los credos más extendidos por el mundo durante el siglo IV de nuestra era. Fue la primera religión existente en presentar el llamado dualismo, doctrina que descansaba en la existencia de dos principios supremos: el bien y el mal.  A sus feligreses sólo se les exigía conocimiento, aprendizaje y educación para poder alcanzar la salvación.  Los amigos historiadores afirman que fue fundada cerca del año 240 de nuestra era por parte del autodenominado último profeta Mani, o Manes como gusta de escribir el texto de la DRAE, y de allí el nombre de la doctrina, quien era heredero de una familia judía del Imperio Parto, lo que hoy en día es Irán.
Manes, o Mani, en sus prédicas afirmaba que todos los grandes pensadores de la historia, verbi gratia: Noé, Abraham, Nikotheos, Henoc, Zoroastro, Hermes, Platón, Buda o Jesús, habían sido profetas de un mismo Dios, cuyo fin en la tierra había sido difundir el conocimiento. Samuel George Frederick Brandon en su Diccionario de religiones comparadas afirma: “El sistema de Mani posee un tono sincretista en general, aunque básicamente procede del dualismo zoroastrista del conflicto cósmico entre la luz y las tinieblas. Este dualismo se refleja en una doctrina de corte gnóstico acerca del hombre”.
Las crónicas muestran que su expansión fue una de las más veloces de la historia de las religiones, y logró en sólo dos siglos ser una de las más extendidas. Eso hizo que en el Imperio Persa los zoroastristas, así como en el Imperio Romano los cristianos, empezaran a ver con natural reconcomio a esta versión tritosecular de la salvación eterna, lo cual desembocó en una comandita de ambos grupos que presionaron a los gobiernos civiles de sus respectivas regiones dando origen a inclementes persecuciones en el siglo IV. El apogeo del acoso llegó con un decreto del emperador romano Teodosio I condenando a muerte a todos los maniqueístas, esto fue nueve años antes de que declarara al cristianismo como única religión del imperio.
Larga fue la sucesión de vicisitudes que padecieron sus seguidores, gente que defendía la no violencia, la libertad de pensamiento y el no luchar para imponer sus creencias. Estas últimas pueden ser mega comprimidas en su creencia a pies juntillas en la eterna lucha entre los principios opuestos e irreductibles el Bien y el Mal, asociados a la Luz y a las Tinieblas, por lo que creían que el espíritu del hombre es de Dios pero el cuerpo del hombre es del demonio.
Les juro que al llegar a este punto en mí  se produjo una verdadera Epifanía, y por fin alcanzo a entender a nuestros denostados políticos. ¡Son maniqueístas! Ellos en su espíritu son, tal como diría un amigo oriundo de Maracaibo, la pepa del queso; pero es su cuerpo, en este oscuro plano terrenal, el que los hace pasto del demonio y los lleva a incurrir en la serie de pendejadas que no se cansan de cometer.

© Alfredo Cedeño


domingo, junio 15, 2014

RITMO

            Lo habitual es que al oír hablar –o leer como es este caso– de ritmo, asociemos dicho tópico a lo musical. Sin embargo, es pertinente explicar que también se le aplica a la poesía, a la fotografía, al diseño, a las artes escénicas; hay autores como el abogado colombiano Henry Forero Medina quien ha escrito de La semiótica del ritmo en la poesía de León de Greiff, y paremos de enumerar porque se llenarían varias pantallas de los campos en los cuales es aplicada la palabra con la que hoy me entrometo.    
 
            Si recurrimos al manido mataburros de la Real Academia de la Lengua Española encontramos que proviene del vocablo latino rhythmus, el cual a su vez lo hace del griego υθμς, que a su vez se deriva de εν: fluir. Y lo define de la siguiente manera:
1. m. Orden acompasado en la sucesión o acaecimiento de las cosas.
2. m. Grata y armoniosa combinación y sucesión de voces y cláusulas y de pausas y cortes en el lenguaje poético y prosaico.
3. m. Metro o verso. Mudar de ritmo.
4. m. Mús. Proporción guardada entre el tiempo de un movimiento y el de otro diferente.
 
            El zuliano Carmelo Raydan dice: “Así como en la música el ritmo se define como la disposición periódica y armónica de voces y pausas a lo largo de una melodía, en el ámbito de la composición fotográfica es la repetición de un elemento formal dentro de la escena.” Él  ratifica aquel viejo aforismo de que donde hay un ser pensante surgen mil propuestas para explicarse y explicar lo que cree es su interpretación del entorno en el cual se desenvuelve.
 
            El ritmo es como todos los conceptos desarrollados por el ser humano: una abstracción de nosotros y lo que miramos y vivimos, diría que es pariente cercano del tiempo.   El compositor inglés Howard Goodall sostiene la teoría de que el ritmo humano está vinculado a la regularidad con la que caminamos y los latidos del corazón que oímos en el vientre materno. Pero… la pregunta que surge es: ¿acaso los animales  (los no pensantes) no caminan rítmicamente y no escuchan los sonidos de los latidos del corazón en el vientre materno?
 
            Diferentes investigadores concuerdan en que el sentido del ritmo y su aplicación es propio del ser humano: cadencia, fluir, simetría, compás, repetición, eslabones que se  tejen en torno a todo cuanto hacemos; clave para entender el compás propio y el de los extraños. 
 
            Ritmo es baile y contoneo, movimiento que se pasea con la sagacidad del lobo  o la velocidad del leopardo; es la urgencia del que se planta en una calle a exigir libertad aún a costa de la propia y también es desquiciada respuesta del poder que usa esos cuerpos como indignos tambores.  Ritmo es agotar con clemencia los olvidos y barnizar de prudencia el arrojo, es entregar al cuerpo los latidos de quien te acompaña y danzar con ferocidad de bestia herida…

© Alfredo Cedeño
 

 

 
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
 

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