domingo, julio 24, 2011

SAN CRISTÓBAL



Los libros de historia aseguran que a fines de marzo del año 1561, luego de un viaje, que debió representar entonces unas sopotocientas leguas, el capitán español Juan Maldonado de Ordoñez y Villaquirán, al frente de 30 hombres, seguramente harapientos y cundidos de unas cuantas alimañas, llegó a una sabana alta despoblada. Así comenzó San Cristóbal su deambular por la historia.

El explorador castellano, porque era oriundo de Castilla y León, provenía de Pamplona, hoy territorio colombiano, que estaba -y está- a 63 kilómetros en línea recta al suroeste de nuestra comentada ciudad. De seguir con lo que afirman los libros, Maldonado llevó a cabo el acto fundacional de la hoy capital tachirense el 31 de marzo de 1561.

Debo confesar que hay ocasiones en las cuales me siento frustrado por no poder resumir para ustedes de la mejor manera la información de que dispongo sobre un tema en particular. Hoy es uno de esos días. Bibliotecas enteras se podrían llenar escribiendo sobre esta ciudad que cual sutil Tragaldabas contemporánea ha ido engulléndose a los caseríos y pueblos de sus alrededores, que otrora llevaban vida propia.

La San Cristóbal de hoy apabulla por sus dimensiones, pero nunca, como aquí, se podrá emplear mejor aquello de: no es tan fiero el tigre como lo pintan. La urbe que vio nacer a Juan Pablo Peñaloza, Pedro María Morantes, Marco Antonio Rivera Useche, Isaías Medina Angarita, José Ignacio Baldó, Manuel Felipe Rugeles, Luis Felipe Ramón y Rivera, Amenodoro Rangel Lamus; y el nunca suficientemente reconocido personaje insólito que fue Rafael de Nogales Méndez, sigue haciendo honor a su mote de Ciudad de la Cordialidad.

Ahora, en julio de 2011, la recorro bajo la paciente generosidad de un cicerone de lujo: el futuro arquitecto Luis Aparicio que con el gesto desprendido de los hijos del Táchira le robó tiempo a sus tareas académicas para mostrarme con ojos frescos, orgullo inocultable y madurez precoz su ciudad.

Las escaleras de María Auxiliadora –que creo también llaman de Las Manrique–, su catedral, sus calles, sus muchachas de coquetería proverbial, sus muros, su gente, señales de trafico que parecen flotar en las esquinas, un aguacate con matices de esmerada que deslumbra en una esquina cualquiera, un vago que expropia un banco de plaza, saltamontes, aves, todo, absolutamente todo, es una fiesta de esas a las que uno va y de las que nunca quiere que se terminen. Eso, y más, es visitar a San Cristóbal.

© Alfredo Cedeño
















4 comentarios:

belinda dijo...

Viste,hubo un Ordoñez por ahí.... bellas fotos, excelente texto.

Anónimo dijo...

Genial, como siempre. La ciudad apacible, verde, llena de encanto y cordialidad.

Besos,

Adri

Pedro Pablo Ballarales B. dijo...

La ciudad, mi ciudad...
Dios te bendiga ese don de mirar a nuestras personas y lugares con ojos de enamorado; por eso eres capaz de encontrar la verdadera belleza que todo encierra.
Y en especial, gracias por regalarnos esa visión de nuestra San Cristóbal.

Unknown dijo...

Allí nací..pronto partí pero verla a traves de tus pupilas, me hace sentir hinchada de orgullo y amor por mi pequeña patria andina..gracias..

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