Sobre la llegada a Venezuela del culto a este santo hay infinitas versiones, pero de particular arraigo al Sur del Lago de Maracaibo, al occidente de Venezuela. No tengo dudas que desde allí el santo subió a las montañas andinas.
Todo lo que ganó en altitud lo perdió en estatura, y la gigantesca imagen que adoran los descendientes de esclavos en las orillas del lago se transformó en una figura de pocos centímetros, pero de inmensa devoción entre sus fieles de las montañas.
Este domingo 30 de enero numerosos chimbangles se reunieron en Mendoza Fría, estado Trujillo, alrededor de 400 kilómetros al oeste de la capital venezolana a festejar al santo negro.
Esta oportunidad la fiesta se engalanó con la visita de la “Santa Reliquia” que prestaron desde la vecina población merideña de Timotes. Al compás de redobles de tambores, dicha pieza sagrada recorrió las calles de la población trujillana. Desde las ventanas abuelas y nietos contemplaron el paso de la procesión matutina, y al ritmo de tambores y saltos acompasados lo plantaron en el templo.
El oficio de periodista termina por curtir a cualquiera, hasta el más blando se arropa con el cinismo para poder sobrevivir. Pero hay días que esa máscara se cuartea cuando se enfrenta a la inocencia hecha gente y presumiendo de ello. ¿Quién no se desbarataría ante un andinito que se tranmutó en “Benito” para demostrar que él es su vasallo? ¿Cómo no emocionarse ante una feligresía espontánea que con alegría y desparpajo hace suyo un país que a veces parece desmigajarse en nuestra cara?
© Alfredo Cedeño