CARORA

Es normal por predios larenses oír mentar a los caroreños de godos, cabezones y caracolorá, y de lo presumidos que son. Pretenciosos hubiera dicho mi abuela, la finada Elvira. Las tres cosas son ciertas, pero es que todos los caroreños son altivos… Y tienen cómo y por qué.

Carora, si nos fijamos en el mapa, casi está ubicada en el corazón de Lara, y arrastra con esa condición común a la gran mayoría de las urbes venezolanas: no sabe fecha exacta, menos la hora de nacimiento. ¡De vaina el sitio!

Lo cierto es que hasta 1934 se creía que esta población había sido fundada por Juan de Salamanca el 19 de Junio de 1572. Se aseguraba que Salamanca no pudo evitar un ataque de ego y por ello bautizó la villa con el nombre de San Juan Bautista Portillo de Carora, en el sitio de Baraquigua, acompañado de 70 personas, a orillas del Río Morere o de Las Auyamas.

Esta fecha se mantuvo como día onomástico de esta ciudad hasta que Ambrosio Perera, en el año citado, publicó "Historia de la Fundación de Carora y vida caroreña en el siglo XVI".

Perera demostró en su obra, con el auxilio de documentos históricos, que en realidad el autor de la fundación había sido el también ibérico Juan del Thejo en 1569. Este, un tanto menos egocéntrico la bautizó con el nombre de Nuestra Señora de la Madre de Dios de Carora. Esa primigenia fundación no fue en la ubicación actual, sino en las cercanías de la carretera vieja hacia Barquisimeto. Donde no llegó el autor, fue a precisar la fecha, sólo que fue en dicho año y que debió haber sido en septiembre, ya que en enero de 1571, según un juicio de Residencia, la ciudad tenia unos 16 meses de fundada.

Como bien han de suponer, se sigue discutiendo en torno a la fecha precisa. Hay quienes aseguran que fue el 8 de septiembre, otros que el 10, algunos que el 15, otros que el 13. Yo digo que hoy es el cumpleaños de Carora porque esta ciudad nace cada vez que se le recorre y entra en sus casas. Carora va desde el muy empingorotado, godo y exclusivo Club Torres hasta la muy humilde y laboriosa casa donde un grupo de mujeres adorables hacía el pan dulce más hermoso del mundo.

Carora es tierra de logros y pasiones desbordadas. Recién se había fundado la ciudad cuando una de sus vecinas, Inés de Inojosa - aseguran que preciosa y de fustanes ligeros y ambiciones largas-, decidió bailar horizontalmente con un maestro de danza que pasó por esos calurosos parajes. Afirman que doña Inés le calentó los malos pensamientos –me refiero a los homicianos, ya que los de la bragueta sobradamente se los había soliviantado– y el danzarín terminó matando al marido de la doña. Al tiempo, ella se reunió con él en Tunja, en las cercanías de Bogotá. Mi abuela también decía: “Zorro huevero ni que le quemen la trompa”. Lo cierto es que el frío no aquietó a la tórrida Inojosa, quien hizo caer de hinojos a otro con quien repitió maromas de cama y sangre, hasta darle la misma receta al bailarín. Pero… le descubrieron la tramoya y aseguran que colgaron de un árbol a esta versión con falda de Barba Azul de la colonia.

Como toda gran localidad Carora tiene bondades y miserias, grandezas y bajezas, triunfos y derrotas. En ella su historia es como los adoquines que pavimentan su casco central y las seculares tejas amparan sus techos: un entrelazado de hechos que se asoman por todas partes bajo un sol inclemente. El mismo que hizo a Pablo Neruda escribir: “Si el Sol naciera de nuevo… escogería el nombre de Carora”.

© Alfredo Cedeño