Dos centenares de esferas
-y unas cuantas más-
giran infinitas como la ternura,
flotan por los bordes de la pelusa
con la suave insolencia del guijarro
que rueda sin control,
suben y bajan con pausas estrechas
en esporádicas simetrías de sombras
donde los trinos se amparan.
© Alfredo Cedeño
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