El vuelo es la manifestación por antonomasia de la
libertad. Bien saben ustedes que al respecto se ha escrito infinidad de cosas. Emular a las aves ha sido un deseo permanente que nunca ha dejado
de estar anidado en el hombre.
En la mitología griega, aparece un personaje
emblemático: Ícaro, hijo del arquitecto Dédalo, constructor del laberinto de
Creta, y de Náucrate una esclava de Minos.
Dédalo que era medio jodedor y le gustaba andarse metiendo en una y mil
jaranas le explicó a Ariadna cómo podría Teseo orientarse en el laberinto.
Aquel hizo lo que le habían chismeado y pudo matar al Minotauro. Cuando Minos, legendario
rey de Creta, hijo de Zeus y Europa, se enteró: se armó la gran tremolina y
ordenó que encerraran a Dédalo y a su hijo.
El arquitecto en cuestión,
consiguió escapar de prisión, pero no podía irse de la isla por mar, ya que el
rey mantenía una estrecha vigilancia sobre todas las embarcaciones y no
permitía que ninguna saliese a navegar sin ser previamente escudriñada. Afirman que ante el celo en la vigilancia
ejercida por Minos, Dédalo, a quien no le faltaba imaginación se puso a trabajar
en la fabricación de dos pares de alas:
unas para él y otras para su hijo Ícaro.
Él se dedicó a
unir plumas pequeñas a las que luego fue añadiendo otras más grandes, cada vez
más largas. Estas últimas las ató con hilos y las primeras las pegó con cera,
para luego darle a su obra la curvatura de las alas de un pájaro. Cuando concluyó su trabajo se las colocó y al batir sus alas logró subir y mantenerse
suspendido en el aire. Una vez logrado eso, Dédalo le colocó a Ícaro de la
misma forma y le enseñó cómo volar.
Una vez listos
para despegar, Dédalo advirtió a Ícaro que no volase muy alto porque corría el
riesgo de que el calor del sol derritiera
la cera, tampoco debía hacerlo muy
bajo porque la espuma del mar mojaría las alas y no podría volar. Y
padre e hijo se echaron al aire.
Así pasaron
las islas de Samaos, Delos y Lebintos. Y pasó lo que suele pasar con lo sabroso:
Ícaro se engolosinó y empezó a subir y subir y subir, hasta que el sol ablandó
la cera que sostenía unidas a las plumas y ¡Cataplúm!, gran batacazo que lo
llevó directo al cielo, o al infierno, o al purgatorio. El cuento no llega
hasta allá, así que no puedo decirles más.
Los aguafiestas,
que nunca faltan en ninguna parte, aseguran que no fue así y que en verdad lo
ocurrido fue que Dédalo inventó las velas para navegar y como su hijo no sabía
nadar, una vez que escaparon por mar y fueron a atracar en una isla se cayó al
mar y murió ahogado. Lo que les dije, nunca falta un pendejo que quiera matar
la belleza de lo fantasioso, así que me quedó con la versión de las alas y el
descojonarse del muchacho por no hacerle caso a su papá.
Pero ese no
fue el único. Porque ya no en la mitología, sino en la vida real, en Córdoba,
durante el siglo IX, vivía Abu l-Qásim Abbás ibn Firnás, quien era un poeta del
carajo. Autor de versos como estos:
Aparecen en el jardín las rosas con las margaritas
como unos labios rojos de una boca que ríe.
Él no solo se dedicaba a las letras, si no que
también incursionaba en el mundo de las ciencias, y se había hecho ingeniero en
Florencia, antes de llegar a la península ibérica. Entre los años 851 y 853, se
hizo un traje de seda, lo recubrió con plumas y le adosó unas alas articuladas
y móviles accionadas por él. Desde los altos del Valle de la Ruzafa de Córdoba se lanzó
al aire hasta conseguir volar unos cuantos metros. Sin embargo, en el momento
de aterrizar no logró hacerlo adecuadamente y se fracturó ambas piernas. Narran los cronistas que él logró corregir
los defectos y siguió realizando vuelos ante numeroso público e incluso ante la
corte Omeya.
A Firnás se le considera el padre
del paracaídas, ya que en el año 852 se lanzó desde una torre de Córdoba con
una enorme lona para amortiguar la caída. Esa vez también sufrió heridas leves.
Philip Hitti, en su Historia de los
árabes asegura: “Ibn Firnás fue el primer hombre en la historia que realizó
intentos científicos de volar.”
Pero sigamos avanzando. En el siglo XVI Leonardo da
Vinci se dedicó a estudiar el vuelo de los pájaros, él siempre estuvo fascinado
por ello y produjo numerosos estudios sobre el tema, así como planos de varios
aparatos voladores, tal fue el caso de un helicóptero primitivo al que llamó el tornillo aéreo, un paracaídas y un
ala delta de bambú. Leonardo dejó asentado en uno de sus Códice: “Para explicar como verdadera ciencia el movimiento de los
pájaros en el aire es necesario conocer antes la ciencia de los vientos, la
cual demostraremos mediante el movimiento del agua. Y esta ciencia sensible nos
servirá para alcanzar el conocimiento del comportamiento de las aves en el
aire”.
Llegado el siglo XVIII aparecen
en la historia los hermanos Montgolfier, Joseph-Michel y Jacques-Étienne, inventores
del globo aerostático. Ellos, el 4 de junio de 1783 llevaron a cabo su primera
demostración pública.
