–Qué no diera por ayudarte con esa azada
–Qué no diera por entregarte dos filetes…
Éste no tiene que ladrar
aquel no tiene que hablar
pero, ¡Ay Dios!, cómo se entienden
y bañan de ternura la tierra
que se les entrega conmovida de tanto amor.
© Alfredo Cedeño
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