Ese mismo año, meses más tarde, el 26 de diciembre,
el francés Louis-Sébastien Lenormand se lanzó con una lona a manera de paracaídas desde la torre del observatorio
de Montpellier, Francia, con la intención de que dicho invento sirviera para ayudar a escapar ilesos de un edificio en
llamas a las personas que allí estuvieran.
En el siglo XIX el ingeniero alemán Otto Lilienthal,
realizó más de 2.000 vuelos controlados desde una colina artificial que fabricó
en las afueras de Berlín. El 9 de agosto de 1896, este Ícaro teutón se estrelló
con uno de sus aparatos desde 17
metros de altura y se rompió la columna vertebral. Esto
le produjo la muerte al siguiente día y son celebres sus últimas palabras: “¡Es
necesario que haya sacrificios!”
Una vez llegados al siglo XX, encontramos la
celebrada proeza de unos fabricantes de
bicicletas, también hermanos, los Wright -Orville y Wilbur-, quienes en North
Carolina, Estados Unidos, realizan su primer vuelo el 17 de diciembre de 1903 a bordo del Flyer I.
Años más tarde, en 1922 Platz se dedicó a realizar
una serie de trabajos en Holanda, sobre una vela no rígida con control
aerodinámico sobre superficies de tela, y son, tal vez, la primera referencia
documentada sobre un planeador flexible ligero y funcional.
Así llegamos a los 60´ donde ocurrió de todo y para
todos, fue cuando empezaron a trabajar en las celebres Alas Delta, que en Venezuela fueron bautizadas como Ícaros, y cuya
paternidad atribuyen al australiano John Dickenson en 1963.
Fue así como se llegó a los parapentes, cuyas
imágenes utilizo para ilustrar esta nota de hoy domingo. Ellos son un “ala
flexible” que suele tener entre 22 y 31m². Se le debe a tres amigos: Jean
Claude Bétemps, André Bohn y Gérard Bosson, de Haute Savoie, Francia, quienes
en 1970 pensaron en usar un paracaídas para bajar de Los Alpes. El primer
intento les permitió apenas volar 100 metros cuesta abajo. En breve pudieron
volar 1000 metros
desde el despegue hasta el aterrizaje sobre un valle, y así el parapente nació.
¡Ah!, la definición viene de la lengua
gala: para de paracaídas y pente de pendiente.
Desde entonces hasta acá es mucho lo que ha
evolucionado el diseño y uso de estos artefactos. En el año 2002 el canadiense
Will Gadd, en Texas, logró recorrer 430 kms. luego de 10 horas de vuelo.
Tal vez sus usuarios no tengan el talento de
Dédalo, pero si la temeridad de Ícaro, por eso es un canto al arrojo del hombre
verlos como entretejidos con los hilos que sostienen sus “velas”, lanzarse cual
Ariadna que sigue el paso por el laberinto que termina ayudándolos a vencer
momentáneamente la gravedad.
Frente al
deseo y talento del hombre no hay imposibles que no puedan ser convertidos en
recuerdos… No hay lo que no podamos alcanzar.
© Alfredo Cedeño
9 comentarios:
Que te conste que me he hecho una cuenta en GMAIL para poder responderte.
Excepcional recorrido desde la mitología griega hasta el presente para retratar la tenacidad y talento humanos para alcanzar sus anhelos.
Como siempre, tus entradas domingueras son un regalo, siempre esperado, para los que te leemos.
Un abrazo!
Me ha gustado mucho este viaje por el aire Alfredo. Maravilloso enfoque el que le has dado partiendo desde la mitología y haciendo un bonito recorrido hasta las imagenes actuales que nos traes este domingo.
Un abrazo fuerte y ¡vivan los sueños!
Amaia
Como siempre hermano, excelente textos y fotografías!!!
Bruno Gallo
Bellas fotografías; reportaje explicado de una forma muy sencilla y clara, y muy bien documentado. En tu línea.
Saludo,
M. Lorena Lucas Moreno
Querido amigo Alfredo....gusto grande me causó tu nota sobre la pasión del hombre por volar, y la historia de Icaro,Muy buenas las fotos, y muy bueno el desarrollo de la nota. Me pregunto,...¿Quien no ha soñado alguna vez con poder volar,....?...-estoy casi convencido que absolutamente todos.!!!!Te adjunto un video de Alberto Cortez, un compatriota cantautor, una bella persona, u poeta de lo posible,...Espero que te guste- Que tengas una magnífica semana. Un fuerte abrazo latinoamericano.
Juan Petta
http://www.youtube.com/watch?v=CXQ0t1mkxVY
Querido Alfredo, quiero agradecerte por invitarme cada domingo a recorrer de tu mano tantas cosas que desconocía.
Las fotografías acompañadas de tus cálidos relatos siempre siempre me producen mucha emoción.
Gracias querido Alfredo.
Un beso desde acá hasta allá.
Dédalo y su hijo Ïcaro!! Que ameno (por no decir sabroso) se lee esta historia que para mi era totalmente desconocida. Y creo fielmente en la conclusión... Frente al deseo y talento del hombre no hay imposibles que no puedan ser convertidos en recuerdos… No hay lo que no podamos alcanzar. GRACIAS!
Zafira
¡Alfredo, qué interesante tu texto! Bello recorrido histórico de los intentos del hombre por emular a las aves. Muy bueno
Magnífico, amigo...gracia, y talento, qué tienes pra narrar!
Fuerte abrazo
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